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Te contamos la historia del cosmos comprimida en un año

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Por Ricardo Moreno, Susana Deustua y Rosa M. Ros *

Supongamos que todo el tiempo desde el Big Bang hasta ahora [13.700 millones de años aproximadamente] lo comprimimos en un año, del 1 de enero al 31 de diciembre. Hasta mayo no se formó nuestra Vía Láctea. A primeros de septiembre se formó el Sol, y la Tierra tuvo forma esférica a mediados de ese mes. Pero no es hasta primeros de diciembre cuando el oxígeno se hace presente en nuestra atmósfera. Aunque unas células vivas muy sencillas aparecen enseguida sobre la Tierra, las células con núcleo como las actuales aparecen el 2 de diciembre y el día 12 los primeros organismos pluricelulares. El 19 aparecen las plantas y peces, y el 23 los árboles, insectos y reptiles. El 25 aparecen los dinosaurios, que duran hasta el 28. En el día 30 los mamíferos viven ya sobre la Tierra, pero no es hasta el 31 de diciembre, a las 23:00, cuando aparece el homo sapiens. En el último minuto se pintan las cuevas de Altamira. Cinco segundos antes de las doce de la noche es cuando nace Jesucristo. El último siglo serían las últimas dos décimas de segundo.

Calendario cósmico

 

* Este pasaje forma parte del libro 14 pasos hacia el Universo (2012). Es una de las múltiples iniciativas puestas en marcha por la Network for Astronomy School Education (NASE), con la que colabora el CSIC, con el objetivo de acercar la astronomía al profesorado de Primaria y Secundaria.

El parto neandertal: un viaje con menos curvas que el nuestro

Por Antonio Rosas Antonio Rosas

El lugar que ocupan los neandertales en el imaginario colectivo ha cambiado bastante en los últimos años. Del ser tosco y primitivo descrito en el siglo XIX,  la reciente posibilidad técnica de secuenciar el genoma neandertal (es decir, de analizar el ADN de esa especie) y las actuales líneas de investigación en paleoantropología han permitido saber que este ‘familiar’ del Homo sapiens tenía ya la capacidad de hablar y presentaba un aspecto distinto al representado hasta hace poco: los restos fósiles hallados en el yacimiento de El Sidrón (Asturias) ‘hablan’ de individuos pelirrojos, de cuerpo robusto y emparentados entre sí.

Parto 'sapiens'

Debido a la relación de tamaños que existe entre la cabeza y los hombros del feto y el anillo óseo de la pelvis materna, el bebé ‘sapiens’ tiene que realizar una operación de rotación y giro al nacer que hace que el parto de nuestra especie sea complejo y doloroso. / Gabriela Delgado.

No será la última vez que hablemos de estos seres enigmáticos de los que parece que nos queda bastante por saber, pero hoy nos queremos centrar en un aspecto muy concreto: el parto neandertal. Un reciente estudio basado en técnicas de reconstrucción 3D ha demostrado que el alumbramiento de los neandertales tendría unas características algo distintas a las de la especie humana actual. En el parto, estos pequeños no realizarían la compleja operación de rotación y giro para nacer que tiene lugar en nuestra especie. Aun con dificultades, debido a la pequeña diferencia entre el tamaño de la cabeza del feto y el canal del parto, los neonatos neandertales saldrían al mundo de un modo más sencillo al nuestro. Simplemente, la pelvis neandertal conserva en gran medida la arquitectura de una pelvis ancha primitiva.

Es en la evolución del linaje de nuestra especie donde cambia la anatomía pélvica que obliga a un parto muy complicado. Al nacer, el feto tiene que atravesar dos contornos de la cintura pélvica: el superior y el inferior, con el agravante de que la orientación de estos dos contornos es distinta. El contorno superior es más ancho en sentido lateral (paralelo a los hombros), mientras que el contorno inferior es más ancho en sentido antero-posterior. Este cambio de orientación hace que el feto tenga que rotar cuando pasa a través del canal del parto. Primero se coloca lateralmente, con su cara mirando a uno de los lados de la madre, y, acto seguido, se gira hasta que su cara termina mirando hacia atrás, momento en que su cabeza sale al exterior. Finalmente, los hombros llevan a cabo una nueva rotación para acomodarse al diámetro mayor del canal del parto. En este vídeo de un minuto puedes observar esta serie de movimientos.

