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Diatomeas: las algas que ayudan a respirar al planeta y limitan el cambio climático

Por Mar Gulis (CSIC)

Viven cautivas en cápsulas microscópicas de cristal, miden una décima parte de un milímetro y surgieron hace 240 millones de años en los océanos del Triásico, al mismo tiempo en que los primeros dinosaurios comenzaban a caminar sobre los continentes. Las diatomeas, algas unicelulares capaces de producir más oxígeno que todos los bosques amazónicos, centroafricanos e indonesios juntos, son ‘el otro pulmón’ de la Tierra.

Al igual que en los continentes, en los océanos también hay bosques y desiertos, y las diatomeas forman una parte esencial de los primeros, donde sirven de alimento para larvas, moluscos, crustáceos y peces. “Si pudiésemos acumular sobre los continentes toda la biomasa que producen las diatomeas, en tan sólo dos décadas tendríamos suficiente como para reemplazar todos los bosques tropicales del mundo”, explica Pedro Cermeño, investigador del CSIC en el Instituto de Ciencias del Mar y autor de Las diatomeas y los bosques invisibles del océano (CSIC-Catarata).

Ejemplares de algas diatomeas  ‘Coscinodiscus wailesii’ (redondas)  y de ‘Thalassiosira rotula’ (con forma de cadena). / Isabel G. Teixeira.

Otra de sus cualidades es que incrementan la eficiencia de la bomba biológica, un proceso mediante el cual los ecosistemas marinos absorben dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera y lo transfieren hacia las capas más profundas del océano, lo cual contribuye a paliar el efecto invernadero y a enfriar el clima del planeta. Según Cermeño, “la mayor parte de los microorganismos que componen el fitoplancton no superan los 0,01 milímetros de diámetro, mientras que las diatomeas pueden llegar a sobrepasar los 0,5 milímetros”. Si volvemos al símil del bosque, estas algas unicelulares son el análogo oceánico de cedros y secuoyas. Sus abultadas dimensiones y sus pesadas cápsulas de sílice hacen que se hundan rápidamente al morir. “De esta forma, aumentan sobremanera los efectos de la bomba biológica”, añade el investigador del CSIC.

Las diatomeas también han sido un componente crucial en la formación de petróleo marino. Del mismo modo que la madera de los árboles acaba transformándose en carbón mineral fósil, una fracción de la biomasa de fitoplancton, principalmente de diatomeas, se acumula en los sedimentos marinos que, con el tiempo, se convierten en petróleo.

Pero, ¿cómo alcanzaron la hegemonía de la producción primaria oceánica estas “joyas del mar”, un sobrenombre que reciben por el color dorado de sus células? Desde su origen, hace 240 millones de años, hasta que lograron convertirse en los productores primarios más importantes de los océanos, las diatomeas pasaron 200 millones de años en la retaguardia. Una de las claves de su éxito reside en haber desarrollado vacuolas de almacenamiento, “algo así como una despensa para momentos en los que los nutrientes escasean”, ilustra Cermeño. La posibilidad de acumular nutrientes en vacuolas les permitió proliferar en ambientes turbulentos como los surgidos en los océanos durante la segunda mitad del Cenozoico, hace 40 millones de años, hasta la actualidad.

Ejemplares de diatomeas ‘Guinardia flaccida‘ y ‘Guinarida delicatula’. / Isabel G. Teixeira Pedro Cermeño

Aplicaciones beneficiosas para el medioambiente

Además de regular el clima y servir de sustento a las redes tróficas marinas, en el futuro las diatomeas podrían contribuir a la sostenibilidad de la agricultura y a conseguir un consumo energético sin huella de carbono.

Las principales ventajas de su uso agrícola son que las diatomeas producen de forma natural sus propios pesticidas, que frenan la proliferación de plagas y aumentan la productividad, y pueden ser útiles en la depuración de aguas residuales, un medio muy similar al utilizado para el crecimiento de microalgas en el laboratorio. En concreto, las diatomeas son expertas en procesar nitrato, amonio, fosfato, hierro, silicio y metales pesados como el cadmio, el cromo o el cobre, a menudo abundantes en las aguas residuales. Además, sus vacuolas les permitirían resistir las posibles fluctuaciones en la composición nutricional de este medio. También liberan sustancias pegajosas, lo que favorece la formación de agregados que, junto a la alta densidad de las capsulas de sílice, facilitan la decantación y la recolección de su biomasa. Con todos estos factores se abre un campo de estudio en expansión que “podría cambiar el paisaje en torno a nuestras ciudades si el cultivo de microalgas consigue ganar terreno y convertirse en un medio de aprovechar la fotosíntesis para depurar las aguas residuales”, afirma el autor.

