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¿Por qué los gatos odian el agua? Pregúntale a sus genes

Por Karel H.M. van Wely (CSIC)*

Si hay algo que la mayoría de los gatos temen, es el agua. Pero, ¿por qué los mininos son tan tímidos cuando se trata de sumergirse en este medio líquido? Probablemente habéis visto algún vídeo de gatos que se caen a la bañera y entran en pánico. Los esfuerzos para salir, muchas veces infructuosos por el diseño de la tina, dan lugar a situaciones divertidísimas para algunos. Si además añadimos una musiquita marchosa a esta imagen de terror gatuno y subimos este contenido a las redes, ya solo hay que esperar a obtener los deseados likes. Graciosos o de mal gusto, lo que estos vídeos no nos explican es por qué los gatos tienen tanto miedo al agua.

Gato pescador

Gato pescador ‘Prionailurus viverrinus’.

Según los biólogos conductuales, hay varias razones que explican este comportamiento. Una de ellas es que el gato europeo proviene originalmente de áreas donde siempre había poca agua. Nuestros gatos simplemente no están acostumbrados a permanecer en un ambiente líquido. Olvidamos a menudo que sus antecesores probablemente eran los gatos salvajes africanos. Si pensamos en la estrecha relación de los antiguos egipcios con estos felinos, nos vienen a la mente los gatos salvajes del oriente medio Felis silvestris lybica. De manera natural, estos gatos viven en áreas con muy poca agua, como por ejemplo estepas o desiertos. Si a esto añadimos el riesgo de que ocurran riadas en las ramblas, ya tenemos todos los ingredientes para que el miedo al agua se haya establecido genéticamente.

Pelo fino y sin grasa, mala combinación

En el rechazo al agua, también tiene un papel importante el pelaje, muy diferente al de los perros, por ejemplo. Estos últimos poseen una doble capa de pelaje: por debajo, pelos para mantener el calor corporal; y por encima, pelos gruesos para alejar el agua de la piel. Además, los eternos enemigos de los gatos a menudo tienen el pelo graso, lo que ayuda a impermeabilizar el pelaje contra el agua. Los biólogos nos indican que, a diferencia del perro, el pelaje de gato no repele al agua, sino que la absorbe por completo. Total, que el protagonista de nuestro vídeo en la bañera se humedece hasta la piel y experimenta una caída significativa de la temperatura, algo nada agradable en un ambiente ya de por sí frío. Tenemos que tener en cuenta que la temperatura normal del hogar humano, comparada con la de la estepa o el desierto, resulta muy baja. Por eso no es raro que a los gatos les guste estar encima de los radiadores de la calefacción.

Aun así, no todas las razas de gatos aborrecen pegarse un bañito. Por ejemplo, el gato bengalí, un descendiente domesticado del gato leopardo asiático Prionailurus bengalensis, adora el agua. También los grandes felinos como panteras y tigres, que viven en áreas cálidas con abundancia de agua, se bañan regularmente. En este ambiente de selva, las zonas húmedas les sirven para aliviar el bochorno y encontrar alimento, ya que algunas presas suelen refugiarse en los ríos y riachuelos.

Por otra parte, a pesar del posible repelús, los gatos domésticos sí comen productos que salen del agua, como el pescado, y hay parientes suyos muy cercanos que con tal de alimentarse parecen dispuestos a mojarse. Es el caso de Prionailurus viverrinus, desafortunadamente en peligro de extinción y conocido en algunos países como el gato pescador. Así pues, comer y enfriarse son factores importantes que han ayudado a perder el miedo al agua en determinadas especies de felinos.

¿Un miedo superable?

Con estos antecedentes, ¿puede superar su miedo al agua un gato doméstico? Según los biólogos conductuales, sí, pero hay que empezar temprano con un condicionamiento progresivo. Si dejas que un gatito se acostumbre al agua y nade desde el comienzo de su vida, tendrás un gato adulto con menos problemas para mojarse. Los gatos mayores también pueden acostumbrarse al agua, siempre que sean recompensados. Hace falta un entrenamiento con una golosina o juguetes, y situaciones siempre agradables. Si la recompensa es lo bastante grande, el gato entrará al agua para ganarla.

Pero, ¿este entrenamiento vale la pena realmente? Un gato sano no tiene que bañarse porque sí. Sabemos que los gatos son animales muy higiénicos que se lamen regularmente. Su lengua funciona como un peine y sirve para limpiar profundamente el pelaje. Además, bañarles demasiado puede provocarles problemas en la piel, dado que normalmente no tienen contacto con el agua. Los gatos siguen siendo animales tímidos, que tienen razones de sobra para no mojarse.

 

* Karel H. M. van Wely es investigador en el Centro Nacional de Biotecnología del CSIC y autor de varios libros de divulgación, como El ADN (CSIC-Catarata).

