Fin de las vacaciones para la mayoría de la gente, que ha vuelto a su lugar de residencia habitual y a su trabajo -el que tenga el lujo de no haberlo perdido- para seguir haciendo básicamente lo mismo que hace un mes.
Una excepción, habrá muchas más, pero apunto esta. Unos amigos de Madrid, que durante el mes de agosto han alquilado una casa en el lugar donde yo vivo, se llevan ración y media de economía colaborativa, trueque de productos y alimentos y conocimientos varios sobre los grupos de consumo y un montón de iniciativas que la gente se busca para hace la vida más barata, eficiente y respetuosa con el medio ambiente.
También se han llevado la idea de hacer una huerta en casa, aunque sea en la terraza -dicen-, porque han conocido a gente que lo hace y come lo que produce. Este año ha sido la primera vez que he puesto huerto propio. Como novata no me atreví a plantar mucho, por si no salían, pero que va, todo lo contrario, han salido tomates que saben a tomates, calabacines riquísimos que parecían las estacas de Pedro Picapiedra, de lo grandes que han sido y pimientos, además de hierbas para la cocina como el perejil, la albahaca, el tomillo cocinero o el romero. Y como ando metida en una feria, desde que descubrí que es mejor compartir que poseer, parte de lo que me ha dado la huerta lo he cambiado por lo que yo no tengo, en un trasiego constante con mis paisanos.
Pero sobre todo, les ha parecido un hallazgo que compartir es mejor que poseer, que es en lo que se basa el consumo colaborativo, y se llevan un montón de iniciativas para compartir coche, intercambiar la casa en vacaciones o viajar de otra forma más cercana a la gente y más económica.