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Entradas etiquetadas como ‘sur sudan’

Yin A Mat Po?

Por Verónica Ades (ginecóloga de Médicos Sin Fronteras en Sudán del Sur)

Cuando la mujer acudió a nosotros, no tenía ningún hijo vivo. Había estado embarazada dos veces, pero en ambos embarazos los bebés nacieron muertos. En su primer embarazo había estado de parto varios días, durante los cuales el bebé murió, aunque lo había expulsado vaginalmente. En el segundo, empujó y empujó, pero no logró dar a luz de forma natural. Se le realizó una cesárea, pero aún así el bebé falleció.

No puedo ni imaginarme lo que se siente. En Estados Unidos, de donde yo soy, dar a luz un bebé muerto en un embarazo a término es un hecho excepcional. En Sudán del Sur, por el contrario, es inusual que una mujer no haya perdido al menos un hijo en el parto o durante su infancia, por desnutrición, malaria, infecciones, por enfermedades no identificadas… He conocido mujeres que han dado a luz a siete hijos y han visto morir a tres, o que han dado a luz a cuatro, de los que solo sobrevive uno. De hecho, cuando nos llega una mujer, lo primero que le preguntamos es cuántos hijos ha tenido. La segunda pregunta es cuántos viven.

Tal vez aquí forme parte de la vida, pero sería difícil argumentar que estas mujeres sufren menos. No puedo realmente hablar por ellas ni saber qué sienten, si tienen expectativas diferentes a las nuestras o si procesan el duelo de una forma más eficaz. Pero desde mi punto de vista, el duelo es el duelo y, lo reconozcas o lo ocultes, está ahí y siempre lo estará. Lo único que cambia es cómo lo procesas.

He notado que aquí hay muchas enfermedades psicosomáticas. En vista de lo duras que son estas mujeres, sería de esperar que no se viesen demasiados problemas médicos no urgentes, que la gente acudiese al hospital solo por temas realmente serios. Pero aquí he visto bastantes casos de histeria, en los que las mujeres se desmayan, colapsadas hasta tal punto que ni siquiera responden a intentos de reanimación dolorosos, como el frotamiento del esternón. Cuando despiertan, siempre hay una complicada historia de fondo relacionada con los dramas familiares, las experiencias traumáticas y la tristeza.

Otras mujeres sufren “dolor corporal total” (término que aprendí en el Bronx): un dolor corporal generalizado sin origen aparente ni descripción precisa. A menudo reconocen estar experimentando, por un motivo u otro, una importante agitación emocional y suelen reconocer, cuando lo sugieres, que su dolor seguramente esté relacionado con esas emociones: muestran un grado de autoconocimiento que no esperaba encontrar. A menudo les receto paracetamol o ibuprofeno y, en función de la gravedad de las emociones, un sedante suave, y las dejo más o menos un día en el hospital para que reciban AMC (“atención, mimos y cariño”). De vez en cuando, todos necesitamos un buen descanso.

Así que creo que, de un modo u otro, las muertes de sus pequeños sí que afectan a estas mujeres. Son tremendamente estoicas. Nunca he visto aquí a una mujer que haya perdido a su bebé (y he visto a muchas ya) reaccionar con lágrimas, ni tan si quiera con una expresión facial que indique tristeza. Es realmente desconcertante. Yo seguramente estaría inconsolable y sonoramente emotiva. Pero supongo que aquí opera un factor cultural muy fuerte y no parece que las emociones se expresen en el rostro.

Volviendo a la mujer de la que os hablaba al principio, que había perdido anteriormente dos bebés, pudimos comprobar que tenía la pelvis fatal, y que ningún bebé podría salir por ahí con vida: necesitaba una cesárea. Aunque fuera ya la segunda, y supusiera además que en adelante no podrá tener partos naturales, significaba también que quizá por fin, alumbrara a un bebé vivo.

