Claro que las mujeres son idiotasAl fin y al cabo Dios las creó a imagen y semejanza de los hombres George Elliot

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La hora coca cola ‘light’ existe

Hace años, creo que en los 90, un refresco puso en marcha una exitosa campaña publicitaria: La hora coca cola light. En ella, varias oficinistas esperaban el momento del desayuno de los obreros que trabajaban en su edificio (o del limpiador de cristales, según las versiones).

El anuncio era este:

Entonces, yo era una tierna adolescente con las hormonas lo suficientemente desarrolladas como para saber que el tío estaba cañón-cañón.

Igualmente, era inocente y creía que cosas así no sucedían en los lugares de trabajo. ¡Cuán equivocada estaba!

En el edificio donde está mi oficina pasa algo similar. Todos los miércoles, hacia las 12 tiene lugar el día D- hora H que yo, hasta hoy, desconocía. Y la puerta está bloqueada por un grupo de unas siete u ocho mujeres.

Este mediodía le he preguntado al portero por qué había tanta fémina suelta por ahí. «Pero Carlota, ¿no lo sabes? Yo pensaba que bajabas por lo mismo que ellas», me ha respondido. Y me lo ha explicado todo.

Me ha comentado que en una de las plantas, los miércoles recibe la visita de un ejecutivo extranjero (danés o algo así) que las lleva a todas loquitas.

Al poco rato ha bajado el muchachote. Alto, fuerte, castaño con ojos claros, sonrisa blanca, radiante y amable… Un hombretón.

Vamos, que el miércoles que viene, hacia el mediodía, estaré como un clavo en la puerta.

Con la cabeza en otro sitio

Estos días no he actualizado el blog porque mi cuerpo, mi mente y mi espíritu se han fundido en uno. Lo han hecho aquí:

aquí:

y aquí:

Como es tradición con mis amigas, hemos dado la bienvenida al verano con un viaje. Y, como es tradición también, nos hemos largado a Ses Illes més belles des món (con todo nuestro respeto a todas las demás), las Baleares.

Nuestros objetivos durante estos días, y no por este orden: dormir, comer, tomar el sol, bañarnos en el mar, salir y pasarlo bien. Los hemos cumplido, y con creces.

La lástima es cuando vuelves a casa, con un elegante y suave morenito matizado a base de cremas protectoras de factor 50, que una es muy blanca, y te das de bruces con la cruda realidad.

Día soleado y tener que trabajar. Ver como los estudiantes están de vacaciones y van a la playa mientras tú te diriges a la oficina. Ir a coger el Cercanías y notar como un palomo defeca en tu hombro.

Así está siendo mi primer día post vacacional. Ni que decir que tras la experiencia con la paloma he tenido que volver a casa a cambiarme la camisa…

¿Nos gusta que nos hagan sufrir?

Tengo un amigo que sostiene que a las chicas nos gustan más «los cabroncetes que los buenos tíos». Yo siempre he sostenido que no es así. Me gusta que me lleven en bandeja y sentirme como una reina.

Pero ayer dudé. Mientras miraba unos capítulos atrasados de House me dio por pensar quién me atrae más. Si House o Wilson.

Me decidí por el primero. Su sarcasmo, su mala leche y ese puntito de hijoputa me parecen muy sexies. No sé por qué.

Es más, con esos ojitos azules le encuentro hasta atractivo y, por qué no, guapo. Supongo que esto último es porque por el halo que les da a muchos el salir por la tele. Y, claro, te montas el cuento de la lechera y te ‘enamoras’ del personaje, que no de la persona.

Porque no debemos olvidar que House es Roger Charleston en una de mis películas favoritas, Los amigos de Peter. Y, aunque la he visto millones y millones de veces, nunca había mirado lascivamente a Hugh Laurie. Al contrario, me parecía más soso que un trozo de merluza hervido sin sal ni laurel.

En cambio, Wilson… Ahora no me pone tanto (por no decir nada). Y eso que cuando interpretó al pobre Neil Perry en El club de los poetas muertos me tenía loquita…

Pero ahora, ni frío ni calor. Diría incluso que me aburre.

¿Tendrá razón mi amigo y nos gustan malotes?

Quiero más bodas bacanales (Parte 2)

Con mucha demora, por la que me quiero volver a disculpar, os quiero contar cómo acabó la boda de mi prima.

Efectivamente, mi amiga y el canoso-morboso no pertrecharon el acto, todavía. No tenían condones a mano.

Así que, todos, entre risas, decidimos ingerir el pato estriado que nos pusieron por segundo plato y por el que, seguro, mi prima había pagado una pasta.

