Dicen los cirujanos plásticos que hacen gluteoplastias -vamos camino de que te puedan preguntar por la calle si el trasero que mueves es tuyo o te lo han pegado- que los culos más solicitados por ellos es el de Antonio Banderas y el que ellas quieren es el de Jennifer López. Increíble pero cierto.
Lo de copiarle el trasero a Banderas lo puedo entender, pero desear tener el culazo de la López se me hace cuesta arriba, porque es un culo enorme, aunque para gustos están los colores, y no me voy a meter yo ahora con lo que les puede o no gustar a los hombres.
Precisamente, el hecho de que la actriz decidiera hace ya unos años, bastantes, asegurar su trasero en unos cuantos millones de dólares, llevó a la sexóloga y profesora de la Universidad de Bremen, Ingelore Ebberfeld, a investigar y a escribir un estudio que tituló El erotismo de las nalgas.
Halló el origen de la atracción del trasero femenino en la prehistoria de la especie humana: los monos. «Las hembras atraen a los machos moviendo el culo y la hembra es fecundada por detrás», escribió esta profesora, para quien el desarrollo de la civilización dotó a la mujer de algo más que instinto animal: «Aprendimos a conocer los secretos que encierra el cuerpo. Sabemos lo que tenemos y hemos convertido el trasero en nuestra principal arma erótica». Ebberfeld reconoce que el impulso de observar los glúteos es incontrolable y que procede de una época de la evolución en la que la mirada y el pompis se encontraban a la misma altura.
En todas las épocas de la historia los glúteos de la mujer han sido el arma poderosa para atraer las miradas masculinas y provocar el deseo, afirma. La atracción por el de los hombres es mucho más reciente.
Las marcas de lencería también han sabido aprovechar el boom de hacer parecer lo que uno no es, poniendo parches y sujeciones que consiguen culos redondos y respingones, sin necesidad de pasar por el quirófano o inyectarse ácido hialurónico, que ahora es la panacea para estar más guapos.