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Terremoto en Nepal: dos de cada cinco afectados son niños

Por Rose Foley de UNICEF desde Nepal.

El terremoto en Nepal ha provocado una crisis humanitaria de una escala abrumadora, especialmente para los niños. Dos de cada cinco personas afectadas por la emergencia tienen menos de 18 años. Los niños que cada día conocemos mis compañeros y yo, nos cuentan unas historias que nos rompen el corazón.

Es el caso de Punya, una niña de 7 años que estuvo atrapada durante 36 horas después del terremoto. La encontraron entre dos cadáveres. Ella se salvó, pero tuvieron que amputarle el brazo desde el hombro. Ahora está recibiendo tratamiento y poco a poco comienza a sonreír.

En otros niños, se ve claramente el estrés emocional que esta traumática experiencia les está causando. En Bhaktapur, en el valle de Katmandú, donde después del terremoto solo una de cada cuatro personas tiene acceso a agua potable, los niños están durmiendo en tiendas de campaña en medio de una plaza.

Binisha nos cuenta que no quiere volver a casa, aunque pueda, porque tiene mucho miedo. Parte de su casa se derrumbó en el seísmo, atrapando a su tía y a su abuela. Binisha, que tiene nueve años, tardó una hora y media en salir y tuvo que escalar por las terrazas de los edificios de al lado.

Shronal me cuenta que pensó que iba a morir durante el terremoto. Su casa está llena de grietas. Ya no tiene dónde vivir. Por las noches, Shronal todavía tiene mucho miedo.
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Haití, catorce meses después

Por Segimon García-Prades Querol (Haití, Médicos Sin Fronteras)

Salgo a la calle después de una sesión informativa sobre el cólera en una escuela de secundaria en Carrefour Feuille. El calor y el ardiente sol me recuerdan que estoy en el Caribe, pero en uno de los barrios más tocados por el terremoto del 2010 y también por el cólera. Estoy en Puerto Príncipe, capital de este país incombustible que es Haití.

Los alumnos y alumnas de 12 a 16 años han hecho un montón de preguntas en una sala con desconches y grietas que siguen recordándonos a todos el seísmo que sacudió la ciudad. El polvo, omnipresente e inevitable desde el temblor, lo sigue cubriendo de nuevo todo cada día, pese a los denodados esfuerzos de los haitianos por deshacerse de él.

Sin embargo, los alumnos, sentados en bancos de madera frente a una pizarra pintada en negro sobre la pared, lucen impolutos uniformes con camisa azul celeste y pantalón azul marino, los chicos, y blusa azul celeste y falda azul marino, las chicas. Cintas del mismo color adornan de una forma alegre y naíf los diferentes peinados y trenzas “afro” de las chicas.

Las preguntas, sobre el cólera, son discutidas y analizadas entre ellos y algunos que conocen la respuesta. Los profesores alientan el diálogo. También intervienen la pareja de sensibilizadores, especialmente aclarando dudas sobre la transmisión de la enfermedad. Todos hablan en criollo haitiano, que más o menos puedo seguir.

Hablan con confianza y seguridad, con el desparpajo y alegría natural de los haitianos. Y como siempre cuando se habla de caca, letrinas y hábitos de higiene, surgen ocurrencias y risas. Una vez terminado el debate, los más pequeños cantan una canción sobre las moscas y lo que hay que hacer al salir del “baño”.

Es muy importante que ellos sepan cómo se transmite el cólera.

Por muchas razones.

Porque ellos pueden ser posibles víctimas de la enfermedad si no se protegen.

Porque ellos pueden alentar a sus familias a seguir normas de higiene.

Porque ellos son casi todos y todas responsables de transportar el agua de consumo doméstico. Desde la fuente municipal, el depósito o el tanque, hasta su casa o lo que queda de ella. Veinticinco litros en equilibrio sobre sus cabezas sobre los bonitos trenzados del pelo. Deben saber de la importancia de beber el agua tratada y de mantener desinfectado el cubo para transportarla y guardarla en casa.

Y ese es nuestro trabajo en MSF en el ámbito de la promoción de la higiene y la salud. Comprender cuáles son las inquietudes y dudas de la población sobre la enfermedad del cólera, y ayudarles a entender cuáles son las mejores maneras -en el marco de sus posibilidades- , para protegerse contra ella, y cómo actuar en caso de caer enfermo.