Durante la intervención, me alegré de haber tomado la decisión: la pelvis era diminuta, como les ocurre a muchas otras mujeres, y hasta me costaba trabajo introducir la mano para levantar la cabeza del bebé. Este lloró inmediatamente. Era niña. Pincé dos veces el cordón y se lo pasé al enfermero. La limpiamos, la examinamos y la envolvimos en una toalla. Katie, la matrona australiana, acercó a la niña a la cara de su madre para que la pudiera ver mientras terminábamos la cesárea. La expresión de la madre no cambió, pero por sus mejillas cayeron lágrimas al ver que la pequeña estaba sana.

Al finalizar la cirugía y mientras retirábamos las telas, probé mi escaso vocabulario dinka con la mujer.

 “Yin a pwal?”, le pregunto. (¿Estás bien?)

Asiente una vez. Sin expresión.

“Meth a pwal?” (¿Está bien la bebé?)

Asiente una vez. Sin expresión.

Le pido al enfermero que le pregunte si se siente feliz.

“Yin a mat po?”, traduce él.

Ella responde.

“Es feliz”. Sigue sin mostrar ninguna expresión.

La A veces me resulta difícil que mis pacientes tengan tan poca respuesta emocional. Me doy cuenta de que estoy acostumbrada a mi propia cultura, incluso a la cultura ugandesa, con la que tengo más experiencia. En ambas se sonríe mucho como acto reflejo. Cuando entablas contacto visual con alguien, el primer instinto es sonreír.

Aquí me resulta más difícil conectar. Las personas entablan contacto visual, pero no mueven ni un solo músculo de la cara ni sienten obligación alguna de reconocer la comunicación. Intento comprenderlo. El personal local con el que trabajo ha sido muy cálido y amigable, con sonrisas y apretones de manos. A veces los extraños responden al contacto visual con una sonrisa, pero no es frecuente. No cabe duda de que, culturalmente, no se espera que sonrías. Pero lo más sorprendente es cuando ocurre con una paciente a la que acabas de operar, con la que has logrado un resultado muy feliz y deseado. No están obligadas a sonreír, pero me resulta muy difícil comprender que se pueda reprimir una sonrisa en un momento como este. Me he acostumbrado a no esperarlo y a no preocuparme por ello, pero me resulta fascinante.

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Fotografía: En el  Hospital Civil de Aweil, MSF trabaja en colaboración con el Ministerio de Salud para tratar de reducir la mortalidad materna e infantil, el tratamiento de la desnutrición y responder a las emergencias. © Takuro Matsumoto / MSF

“Se llevaron a mi única hija”

Testimonios de la violencia en Sudán del Sur (2ª parte): Testimonio de una paciente de 24 años que resultó herida de bala en una pierna y en la mejilla durante el ataque contra Lekwongole el 27 de diciembre de 2011.

Nuestra aldea fue una de las primeras en ser atacadas. Tres mujeres, incluida yo, escapamos corriendo con nuestro hijos: mi única hija, de 3 años, y dos de sus hijos, de 10 y 11 años. Sólo conseguimos llevarnos con nosotras agua para los niños, pero ni comida, ni ropa, nada.

Corrimos e intentamos escondernos entre la maleza cuando oímos que se acercaban. Pero escucharon a mi hija llorar y dieron con nosotras tres y los tres niños. Cogieron a mi hija y se la llevaron, y cortaron el cuello a los dos niños delante de nuestros propios ojos.

Nos dijeron a las tres que corriésemos, y a los 10 metros empezaron a dispararnos. Las otras dos mujeres resultaron muertas en el acto. Yo fui alcanzada por un disparo en la pierna y me caí. Vinieron hacia mí y me dispararon a bocajarro en la cabeza para asegurarse de que acababan conmigo y se marcharon dándome por muerta. Pero la bala me atravesó la mejilla y sobreviví.

Me arrastré hasta llegar al río para beber agua y permanecí allí sola durante siete días con mucho dolor. No sabía dónde estaba mi familia o qué había ocurrido con mi pequeña, mi única hija. Al octavo día, no podía seguir allí sola durante más tiempo así que, utilizando un palo, logré ponerme en pie y caminar durante dos horas hasta que tropecé con unos vecinos que me cuidaron durante siete días.

