Anoche, leyendo el reportaje de EPS sobre Sarah Jessica Parker (fabulosa sesión fotográfica con gran grano en la barbilla), pensé en ese momento en que – de repente, en la treintena – uno se da cuenta de que «hasta aquí hemos llegado» y «a partir de ahora, todo es decadencia«.
Ese momento en que pensamos que ya dimos y obtuvimos lo mejor de nosotros y la vida, de nuestro talento y del entusiasmo ajeno y sólo nos queda saber cómo vamos a sobrevivir y de qué coño vamos a morirnos.
Anoche, ya véis, tuve un fugaz arranque de oscura lucidez.
Pensé en Sarah Jessica, en su mediocre carrera como actriz cinematográfica, hasta que llegó ‘Sex and the city’ y todo cambió.
En Anita Obregón (esa cincuentona famosa internacional según los tabloides británicos), que lo intentó todo (todo es TODO) para triunfar en el cine como actriz y tuvo que esperar a la televisión para enderezar su maltrecha carrera.
En Candice Bergen, cuando ya en la cincuentena, descubrió que se habían acabado los papeles dignos de ella y entonces llegó ‘Murphy Brown‘.
En Liza Minelli, cuando le dieron la oportunidad de protagonizar un reality semanal junto a su último exmarido, el muppet; oportunidad que desaprovechó (y es que los lanzamientos de botellas de vodka vacías no dan demasiado bien en cámara).
En Mercedes Milá, periodista de prestigio olvidada en un rincón, que guardó la reputación en el mismo cajón que el secador de pelo y volvió a la vida gracias a Gran Hermano (tampoco nadie le preguntó a Lázaro si el precio a pagar por volver a la vida era demasiado alto…)
Pensé en todas ellas en medio de mi tenebroso arranque de honestidad brutal, me serví un whisky con poco hielo y me animé. No hay nada como pensar (y si es con poco hielo, mejor que mejor).