Como en cualquier epidemia, especialmente si causa mortalidad, los rumores y falsas informaciones desatan una vorágine de malentendidos que no ayuda en nada, y lo único que consigue es aumentar la confusión y la propagación de la enfermedad y a estigmatizar a aquellos que caen enfermos. Recordemos por ejemplo la cantidad de prejuicios y malas informaciones que durante años han revoloteado, y revolotean, alrededor del sida.

El cólera tiene además una virulencia enorme y la falta de información puede provocar –y ha provocado- terribles efectos sobre la vida de las personas. Enfermas o no.

En próximos posts seguiré contándoos algunas experiencias que estoy viviendo en Puerto Príncipe en esta lucha contra el cólera que aún hoy continúa. ¿Alguien recuerda la epidemia de cólera en Barcelona de 1853? ¿Cuál es el papel de los sacerdotes de vudú? Continuará…

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Foto superior: Lavado de manos, una de las medidas preventivas para evitar la propagación del cólera, en el Centro de Tratamiento de MSF en Tabarre, Puerto Príncipe (© Aurélie Baumel/MSF).

Foto inferior: Personal de MSF lavando los recipientos utilizados en la atención a pacientes de cólera, en el Centro de Tratamiento de MSF en Sarthe, Puerto Príncipe (© Aurélie Baumel/MSF).

Un día de cólera (2ª parte)

Por Xavi Casero (Haití, Médicos Sin Fronteras)

 Así es. No lo ven, no quieren verlo. No les dejan verlo. No les han dejado verlo, o a quien intentó verlo no le pudieron pagar las gafas graduadas para ver tal necesidad. Necesidad de simplemente dar un salto. Ellos quieren saltar, no de mierda en mierda, sino hacia una vida mejor. Pero no les dejan, no les dejamos.

Y me sigo preguntando si lo ven o no lo ven. Sigo sin obtener respuesta, mientras voy al centro del tratamiento del cólera en mi coche con todo tipo de radios para comunicarnos todos con todos, en una capital donde la comunicación es en criollo. Idioma que sólo ellos conocen.

Por fin llego a nuestro CTC. Bien vallado y aislado a simple vista de todo el desasosiego, inseguridad, barbarie, desaliento que nos rodea. Bien vallado para los que aquí venimos nos sintamos seguros y podamos trabajar, intentar pensar.

Nuestro trabajo consiste en salvar vidas de esas gentes que, viviendo en la porquería, bebiendo el agua que emana de semejante injusticia negra, en forma de fuentes de contagio de un cólera mortal, nos llegan medio moribundos en camilla.

Nos llegan en camilla, alguien los trae. Alguien los deja en la puerta. Si les ha dado tiempo a llegar, pues el cólera te mata en 12 o 24 horas si no sabes que tienes que beber tanta agua como diarreas tienes. Así que muchos no llegan y no vienen en camilla. Directamente otros los llevan quién sabe dónde y los entierran quién sabe dónde. Pero otros nos llegan, y nuestro trabajo es curarlos.

No es fácil ni difícil, curarlos es nuestro trabajo. Gracias a unos goteros maravillosos que vienen de la maravillosa Europa que todo lo puede, y después de cuatro o cinco o siete días, hemos curado a esa persona que llegó en camilla. No sabemos cómo ni de dónde. Le hemos curado el cólera, le hemos dado comida y plátanos.

Hasta un cursillo acelerado para que no vuelva a beber esa agua o liquido negro que rodea las alcantarillas de su casa. Si es que la tiene. La casa.

Pero no le damos dinero para comprar agua embotellada. Este no es nuestro papel, y en todo caso tampoco es la solución en un país que está, en tantos ámbitos, al borde de la quiebra.

Por suerte se habrá inmunizado del cólera y aunque vuelva a beber agua llena de bacterias malignas, ya no morirá de ello. Morirá de una malaria que nadie atendió, una tuberculosis que nadie trató, un sida que nadie diagnosticó, una neumonía o crisis asmática o infarto que ni el mismo notó… pero ya no morirá de cólera. Morirá de alguna otra cosa de las muchas que golpean a esta gente, de las muchas que pueden matarte cuando nunca vas al médico: llevamos 20 años trabajando en este país pero todo lo que hacemos nunca parece suficiente porque no podemos llegar a todos.