Al parecer, los neonatos neandertales no tendrían necesidad de que su cabeza realizara la segunda rotación, ya que los ejes de los orificios superior e inferior de la pelvis coinciden. En lugar de rotar de tal manera que la cabeza se oriente mirando hacia la espalda de la madre, en los neandertales el bebé saldría posiblemente mirando hacia uno de los lados de la madre. El parto neandertal, aunque difícil por cuestiones de volumen, no revestiría las complicaciones del parto de los humanos modernos. Carecemos de toda información para ni siquiera especular sobre el modo y lugares en los que daban a luz las mujeres neandertales…

 

Antonio Rosas es paleoantropólogo en el MNCN (CSIC) y autor del libro Los neandertales, editado por el CSIC y Los Libros de la Catarata.

¿Por qué los mamíferos se llaman mamíferos?

Marta I. GonzálezPor Eulalia Pérez Sedeño y Marta I. GonzálezEulalia Pérez Sedeño

“El hombre puso nombre a los animales…”, cantaba Bob Dylan. Lo que no cuenta la canción es que también los clasificó en géneros, familias, clases… A esta tarea se dedicó con empeño Carlos Linneo, padre de la taxonomía moderna.

En 1758 Linneo introduce el término Mammalia en la décima edición de su Sistema naturae para englobar a aquellos animales que tienen pelo, tres huesos en los oídos y un corazón con cuatro cavidades, como humanos, elefantes, murciélagos o delfines. Obviamente, ‘mamíferos’ hace referencia a otra característica común: las mamas. Sin embargo, éstas solo son funcionales en las hembras que dan a luz y únicamente durante la lactancia. ¿Por qué las eligió Linneo entonces como elemento aglutinador? Esta misma pregunta se hizo en 1993 Londa Schiebinger, profesora de Historia de la Ciencia en la Universidad de Standford.

Dibujo de Linneo

En este dibujo, Linneo compara al personaje mitológico de Andromeda con una pequeña planta a la que luego le dio su nombre. Andrómeda, hija de Casiopea y Cefeo y mujer de Perseo, significa ‘gobernante de los hombres’.

A mediados del siglo XVIII, el aristotélico Quadrupedia (cuadrúpedos) necesitaba renovarse. Por una parte, dejaba fuera animales como las ballenas o los delfines; por otra, los humanos no se sentían cómodos con esa etiqueta. Aunque, en realidad, tampoco se sentían cómodos con la idea de ser clasificados entre los animales. Había alternativas: Pilosa (con pelo), propuesto por el naturalista inglés John Ray; Aurecaviga, que hace referencia a la disposición de los huesos del oído; o Tetracoilia, relativo a la estructura del corazón. Linneo, no obstante, se decide por el novedoso ‘mamífero’, que también tenía sus ‘peros’, ya que los caballos machos no tienen pezones y las hembras de los monotremas (mamíferos que ponen huevos, como el ornitorrinco o la equidna) segregan la leche a través de poros de su abdomen y no tienen mamas propiamente dichas. Además, los pezones de los machos de estas especies resultaban un enigma de difícil explicación. Sin embargo, ninguno de los ilustres científicos de la época podía negar que hubieran sido amamantados por sus madres (o sus amas de cría).

Según el análisis de Schiebinger, Linneo no eligió este término basándose solo en características descriptivas, sino que habría razones de “política sexual” en su decisión. Las mamas y su función, una característica propia de las hembras y ligada a la reproducción y la crianza, le sirvieron para vincular a los seres humanos con el reino animal, en un contexto en el que se revalorizaba la lactancia materna. Pero era muy importante también subrayar lo que nos separa de los demás animales, y para ello eligió la racionalidad, introduciendo la definición del ser humano como Homo sapiens en esa misma edición del Sistema naturae. Adivinad en honor a cuál de los dos sexos…

Ahí os dejamos una cuestión más sobre la que reflexionar mañana 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

 

Eulalia Pérez Sedeño es investigadora del Instituto de Filosofía del CSIC y Marta I. González es profesora de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Oviedo.