Me dijeron que mi madre había desaparecido. Luego me dejaron para ir a informar a mi familia sobre mi paradero. De nuevo me quedé sola durante dos días. Y de nuevo tuve que arrastrarme hasta el río para beber agua. Entonces el hermano de mi marido me encontró y me llevó a Lekwongole, donde llegamos al cabo de tres días. No podía andar, estaba muy cansada y sufría mucho dolor.

Cuando MSF a Lekwongole, se encargaron de llevarme en coche hasta Pibor. Al día siguiente supe que mi madre había muerto. Mi madre está muerta, sí. Si al menos si mi hija estuviese conmigo, me sentiría bien. Pero no estoy bien, ni siquiera sé qué ha sido de mi pequeña.

De mi familia, diez personas han muerto: cuatro mujeres y seis hombres. De la familia de mi marido, ocho más han sido asesinadas. También han raptado a uno de mis sobrinos, de 6 años de edad. Es muy doloroso porque toda mi familia ha sido asesinada. Se han llevado a mi única hija, me siento tan sola. Es tan doloroso.

Respecto al futuro, si consigo trabajo, trabajaré pero quién sabe. La gente suele quedarse atrapada aquí sin absolutamente nada.

* Testimonios recogidos por los equipos de Médicos Sin Fronteras entre los pacientes atendidos tras los ataques en Pibor y Lekwongole a finales de diciembre.

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Foto: Hospital de atención primaria de MSF en la región de Pibor (© Liang Zi)

Un pequeño punto en el mapa

por Alejandro Arantegui (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

La temporada de lluvias ha llegado con fuerza por estas tierras. Es una buena noticia para la población: cualquier trozo de tierra es fértil para enterrar algunas semillas y dejar que la naturaleza haga su trabajo. De eso depende el sustento de toda esta gente, y ha sido así durante cientos de años.

Me parece un paisaje muy hermoso. Durante todo este mes siempre que he ido con el equipo de la clínica móvil, he ido viendo cómo los cultivos nos van rodeando hasta estar prácticamente inmersos en el paisaje. Y luego, unas lonas de plástico, soportadas con estructuras de madera y bambú dentro de las comunidades en las que viven estos desplazados. Y un equipo de gente que por unas horas asiste a todas las personas que acuden a nuestra clínica móvil para ser tratados. Así me siento. Si nos hicieran una foto aérea, seríamos un pequeño puntito azul dentro de un cuadro de verdes y rojos. Me gusta pensar así, me gusta creer que son las pequeñas acciones las que cambian las cosas. Ya os digo, un puntito en el mapa, en este mapa inmenso y precioso que es África.

En parte, es nuestro objetivo. Intentar aliviar el día a día de personas concretas a las que por desgracia les ha tocado vivir esta situación. Cada día cargamos los coches con medicamentos, material de curas, alimentos terapéuticos preparados (los llamados RUTF, ya os dije que os hablaría de cómo tratamos la desnutrición) y tests rápidos para detectar la malaria, pero sobre todo cargamos nuestros coches con personas. Personas dispuestas cada día a ayudar a otras personas. Pablo ya os ha contado algunas historias de nuestros trabajadores nacionales, personas como Valerio y ‘Big John’, personas que han vivido en sus propias carnes las penurias a las que se enfrentan los refugiados y los desplazados internos en este país. Ellos están también en los coches.

Yo quiero hablaros de la parte que me toca y que, como os decía, es parte de nuestro objetivo en el proyecto: garantizar el acceso a una atención médica de calidad y gratuita a los refugiados y desplazados internos. Desafortunadamente, la época de lluvias es también época de malaria. Una losa más sobre estas maltrechas espaldas, que hace, si cabe, el día a día un poco más difícil.

Esta enfermedad se ceba sobre todo con los pequeños, como siempre, los más vulnerables. Una simple picadura del mosquito que transmite este parásito es suficiente para contagiarla. Una vez dentro del organismo, después de una semana aproximadamente, provoca fiebre, anemia severa, dificultades respiratorias, síntomas neurológicos, y en muchos casos la muerte.