Pero nos sentimos bien. Porque esa persona ya no ha muerto de cólera, y puede volver a su basura, a su casa de plástico que una ONG le hizo, a su medio cuarto medio derruido que le queda después del terremoto. Puede volver a su casa sin familia que le espere. Puede volver a su casa sin hijos, ni perros, ni televisión ni vistas al mar. Porque el mar que divisa también es mugriento y lleno de plancton lleno de cólera. Un mar donde también flotan las bolsas de plástico como si fueran medusas artificiales, que tardarán años en descomponerse.

Y nos sentimos contentos porque hemos vencido un caso más de cólera. Y con el trabajo bien hecho nos volvemos a casa en nuestro coche. Con las ventanillas bien subidas, los pestillos bien cerrados para nuestra seguridad.

Y volvemos a casa volviendo a mirar por las ventanillas el mismo paisaje de diez horas atrás, que no ha cambiado. Todo sigue ahí: el río inundado de bolsas, plásticos, coches quemados, toneladas de basura que desbordan su negra agua, su hedor. Todo sigue igual. Y nosotros llegamos a casa, donde nos espera el reposo hasta el día siguiente.

Intentamos comer algo. Intentamos hablar algo. Intentamos olvidar tanto, mucho, todo lo visto ese día que os acabo de contar. Todo eso hay que hacerlo antes de que vuelva a sonar el despertador a las 5 o 6 de la mañana del día siguiente para ir a seguir salvando vidas.

Hay que aprovechar las pocas horas de calma y sosiego para no hacerte más preguntas, responderte a una o dos, las más sencillas. Pensar solo en lo bueno, bonito de cada día: la cara de ese niño sonriente que se fue de alta agradeciéndote que vuelve a correr. El espíritu de satisfacción de tantas miles de personas que desde que estamos aquí nos agradecen cada día nuestra presencia. Los cientos, miles, millones de sonrisas que nos dedican los habitantes de esta gran y negra urbe por intentar ayudarles a dar el salto.

Ese gran salto a la felicidad, que es sinónimo de igualdad de oportunidades. Para que, si yo puedo y quiero vivir, lo haga. Y para que si ellos quieren y pueden vivir, también lo hagan. Y que no venga una epidemia y se lo impida.

En eso pensamos, para poder conciliar el sueño… en que mañana, otros diez o veinte haitianos habrán encontrado una razón más para seguir adelante. Una razón muy poderosa que a todos nos mueve: la razón de un poco menos de sufrimiento en cada uno de nuestros días.

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Foto 1 y 3: Centro del Tratamiento del Cólera de MSF en Dessalines (© Amos Hercz)

Foto 2: Barricada en el barrio de Petionville, Puerto Príncipe, vista desde una ambulancia de MSF (© Aurélie Baumel)

Haití, trece meses después: un día de cólera

Por Xavi Casero (Haití, Médicos Sin Fronteras)

Puerto Príncipe es un basurero. No me atrevo a decir Haití porque todavía no he salido de esta ciudad y hace ya casi un mes que llegué.

Parece que el Dios del desorden, caos, suciedad y nubes de polvo es quien reina en esta capital. En realidad se diría que no hubiera aquí ningún dios, más allá de aquel que se interprete como sinónimo de miseria, pobreza, resignación del país más pobre de todo el continente americano.

En medio de todo este río de aguas negras, jungla de contenedores reventados, millones de bolsas de basura que decoran todos los rincones, perros famélicos que cojean antes de morir atropellados, cerdos inmundos perdidos por las calles que comen tanta barbarie, desperdicios y mugre…

… en medio subsisten los haitianos.

Como pueden.

Yo los veo desde el coche cada día al ir al trabajo. Al CTC (centro de tratamiento de cólera) que tiene Médicos Sin Fronteras en medio, también, de este bosque amazónico de catástrofe, destrozos, ruinas y restos de lo que fue una ciudad antes de un gran terremoto.

Lo veo todo desde el coche: la basura, la gente que vive y se alimenta de ella, gente de todas las edades, los perros y las ruinas. Lo veo todo desde mi coche de MSF que me protege, me aísla de tanto sufrimiento y nubes de polvo y polución. Yo voy sentado, con mi cinturón de seguridad.

Ellos van descalzos, andando, en bicicleta … Quien tiene más dinero se paga un “tap tap”, que viene a ser una camioneta abierta tipo “pick-up” destrozada por los años, sin suspensiones, que en vez de humo echa lava fundida y que se desplaza más lenta que el que anda. Va cargada de tanta gente que hay quien cuelga más de medio cuerpo y no se mata en el trayecto porque el dios del desorden y la pobreza, que aquí reina, lo protege.

