Claro que las mujeres son idiotasAl fin y al cabo Dios las creó a imagen y semejanza de los hombres George Elliot

Entradas etiquetadas como ‘amigas’

Hombres para todos los gustos

El sábado fui a cenar a casa de una amiga. Nos reunimos allí 10 chicas, todas de la misma edad.

Como era de esperar, uno de los temas estrella fueron los hombres. Cada una dimos nuestra visión acerca de ellos.

Hubo preguntas retóricas: ¿Por qué somos tan diferentes? ¿Quién los entiende? ¿Por qué son así, tan complicados?…

Seguidas de recriminaciones y experiencias varias que algunas expusieron como se exhiben las recetas de la termomix, con mucha pasión.

Y así estuvimos hasta que la dueña de la casa se iluminó. Se fue directa al mueble de los CD y sacó un disco de Fangoria.

«Esta canción define todas las clases de hombres habidos y por haber y los sentimientos que nosotras podemos tener hacia ellos», nos dijo orgullosa. Y la puso. El tema en cuestión se titula Hombres, y abajo pongo el vídeo y la letra.

¿Realmente creéis que tiene razón?

Hay hombres que se mueven,

hay hombres que se agitan,

hay hombres que no existen,

hay hombres que no gritan,

hay hombres que respiran,

hay hombres que se ahogan,

hay hombres que ocultan la verdad,

hay hombres que roban.

Hay quién apuesta fuerte y decide quererte,

sabiendo lo fácil que resulta perderte,

sabes que siempre estaré cerca de ti.

Hay hombres que te compran,

hay hombres que se venden,

hay hombres que recuerdan,

hay hombres que mienten,

hay hombres que prefieren no hablar,

hay hombres que no entienden.

Hay quién no tiene suerte y prefiere engañarte,

sabiendo lo fácil que resulta ganarte.

Sabes que nunca me iré lejos de ti.

Tienes que aprender a resistir,

tienes que vivir,

esto no lo tengo, esto no lo hay,

esto no lo quiero y esto que me das.

Hay quién apuesta fuerte y decide quererte,

sabiendo lo fácil que resulta perderte,

sabes que siempre estaré cerca de ti.

Hay quién no tiene suerte y prefiere engañarte,

sabiendo lo fácil qué resulta ganarte.

Sabes que nunca me iré lejos de ti.

Hoy hay luna llena y un hombre camina por ella,

hoy hay luna llena y un hombre camina por ella.

¿Buscamos un príncipe azul? Sí rotundo

Nuria lo acaba de dejar con un chico, Marcos. Llevaban tres meses juntos y a ella se le ha caído el mundo al suelo.

Ayer por la noche me llamó desesperada y me dijo: “¿Tan difícil es tener una relación normal? Dice que le ahogo, que me quiere pero que necesita su espacio. ¡Ni que me hubiera llevado el jodido cepillo de dientes a su casa! ¿Por qué los hombres son tan complicados?”.

«Tampoco le pido tanto», se quejaba.

¿Tanto? Nuria es independiente, tiene una profesión liberal y se considera moderna. Pero, como muchas mujeres de 30, no sólo quiere que la quieran, también busca un hombre que la entienda y comprenda.

Las de 30 queremos a nuestro lado un novio, un amigo, un amante, un psicólogo. Un tío que nos diga lo que queremos escuchar, que sepa en todo momento cómo tratarnos.

Que sea galante, romántico sin caer en la horterada, sensible sin ser una nenaza, que sea independiente (lo justo), que nos diga lo mucho que nos necesita, que esté pendiente de nosotras pero sin agobiarnos, que nos respete y nos lleve en bandeja y… sobre todo, que ya haya aprendido dónde está el clítoris.

Y todo eso, respetando nuestro espacio e independencia. A estas alturas, creo que hombres así sólo existen en las películas. ¿Conoces a alguno en el mundo real?

Y después de… ¿qué? (Parte 2)

En una alocada noche de sábado, Paula ligó. El chico, encantador y guapetón. Empezaron a tontear hasta él que se la llevó a casa.

En la tranquilidad de su sofá la invitó a otra copa, charlaron, rieron, escucharon música y tontearon aún más.

Después la acarició con ternura, la besó con pasión, le quitó la ropa con cuidado, marcando tempos.

Hacia las 4 de la madrugada la empezó a penetrar. Una, dos y hasta tres veces. Todo con calma. Hasta que se quedaron dormidos.

Y, por si fuera poco, aún tenían todo el domingo por delante. Pero Paula se despertó de sopetón. Eran las 11 de la mañana y se dio cuenta de que estaba durmiendo al lado de un desconocido. ¡Y se sentía a gusto!