No existe vacuna para esta enfermedad. Sin embargo, podemos hacer mucho y de hecho lo hacemos. Contamos con tests rápidos para el diagnóstico temprano, algo extremadamente importante, así como un tratamiento adecuado. Cada día chequeamos a todas las personas que vienen a nuestras clínicas móviles con sospechas de haber sido contagiadas y en la mayoría de los casos podemos diagnosticarles y tratarles a tiempo.

Es importante también para nosotros explicar a estas personas cómo detectar la enfermedad, cómo prevenirla y por qué es importante que vengan a nuestras unidades móviles…

Y la desnutrición…

De todas formas, no es sólo la malaria lo que nos preocupa en nuestra actividad diaria. Ya os conté algo de nuestras actividades en Ezo y el ‘screening’ nutricional. También en nuestras clínicas móviles llevamos a cabo esta tarea. Cada día se nos llenan de madres con sus niños a cuestas, y les hacemos el ya famoso MUAC, el brazalete que nos ayuda a medir el grado de desnutrición del niño. En esta zona sí que encontramos casos desnutrición moderada y severa. Se dan todas las condiciones para ello y la época de lluvias, con sus mosquitos Anopheles, no ayuda.

Aquí es dónde aparece el RUTF, o alimento terapéutico ‘listo para usar’, no sé si más famoso incluso que el MUAC para todos aquellos que seguís este blog. Es un preparado alimenticio, que contiene todos los nutrientes necesarios para garantizar el soporte alimenticio de estos pequeños: junto con un eficiente tratamiento médico, es muy efectivo en los niños que podemos tratar ambulatoriamente y que son la mayoría de los que encontramos en la clínica móvil.

También aquí nuestra labor se hace presente cada día. Me resulta muy gratificante ver el chorreo de personas que acuden a nuestros servicios. Poder hablar con ellos, escuchar sus historias, reírme con los niños. Me gusta comprobar que la población nos conoce, confía en nosotros y acude en busca de ayuda. Quizás seamos los únicos que pueden garantizar esta atención, efectiva y gratuita. Pensad que no existe un sistema sanitario gratuito en este país, por lo que, para personas que difícilmente pueden pagar su alimento diario, es imposible acceder al diagnóstico y tratamiento de estas enfermedades.

Como siempre, no podemos dejar de pensar que cada día vendrán nuevos casos y que probablemente nos enfrentaremos a situaciones aún más difíciles en lo que a mi me parece un extraño lugar, mezcla de belleza y violencia, de riqueza natural y enfermedades, de personas acostumbradas a desconfiar y de personas eternamente agradecidas…

Este es nuestro pequeño puntito en el mapa de Sur Sudán. Hay muchos otros a lo largo de todo este continente y del mundo. No dejéis de pensar que poco a poco, grano a grano podemos dar la vuelta a las cosas que no nos gustan. Así que desde aquí os damos las gracias a todos los que cada día compartís este pensamiento con nosotros… y creedme si os digo que es una satisfacción personal ser testigo de todo.

Desde Yambio, un fuerte abrazo,

Alejandro.

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Foto 1: Carretera en Yambio, Sur de Sudán (© Catee Lalonde).

Foto 2: Parachek, prueba de diagnóstico rápido de la malaria, que permite saber si una persona padece la enfermedad en unos minutos (© Bruno De Cock/MSF).

Foto 3: Pequeño paciente consumiendo RUTF, en un proyecto de MSF en Darfur, norte de Sudán. (© Julie Damond/MSF)

Luces y sombras en el Sur de Sudán (2)

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Os contaba el pasado martes cómo habíamos organizado la distribución de ayuda a los desplazados internos de Nakiri.

En un momento dado, me paro a pensar en los cientos de personas congregadas a la puerta de la iglesia, niños que se asoman curiosos por las pequeñas ventanas de barro del edificio, ancianas sentadas en una esquina fumando y juzgando, un hombre con quemaduras severas de hace años y sin dedo anular, que te estrecha la mano y te regala una sonrisa en la que sólo veo dos dientes.