Yo lo veo todo desde mi coche, mientras voy cada día al CTC. Y me asaltan cada día millones de preguntas. Como me asaltaban cuando trabajaba en otras ciudades del África subsahariana, donde la rabia es idéntica.

Donde la dignidad humana también se perdió hace siglos, donde también impera la gente descalza y un calor insoportable que a quien no va en mi coche le toca sufrir.

Preguntas sin respuesta, mientras voy al trabajo. Preguntas que es mejor dejar en silencio porque su respuesta pudiera destruirnos a todos. Pero hay una que no me quito de la cabeza. Cada día me asalta mientras voy al CTC: ¿es que no lo ven?

(Continuará…)

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Foto superior: Vertedero de Puerto Príncipe (© Nicola Vigilanti).

Foto inferior: Cité Soleil, arrabal chabolista de Puerto Príncipe (© Michael Goldfarb/MSF).

Cólera: un día… y otro… y otro…

Por Amos Hercz (Haití, Médicos Sin Fronteras)

Empiezo el día visitando pacientes con Elena, una médico que llegó aquí dos semanas antes que yo. Las notas de los médicos son breves y concisas. Las reevaluaciones son frecuentes. Estamos tratando una enfermedad: cólera. Pero a veces también llegan pacientes con fiebre y signos de anemia: tienen malaria, que también puede producir diarrea. Mientras intentamos asegurar el diagnóstico, tratamos la malaria y otras complicaciones, pero lamentablemente no podemos hacer mucho por los pacientes con enfermedades crónicas.

Para cuando llega la tarde, ya estoy corriendo como un loco: ya he asumido las funciones clínicas de Elena. Esto le ha permitido regresar a la oficina y concentrarse en analizar las estadísticas, evaluar las necesidades de suministros médicos, contratar personal y, en general, intentar planificar para lo imprevisible.

Visitamos el centro de tratamiento del cólera (CTC) que estamos construyendo. Va rápido. Y después de la cena, seguimos con las reuniones hasta bien entrada la noche. Hemos estado recopilando datos sobre las localizaciones de las que proceden los pacientes, e identificando las comunidades donde parece que hay más casos agrupados. Nuestro enfermero de consultas externas irá allí mañana para determinar si tenemos que organizar puntos de rehidratación oral.

Y efectivamente, así es. Nuestro enfermero establece puntos de rehidratación en numerosas comunidades de los alrededores, como Niels, Gilbert, Coupe à L’Inde. En una de ellas, Post Pierrot, se estaban registrando hasta 50 casos nuevos por día, así que establecemos directamente un centro de tratamiento.

En Dessalines, hemos estado trabajando con médicos haitianos con el fin de optimizar la gestión de los casos de cólera. Esto es nuevo para todos ellos, porque no ha habido un caso de cólera en Haití en más de una generación. Ahora que estamos “construyendo” nuestra fuerza laboral, podemos enviarles también a las intervenciones fuera de Dessalines. Por ejemplo, Post Pierrot necesita cobertura médica ininterrumpida durante las 24 horas del día.

Es complicado contratar personal médico aquí. Ya antes del terremoto había poco, y muchos murieron en la catástrofe cuando los hospitales se derrumbaron. Promociones enteras de estudiantes fallecieron también. Es una tragedia, aunque es un detalle más dentro de la enormidad de la tragedia en Haití. Yo estudié Medicina en la Universidad de Calgary, en Canadá. Intento imaginar a toda mi clase sucumbiendo de repente en un desastre natural.

Al menos esta mañana, es algo que desafía mi imaginación…

(Continuará…)

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Foto 1: Suero de rehidratación intravenosa para pacientes de cólera, en Dessalines (© Amos Hercz).

Foto 2: Descarga de suministros médicos para el cólera en Dessalines (© Amos Hercz).

Foto 3: Un médico del personal de MSF, entre los escombros del hospital La Trinité de MSF en Puerto Príncipe,  parcialmente destruido en el terremoto del 12 de enero de 2010.  La foto fue tomada tres días después del seísmo. (© Julie Rémy)

Haití, diez meses después: Vibrio Cholerae

Por Miriam Alía (Haití, Médicos Sin Fronteras)

Después de casi un año en el equipo de emergencia de Nairobi, el NET para los amigos, por fin he saltado a un nuevo continente. Hace diez días que estoy en Haití. No estoy en Puerto Príncipe: a mí la única ciudad que me gusta es Madrid, así que estoy en Dessalines, una zona de 100.000 habitantes, justo en la región donde empezó la epidemia.

