De Alberto Ruiz Gallardón, que anoche estuvo en televisión porque la gente tenía una pregunta para él (estaba ahí hasta el camarero del restaurante mexicano al que mi marido y yo vamos a cenar algunos domingos, pero no le dio tiempo a preguntar. Lástima).
Qué gran profesional es ARG. Qué sereno, qué elegante, qué culto y qué leal. Un señor muy preparado que cita a Pascal -«Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes»-, a Ortega, a Madariaga. Que cita a Pascal sin dar su nombre, sin caer en esa pedantería que tanto le han criticado, y se limita a dejar caer un «como dijo un poeta francés…»
ARG, que mueve la naricilla en lo que parece un tic involuntario cuando le preguntan sobre Esperanza Aguirre, el libro de su suegro falangista o sobre si prefiere a Obama o a McCain (nos quedamos sin saberlo).
Si es que hay algo involuntario en ARG, claro. Ni siquiera creo que lo fuera el uso de ‘sangrante’ para referirise al aborto. Un adjetivo que, de primeras, pudiera parecer un desliz desafortunado si no fuera porque enlaza directamente con esa corriente gráfica tan Provida, con esas imágenes de los fetos en tarros y otras barbaridades que tanto les gusta a ellos sacar en pancartas de vez en cuando.
Nada es casual en ARG. Ni siquiera su juego con la corbata roja, asomando por la solapa abierta, y que dejaba bien claro que él, pese a lo que pueda parecer, él es un rebelde. Porque El Mundo le hizo así.
That’s Entertainment!