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Terremoto en Nepal: creciendo en el Epicentro

Por Avinashi Paudel, UNICEF Nepal

“Quiero a mi hija más que a nada en el todo el mundo,” dice Amita Gurung, sosteniendo a su hija Arpita con firmeza en sus brazos. “Pero cuando pienso en el día en que nació, sólo me entran ganas de llorar.”

Ese fue el día en el que un terremoto devastador golpeó el centro de Nepal, en abril del año pasado. El pueblo de Amita estaba en el epicentro.

Era el mediodía de un sábado cualquiera. Amita, con nueve meses de embarazo, estaba acostada, perezosa en la cama viendo la televisión. De golpe escuchó un sonido como de crujidos y a su hermana gritando “¡Terremoto! ¡Terremoto!” Amita recuerda cómo, con un  embarazo muy avanzado, consiguió arrastrarse fuera de una casa que se derrumbaba, mientras el mundo entero parecía sacudirse. Recordarlo hoy, sigue siendo como una pesadilla para la joven madre.

Terremoto en Nepal: creciendo en el epicentro

Amita Gurung sostiene a su hija Arpita de 11 meses en el remoto pueblo de Chomar. ©UNICEF/Chandra Shekhar

En su pueblo, Snan, mucha gente reunió y recuperó alimentos de entre los escombros de la tienda del pueblo. Un par de horas después del terremoto, Amita empezó a sufrir dolores en el estómago. Avisó a su suegro y él inmediatamente reconoció que estaba de parto. Consiguieron llevar a Amita a tiempo al interior de un establo.

Después de tres horas muy intensas de doloroso parto, el primer llanto de Arpita devolvió algo de vida al pueblo de Snan. Familiares y vecinos se quedaron impresionados por ese poder de la naturaleza para destruir y crear al mismo tiempo.

“Mucha gente del pueblo murió aquel día. Pero nosotras dos estábamos vivas”, suspiró Amita. “Fue raro pero me sentí feliz de que las dos sobreviviéramos”.

Después del nacimiento de Arpita, la felicidad naciente de la nueva madre se vió dominada por preocupaciones primarias de supervivencia. “Todó quedó destruído y enterrado, estaba preocupada por encontrar algo para comer, vestir y un lugar donde dormir” recuerda Amita. “Me preguntaba si ese temblor constante perjudicaría a mi hija”.

Terremoto en Nepal: creciendo en el epicentro

Amita Gurung sostiene a su hija Arpita de 11 meses en el remoto pueblo de Chomar ©UNICEF/Chandra Shekhar

Amita había planificado ir al centro de salud para tener a su bebé. Pero nada ocurrió según lo previsto. Ni siquiera tuvo tiempo de acudir al grupo de voluntarias de salud femenina de su comunidad cuando comenzaron los dolores del parto. “Pensé que el puesto de salud podía haber quedado destruido también y estaba preocupada por ver cómo mi hija y yo conseguiríamos medicamentos, de necesitar alguno”.

Amita está agradecida con su familia, que cuidó de ella aún cuando lo que más preocupaba a cada uno, era su propia seguridad. A pesar de sus posibilidades, consiguieron agua para que pudiera beber y noodels para que comiese. Inmediatamente, con ropas y madera, fabricaron una cama improvisada, para la nueva madre y su hija. Más tarde consiguieron manteca, arroz y huevos, y cubrieron así sus necesidades alimenticias.

Como muchos jóvenes del pueblo, el marido de Amita se marchó al extranjero para trabajar. Pudo ver al fin a su hija cuando Amita consiguió subir una foto de Arpita a las redes sociales de un amigo. “¡Dijo que nuestra hija era hermosa!”, nos cuenta con una sonrisa.

Un año después del terremoto, Amita sigue viviendo en la casa de acogida, lejos de su pueblo de origen, con otras cuarenta familias. Antes del terremoto, Amita tenía una casa limpia y bonita. Una cocina sin humos dentro del hogar, además de un baño y grifo de agua cerca de la casa. “Vivir aquí no es muy cómodo, especialmente cuando llueve, sobre todo si la lluvia viene acompañada de granizo y vientos fuertes” cuenta Amita. “El baño está muy lejos y apesta. El grifo también está lejos y el agua escasea”.

A pesar de las mejorables condiciones de vida, Amita se asegura de que Arpita recibe todas las vacunas necesarias. Habla con frecuencia con el grupo de mujeres voluntarias de salud femenina de su comunidad para conocer cómo puede mejorar los cuidados de su hija y su alimentación.

Arpita parece un niña despierta y está a punto de empezar a andar, pero su madre está preocupada por ella. Le hubiera gustado darle una casa mejor y un ambiente más saludable donde crecer. “Arpita enferma con frecuencia de una tos con silbidos”, nos dice. “Puede ser por el frío excesivo bajo las paredes metálicas del centro de acogida y por el humo provocado por cocinar dentro”.