Esta es la historia de Henrietta Lacks y sus células inmortales

Por Karel H.M. van Wely*

En algún momento en los próximos días, un estudiante de tesis, un investigador o un técnico de laboratorio se pondrá guantes aislantes y sacará un tubo marcado con la abreviatura ‘HeLa’ de un tanque de nitrógeno líquido. Tras limpiar el tubo con alcohol, para evitar contaminaciones, aspirará el contenido con una pipeta y lo introducirá en un frasco con un medio nutritivo estéril que contiene azúcares, aminoácidos y vitaminas. Este frasco se depositará en un incubador a la temperatura del cuerpo humano, 37 grados. Al día siguiente, la persona observará el frasco bajo un microscopio y comprobará que se ha cubierto con una fina capa de células. No es ciencia ficción, sino un trabajo tan cotidiano en biología celular que los científicos lo realizan casi sin pensar. Sin embargo, es muy probable que las células que crecen en el frasco tengan una edad muy superior a la de la persona que trabaja con ellas.

Henrietta Lacks y el doctor...

Henrietta Lacks y el doctor George Otto Grey / Wikipedia

La historia de las células HeLa se remonta a principios de los años 50, cuando el doctor estadounidense George Otto Grey logró cultivar un tumor extirpado de la joven Henrietta Lacks poco antes de su muerte. El tumor no sólo se ha mantenido durante todo este tiempo, sino que sigue creciendo fuera del cuerpo de la donante. Aunque haya pasado más de medio siglo, las células derivadas del tumor siguen replicándose con la misma velocidad. A lo largo de los años, estas células –designadas con el código HeLa– han sido repartidas por laboratorios de todo el mundo, y todavía hoy dan lugar a importantes descubrimientos biológicos. ¡Si fuera posible juntar todos estos lotes de células HeLa, pesarían decenas de toneladas!

El doctor Grey encontró las condiciones perfectas para que el tumor creciera en el laboratorio, utilizando la ya mencionada mezcla de azúcares, aminoácidos y vitaminas. Sin embargo, este científico no supo manejar el aspecto humano de su hallazgo y Henrietta Lacks murió a consecuencia del cáncer poco después de la cirugía, sin saber qué pasó con el tumor extirpado y sin dar el consentimiento para su uso. Por supuesto, la señora Lacks se merece un sitio especial en la historia de la biología. La conclusión de esta historia es que las células humanas pueden ser inmortales, aunque el cuerpo tenga una vida limitada.

Pero el logro técnico de mantener y propagar células humanas fuera del cuerpo ha creado un problema logístico en el laboratorio. Como las células siguen expandiéndose, tarde o temprano ocupan todo el espacio del frasco. Poco a poco dejan de crecer en una capa fina y empiezan a formar grumos que complican su observación con el microscopio. La solución más habitual consiste en despegar las células y trasladar parte del cultivo a otro frasco, donde el crecimiento empieza de nuevo. Todavía hoy ‘pasar células’ es una actividad periódica que los biólogos realizan para disponer de un material satisfactorio.

Muestra de células HeLa teñidas / Wikipedia

Muestra de células HeLa teñidas / Wikipedia

Después del primer logro con las células HeLa, otras células de diferentes orígenes han sido cultivadas. En un laboratorio moderno es posible encontrar células de ratón, cobaya, perro e incluso de animales tan exóticos como el corzo indio. Debido a esa variedad, discriminar entre un tipo y otro –con el microscopio– es complicado. Una vez aisladas y creciendo en un frasco, todas las células de mamíferos se parecen en mayor o menor grado. Marcar el frasco con el nombre HeLa es una necesidad para evitar equivocaciones. Antes de que la biología celular experimentase una proliferación explosiva en los años 80, los científicos se preocupaban poco por elegir un nombre adecuado, y cada uno aplicaba sus propios criterios de clasificación. Ya hemos conocido a las células HeLa, cuya designación proviene directamente de la donante. Una práctica habitual era, y todavía es, utilizar el nombre del órgano o de las muestra de origen, y así podemos encontrar células ‘CaCo’ (carcinoma de colon) o ‘NRK’ (normal rat kidney). Otras veces el nombre no da pistas sobre su origen, y el usuario tendrá que buscar las características de estas células en la bibliografía científica antes de avanzar con su investigación. Un nombre críptico como ‘4T1’ (derivado de un tumor de mama aislado de ratón) no dice mucho. Dado que el nombre de un cultivo a veces no explica su origen, los investigadores frecuentemente prefieren usar un tipo de células caracterizadas ya en detalle.

A lo largo del tiempo, las células HeLa han servido para explicar fenómenos como la replicación de los cromosomas, las infecciones virales y los efectos dañinos de la luz ultravioleta. Hoy estas células siguen siendo una fuente de información y su legado se perpetúa en laboratorios de todo el mundo. Aunque murió hace más de medio siglo, Henrietta Lacks será la persona más anciana del mundo en unos treinta años. El tiempo lo dirá…

 

Karel H.M. van Wely es investigador en el Centro Nacional de Biotecnología del CSIC y autor del libro Las células madre (CSIC-Catarata).