La comunidad científica también ha visto en el uso de las microalgas una alternativa a los combustibles fósiles, ya que pueden cultivarse en terrenos marginales o en plataformas flotantes usando aguas residuales, como se ha mencionado, o aguas saladas. “Con un suministro adecuado de luz y nutrientes, las microalgas pueden producir más de 100 toneladas de biomasa por hectárea y año, hasta 30 veces más que un cultivo agrícola convencional. La biomasa generada se convertiría en biocombustible mediante la aplicación de procesos termoquímicos que imitan las condiciones geológicas bajo las que se forma el petróleo crudo en el interior de la Tierra”, apunta el investigador.

Reducir los costes de producción de la biomasa e incrementar la eficiencia de conversión de biomasa en biocombustible son algunas de las claves para poder producir biocombustible en cantidades relevantes y a precios competitivos con los combustibles fósiles. Y, de nuevo, las diatomeas se colocan como favoritas. “Los excelentes rendimientos fotosintéticos y las altas eficiencias de conversión de biomasa a biocombustible las convierten en una de las materias primas bioenergéticas con mayor potencial: está en nuestras manos producir en minutos el petróleo que la Tierra tardó millones de años en generar”, concluye Cermeño.

 

¿Por qué se quema antes una sabana que un bosque? Cinco cuestiones sobre inflamabilidad e incendios

Por Juli G. Pausas (CSIC)*

La inflamabilidad de las especies vegetales es relevante en los incendios, aunque su papel depende de diversas condiciones. Vamos a intentar aclarar algunas cuestiones al respecto:

  • La inflamabilidad es la capacidad de prender y propagar una llama

La inflamabilidad no se debe confundir con la cantidad de biomasa, que es la carga de combustible. Es decir, una planta, una comunidad vegetal o una plantación es más inflamable que otra si, teniendo aproximadamente una misma biomasa, prende y propaga mejor el fuego.

  • Hay especies de plantas más inflamables que otras

Todas las plantas son inflamables, pero unas más que otras. Una aliaga o un brezo arde mejor que un lentisco o un alcornoque. Entre las características que incrementan la inflamabilidad nos encontramos, por ejemplo, tener hojas y ramas finas, madera ligera, retener ramas secas o tener elevado contenido en compuestos volátiles. En cambio, tener hojas gruesas y pocas ramas, gruesas y bien separadas, reduce la inflamabilidad. Árboles con abundantes ramas basales son más inflamables que árboles con las primeras ramas elevadas y con espacio entre el sotobosque y la copa.

Aliaga_incendios

La aliaga (Ulex parviflorus) es una planta muy inflamable porque casi toda la biomasa es muy fina y acumula ramas secas. / Juli G. Pausas

No obstante,  todas estas características no tienen por qué estar correlacionadas entre sí; las plantas pueden tener diferente grado de inflamabilidad según la escala en que se mire. Por ejemplo, hay algunas especies de pino que tienen una alta inflamabilidad a escala de hojas pero baja inflamabilidad en la estructura del árbol, por tener la copa elevada. Por lo tanto, en incendios poco intensos el fuego se propagará superficialmente pero no alcanzará la copa, como en el caso de incendios de sotobosque.

  • Hay comunidades vegetales más inflamables que otras

En algunas comunidades pueden dominar especies más inflamables que en otras, lo que condiciona la inflamabilidad de toda la comunidad vegetal, ya sea natural o una plantación.

