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La mala hierba ¿nace o se hace?

* Por José Manuel Martín (CSIC)

Pocos grupos de estudio dentro de la ecología y la agricultura son bautizados con un término tan contundente y negativo como las malas hierbas. Cuando hablo del objeto de nuestro trabajo con amigos, no falta la rápida respuesta tirando de refranero: «mala hierba nunca muere». Incluso a veces los más centrados solicitan la pócima mágica que acabe con esas molestas plantitas que invaden su huerto vecinal.

En las definiciones dadas por los expertos, queda claro el carácter subjetivo y antropocéntrico del concepto. La European Weed Research Society (EWRS) en 1986, y después la Sociedad Española de Malherbología (SEMh), definen las malas hierbas como «toda planta o vegetación que interfiere con los objetivos o las necesidades del hombre». Por tanto, además de en huertos y cultivos, colocamos a la mala hierba obstruyendo viales y acequias o malogrando el césped de cualquier instalación deportiva. Las características que definen a estas plantas pioneras son tener más de un ciclo vital por año, órganos subterráneos con los que regenerarse, producciones muy altas de semillas, rápido crecimiento y pronta floración… Del número de ‘habilidades’ que presente depende que nos encontremos ante una planta con alto potencial como mala hierba.

Borago officinalis y Portulaca oleracea. / Sonja Schlosser y Frank Vincentz

De las 250.000 especies vegetales que existen, se calcula que un 3% actúan como malas hierbas. Así, aunque pueda parecer que cualquier especie tiene el potencial de interferir con nuestros intereses, la realidad es que hay características que predisponen a este 3% a manifestar un comportamiento pernicioso. Podríamos traducir más de una veintena de estos atributos fisiológicos en un único rasgo ecológico: la capacidad para colonizar y desarrollarse con éxito en hábitats perturbados. No hay que olvidar que nuestras protagonistas ya estaban aquí mucho antes de que existieran cultivos, caminos, acequias y campos de fútbol. Simplemente hemos puesto a su alcance entornos con una fuerte antropización que favorecen su carácter colonizador.

Así pues, una mala hierba lo es en la medida que afecta al ser humano, sin ser algo intrínseco a la biología de la planta. De hecho, especies catalogadas como malas hierbas y que pueden ocasionar pérdidas en huertos y cultivos, como la borraja (Borago officinalis), son a la vez cultivadas de manera habitual para su consumo. Y vamos más allá. Según el The world’s worst weeds -algo así como la biblia de las especies nocivas para la agricultura-, en el top ten de las malas hierbas, encontramos la verdolaga (Portulaca oleracea), que resulta habitual en las fruterías de Portugal.

El caso más paradójico se da cuando una especie de cultivo ya cosechada, por ejemplo una cebada, se presenta como hierba no deseada en otro cultivo posterior sobre el mismo terreno. Esta situación se designa con el término de ‘ricio’. ¿Podríamos deducir por tanto que la cebada en este caso es una mala hierba? Sí, sin duda.

‘Campo de trigo con cuervos’. / Vincent Van Gogh

Las malas-buenas hierbas

Parece una contradicción intentar resaltar aspectos positivos de algo que se califica como malo en su denominación, por eso nos deberíamos referir a este grupo vegetal con un término sin carga peyorativa: plantas arvenses. Proteger el suelo de la compactación y erosión, servir de hábitat a enemigos naturales de las plagas, favorecer la presencia de polinizadores, ser utilizadas para fines medicinales y alimenticios son algunos de sus beneficios, además de su indudable valor paisajístico y social. ¿Cómo hubiera pintado Van Gogh ‘Campo de trigo con cuervos’ o Monet sus ‘Amapolas’?

Además, la presencia de arvenses contribuye a la biodiversidad y el equilibrio ecológico. Muchas veces ha sido el propio ser humano, en su afán de convertir los campos en factorías intensivas de producción alimentaria, el que ha creado el ‘monstruo’ de la mala hierba, provocando la irrupción de especies de difícil control a causa de la eliminación de especies compañeras que ejercían un control sobre aquellas.