Dessalines es una pequeña ciudad colonial. Me recuerda a Cienfuegos, en Cuba, pero en deteriorado: casas de colores con barandas de madera y adoquines en las calles… y ruido, mucho ruido. A diferencia de Puerto Príncipe, esta zona no estuvo afectada por el terremoto y es bastante más tranquila, aunque en Haití, la gente lleva años viviendo y creciendo rodeada de violencia. Y el trauma del terremoto no ayuda nada, claro. Pero al menos en Dessalines el director de salud de la zona y el señor alcalde están de nuestra parte.

En Haití no ha habido cólera en 100 años, y el rumor de que es una enfermedad importada y traída por los extranjeros nos ha puesto las cosas difíciles, pero aquí la verdad es que nos han acogido bien. Mucho trabajo con la comunidad, y de sensibilización, porque hay muchos rumores y leyendas sobre la forma de transmisión.

Así que, cuando el primer equipo llegó aquí, abrieron un “punto de rehidratación oral” para tratar a los pacientes moderados, y estabilizar a los severos, y luego trasladarlos a Saint-Marc, que es donde estaba nuestro hospital. Al cabo de 2 días, pusimos 10 camas, y montamos una CTU, una unidad de tratamiento del cólera. Pero al día siguiente había 40 pacientes severos, y al otro, 200, así que al final montamos un nuevo centro de tratamiento, un CTC, con 80 camas. Nos metimos en el patio del hospital, en plan “okupas”. Y mientras hemos estado construyendo un nuevo centro, con 200 camas, a las afueras de la ciudad y nos trasladamos ya mismo.

De momento, parece que el número de casos no aumenta mucho en la ciudad y alrededores, aunque la epidemia no deja de subir y bajar. El problema está en la periferia, donde tenemos muchos casos y no podemos trasladarlos. Así que tenemos un equipo, integrado por una enfermera y una logista, que se encargan de montar unidades ambulatorias; y vuelta a empezar… organizamos un punto para dar suero oral, le acabamos poniendo un par de camas, que suben a diez, y en algunos sitios ya estamos en 30. Mi “favorito” es Poste Pierrot, donde cada día tenemos 50 casos, y para llegar hay que cruzar dos ríos a pie, y mandar el material en burros.

El principal problema es encontrar personal sanitario cualificado. Como os decía, hace un siglo que no ven cólera en Haití, así que no saben cómo tratarlo (cómo echo de menos a Sypiila, la enfermera jefa de Lusaka, en Zambia…). Hay que empezar de cero, y el personal es escaso. Que, además, acepten irse a los pueblos y quedarse allí, casi imposible. En Dessalines, nos salvan unas enfermeras formadas en Cuba, y algún médico que estudió en República Dominicana. Así que de momento el personal médico y sanitario internacional tiene que cubrir estas deficiencias, mientras vamos formando al personal local.

El segundo problema es que hay casos en muchos sitios, y de momento sólo un puñado de organizaciones, entre ellas MSF, están haciendo tratamiento. De hecho, MSF está atendiendo cerca del 75% de los casos y, a pesar de tener aquí cientos de expatriados, incluyendo muchos prestados por nuestras misiones regulares, no damos abasto. Y no sabemos si estamos en el pico, o esto puede ir a peor.

Continuará, de la mano de uno de mis compañeros aquí en Dessalines o en alguna otra de las muchas zonas golpeadas por la epidemia…

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Foto superior: Pacientes ingresados en el Centro de Tratamiento del Cólera (CTC) de MSF en el barrio de Sarthe, en Puerto Príncipe (© Francois Servranckx/MSF)

Foto inferior:  Pacientes en el CTC de MSF en el Hospital Choscal del barrio de Cité Soleil, Puerto Príncipe. (© Richard Accidat/MSF)

Busca «haiti» en este blog y sigue la serie sobre las consecuecias del terremoto y la actual epidemia de cólera que golpea a este país…

Haití, nueve meses después: un hospital que aguantará

Por Stéphane Reynier de Montlaux (Haití, Médicos Sin Fronteras)

Hace diez días inauguramos un nuevo hospital en Léogâne, la ciudad más cercana al epicentro terremoto que devastó Puerto Príncipe. Está construido a partir de estructuras prefabricadas, de «containers». Los últimos pacientes fueron transferidos en septiembre, así que sólo faltaba la inauguración.