Aunque no está segura de cuándo será capaz de darle a su hija una vida mejor, en condiciones más estables, hay una cosa que esta madre está determinada a conseguir. Casada a una edad temprana y sin haber podido seguir con su educación debido a su embarazo, Amita está decidida a no dejar que su hija corra la misma suerte. “Quiero que el futuro de mi hija sea completamente distinto al mío”, dice Amita. “¡Quiero que pueda estudiar, tanto como ella quiera!”

En los catorce distritos más afectados por el terremoto, UNICEF está trabajando con el gobierno nepalí y otros aliados para el desarrollo para fortalecer la salud, educación, nutrición y las instalaciones y servicios de agua, salud y saneamiento para los más de un  millón de niños afectados por el terremoto, como Arpita.

En Nepal, escapar de una suerte incierta

Rescatan en la frontera a una niña de Nepal cuando estaba a punto de ser llevada a la India. Es una de entre los cientos de menores que se han salvado de la trata de seres humanos después del devastador seísmo del 25 de abril.

Por Naresh Newar, UNICEF

Sapana*, de 15 años, aún tiembla cuando piensa que estuvo a un paso de que la engañaran para llevársela a la India.

“Nunca olvidaré ese día en que casi cometí un terrible error debido a mi desesperada situación”, dice.

Sapana tenía solo 13 años cuando dejó de asistir a la escuela de su aldea de Chhatiwan, en el distrito de Makwanpur, Nepal, para ir trabajar a una fábrica de alfombras situada a 130 km de Katmandú con el fin de ayudar a mantener a su familia.

Las condiciones de trabajo en la fábrica eran atroces. Sapana trabajaba 16 horas al día, desde las 4 de la madrugada hasta tarde por la noche. Los patrones empleaban métodos crueles para mantenerlas despiertas cuando ella y sus compañeras se quedaban dormidas durante las horas de trabajo; por ejemplo, les ponían polvo de chile en los ojos.

Sapana estaba desesperada por escapar de la fábrica. Y no era la única. Muchas niñas como ella, que trabajan para mantener a sus familias pobres, también deseaban huir; algo que parecía imposible dado que los guardas las mantenían bajo estrecha vigilancia.

© UNICEF Nepal/2015/Newar

Sapana, de 15 años, estuvo a punto de que un hombre se la llevara a la India con la promesa de un trabajo © UNICEF Nepal/2015/Newar

La oportunidad

El seísmo que sacudió Nepal el 25 de abril fue devastador: acabó con la vida de miles de personas y dejó a muchas otras sin hogar y necesitadas de ayuda urgente.

Sin embargo, Sapana y sus compañeras de trabajo, cuya situación era ya desesperante, lo veían de otra manera, como una oportunidad. El edificio de la fábrica se había derrumbado y todas las niñas estaban refugiadas en un campamento cercano de tiendas de campaña: la huída parecía fácil.

Sapana y una colega de 18 años no se lo pensaron dos veces cuando un hombre comenzó a trabar amistad con ellas. En los días que siguieron, éste se ganó su confianza y les ofreció trabajo en Nepalgunj, una ciudad del distrito de Banke, en la frontera entre Nepal y la India. Les dijo que allí estarían a salvo del terremoto y que había oportunidades de trabajo en un hotel.

Pero Sapana comenzó a sentir pánico cuando llegaron a la frontera cercana a Nepalgunj, a unos 500 km al sur de Katmandú. Su nerviosismo al parecer era manifiesto en su rostro, porque un equipo de coordinadores fronterizos de la organización no gubernamental Maiti Nepal, aliada de la oficina de UNICEF en Nepal, se percató de su estado. Maiti Nepal se llevó a las niñas en detención preventiva y les dio cobijo.

Sapana facilitó información sobre la fábrica a la policía, con la que se pudo rescatar al resto de las niñas menores de edad que habían estado trabajando allí.

Mirando por la ventana del refugio de Maiti Nepal, Sapana dice: “Me da miedo pensar en lo que nos habría ocurrido de haber cruzado la frontera. Casi caí en la trampa. Pero al menos mi amiga y yo estamos seguras ahora. Eso me hace feliz”.

Un esfuerzo conjunto

Desde que acaeciera el terremoto el 25 de abril, Maiti Nepal ha logrado interceptar en la frontera entre la India y Nepal a 395 niñas y mujeres, la mitad de ellas menores de edad.

Sapana comenzará en breve a estudiar formación profesional gracias al apoyo de Maiti Nepal. Ha escogido la carrera de esteticista, con la que espera poder ganarse la vida.

Lo que más preocupa a Sabana en este momento es su hermana de 10 años, que continúa en la aldea.

“No quiero que corra la misma suerte que yo” dice Sapana. “Mi padre siempre me hizo sentir que no valía nada, hasta el punto de que tuve que tomar la decisión de dejar la escuela para ganar dinero. Así que me pregunto cómo puedo ayudarla a ella”.

Agradecida porque ahora está a salvo, Sapana se deshace en elogios hacia Maiti Nepal, que tanto se ha esforzado en rescatarla.

Es también una de las pocas que está agradecida por el seísmo.

“Mi huida de ese ingrato trabajo no habría sido posible sin el terremoto”, afirma.
*Se ha cambiado el nombre