Desde este punto de vista, se ha empezado a tomar conciencia de la necesidad de protección legal sobre las comunidades de arvenses. Gran Bretaña, en su Plan de Acción por la Biodiversidad de 1994, ya establece como uno de sus 46 hábitats prioritarios los Cereal field margin hap, definidos como «franjas de terreno entre los cultivos de cereal y el límite con la campiña, extendiéndose dentro del cultivo en una distancia concreta, manejada para favorecer a las especies objeto de conservación». No todo van a ser osos panda y flores inaccesibles de remotas cumbres en el conservacionismo.

 

* José Manuel Martín es técnico del departamento de Protección Vegetal del Instituto de Ciencias Agrarias (ICA) del CSIC.

Drones contra las malas hierbas

Por Mar Gulis (CSIC)

Desde la aparición de la agricultura, las malas hierbas han supuesto un verdadero quebradero de cabeza para la humanidad. Estas plantas se caracterizan por crecer precisamente donde los seres humanos no deseamos que lo hagan: en los terrenos agrícolas. Allí compiten con los cultivos por la luz, el espacio, el agua y los nutrientes, provocando una disminución de la producción que se estima en torno al 35%.

quadrocopter-451751_640Durante la mayor parte de la historia, los principales métodos empleados para controlar las malas hierbas y reducir estas pérdidas fueron físicos: consistían, básicamente, en arrancarlas. Sin embargo, a partir de los años 50 del siglo pasado comenzó a generalizarse el uso de herbicidas. Estos productos químicos han ayudado a mantener a raya a las malas hierbas, pero suponen un coste adicional para los productores y han sido cuestionados por su impacto ambiental. Por ejemplo, otras especies del ecosistema podrían verse afectadas por los herbicidas; mientras que existe el riesgo de que las malas hierbas a las que se trata de combatir se hagan resistentes, algo que ya está pasando.

Investigaciones recientes desarrolladas en el Instituto de Agricultura Sostenible del CSIC han ensayado el uso de vehículos aéreos no tripulados, los famosos drones, para limitar el uso de los herbicidas, lo que ayudaría a reducir gastos y prácticas agrícolas no deseables sin provocar una merma en el rendimiento.

En la agricultura extensiva actual las malas hierbas se controlan mediante tratamientos en todo el campo de cultivo, a pesar de que estas especies se distribuyen en rodales localizados. La técnica diseñada por el grupo de investigación IMAPING consiste en el empleo de drones para cartografiar la parcela de cultivo y localizar las malas hierbas. Los datos obtenidos ayudan a seleccionar el herbicida más eficaz según el tipo de mala hierba y, lo más importante, a decidir en qué zonas aplicarlo.

Concretamente, la misión del dron es tomar imágenes del cultivo con elevada resolución espacial (un píxel representa varios milímetros o, a lo sumo, pocos centímetros) y diversa resolución espectral. Para ello realiza vuelos a baja altura (30-120 m de altitud) equipado con sensores del denominado rango visible (el que captamos con nuestros propios ojos) y de rangos no visibles como el infrarrojo cercano. A continuación, las imágenes son procesadas para generar un modelo digital de la superficie del terreno y analizadas mediante técnicas basadas en objetos.

Este procedimiento se ha utilizado ya para cartografiar la presencia real de malas hierbas en cultivos de trigo, maíz y girasol. Los resultados ponen de manifiesto su potencial: en todos los casos se comprobó que entre el 50 y el 70% del campo no estaba infestado de malas hierbas y que, por tanto, no necesitaría tratamiento herbicida.

 

Si quieres más ciencia para llevar sobre el uso de drones en agricultura, consulta la web del grupo de investigación del CSIC IMAPING.