Pero voy a empezar por el principio. A pesar de la enorme destrucción causada por el terremoto, Léogâne ha vuelto ya al día a día, a lo cotidiano. Desde marzo, las hospitalizaciones en nuestros centros de salud en esta zona ya no están relacionadas con la catástrofe ahora que las carreteras se han limpiado de escombros, el tráfico ha regresado… y los accidentes también.

Recibimos tres o cuatro víctimas de accidentes de tráfico cada día. Aquí la gente se mueve mucho en moto, así que las heridas resultantes son muy graves. Y ya si hay algún autobús implicado, la cifra de heridos puede llegar a las decenas.

Pero el grueso de las actividades médicas de MSF en Léogâne lo constituyen los partos y las complicaciones relacionadas con estos o con los embarazos. De hecho, un 80% de nuestros ingresos en urgencias se deben a esto. También atendemos a las víctimas de violencia sexual, y contamos con un servicio de planificación familiar.

Como sabréis bien lo que hayáis seguido los posts de otros compañeros en este blog, desde el terremoto del 12 de enero, en Léogâne estábamos atendiendo a los pacientes en grandes tiendas de campaña, incluso a veces bajo lonas de plástico. Y ahora tenemos este nuevo hospital, a base de «containers» como os decía, que tienen la ventaja de que pueden ensamblarse unos con otros con gran rapidez, de forma que la estructura puede adaptarse a las necesidades de cada momento.

Este hospital ha sido como una bendición para la gente de aquí. Cuando se produjo el terremoto, hacía más de dos años que no había ninguna estructura de salud funcionando en la región. Había una clínica privada, pero se fue a la quiebra por falta de clientes: nadie podía pagar, lo cual no es sorprendente si pensamos que el 70% de los haitianos viven con menos de 2 dólares al día1, y que una cesárea puede costar unos 125 sólo la operación… 

Vuelvo al nuevo hospital. Como la estación de ciclones se acerca, teníamos prisa por terminar, así que podría decirse que hemos batido récords. Normalmente se tarda un año en poner en pie una estructura como esta, y la hemos acabado en cinco meses.

A la ceremonia asistieron representantes del primer ministro haitiano, del Ministerio de Sanidad y del de Planificación, que luego visitaron el hospital. La ocasión también merecía un alto representante de MSF, así que tuvimos al presidente de una de las secciones que estamos trabajando aquí, Abiy Tamrat, de MSF Suiza.

Ahora contamos con una superficie total de unos 1.700 metros cuadrados. Hay 120 camas de hospitalización, dos quirófanos, siete salas de consulta, un servicio de radiología… y claro, es autónomo en materia de suministro de agua y electricidad.

En cuanto al coste, pregunta que seguro que os hacéis, ha sido de 2 millones de dólares, y mantenerlo costará entre 7 y 8 millones más de dólares al año, incluyendo los salarios de las 400 personas que van a trabajar aquí.

La «esperanza de vida» del hospital es de al menos cinco años, hasta diez si el mantenimiento de la estructura es bueno. Esperamos que, cuando llegue el momento, las autoridades haitianas asuman su gestión, o construyan un centro nuevo en este mismo emplazamiento. Ya estamos en negociaciones «informales» con el gobierno y han expresado su interés por el hospital, pero esto no es más que el comienzo del diálogo. Y una de las cosas en las que más insistimos es que la atención tendrá que seguir siendo gratuita.

Os dejo algunas fotos de lo que ha sido la construcción del nuevo hospital.

Hasta pronto,

Stéphane

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(1) Menos de 1,5 euros al días.

Fotos: ©Ludovic Beauger/MSF y ©Benoit Finck/MSF

Haití, ocho meses después: en la distancia

Por Vicente Rey Bakaikoa (Haití, Médicos Sin Fronteras)

Mi tiempo en Haití ha tocado a su fin. He pasado en este país casi un año, sin duda el más intenso de mi vida. Recuerdo uno de los últimos días: buscaba por todo el hospital a los responsables de grupo para presentarles al nuevo logista que me iba a reemplazar. ¿Dónde se han metido? Al final los encontré a todos en un pequeño almacén. Cuando me vieron, les noté incómodos, como si escondieran algo. Dumond se rió, se levantó, me rodeó los hombros con su brazo y me apartó del grupo. “Estamos en una reunión, déjanos cinco minutos y vamos a verte, ¿vale?”. Algo se estaba preparando pero no soltaban prenda.

