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Virus que se usan para curar

VirusPor Mar Gulis (CSIC)

Sida, gripe, algunas hepatitis… La mayoría de la gente sabe que los virus son la causa de un gran número de enfermedades. También es conocido que pueden ayudarnos a prevenir trastornos de salud a través de las vacunas, que utilizan virus atenuados o inactivados. Sin embargo, ahora los últimos avances en la investigación médica podrían hacer que comenzáramos a verlos como auténticos agentes terapéuticos capaces de curar enfermedades.

La razón de este cambio de percepción radicaría en el uso de los virus en la terapia génica. Esta incipiente rama de la medicina consiste en modificar la información genética de los pacientes para combatir trastornos que no tienen cura a través de métodos tradicionales, como la administración de fármacos o la cirugía. Si bien se trata de un campo todavía en desarrollo, ya se han aprobado más de 1.800 protocolos de ensayos clínicos para la utilización de terapias génicas en todo el mundo.

En su libro Terapia génica (CSIC-Catarata), los investigadores Blanca Laffon, Vanessa Valdiglesias y Eduardo Pásaro explican que este nuevo enfoque fue concebido para el tratamiento de enfermedades relacionadas con defectos genéticos. Entre las 4.000 que se conocen en la actualidad se encuentran algunos problemas de gran importancia para la salud pública, como varias formas de cáncer y buena parte de las enfermedades cardiovasculares y degenerativas. En estos casos la terapia génica se propone corregir el defecto genético introduciendo en el interior de células de interés (células diana) nuevos genes que permitan al organismo realizar correctamente funciones que se encuentran alteradas. Un ejemplo paradigmático de este tratamiento es el de los ‘niños burbuja’ aquejados de inmunodeficiencia combinada severa. Las diferentes técnicas ensayadas con estos pacientes consisten en introducir en algunas células el gen correcto encargado de producir la proteína adenosina deaminasa (ADA), cuya carencia da lugar a la inmunodeficiencia.

En la actualidad la terapia génica no se emplea solo en el tratamiento de enfermedades genéticas sino también en otro tipo de trastornos, como la mayoría de los cánceres o algunas infecciones. En estas situaciones de lo que se trata es de recurrir a la manipulación genética para dotar a las células de alguna propiedad que puede aprovecharse con fines terapéuticos. Por ejemplo, en pacientes portadores del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), causante del sida, se han introducido genes antivirales que evitan la reproducción del VIH cuando este infecta una célula.

¿Y qué tienen que ver los virus con todo esto? La explicación reside en que el material del que están hechos los genes, el ADN, no puede simplemente tragarse como una píldora ni inyectarse directamente en la sangre. El ADN desnudo (sin ninguna cubierta protectora) se deterioraría y además no podría reconocer o penetrar en las células a las cuáles está destinado. Este ADN desnudo necesita un transportador, o vector, para protegerlo y dirigirlo hacia las células correctas del organismo.

Hoy día los virus son los agentes más utilizados como vectores. Estos microorganismos infecciosos están constituidos por fragmentos de ADN o ARN contenidos en el interior de una cápsula de proteínas y, en algunos casos, rodeados de una envoltura formada por grasas y otras proteínas. No tienen metabolismo propio, por lo que han de introducirse en el interior de las células y utilizar su maquinaria para reproducirse, generando, por una parte, copias de su material genético y, por otra, sintetizando las proteínas necesarias para formar la cápsula. Cuando se han producido estos componentes y las nuevas partículas virales se han ensamblado, estas son liberadas de la célula hospedadora, lo que generalmente produce la muerte de esta.

Terapia génica

En la terapia génica, el gen terapéutico se introduce en un vector -un virus u otro agente- que facilita su transferencia al interior de la célula.

La terapia génica no utiliza virus ‘normales’ sino modificados genéticamente a los que se les extraen los genes que les confieren características dañinas –aquellos encargados de su reproducción, principalmente– y se les incorporan el gen o los genes deseados para el tratamiento. Estos virus infectan literalmente a los pacientes y penetran en el núcleo de las células, como un virus cualquiera. Sin embargo, una vez allí depositan un material genético que da lugar a la proteína necesaria para la terapia y no se reproducen.

Los vectores virales constituyen los sistemas más eficaces para transferir genes, ya que son capaces de infectar una elevada proporción de células diana. Sin embargo, hay que tener en cuenta que su uso entraña algunas dificultades y limitaciones. En primer lugar, deben considerarse cuestiones de seguridad, bien porque puede producirse una transferencia involuntaria del virus nativo (que no ha sido modificado), bien porque la introducción del genoma del virus en el de la célula hospedadora afecte a genes originales de esta impidiéndole realizar correctamente su función.

Otro punto clave es la reacción inmunitaria que el organismo puede poner en marcha. Como consecuencia, es posible que el sistema inmune elimine el material genético que se ha introducido provocando la muerte de las células modificadas por la transferencia, lo que impediría que la terapia surtiese efecto. Por último es preciso mencionar que la cantidad de material que los virus pueden transportar es limitada –hay genes que no caben en los virus– y que la producción de vectores virales en grandes cantidades es difícil y muy costosa.

