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¿Qué te dice tu caca?

Por el equipo coordinador de la muestra ‘Excreta, una exposición (in)colora, (in)odora e (in)sípida’*

Cada ser humano debe ocuparse de un ecosistema, y no hablo del que forman las especies animales y vegetales que nos rodean, que también, sino del complejo ecosistema que albergamos en nuestro interior y que hace posible la digestión de los alimentos. Dentro de cada ser humano habita un vasto universo de bacterias y microorganismos que forman la flora intestinal. Trastornos como úlceras, colitis crónicas o dolor abdominal se producen porque ese ecosistema ha sido destruido. La flora intestinal es única para cada persona, por eso hay quien convive con la Helicobacter pylori en su interior sin inmutarse y otros se retuercen de dolor en cuanto entran en contacto con la mencionada bacteria. Tabla de Bristol

La salud de nuestra flora intestinal depende no solo de factores ambientales y genéticos, sino de cómo la cuidemos. Cuando fumamos, comemos demasiadas grasas o no incluimos en nuestra dieta un aporte significativo de frutas, verduras y legumbres es como si estuviéramos tirando basura en medio del bosque: estamos degradando el ecosistema.

Pero, ¿cómo podemos controlar el estado de la salud de nuestro interior? Fácil: observando nuestras heces obtenemos información directa. Además de ir al baño al menos una vez al día, hay dos parámetros sencillos de analizar: la textura y el color. La tabla de Bristol, ideada por Heaton y Lewis en la Universidad de Bristol, se utiliza en medicina para clasificar la textura de las heces humanas en siete categorías. Los tipos uno y dos indican estreñimiento, tres y cuatro son heces ideales y los tipos cinco, seis y siete tienden hacia la diarrea. Conociendo esta tabla, sería posible dar una respuesta precisa de nuestra salud intestinal nada más salir del baño.

El color de las heces también nos cuenta cómo van las cosas. La tonalidad está influida por lo que comemos, pero también nos da otras pistas. Mientras el marrón indica una buena gestión de los desechos y el verde nos dice que hemos comido muchas verduras, el amarillo puede indicar una infección o un exceso de grasa, el negro se puede deber al sangrado del tracto intestinal y el blanco a la falta de bilis. Vamos, que solo con echar un breve vistazo antes de tirar de la cadena podemos conocer el estado de la cuestión.

Estatua del Restroom Cultural Park, Corea del Sur/ Charlene Stratton.

Estatua del Restroom Cultural Park, Corea del Sur/ Charlene Stratton

Pero nuestras cacas no solo nos dan información sino que también pueden ayudar a curar. La medicina china ya las usaba en el siglo IV, pero en la occidental hace muy poco que se ha comenzado a experimentar con las heces para tratar trastornos gástricos que los antibióticos no consiguen curar. De hecho, muchas veces son los antibióticos los causantes de dichos trastornos.

Los tratamientos experimentales están confirmando que con un sencillo trasplante de heces se consigue, en muchos casos, repoblar el intestino enfermo con las bacterias de la persona sana, restableciendo así la flora intestinal perdida. La intervención consiste en trasplantar excrementos de una persona sana en el intestino de la que no lo está con el fin de acabar con las infecciones. El trasplante no conlleva muchas complicaciones. Una vez purificadas y mezcladas con leche o suero las heces del donante se introducen en el colon del receptor mediante una colonoscopia o una sonda. El tratamiento funciona. En concreto, en EEUU ya tienen el primer banco de cacas del mundo y en Suecia están desarrollando píldoras de heces.

*La exposición ‘Excreta’,  que se puede visitar en el Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, hasta finales de abril, nos habla de todo esto y mucho más sobre los excrementos en la naturaleza y en la sociedad.

 

El tesoro escondido en los excrementos marinos

Cristina Cánovas* cristina

La excreta en la naturaleza. Si escuchamos estas palabras, lo normal es imaginarse un montón de excrementos de animales repartidos por doquier. Sin embargo, es difícil suponer todo lo que da de sí este asunto.

Por ejemplo, centrémonos en la ‘reina’ de las excretas, el excremento de ballena. Estos  colosos del mar como no podía ser de otra manera, defecan a lo grande, y cuando lo hacen se convierten en auténticos fertilizadores del océano. Este estiércol marino que la naturaleza ha diseñado sabiamente para ser ‘descargado’ cerca de la superficie oceánica, contiene ingentes cantidades de hierro y nitrógeno que proceden de la dieta de la ballena: el krill. Las algas, los jardines flotantes que habitan en la capa eufótica del océano donde llegan los rayos solares, se nutren de esos elementos favoreciendo así su crecimiento y, por ende, su actividad fotosintética. Ni qué decir tiene que cuanta más fotosíntesis menos CO2, con lo que además se reduce el efecto invernadero en el mar. Un tesoro esta excreta.

Ámbar gris

Ámbar gris/MNCN

Pero para tesoros que literalmente valen su peso en oro, tenemos la excreta de un cetáceo en particular: el cachalote (Physeter macrocephalus). El animal dentado más grande que existe también es el autor de la deposición más cara, consecuencia de una mala digestión de los grandes calamares de los que se alimenta. Es conocida como ámbar gris, y lo curioso es que no es ni ámbar, ni exactamente gris. Debido a sus propiedades químicas, sí es un excelente fijador de olores, y por eso ha sido siempre tan apreciado por la industria del perfume. Hoy en día su comercio está prohibido en casi todos los países, porque el cachalote es una especie amenazada. Menuda joya de excreta.

Y hablando de excretas que son joyas, no podía faltar el adorno femenino por antonomasia, la perla. Este cuerpo blanquecino y no siempre redondo, es en realidad el resultado del instinto de protección de la ostra. Cuando entra un cuerpo extraño en su interior, lo recubre mediante capas de carbonato cálcico que va excretando hasta dar lugar al nácar, también conocido como madreperla.

Perla Peque–a

Ejemplar de perla/MNCN

Todo el mundo sabe que siempre ha sido una de las joyas más deseadas, pero lo que quizá no sea tan conocido es el papel que una perla tuvo en el romance entre Marco Antonio y Cleopatra. Cuenta Plinio el Viejo en su Historia Natural que la última reina del Antiguo Egipto, Cleopatra Filopátor Nea Thea (para abreviar Cleopatra VII), retó al militar romano a una apuesta, en la que ella le brindaría el banquete más opulento de su vida. Al finalizar éste, Marco Antonio quedó muy satisfecho pero también un tanto defraudado, pues parece que los había visto mejores. En ese momento Cleopatra, en un movimiento que bien podría ser ‘jaque al rey’ se quitó su pendiente y la delicada y valiosísima perla que adornaba su oreja se disolvió en vinagre de vino dejando estupefacto al pobre romano. Al beberse el vaso de vino más caro de la historia Cleopatra no sólo ganó la apuesta, sino que también conquistó el corazón de Marco Antonio.

Estos son solo algunos ejemplos del asombroso mundo de la excreta, y no hemos salido del agua…

*Cristina Cánovas es bióloga y coordinadora de exposiciones del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) del CSIC. Participa en el comisariado de la exposición ‘Excreta: una exposición (in)odora, (in)colora e (in)sípida’, que se puede visitar en el MNCN hasta finales de abril.