Dos días más tarde conocí el motivo de la reunión. Me hicieron el regalo más bonito: entre todos me habían organizado una fiesta de despedida. Y en Haití saben hacer fiestas: con comida, música y baile. Llegado el momento de los discursos, cuando una paciente, que está con nosotros desde el 14 de enero, tomó la palabra, no pude evitar emocionarme.

Ahora recuerdo muchas historias. Una es la de Jean Hyppolite. No estábamos seguros pero debía de tener más o menos 5 años. Llegó con una pequeña herida en la cabeza. “Se cayó de un árbol”, nos contó Alí, el niño de 10 años que nos lo había traído. Nos dijo que Jean Hyppolite vivía en un orfanato próximo. Sus piernas eran largas y flacas, y lo mismo sus brazos. Al principio ni siquiera emitía ningún sonido, nos miraba asustado y extendía la mano con insistencia para pedir comida. Los otros niños de la tienda le miraban con desconfianza, como si de un loco se tratara.

Con él no trajeron ninguna ropa. Tampoco pañales, porque, aunque ya es mayorcito, nunca ha aprendido a ir al servicio. Cuando yo iba con pinturas, Alí siempre venía a jugar con él, pero me miraba con cara de consternación cuando veía cómo, a pesar de los pañales que le dimos a Jean Hyppolite, sus sábanas se manchaban. De vez en cuando, una chica del orfanato venía a estar con él, pero se sentaba en la cama de Jean dándole la espalda y se pasaba el día tecleando en su teléfono móvil. Traje un perrito de peluche de Santo Domingo y la muy descarada se lo llevó a su casa.

Con los días, Jean Hyppolite fue cambiando. Los niños y las señoras de la tienda le habían “adoptado” y le limpiaban y le daban de comer. Lo de ir al baño seguía siendo una batalla, pero la enfermera le obligaba cada día. Sus piernas seguían siendo flacas pero había desarrollado una tripa redondita. Cuando iba a verle, además de seguir extendiendo su mano como un auténtico E.T., también utilizaba los brazos para rodearme las piernas con un gran abrazo. Y lo mejor es que empezó a emitir sonidos. Si yo hacía como que me resbalaba, o con los dedos me abría los ojos para poner cara de susto, él se reía a carcajadas sin poder parar. Hacía sonidos con la boca y e incluso empezó a llamar a Alí por su nombre… “A..I”, le decía.

Más tarde, ya en Pamplona, intenté guardar el contacto, informarme de lo que pasa en Haití. En la prensa, Haití de nuevo ha dejado de existir. Pero yo sé que la gente sigue allí, sobreviviendo con una fuerza impresionante a una situación desesperada. La ausencia total de esfuerzo por la reconstrucción del país hace que me sienta pesimista. Me siento mucho más optimista cuando pienso en el personal haitiano que trabaja con MSF: ellos representan para mí la fuerza de la gente haitiana que hará que, al menos algo, persona a persona, se solucione.

La distancia es frustrante y la mala calidad del teléfono acaba irritándome. Pero intento seguir casi a diario lo que pasa. La diferencia para mí es que ahora lo que ocurre allí tiene nombre propio: se llama Julien, Claudia, Junior, Aly o Huguette. Y se trata de sus vidas.

Y ahora estoy en Pakistán, trabajando en la respuesta de MSF a las inundaciones. Su repercusión en los medios de comunicación contrasta con la que tuvo el terremoto en Haití. Y si bien las cifras no son lo más importante, lo cierto es que la magnitud de la catástrofe es gigantesca: 20 millones de afectados, un tercio de la superficie del país.

El equipo de MSF en el que me integro ya trabajaba en Dera Murad Jamali antes de la riada, y esta pequeña ciudad pasó de 100.000 a 400.000 habitantes en pocos días. Como muchas de las casas en las que vivían eran de adobe, el agua se las ha llevado y pasará tiempo antes de que puedan volver a sus lugares de origen. Hay una quincena de proyectos como este en distintas zonas del país.

Hay que trabajar urgentemente para prevenir y tratar los casos de diarrea, de desnutrición, de enfermedades respiratorias, para aportar agua en condiciones aceptables a los desplazados y de ofrecerles alguna clase de cobijo a las familias.