“Me dio miedo. Estaba despeinada, sin maquillaje, con el rímel corrido. ¿Y si no le gustaba sin pintar y sin copas que te desinhiben de por medio? Sigilosamente recogí mi ropa, me vestí y hui de aquella casa. No le dije ni adiós”, me explica medio compungida.

Pero cuando Paula estaba llegando a la puerta él se despertó. «Me voy», dijo ella. «Vale», le respondió él con cara de pocos amigos.

Paula se arrepiente ahora de haberse ido de Villa Viciosa sin decir ni mú. Cree que ha perdido un gran día de domingo.

El otro día se volvió cruzar con él, era por la tarde. Se saludaron cortésmente y… Nada más.

Se masturba en el trabajo (Parte 2)

“¿Pero dónde te tocas? ¿En el lavabo?”, le pregunta María.

Paula insiste: “¿No tienes miedo a que alguien te vea?

Nuria, la más moderna del grupo, añade: “Yo oí a un tío cascándosela en mi oficina, pero de ahí a hacerlo yo… Va un trecho”.

Y Sonia, muy correcta y orgullosa, como casi siempre, nos suelta: “No. Lo hago en mi despacho, y espero a las 10 de la mañana«.

Argumenta, riéndose, que «es el momento idóneo: los jefes aún no han llegado, la secretaria sale a desayunar y la recepcionista está haciendo recados. Así nadie me puede ver”.

Es lista y precavida, la niña. Y parece feliz. También creo que es muy morbosa. ¿Y si hay cámaras?

Lo cierto, según me explicó después, más relajada, es que no practica sexo con su marido.

Sólo lo hacen cuatro veces al mes, los sábados . “Entre semana estamos cansados. Que si trabajar, poner la lavadora, hacer la compra, la comida y la cena, barrer, fregar, poner el lavaplatos… Es agotador”, dice.

Pues menos mal, y eso sólo llevan tres años casados. Lo que yo creo que le parece agotador es hacerlo con su marido.

Si se le pusiera delante el médico de Anatomía de Grey otro gallo cantaría…

Se masturba en el trabajo (Parte 1)

Sonia es casi perfecta. Economista, trabaja en una prestigiosa empresa. Es rubia, ojos verdes, está (in)felizmente casada…

Su voz es tan dulce que insulta cuando dice lo que dice, sentencias tan reales como crueles. Y con su imagen de Virgen María desmonta a cualquiera.

Es una de mis mejores amigas. Ayer cenamos todas, las cinco, en nuestro restaurante japonés favorito.

Todo transcurría tranquilo hasta que entre sushis, niguiris y makis lo soltó: “Me hago pajas en mi despacho”.

Me la imaginé dándole al manubrio. Se me atragantó el wasabi y la soja. Los palillos casi se me doblan del susto.

No puede ser. Ella es como los padres, que nunca follan. “Sonia, tú no te haces pajas, tú te tocas”, le dijo María.

Sonia clavó sus ojos verdes en todas y cada una de nosotras, se atusó el pelo, se puso más tiesa que un palo e insistió: “Ni dedetes, ni tocarme. Me hago pajas en mi despacho mientras miro vídeos del médico guaperas de Anatomia de Grey en el youtube. Ya os pasaré los enlaces”. Nos reímos.

Allí empezó una acalorada, y nunca mejor dicho, ronda de preguntas.

Mi primera cana

Mírala. No puede ser. Ahí está. Firme, lisa, dura, orgullosa, larga y… Blanca. Blanca como la nieve… O más.

¿Cómo puedo tener una cana? Soy una vieja. ¡Dios, tengo una cana! Y no podría salir en otro sitio, no. En la sien izquierda, con alevosía… Ahí, para que se vea bien.

Me vuelvo a mirar en el espejo, a ver si todo es una ilusión óptica. Nada. Es la cruda realidad.

Llamo a mis amigas. “Soy objeto de la mayor injusticia de la semana. Me ha salido una cana”, les digo. Y se ríen de mí. “Tíñetela, mujer”, me responden. Seguro que ellas tienen y me lo han escondido. Fijo.

Quedo con mi madre y se lo suelto. “Mamá, mira. Tengo una cana”, pongo voz trágica y cara de pena, con las madres va bien hacerse la víctima.

Pero no puede ser más cruel: “Joder. ¡Y qué gorda! Bueno, hija, es que ya vas teniendo una edad…”.

Toma bofetada sin mano, que son las que más duelen. Y me la da mi madre, mi señora madre. La misma que a mis 30 añazos me sigue llamando popoletas, cuqui, cuchi, fuffyfuffy y demás horteradas varias.

Va a ser verdad. Me hago mayor, ¡y me da vértigo!

Pero si soy una niña aún… No tengo hijos, no tengo hipoteca, no tengo nada de nada… Voy a llamar a mi peluquera. Le diré que me tiña, que tengo una crisis y que…

Quiero cambiar de imagen.