Además, hay otras características que incrementan o reducen la inflamabilidad a escala de comunidad. Entre ellas podemos mencionar:

    • la continuidad y distribución de las especies muy o muy poco inflamables
    • el número de plantas muertas por sequía, por ejemplo
    • las condiciones microclimáticas que se generan dentro de la comunidad. En bosques densos dichas condiciones pueden inhibir la probabilidad de fuego
    • las condiciones topográficas. Una mayor humedad en depresiones topográficas reduce la inflamabilidad de las plantas.

Así, se quema más fácilmente un aulagar o un brezal mediterráneo que un bosque denso y sombrio; o una sabana que un bosque. Los sistemas sabana-bosque tropicales son claros ejemplos de mosaicos determinados por diferente inflamabilidad.

Pinar de pino carrasco (Pinus halepensis). No solo las hojas son bastante inflamables sino que la continuidad entre el suelo y las copas hace que todo el árbol y el pinar sea muy inflamable, y genere incendios intensos de copa. / Juli G. Pausas

  • La gestión forestal puede modificar la inflamabilidad

La gestión forestal puede modificar la estructura de los árboles, de la comunidad, y del paisaje. Reduce la cantidad de biomasa, el combustible, pero también la continuidad, y por lo tanto, la probabilidad de que se propague el fuego. Por ejemplo, tanto en bosques como en plantaciones forestales, a menudo se realizan cortas del sotobosque y de ramas inferiores de los árboles, se introduce pastoreo o se realizan quemas prescritas, todo con el objetivo de estimular el crecimiento en altura de los árboles y generar una discontinuidad vertical entre el sotobosque y la copa. De esta manera, el fuego se propaga sólo por el sotobosque, los incendios son menos intensos, y la mayoría de árboles sobrevive.

Pinar de pino_incendios

Pinar de pino laricio (Pinus nigra) con árboles que tienen baja inflamabilidad, ya que hay una discontinuidad entre el sotobosque y la copa, de manera que el fuego se propaga por la superficie y no llega a alcanzar las copas (incendios de sotobosque). / Juli G. Pausas

En matorrales, la gestión puede reducir la biomasa, pero no es fácil reducir la inflamabilidad. Las plantaciones forestales a menudo son masas densas y homogéneas de árboles, muchas veces de especies muy inflamables como eucaliptos, y por lo tanto propensas a propagar incendios. Por lo tanto, la gestión forestal es clave para reducir la cantidad de combustible y la inflamabilidad de estas plantaciones. Además, a escala de paisaje, se puede disminuir la capacidad de propagación de un incendio mediante cortafuegos y generando paisajes en mosaicos.

 

  • El tamaño de los incendios puede estar  determinado por la inflamabilidad de las especies

En general, el tamaño de un incendio está condicionado por la cantidad, continuidad, y homogeneidad de la vegetación, sea natural o plantaciones, el grado de humedad de esta, y por el viento. La inflamabilidad de las especies también es relevante en el comportamiento del fuego y el tamaño de los incendios, pero su papel relativo depende de las condiciones. En incendios poco intensos, diferencias en la inflamabilidad (ya sea por cambios en la estructura forestal debidos a la gestión, o por diferencias naturales de las especies), pueden condicionar que una zona arda o no, y por lo tanto, el tamaño del incendio. En condiciones extremas de sequía y fuertes vientos, las diferencias en inflamabilidad serán poco relevantes. Igualmente, dependiendo de las condiciones, un cortafuegos puede o no frenar un incendio.

 

Juli G. Pausas  es investigador del CSIC en el Centro de Investigaciones sobre Desertificación Incendios Forestales (CIDE), y autor del libro Incendios forestales (CSIC-La Catarata) perteneciente a la colección ¿Qué sabemos de?, disponible en la Editorial CSIC Los Libros de la Catarata.