La merienda-cena transcurrió con alegría en la mesa calificada como “la de los amigos solteros”, de la que yo siempre formo parte.

Así, se comió poco, se bebió mucho y se rió más. Llegado el postre, un pastel que no probé, el canoso desapareció por arte de magia tras mirar a mi amiga. Ella también fue abducida en décimas de segundo.

No supe de ella hasta un cuarto de hora después, cuando mi prima, medio escandalizada, me vino a buscar. “Controla lo que hace tu acompañante. Está abajo”, me dijo mientras yo estaba intentado robar un paquete de tabaco de otra mesa.

Pensé lo peor, que les había dado un arranque de exhibicionismo a ella y su nuevo fichaje y estaban dándole que te pego en el hall.

Bajé hasta allí y no les encontré. Hasta que, de golpe y porrazo, la vi salir del baño adaptado. “Calla, qué vergüenza. Tu prima nos ha pillado cabalgando”, fue lo primero que atinó a decir mientras recogía las lentejuelas de su vestido.

“¿No habéis cerrado la puerta? ¿Qué habéis hecho cuando la habéis visto?”, dije partiéndome de risa. Me respondió rotunda: “Pues seguir. ¿Qué vamos a hacer?”.

Localizada mi amiga, con tabaco recién robado en mi bolso y una barra libre esperando, ¿qué hacía yo allí abajo, al lado de los baños? Decidí subir a la sala donde se realizaba el baile.

Había costado arrancar, pero a las 4 de la mañana mi cuerpo pedía más fiesta. sólo había un problema: la sala cerraba… Antes de irme, recogí a mi amiga y sonreí al maitre, un chico bastante atractivo que no me quitó ojo en toda la noche.

En la puerta del restaurante se me acercó y me regaló una rosa del jardín. Muy bucólico todo hasta que mi prima se presentó. “¿Qué haces que no estás con tu recién estrenado marido?”, le pregunté. A lo que me respondió: “Arreglando tu futuro”.

Le al chico tendió un papel en el que, según me dijo después, estaba escrito mi número de teléfono.

El maitre me ha llamado un par de veces. Quiere quedar. Yo le he dicho que no.

Quiero más bodas bacanales (parte 1)

Quien se inventó la frase «la realidad supera la ficción» se quedó corto. Muy corto. Cortísimo. Y si hubiera sido uno de los invitados de la boda a la que fui el sábado se habría dado cuenta de ello.

La tarde empezó muy romántica, en una preciosa iglesia y acabó como una auténtica bacanal en el elitista restaurante.

Sabéis que yo no daba un duro por esa celebración (si no contamos los 300 euros que solté en la cuenta bancaria de los novios y los 20 euros de la peluqueria, el traje, lo aproveché de una boda anterior, que no está el horno para bollos y para algo se lleva el rollo vintage, ¿no?) pero al final tengo que reconocer que el esfuerzo valió la pena.

Ver a la abuela del novio, medio borracha o borracha entera, bailando como una descosida el Walking on sunshine, de Katrina and the Waves no tiene precio.

La señora hacía movimientos espasmódicos, jaleada por los amigos de los novios. Estaba pletórica. Pero la pobre no acabó bien la noche. Una ambulancia la vino a buscar al restaurante: se rompió algo cuando fue al baño. Un mal pis le jodió la velada. Eran las once y media de la noche.

Mejor le fue a la amiga que me acompañó, que ligó (por decirlo finamente) con un canoso de muy buen ver, amigo del ya marido de mi prima segunda. Una sonrisita por aquí, otra por allí y un «si quieres, nos vemos en el baño». Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos, entre los entremeses y el primer plato.

«Carlota, bajo un momento», me dijo con la mirada puesta en el canosito. «Por supuesto, tómate tu tiempo», le respondí sonriendo en dirección al chaval, que ya bajaba las escaleras.

Y me quedé mirando a la mesa de los niños, que tenía justo enfrente. ¿Sabrán ellos lo que se cuece en los servicios de este restaurante?, me pregunté mientras veía como engullían su plato de macarrones.

Un golpe seco en la frente rompió mi ensimismamiento. Le sucedió otro, y otro, y otro. Eran los críos. Me habían adoptado como diana y se divertían tirándome las piedrecitas del barroco centro de mesa. Y sus padres, riéndoles la gracia.

Menuda metáfora: mi amiga echando un quiqui y yo, el objetivo del centro de tiro del chiquipark. Necesitaba una solución, al menos tenía que parar los golpes, y fui a lo que casi nunca falla: el soborno.