Como en Haití, detrás de la inmensidad de las cifras, hay nombres, familias, situaciones personales y futuros que recomponer.

Y vuelta a empezar.

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Foto 1: Un pequeño paciente del hospital de MSF en Carrefour, Puerto Príncipe.

Foto 2: Personal haitiano de MSF trasladando a un paciente en el hospital de Carrefour.

Foto 3: Vicente Rey con uno de los pacientes del hospital.

(Todas © Vicente Rey.)

Haití, siete meses después

  Por Juncal González Carmona (Haití, MSF)

Sí, son siete, y hay que seguir hablando y escribiendo sobre Haití. ¿Por qué motivo? Porque las condiciones de las personas siguen siendo las mismas o peores que las del mes febrero.

En las primeras semanas después del terremoto, se repartieron plásticos y tiendas de campañas, que eran tan sólo una solución a medio plazo, puesto que no dejan de ser más que unas lonas, que aguantan sólo unos meses y no son unas estructuras en la que instalas definitivamente tu hogar.

Era solamente una respuesta a la urgencia, y desde entonces había que empezar con un segundo plan más duradero. Ya sé que es muy fácil escribir “hay que limpiar la ciudad y construir casas”, y que la realidad es mucho más difícil, por cuestiones como la propiedad de los terrenos, y porque la ciudad está llena de escombros y casas medio caídas.

Y se habla mucho de que si el dinero ha llegado o no ha llegado… Llevo seis meses en Haití, y os aseguro que dinero ha llegado, que se ha respondido a muchas necesidades básicas en distintos ámbitos: construcción de hospitales, en los que se han tratados miles de heridos y enfermos, escuelas para que los niños pudiesen retomar las clases, y letrinas, y se han hecho distribuciones de agua y comida, además de un largo etcétera. Pero del dinero que se prometió para la reconstrucción de las viviendas, sólo ha llegado una pequeña parte.

Por eso, siete meses después del terremoto, sales a la calle y te sigues encontrando con carreteras y plazas ocupadas por tiendas y plásticos, bajo las cuales viven familias enteras. Ya hace meses que está lloviendo, y las condiciones de vida de todas estas personas se van deteriorando cada vez más. Las tiendas ya no son tan impermeables, el agua se acumula en las puertas… “llueve sobre mojado”, y nunca mejor dicho…

Esta ha sido una de las mayores emergencias vinculada a una catástrofe natural devastadora desde hace muchos años, y parece que la ayuda se ha quedado a medias, que nos hemos “desinflado”. Qué dolor… dolor para todos los haitianos que no sólo lo perdieron todo (imaginaos que de pronto se desplome tu casa, sin avisarte), sino que luego se tienen que pasar siete meses debajo de una tienda o de un plástico.

Quizás por todo lo que se escuchó en los medios después de los seis meses -que todavía quedaban más de un millón de personas viviendo en condiciones de extrema precariedad-, parece que este último mes sí que hay más personas trabajando en los edificos derrumbados. Son grandes equipos con camisetas de coloricos que distinguen a la organización con la que trabajan, y que van sacando los escombros a mano.

Y no podría terminar este balance “a los siete meses” sin explicaros algo que no deja de sorprenderme, y que no es otra cosa que el ánimo de los haitianos. Sí, están cansados de las condiciones en que viven, y enfadados por tantas promesas incumplidas del gobierno y de la comunidad internacional, pero su fortaleza y coraje son realmente admirables.

Hasta dentro de un mes,
Juncal.

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Foto: Casseus Guiteau, uno de los cientos de miles de haitianos que perdieron sus casas en el terremoto y que desde entonces viven en plena calle, muestra los agujeros de la tienda que apenas le cobija de la lluvia.

Maquinaria

Por Vicente Rey Bakaikoa (Haití, Médicos Sin Fronteras) 

Desde que volví a Puerto Príncipe, me choca la ausencia de maquinaria pesada para desescombrar. Prácticamente no se ve ninguna excavadora, y todavía no he visto ninguna grúa.

 Lo que sí se ven son muchas cuadrillas de desescombro, unos con camisetas amarillas, otros verdes o de otros colores. Pero el trabajo es manual, piedra a piedra. Van quitándolas de las ruinas y poniéndolas en mitad de la calle más próxima, esperando que un día de estos un camión pase a recoger los cascotes.

A este ritmo tenemos desescombrado para mucho tiempo.