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Xiomara en el muy lejano paraíso

Por Javier Fernández Espada (Colombia, MSF)

Xiomara vive en Urabá, un trocito del paraíso cerca de la frontera con Panamá. Más concretamente en una de las pequeñas cuencas que vierten sus aguas en el río Atrato, uno de tantos ríos grandes como pequeños mares que vierten constantemente miles de litros de agua al mar.

Ríos como el Atrato son los que nutren la literatura colombiana de historias fluviales como la de Florentino Ariza, que decidió surcar durante el resto de su vida uno de estos ríos junto a su amada Fermina y enarbolando la bandera del cólera, hace pocos años más temida que la de los piratas.

Conocí a Xiomara hace un par de semanas, ella vive en un pueblo muy pequeñito, apenas de unas 40 familias y como no podía ser de otra manera no tienen energía eléctrica, ni agua corriente, ni medios de comunicación… “ni falta que me hacen”, me protesta Xiomara. Su familia lleva viviendo varias generaciones en las cuencas del Bajo Atrato y no han necesitado nunca energía eléctrica porque de noche lo que hacen es dormir; estudiar, trabajar, leer… esas cosas se hacen de día.

Tampoco el agua corriente ha sido un mayor problema, es cierto que en ocasiones el agua del pozo no reúne muy buenas condiciones, pero es básicamente buena y nunca falta. Los medios de comunicación son a veces un problema mayor, a ella le gustaría contactar más con su hermana que hace años se mudó a vivir a Medellín, pero las cartas, aunque lentas, siempre acaban llegando.

Ella está cansada, pues acaba de llegar de un largo camino desde Apartadó. Para venir de Apartadó primero tuvo que coger un autobús que en dos horas la dejó en Turbo, el pueblo portuario desde donde tomó un bote hasta llegar a Riosucio, cabecera del municipio donde ella vive.

Ese segundo transporte, ahora fluvial, le tomó cuatro horas, después tuvo que pasar dos noches en Riosucio y tomar otra lancha que en cuatro horas más la dejó en su pueblo. Esta vez tuvo suerte pues hay veces que la lancha sólo pasa una vez a la semana. En total el viaje le tomó tres días y aproximadamente la mitad de sus ingresos mensuales trabajando en la tiendecita comunal.

Su hija enfermó hace unas semanas, y estuvo aguantando con algunos medicamentos que le aconsejaron pero, cuando las diarreas y los vómitos no pararon después de 15 días, Xiomara decidió llevar a su hija al hospital de Apartadó, el único hospital cercano donde podían atender a la niña. Llegar hasta el hospital sólo le tomó dos días. Poquito. Pero aunque la enfermedad de la niña es grave, madre e hija llegaron a tiempo de que la pequeña recibiera un buen tratamiento y ahora se está recuperando satisfactoriamente.

Por supuesto en el pueblo de Xiomara no hay médico, ni enfermero, ni promotor de salud, ni siquiera un triste radio para avisar a alguien cuando alguien del pueblo se está muriendo. Y esto sí que le molesta a Xiomara: ella no necesita ni electricidad, ni internet pero sí que necesita acceso a la salud, y las distancias son tan largas y los servicios que salud tan cortos que la diferencia entre vivir y morir se mide por kilómetros.

Ella no recuerda la última vez que un médico visitó la cuenca. “Quizás no la hayan visitado nunca”, se lamenta. Una visita al mes les prevendría de muchos problemas, el de su hijita que sigue en el hospital de Apartadó, la muerte de su vecino que murió por una infección que se extendió durante semanas o el fallecimiento de aquel señor grandote que tardó dos días en llegar al hospital cuando tenía un herida abierta que necesitaba ser cerrada en minutos.

Ahora mismo no me acuerdo del nombre de ese afluente ni tampoco del nombre del pueblecito, pero la verdad es que no es imprescindible para terminar esta historia; probablemente Xiomara tampoco se llama Xiomara, qué más da, se podría llamar de miles de maneras diferentes y la historia sería la misma.

Más aún, todos estos sitios podrían ser lugares de ficción y Xiomara no haber existido jamás pero la historia no cambiaría para nada. Los personajes de la historia que son reales son la niña, el vecino y el señor grandote. Ellos y otros miles y miles de colombianos que sufren necesidades sanitarias por falta de acceso médico, por vivir muy lejos de los recursos, capacidades y voluntades de las estructuras de salud.

(Fotos: Departamento de Nariño. © Juan Carlos Tomasi)