¿Por qué hay más hombres daltónicos y con hemofilia que mujeres?

Por Mar Gulis (CSIC)

Las cifras lo dejan claro: el daltonismo, la dificultad para distinguir correctamente los colores, y la hemofilia, un trastorno que impide la coagulación de la sangre, tienen distinta incidencia según el sexo. Se estima que el primero afecta al 1,5% de los hombres y al 0,5% de las mujeres, mientras que la hemofilia se da en uno de cada 5.000 recién nacidos niño cuando es de tipo A y en uno de cada 20.000 cuando es tipo B; siendo muy pocas las mujeres que la padecen.

Cromosoma

Par de cromosomas con hélices de ADN en su interior.

En ambos casos estamos hablando de enfermedades genéticas hereditarias: están causadas por alteraciones del genoma que se transmiten de generación en generación. ¿Por qué entonces afectan más a hombres que a mujeres? En su libro Terapia génica (CSIC-Catarata), los investigadores Blanca Laffon, Vanessa Valdigleisas y Eduardo Pásaro explican que la clave está en cómo se empaqueta nuestra información genética.

El genoma humano está compuesto por más de 20.000 ‘mensajes’ o unidades de información llamadas genes que están presentes en el núcleo de prácticamente todas las células de nuestro organismo, de las que tenemos billones. Para caber en un espacio tan pequeño, el ADN –el material del que están ‘hechos’ los genes– se compacta en unas estructuras que denominamos cromosomas.

En concreto, cada célula humana posee 23 pares de cromosomas, 46 en total. Un miembro de cada par se hereda de la madre (a través del óvulo) y el otro del padre (a través del espermatozoide) en una combinación única, ya que nuestro ADN resulta de la combinación del ADN de cada progenitor, que previamente se mezcla y reorganiza de forma similar a dos tacos de cartas.

Que los cromosomas se presenten por pares significa que tenemos dos copias (llamadas alelos) de cada uno de los genes. Esto siempre es así salvo en el caso del par 23, el de los cromosomas sexuales: las mujeres tienen dos cromosomas X pero los hombres tienen un cromosoma X y otro Y. Es precisamente en el cromosoma X donde se sitúan los genes que pueden causar daltonismo y hemofilia.

En concreto, ambos trastornos están causados por mutaciones de genes denominadas recesivas, es decir, que no impiden el funcionamiento correcto del organismo mientras en el otro cromosoma del par haya un gen ‘sano’. Se calcula que cada persona nace con al menos diez de sus 20.000 genes afectados por mutaciones recesivas; lo que pasa es que por regla general las copias correctas de estos genes nos protegen de sus efectos adversos. En el caso de las alteraciones situadas en el cromosoma X de los hombres, en el otro cromosoma del par (Y) no hay una copia que pueda compensarlas, como sucede en el caso de las mujeres, y por eso los varones sufren más enfermedades genéticas causadas por este tipo de alteraciones.

En las mujeres el exceso de información genética del cromosoma X se regula inactivando uno de los dos cromosomas presentes en las células del organismo, de forma que solo uno de ellos es funcional. Esa inactivación se realiza al azar, por lo que las probabilidades de ser inactivado son las mismas para ambos cromosomas X. Así, en una mujer, un defecto o mutación en un gen situado en uno de los cromosomas X habitualmente no da lugar a una enfermedad. Las mujeres de esta condición son consideradas portadoras: transmiten la enfermedad pero no la padecen. Para desarrollarla deberían tener los dos cromosomas X afectados.

Herencia recesiva

Ejemplo de herencia ligada a una mutación recesiva: izquierda, cuando la madre es portadora; derecha, cuando el padre está afectado. El celeste representa a las portadoras y el azul a los afectados.  / genagen

Hasta aquí podría parecer que ser mujer supone una ‘ventaja’ con respecto a las enfermedades genéticas relacionadas con alteraciones del cromosoma X. Sin embargo, esto solo es válido para hablar de alteraciones recesivas. Cuando basta con una única copia de un gen mutado para desarrollar una enfermedad nos encontramos ante una alteración dominante. Al contrario que en el caso anterior, las alteraciones dominantes en los genes del cromosoma X se dan con más frecuencia en mujeres, dado que pueden heredar el alelo mutado tanto de un padre como de una madre afectados. Una mujer afectada tiene una probabilidad del 50% con cada hijo o hija (independientemente de su sexo) de que este herede el alelo mutado y desarrolle la enfermedad, mientras que un hombre afectado trasmitirá el alelo mutado y por tanto la enfermedad a todas sus hijas pero a ninguno de sus hijos. Un ejemplo de este tipo de dolencias es el raquitismo hipofosfatémico, que provoca que los riñones sean incapaces de retener el mineral de fósforo.

Herencia dominante

Ejemplo de herencia ligada a una mutación dominante: izquierda, cuando la madre está afectada; derecha, cuando el padre está afectado. El azul representa a los afectados. / genagen