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¿Por qué fallan las encuestas electorales?

spasadasjfontPor Joan Font Fàbregas y Sara Pasadas del Amo (CSIC)*

“El día que fallaron las encuestas electorales”, “Otra vez fallaron las encuestas”, “Todas las encuestas fallan”. Estos son titulares aparecidos en prensa en los días posteriores a algunas elecciones recientes. Lo cierto es que hasta el momento las encuestas electorales han acertado más que fallado en sus pronósticos: por ejemplo, de las doce elecciones generales realizadas en España entre 1977 y 2015, solo en dos ocasiones avanzaron la victoria de un partido que se quedó en la oposición. Sin embargo, algunos datos apuntan a que su precisión está empeorando en los últimos años en todo el mundo.

Muchas de las encuestas realizadas con motivo de las elecciones legislativas de 2014 en Estados Unidos fueron incapaces de predecir la amplia mayoría obtenida por los republicanos en ambas cámaras. Ese mismo año, los sondeos no supieron anticipar la sorpresa que supuso la irrupción de Podemos en la escena política española al lograr cinco escaños en las elecciones europeas. Ya en 2015, subestimaron mucho la fuerza con que los partidos en el gobierno ganaron la reelección en países tan distantes entre sí como Israel y Gran Bretaña.

Es un hecho constatado que todas las encuestas electorales, incluidas las de mejor calidad, tienen problemas para identificar correctamente a quienes irán a votar el día de las elecciones y suelen proporcionar datos de participación muy superiores a los que luego se producen. Tampoco las respuestas a las preguntas de intención de voto reflejan siempre bien la distribución del voto entre los diferentes partidos.

Esto se debe básicamente a dos motivos. El primero es que una parte importante de las personas entrevistadas no responde a la pregunta de a quién piensa votar. En los barómetros del CIS, por ejemplo, el porcentaje de no respuesta a esa pregunta oscila entre el 15% y el 30%, una cifra muy superior a las que presentan otras preguntas. Es más, el porcentaje de personas que no revela su opinión electoral se dispara justo en los meses previos a la celebración de los comicios.

El porcentaje de personas que no revela su opción electoral se dispara justo en los meses previos a las elecciones. / Joan Font y Sara pasadas a partir de datos del CIS.

El porcentaje de personas que no revela su opción electoral se dispara justo en los meses previos a las elecciones, señaladas en el gráfico con una flecha. / Joan Font y Sara pasadas a partir de datos del CIS.

La otra razón que explica las dificultadas de las encuestas electorales es que es habitual que las muestras obtenidas –es decir, el conjunto de las personas entrevistadas– representen mal a los abstencionistas y a los votantes de los distintos partidos.  Un ejemplo de ello es que en España los datos brutos (antes de pasar por la famosa ‘cocina’) de las encuestas tienden a infrarrepresentar a los votantes del PP.

Una de las causas por las que esto sucede tiene que ver con la deseabilidad social: la tendencia a elegir más aquellas respuestas que nos hacen quedar bien con nuestros interlocutores y a evitar las que dan una imagen menos favorable de nosotros mismos. Este mecanismo es el que explica que respondamos que por supuesto que iremos a votar, aunque no tengamos la menor intención de hacerlo, o que nunca hemos tirado una botella de vidrio a la basura porque fíjate qué pereza tener que ir a estas horas y en chanclas al contenedor verde.

Pero además hay estudios que apuntan a un problema previo, como es que buena parte de los abstencionistas ni siquiera llega a formar parte de las muestras, bien porque son excluidos del marco que estas emplean, bien porque rechazan participar en ellas. La mayoría de las encuestas electorales que se llevan a cabo en nuestro país son telefónicas y se dirigen exclusivamente a teléfonos fijos, por lo que dejan fuera a las personas que no tienen teléfono o solo disponen de teléfono móvil. Estas personas son más jóvenes, tienen un nivel de estudios menor y se enfrentan a una mayor precariedad laboral y económica que quienes disponen de teléfono fijo en sus casas, un perfil que sabemos que suele estar menos interesado en la política y es más probable que se abstenga en las elecciones. Por otro lado, sabemos también que, incluso cuando llegan a ser contactadas, estas personas se muestran más reacias a participar en una encuesta política y, cuando lo hacen, dan poca información, refugiándose en mucha mayor medida en las opciones “No sabe” y “No contesta”.

Todas las encuestas están sujetas a error en la medida en que es imposible evitar al 100% los distintos factores que lo provocan. Siguiendo con el ejemplo anterior, una encuesta preelectoral con entrevistas en líneas móviles y fijas eliminará buena parte de los sesgos producidos por el error de cobertura (excluiría a menos del 1% de la población que no tiene teléfono). Si además hace esfuerzos extra para convencer a las personas menos interesadas en política de que contesten el cuestionario (por ejemplo, ofreciéndoles un incentivo económico o haciendo intentos de transformar los rechazos en participación), reducirá significativamente la influencia del error de no respuesta. Pero sus resultados seguirán estando afectados por la deseabilidad social, una fuente de error que es mucho más difícil de evitar.

Histórico

Evolución de la expectativa de voto según diversas encuestas realizadas en España entre las elecciones de 2011 y 2015. / Impru20 (CC-BY-SA-4.0), via Wikimedia Commons.

Lo que diferencia a las encuestas buenas de las malas es que las primeras se diseñan y se realizan tratando de reducir al máximo el efecto de estos errores. Algo que se traduce en que estas encuestas fallan en menos ocasiones y, cuando lo hacen, en un grado mucho menor que las que no tienen en cuenta estos problemas. Pero eso encarece las encuestas y también puede hacerlas algo más lentas, por lo que las buenas encuestas son menos habituales de lo que deberían.

 

* Joan Font Fàbregas y Sara Pasadas del Amo son investigadores del CSIC en el Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) y autores del libro Las encuestas de opinión (CSIC-Catarata).