Fatty Arbuckle era una estrella. Acababa de firmar un contrato que lo convertía en el actor mejor pagado del cine mudo del momento, y decidió celebrarlo con una fiesta con un par de amigos, chicas y alcohol.
[Chicas, alcohol, chicas, alcohol, botellas de champagne, chicas, botellas de champagne dentro de una chica, MÁS ALCOHOL, chicas-chicas-chicas. Hey, chicas, ¡ALCOHOL!, más adentro la botella de champagne, chicas, hey, hey. Sangre. SANGRE. Alcohol. Champagne. Sangre. Chicas; ¡UY! una muerta.]
Alfonso XIII – ya derrocado rey de España y gran pornógrafo – estaba pasando una temporada en Hollywood, en la casa del actor Douglas Fairbanks quien, como excelente anfitrión, un día le preguntó:
Douglas Fairbanks: Majestad, ¿hay alguna estrella de Hollywood a quien desee conocer?
Alfonso XIII: ¡A Fatty Arbuckle!
Douglas Fairbanks: Mmmmm, vaya, Majestad. Me temo que eso no va a ser posible: desde que Fatty violó a aquella chica con una botella de champagne y le provocó una hemorragia de muerte (literal), Fatty no es – precisamente – un personaje popular en Hollywood.
Alfonso XIII: ¡Qué injusticia! Eso le podría haber pasado a cualquiera de nosotros.
Así lo cuenta la maravillosa Anita Loos en su libro de memorias, «Adiós a Hollywood con un beso»:
(…)Pero cuando Doug mencionó aquel escándalo, Alfonso replicó:
– ¡Qué injusticia! Eso le podría haber pasado a cualquiera de nosotros.
Yo no veía mucha cultura en que un rey quisiera asociarse con Fatty Arbuckle.