 

Biopolímeros: los plásticos del futuro

imagen Amparo Lopez RubioPor Amparo López Rubio (CSIC)*

Los polímeros son compuestos químicos que se forman por la unión repetida de moléculas, esas partículas formadas por átomos de las que se compone la naturaleza. De un modo muy gráfico, podríamos imaginar un polímero como un plato de espaguetis. Cada espagueti sería una cadena individual del polímero formada por repeticiones de la unidad estructural mínima que se repite en los mismos, y que se llama monómero. Hay muchos tipos de polímeros, unos naturales como la seda o el caucho, y otros sintéticos, como el nailon. Ahora fijémonos en un tipo concreto: los plásticos, que son polímeros sintéticos con aditivos, o utilizando el símil anterior, los espaguetis con su salsa. Y del mismo modo que existen muchos tipos de salsas y muchos tipos de pastas, también contamos con una gran variedad de monómeros y aditivos que dotan a estos materiales de una extraordinaria versatilidad, lo que permite adaptarlos a diferentes aplicaciones, modulando sus propiedades en función del producto que queramos desarrollar. Esta gran versatilidad, unida a la posibilidad de modificarlos, o incluso combinarlos con otros materiales, ha convertido a los polímeros, y por extensión a los plásticos, en los materiales más utilizados en la actualidad en sectores tan dispares como la alimentación, la industria textil o la aeronáutica.

Sin embargo, los plásticos cuentan con dos grandes inconvenientes. El primer problema es que provienen del petróleo, un recurso no renovable, limitado y cuyas reservas se encuentran en manos de unos pocos que controlan la economía mundial. Las subidas en los precios del petróleo tienen como consecuencia plásticos más caros y, por tanto, un mayor coste para nuestros bolsillos.

El segundo gran problema está en los residuos que generan, ya que una pequeña parte de los plásticos se recicla, pero la mayoría se lleva a vertederos donde pueden tardar 400 años en descomponerse. Además, muchos de esos plásticos van a parar a los océanos, donde existen grandes acumulaciones en toda la superficie oceánica, como se demostró en la Expedición Malaspina. Esto tiene graves consecuencias, ya que estos residuos tóxicos acaban pasando a la cadena alimenticia al ser ingeridos por los peces.

Mapa-Malaspina-plasticos

Mapa de la concentración de residuos plásticos elaborado a partir de la Expedición Malaspina, que demostró que existen cinco grandes acumulaciones de residuos plásticos en el océano abierto coincidentes con los cinco grandes giros de circulación de agua superficial oceánica.

Para contrarrestar estos inconvenientes, en los últimos años se ha puesto un especial énfasis en el desarrollo de lo que se conoce como biopolímeros o bioplásticos, que son polímeros derivados de recursos naturales renovables o bien polímeros biodegradables, para sustituir, al menos de forma parcial o en determinadas aplicaciones, a los tradicionales plásticos sintéticos.

Los biopolímeros suelen agruparse en tres grandes grupos según su fuente de obtención:

  • Biopolímeros directamente extraídos de biomasa, como el almidón de las patatas, el maíz o el trigo; la celulosa; alginatos o carragenatos procedentes de algas; o el quitosano que se extrae de la cáscara de crustáceos. También se han conseguido biopolímeros a partir de proteínas de fuente animal como la gelatina y de origen vegetal (proteína de soja o gluten). Algunos de estos biopolímeros pueden procesarse utilizando tecnologías convencionales de procesado plástico. Un ejemplo es el almidón para bolsas de plástico biodegradable.
  • Los microorganismos también pueden ser de utilidad en esta búsqueda de alternativas. La celulosa bacteriana, un polímero obtenido por fermentación con microorganismos, o los polihidroxialcanoatos (PHAs), biopolímeros que algunos microorganismos acumulan como reserva de carbono y energía cuando hay limitaciones nutricionales en el medio donde viven, tienen aplicaciones como envases de larga y corta duración, implantes utilizados en medicina y productos de higiene.
  • Biopolímeros obtenidos a partir de monómeros derivados de biomasa. Es el caso del ácido poliláctico (PLA), obtenido generalmente a partir de almidón de maíz, y otros biopoliésteres. Se utilizan para diversas aplicaciones de envasado y en agricultura para fabricar mulch films o mantillos con los que cubrir los cultivos y preservarlos de los efectos del clima.

En general los biopolímeros tienen propiedades térmicas, mecánicas y de barrera a gases, aromas o vapor de agua inferiores a los polímeros sintéticos, lo cual limita o impide su uso para determinadas aplicaciones. Pero estos impedimentos pueden ser salvados y, de hecho, se está trabajando con nanotecnologías para desarrollar materiales que superen estas deficiencias.

Amparo López Rubio es investigadora del Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos (CSIC).