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¿Cómo verías si fueras un perro o un periquito?

Por Elisa Pérez Badás (CSIC)*

El conocido fenómeno del arco iris se produce cuando la luz solar atraviesa las gotas de agua contenidas en la atmósfera y esta es descompuesta en la parte del espectro electromagnético que conocemos como espectro visible. Para el ojo humano, este gradiente de longitudes de onda se traduce en los siete colores fundamentales (rojo, naranja, amarillo, verde, cian, azul y violeta), comprendidos entre los 400 y 700 nanómetros del espectro. Sin embargo, otros animales son capaces de percibir luz emitida a diferentes longitudes de onda, fuera de lo que nosotros conocemos como ‘luz visible’.

Arco iris

/Alexis Dworsky.

Pero, ¿cómo funciona la visión en color en los humanos y primates más cercanos? En pocas palabras, cuando la luz solar llega a la retina, se activan unas células especializadas llamadas conos, que actúan como receptores de distintas regiones del espectro. En el caso de los humanos, existen tres tipos de conos que se activan con la llegada de luz visible, responsables de que identifiquemos los colores como rojos, azules o verdes. Nuestro sistema visual es, por tanto, tricromático. Un momento… todos sabemos que la gama de colores que podemos identificar es mucho más extensa, ¿y todo ello con solo tres receptores? La clave está en que la información recogida en las células de la retina se transmite, por medio del nervio óptico, al cerebro, donde es interpretada. ¿Qué ocurre, por ejemplo, cuando vemos un objeto azul? Cuando un objeto es azul, significa que refleja luz a longitudes de onda corta, y por tanto excita las células de la retina sensibles al ‘azul’. Sin embargo, si las células activadas son de dos o más tipos, el color que se interpreta en el cerebro dependerá, precisamente, de la proporción de receptores activados de un tipo u otro. Esto es lo que ocurre cuando nosotros percibimos un color verde-azulado, mientras que nuestro vecino asegura que es más bien azul-verdoso.

Visión comparada

Recreación de la visión de un perro (arriba-dcha), un gato (abajo-izda) y una abeja (abajo-dcha), comparado con lo que vería un humano. /Alleyesonparis.com

Otros mamíferos, como es el caso del perro, lo tienen peor para distinguir los verde-azulados. Tampoco podrán admirar todos los colores del arco iris, ya que su visión es dicromática, es decir, solo tienen dos tipos de receptores, sensibles a longitudes de onda cercanas al amarillo y al azulado-ultravioleta. Eso sí, por muchos colores que podamos distinguir, nuestro sistema visual también tiene sus limitaciones: no todo es tan ‘de color de rosa’. De hecho, los rangos de longitudes de onda a los que se activan los conos se superponen, haciendo que la capacidad visual y el poder de discriminación de la visión humana no sean tan precisos como podríamos pensar.

Las aves, por el contrario, tienen un sistema visual bastante más preciso. Poseen visión tetracromática, y por tanto incorporan un cuarto tipo de cono, que es capaz de percibir luz en el rango del ultravioleta (entre 300 y 400 nanómetros). También poseen otro tipos de conos de los que los mamíferos carecemos: los conos dobles, que otorgan otra vía de información sobre la luminosidad de los objetos totalmente desconocida para el ojo humano. Además disponen de una sustancia oleosa especializada que posiblemente confiera mayor agudeza visual. Gracias a estas particularidades de la visión en aves se ha descubierto que especies tan comunes, como el periquito o el herrerillo común, muestran en realidad colores invisibles al ojo humano, útiles para la selección de pareja.

Otros grupos animales disponen de un sistema visual completamente distinto, como el de los insectos, que agrupan varios miles de unidades receptivas en cada ojo. Es lo que se conoce como ojo compuesto. Pongamos como ejemplo las libélulas, que poseen 35.000 omatidios o unidades visuales en cada ojo, hasta 11 pigmentos receptores sensibles a la luz, y además son capaces de detectar luz polarizada.

Langosta mantis. / Charlene Mcbride via Pixbay

Pero el rey de la percepción visual es sin duda alguna la langosta mantis. Con unos 16 tipos de receptores, ojos compuestos formados por numerosas unidades visuales y la capacidad de detectar luz polarizada, los colores deben jugar un papel importante para estos crustáceos,  ya que su complejo sistema visual les permite reconocer distintos tipos de corales, presas, depredadores o competidores. No obstante, estudios recientes han mostrado que este sistema es solo temporalmente eficiente, ya que una mayor discriminación de colores requeriría un procesado neuronal demasiado complejo.

Sin duda, muchas especies poseen ojos más complejos y eficientes que los del ser humano, pero no poseen la complejidad cerebral que se requiere para integrar la información visual. Quizá estos animales tengan receptores suficientes para ver un arco iris mucho más colorido, pero desde luego, no ‘disfrutarán’ de él como lo hacemos nosotros.

*Elisa Pérez Badás es investigadora en el Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC (@liss_ael).