Angelino se va a que le gradúen la vista. Pobre Angelino. Le ha durado poco el estrellato al muchachito repelente que simulaba una mirada ingenua sobre una realidad mugrienta hecha de retales de tomates pasados de fecha, objetos perdidos caídos de una noria en marcha y protestas vecinales con faltas de ortografía.
Angelino lo ha intentado. Pero no ha podido ser. Por suerte. Ahora le va a tocar ponerse las gafas de sol y esconderse una temporada en algún lugar seguro donde no escuche las voces de la mujer en Off que le añadía un punto picante a la confitura de tomate. Donde no pueda ver el canalillo generoso de la Alcaide, que para Angelino ha sido un camino al cadalso.
¡No hay manera de levantar esto con famosos. Ponte las gafas de ver políticos, Angelino!
(Y nada, un desastre. La audiencia tampoco respondía)
¡Ponte las gafas de populista, Angelino!
(Ni por esas)
¡QUÍTATE LAS GAFAS, ANGELINO, QUE TE VAMOS A METER UNA HOSTIA QUE VAS A SALIR VOLANDO!
(Fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiu… ahí va).
El fracaso de Las Gafas de Angelino demuestra que no toda la basura es comestible. Que las miradas impostadas no funcionan. Que Carmen Alcaide no era la clave del éxito de Aquí hay tomate (y que España, todo sea dicho, no es tan de siesta con tetas como yo esperaba).
No habrá lágrimas esta tarde como las que se derramaron en el fin del Tomate. Nadie llorará a Angelino. Pero que nadie lo celebre. Su marcha no significa que las cosas hayan mejorado. Todo lo contrario. Las Gafas de Angelino salen volando por la ventana porque no aportan absolutamente nada nuevo a su cadena. Porque, en realidad, hace meses que estamos viendo un canal 24 horas llamado Las Gafas de Telecinco. Y ese sí que funciona.
Aunque, la verdad, no sé si me acostumbro a seguir comiendo mierda sin echarle Tomate. No me sabe igual.