Y me paro a pensar en nuestros colegas sudaneses. Si no me equivoco, sólo 5 de los 58 empleados que trabajan hoy en nuestro proyecto, han podido quedarse en sus hogares durante la guerra. Es decir, que en un proyecto en el que nuestro primer objetivo es ofrecer ayuda humanitaria de emergencia a las víctimas de la violencia y a los desplazados, un 90% de nuestros trabajadores locales se han visto obligados a huir de sus casas en algún momento de sus vidas, para convertirse en refugiados en las vecinas República Democrática del Congo y República Centroafricana, o desplazados internos dentro del propio Sudán.

Contamos además con 21 refugiados congoleños, que están trabajando en las Unidades de Atención Primaria que MSF ha instalado en el campo de refugiados de Makpandu, a unos 40 kilómetros de Yambio, y en el de Napere, en Ezo, del que os hablé hace unas semanas. Ellos llegaron a Sudán huyendo también de una violencia que azota a toda la región.

A pesar de verlo, de haber estado allí, me sigue costando hacerme una idea clara de lo que supone vivir en un campo de refugiados, una vida precaria, de prestado, durante años y años.

Con todo eso en la cabeza, además de otro buen montón de trabajo urgente que hacer (esto es así), me tuve que dar un respiro. Decidí ir a tomarme un café con Valerio y ‘Big John’, nuestros vigilantes el turno de anoche. Me estuvieron contando sus experiencias, Valerio como refugiado en RCA, y ‘Big John’ en RDC.

Me contaron cómo tenían que luchar para sobrevivir en el campo, y cómo se las han tenido que arreglar para intentar dar una educación básica a sus hijos. Me contaron lo duro que es el camino al exilio, y me confirmaron que, por el camino, los jefes de las comunidades por las que pasaban les ofrecían techo, comida y agua, sólo por el hecho de ser de la misma etnia, la Azande en este caso, que se distribuye en esta zona sin entender de las fronteras que se trazaron desde los despachos de Europa.

Estuvimos hablando un buen rato sobre nuestros objetivos y nuestros límites, como ONG y como personas, y también de las esperanzas de una población que acaba de salir más o menos airosa de sus primeras elecciones en más de veinte años, y que avanza hacia un próximo referéndum en el Sur de Sudán que podría llevar a la independencia de esta región.

Me temo que el panorama político, a pesar de la euforia que ha seguido a las elecciones en Yambio, no es demasiado halagüeño para Valerio y sus compatriotas. Intereses económicos y políticos, abundantes recursos naturales que atraen a corporaciones extranjeras, tensiones étnicas y religiosas, asfixian aquí a la población civil y se nutren de sus esperanzas, como una planta trepadora abraza el tronco de un árbol y se sirve de él para medrar.

Espero que al final ese tronco sea más fuerte, que resista, porque se lo merece. Mientras siga asfixiado, mientras sufra la violencia, la marginalidad y el olvido, MSF seguirá aquí, haciendo lo que pueda para garantizar el acceso a una atención sanitaria gratuita y de calidad. Y eso, retomando lo que os decía el martes sobre las consecuencias, es luz. Sólo luz, sin sombras.

Un abrazo, ¡y hasta la próxima!

Pablo

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Foto:  Un grupo de refugiados congoleños recién llegado a uno de los campos del Sur de Sudán tras huir de un ataque de la guerrilla ugandesa Ejército de Liberación del Señor. © Brendan Bannon, 2009.

Luces y sombras en el Sur de Sudán (1)

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

El sábado aquel amaneció lluvioso. No obstante, me levanté contento. Teníamos una buena actividad programada, y Mat, nuestro logista, nos había pedido ayuda. El objetivo: distribuir cerca de 350 ‘non food items’ (ayuda no alimentaria, es decir cajas que incluyen kits de cocina, mosquiteras, mantas, platos, y otros enseres básicos, que en este caso nos habían sido donadas por UNICEF) a los desplazados internos del campo de Nakiri, a unos pocos kilómetros al sur de Yambio.

