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Drones contra las malas hierbas

Por Mar Gulis (CSIC)

Desde la aparición de la agricultura, las malas hierbas han supuesto un verdadero quebradero de cabeza para la humanidad. Estas plantas se caracterizan por crecer precisamente donde los seres humanos no deseamos que lo hagan: en los terrenos agrícolas. Allí compiten con los cultivos por la luz, el espacio, el agua y los nutrientes, provocando una disminución de la producción que se estima en torno al 35%.

quadrocopter-451751_640Durante la mayor parte de la historia, los principales métodos empleados para controlar las malas hierbas y reducir estas pérdidas fueron físicos: consistían, básicamente, en arrancarlas. Sin embargo, a partir de los años 50 del siglo pasado comenzó a generalizarse el uso de herbicidas. Estos productos químicos han ayudado a mantener a raya a las malas hierbas, pero suponen un coste adicional para los productores y han sido cuestionados por su impacto ambiental. Por ejemplo, otras especies del ecosistema podrían verse afectadas por los herbicidas; mientras que existe el riesgo de que las malas hierbas a las que se trata de combatir se hagan resistentes, algo que ya está pasando.

Investigaciones recientes desarrolladas en el Instituto de Agricultura Sostenible del CSIC han ensayado el uso de vehículos aéreos no tripulados, los famosos drones, para limitar el uso de los herbicidas, lo que ayudaría a reducir gastos y prácticas agrícolas no deseables sin provocar una merma en el rendimiento.

En la agricultura extensiva actual las malas hierbas se controlan mediante tratamientos en todo el campo de cultivo, a pesar de que estas especies se distribuyen en rodales localizados. La técnica diseñada por el grupo de investigación IMAPING consiste en el empleo de drones para cartografiar la parcela de cultivo y localizar las malas hierbas. Los datos obtenidos ayudan a seleccionar el herbicida más eficaz según el tipo de mala hierba y, lo más importante, a decidir en qué zonas aplicarlo.

Concretamente, la misión del dron es tomar imágenes del cultivo con elevada resolución espacial (un píxel representa varios milímetros o, a lo sumo, pocos centímetros) y diversa resolución espectral. Para ello realiza vuelos a baja altura (30-120 m de altitud) equipado con sensores del denominado rango visible (el que captamos con nuestros propios ojos) y de rangos no visibles como el infrarrojo cercano. A continuación, las imágenes son procesadas para generar un modelo digital de la superficie del terreno y analizadas mediante técnicas basadas en objetos.

Este procedimiento se ha utilizado ya para cartografiar la presencia real de malas hierbas en cultivos de trigo, maíz y girasol. Los resultados ponen de manifiesto su potencial: en todos los casos se comprobó que entre el 50 y el 70% del campo no estaba infestado de malas hierbas y que, por tanto, no necesitaría tratamiento herbicida.

 

Si quieres más ciencia para llevar sobre el uso de drones en agricultura, consulta la web del grupo de investigación del CSIC IMAPING.