Saqué un billete y me acerqué a la chiquimesa. «Os doy cinco euros para chuches si paráis con las piedrecitas», les solté con una sonrisa de oreja a oreja. «Vale», me dijeron los tres o cuatro bombarderos.

Superado el primer problema, me llegó el segundo. Mi amiga me tiraba de la americana del esmoquin. Iba algo despeinada, pero todo lo demás en su sitio. «Joder, hija, qué rapidez», le dije. «No, no… Si es que no…», me respondió.

¿Qué le habría pasado?

Lo que faltaba. Voy de boda

Ya lo dicen, ya. Las desgracias nunca vienen solas. Y es que después de dos semanas un poco fastidiada de salud (dolores varios y un resfriado de tres pares de narices) este fin de semana me toca ir de boda.

Se casa una prima segunda y, como no, me ha invitado. A veces dudo si este tipo de invitaciones son «de corazón» o son para sacarte cuatro perras. No dejan de ser personas con las que has tenido un roce mínimo.

No se trata de una prima-hermana, ni de una amiga, ni de alguien con quien hayas convivido o quieras… Es una prima segunda, con la que he coincidido básicamente en BBC (Bodas, bautizos y comuniones).

Muchos pensaréis que yo podría haber rechazado la invitación. Cierto. Pero, me pilló de flojera y, en según qué momentos, no sé decir que no.

Además, me aseguró que podía llevar «a un amigo, o amiga, o lo que quieras… Como eres tan rarita». Así que le respondí que iría con un par de colegas. Al menos tendremos barra libre. Y si yo soy rarita, ella que lo pague.

En fin, que nunca me han gustado estos acontecimientos. De hecho, según cuenta la leyenda familiar, mi primer gran enfado fue en mi bautizo. Yo, como cabe de esperar, no lo recuerdo.

El segundo, y este sí que lo tengo en mi memoria, fue en la primera comunión. Asqueada de tener que ir con un vestidito (obligué a mis padrinos a que al menos me lo compraran corto) blanco y rosa, exigí a mi madre lucir mis relucientes zapatos de charol negro. Mis favoritos.

La cosa acabó mal. Me tragué la hostia antes de entrar a la iglesia.

Ah! Al final llevé los zapatos blancos que me habían comprado mis padres para la ocasión. Semanas después los llevamos al zapatero y los teñimos de negro. Aún deben correr por casa…

San Valentín ya pasó

Por fin es el día después. San Valentín ya ha pasado, como siempre, a todo gas y anunciándose a bombo y platillo. No me gusta esta fecha. Y no porque no sea romántica, que lo soy. Ni porque sea una amargada, que no lo soy.

Quizás por esta idea idealizada que tengo del amor, cuando he tenido pareja me he esforzado porque fuera san Valentín a cada momento, cada día.

Creo que las relaciones se han de cuidar minuto a minuto, y no una, dos o tres veces al año. Cuando quieres, quieres siempre y para siempre (o al menos eso crees).

Hoy leía unas declaraciones que la modelo Heidi Klum, una de las mujeres más bellas que hay en la capa de la tierra, hacía a la edición francesa de la revista Elle.

Ella prefiere «hacer de cada día de mi vida uno especial». Quizás por eso la modelo y su marido, el atractivísimo Seal, ayer pasaron la velada en casa.

¿Cómo lo vivisteis vosotros?

La banda sonora del amor

Un amigo mío está preparando una velada romántica para su pareja y me ha pedido consejo.

Entre risas, le he recomendado que le haga un striptease. Me parece muy erótico que tu chico se desnude para ti al ritmo de la música. ¿Por qué siempre lo tenemos que hacer nosotras?

Pero él ha rechazado mi idea. «Me sentiría ridículo haciéndolo», me ha dicho. Y ha añadido: «Ya sabes que bailo peor que un pato mareado. ¿Y si le preparo una suculenta cena con velitas?».

He asentido y he considerado que era otra opción. Más manida quizás, pero igualmente deseable y dignísima de agradecer. Sobre todo si llega de la mano de la persona a la que amas.

Una vez solucionado el qué, mi amigo necesita más ayuda. Quiere hacer un CD con canciones para que sea la banda sonora de la noche de autos.

He estado pensando en temas que, desde mi punto de vista, desprenden erotismo. Sé que la letra de algunas no es la más adecuada pero la música me connota pasión y amor.

De momento he hecho una minilista. Es esta:

Sour times o Glory Box, ambas de Portishead.

Rent, de Pet Shop Boys.

Somewhere only we know, de Keane.

joga, de Björk.

One, de U2.

Erotic, de Madonna.

Despierta, mi vida, de Luz Casal.

¿Cuál más añado?