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Remedios alternativos y efecto placebo: ¿a ti te funciona?

enrique70Enrique J. de la Rosa (CSIC)*

Seguro que en alguna ocasión, en una charla que haya derivado hacia el tema de las dolencias y las enfermedades, alguien habrá comentado los efectos beneficiosos de un remedio alternativo: homeopatía, naturopatía, acupuntura, etc. Y si estaba presente algún escéptico que pusiera en duda su efectividad, alguien le habrá replicado: “¡Pues a mí me funciona!”. Hay que reconocer que muchas veces la persona que hace esa afirmación tiene razón, aunque la mejoría nada tenga que ver con el remedio empleado, sino más bien con las bases neurofisiológicas del efecto placebo; una muestra apasionante de la interacción de nuestra mente con nuestro cuerpo.

/Wikimedia Commons

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El efecto placebo es el conjunto de efectos beneficiosos que reporta cualquier intervención sobre una enfermedad, siempre que sintamos que está dirigida a nuestro bienestar. Puede tratarse de sustancias sin actividad terapéutica, como agua con azúcar, polvos de talco, etc. Puede ser realizada por cualquier persona sin formación sanitaria, incluso por nosotros mismos.

A pesar de que solo recientemente la ciencia está empezando a desentrañar sus mecanismos, el efecto placebo está reconocido por la medicina convencional, esto es, la medicina basada en la evidencia, desde hace tiempo. Los ensayos clínicos de nuevos medicamentos deben ser realizados «frente a placebo», salvo que haya otro tratamiento previamente disponible. Si no lo hay, hay que incluir un grupo de pacientes tratados con una sustancia placebo; es decir, tratados del mismo modo que con el fármaco que pretende incluirse en el nuevo medicamento, pero sin ninguna sustancia activa: una pastilla de talco, un jarabe de agua y azúcar, una inyección de suero salino, etc. Esto no solo encarece los ya de por sí muy costosos ensayos clínicos, sino que mantiene a un grupo de pacientes sin tratar, dejando que su enfermedad avance.

Aunque posiblemente sea uno de los ejemplos más dramáticos, permíteme utilizar un párrafo del libro de Dominique Lapierre Más grandes que el amor, sobre el ensayo clínico del primer tratamiento para el sida, el AZT, allá por 1985: “A primeros de septiembre se produjo el vigésimo fallecimiento. Los miembros del comité de ética y supervisión no tenían más que echar una ojeada a sus listas para saber a qué grupo pertenecían los muertos. De las veinte víctimas, diecinueve tomaban placebo y solo una el AZT”. Duro, ¿no? El ensayo se interrumpió y se pasó a tratar a todos los pacientes con AZT. Pero el planteamiento inicial de AZT frente a placebo era la manera de saber si realmente el AZT era un tratamiento efectivo, pues el efecto placebo puede reducir o enmascarar los síntomas de una enfermedad y facilitar su remisión.

/Richard Craig/ CC/Flickr

/Richard Craig/ CC/Flickr

¿Y qué mal puede hacer utilizar remedios sin efectividad demostrada, si gracias al efecto placebo nos vamos a sentir mejor y se va a favorecer nuestra recuperación? Tu salud no se verá afectada, pero sí tu bolsillo, por la falta de honradez de cobrarte agua con azúcar a precio similar al de un medicamento que ha superado todas las fases de ensayos clínicos. Volviendo a la pregunta original, posiblemente no te haga ningún mal acudir a los remedios alternativos si tienes alguna pequeña indisposición transitoria, de la cual tu cuerpo se recuperaría por sí mismo, o un malestar de origen poco determinado, que quizás un médico convencional tampoco vaya a tratar. Pero ándate con cuidado si tienes una enfermedad realmente grave. Te puede ir la vida en ello.

*Enrique J. de la Rosa es investigador del CSIC en el Centro de Investigaciones Biológicas y coordinador de Ciencia con chocolate’, una iniciativa de divulgación científica que se ha celebrado los últimos cuatro años con la excusa de tomar un buen chocolate.