Hace unos meses escribí aquí, a propósito del estreno de «El Hormiguero» a diario, ésto:
Toño, el guionista del programa; un tetrapléjico que hacía chistes sobre su condición, con ese humor negro que sólo se consiente a los lisiados sobre sí mismos, como si no ofendieran a otros en su misma situación. O incluso a mí, que quedé repugnado por el espectáculo que no es humor, es bufonada. Una bufonada patética. Y cruel para aquellos que, con todo el derecho, no compartan su sentido del humor autoparódico.
Y me quedé tan ancho.
Bien, ayer vi a Toño por segunda vez en el programa. Y me gustó. Porque no se limitó a hacer chistes sobre el asunto de su parálisis, sino que demostró que es un tipo que tiene gracia para hablar de lo que sea, para contar historias con ingenio y mirarlo todo con acidez. Quizás me apresuré a juzgarlo en su primera intervención, que trataba de ser sólo una presentación de impacto. O a lo peor me equivoco ahora y lo que vi ayer es la excepción. Sea como sea, ayer me pareció un tipo adorable. Y mientras lo veía, me sentía fatal al acordarme de lo que había escrito sobre él. Por eso hoy quería pedirle perdón. Porque me equivoqué. Yo también me equivoco. Mogollón.