Es la primera vez que participo en una distribución de este tipo, y es toda una experiencia para alguien acostumbrado al trabajo de oficina: cargar y descargar cajas, organizar su distribución, acompañar a los conductores del camión por un camino embarrado y lleno de baches…

El lugar convenido para la distribución es una iglesia. No sé de qué credo, la verdad. Nos viene bien, porque por lo menos no nos mojaremos demasiado, y además ayuda a tener un acceso individual y controlado de todos aquellos que se han registrado debidamente y pueden acreditar su situación de desplazado interno.

Lamentablemente, no podremos entregar kit a quienes no lo hayan hecho, pero este mecanismo garantiza que la ayuda llega a los más vulnerables: los desplazados internos no disponen de redes familiares o comunitarias en las que apoyarse para sobrevivir.

Sudamos, nos ensuciamos, arrimamos el hombro todos los expatriados disponibles, y también muchos colegas sudaneses. Varios policías del SPLA (la ‘policía militar’ oficial en el Sur de Sudán) han aparecido para poner orden y garantizar nuestra seguridad. Les agradecemos el gesto… y les pedimos, amablemente, que se marchen. Confiamos en nuestra labor y en la aceptación de la población local para garantizar nuestra seguridad. No vamos armados ni llevamos escolta armada. Y funciona.

La experiencia ha sido memorable, aunque uno no puede evitar sentirse mal cuando tiene que negarle el kit a una persona que intenta pasarte un trozo de papel doblado para ver si cuela, o que simplemente, no ha podido registrarse. Sonrío, pero es triste.

De todos modos, me temo que veré alguno de esos kits a la venta en el mercado. Y es que a veces es preferible cambiar un kit de cocina por algo de comida. O quizás, simplemente, que el dinero es el dinero, aquí y en cualquier otra parte, y hace falta.

Luces y sombras, pros y contras. Actos y consecuencias. Algunas, quizás, criticables, pero la mayoría, seguro, con mucho sentido.

(Continuará el próximo jueves…)

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Fotos: Distribución de ayuda humanitaria en Pieri, Sur de Sudán, y cocina de la clínica de MSF (© Susan Sandars/MSF, 2008)

Niños de Ezo, niños de otro mundo

por Alejandro Arantegui (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Hoy quiero hablaros de una particular parte del mundo, una relativamente pequeña franja de tierra que literalmente une tres países aunque perfectamente podrían ser el mismo… no hay nada a primera vista que te haga pensar que estás pisando la frontera de Sudán, República Democrática del Congo y República Centroafricana.…pero ahí está. Se trata de Ezo. Y es aquí dónde llevamos a cabo uno de los proyectos de asistencia sanitaria en Sur Sudán en los que tengo la suerte de participar.

Hablar de Ezo es hablar de población desplazada, campos de refugiados, necesidades básicas no cubiertas, años de violencia, enfermedades endémicas y todos los factores comunes que os podáis imaginar en esta situación. Sin embargo sería injusto no hablar también de una tierra fértil, de un paisaje de una riqueza natural que impresiona mires donde mires, hablar de historia ancestral y de tradiciones, pero sobre todo de gente.

Podría escribir muchas páginas hablando de mis vivencias con la población y de todo lo que me enseñan a cada momento. Creo que nunca tendré tiempo suficiente para agradecer a estas personas las experiencias que estoy viviendo. Aunque parezca paradójico, ahora pienso que ellos hacen mucho más por mí de lo que yo hago por ellos. No obstante, puedo colaborar en un proyecto que realmente marca la diferencia en esta zona del mundo. Especialmente, y para entrar en materia, dando asistencia sanitaria gratuita en el campo de desplazados.

Tenemos una unidad de asistencia primaria en Napere, que es como se llama este campo. Pablo ya os ha comentado algo de esto, así que voy a centrarme en explicaros una de las actividades más interesantes que llevamos a cabo y que más impacto tienen en la población infantil, la más vulnerable a la que nos enfrentamos. Se trata del ‘screening’ nutricional, una evaluación del estado nutricional de una población.

No sé si habéis oído hablar alguna vez del MUAC; seguro que muchos de vosotros sí, pero para los no iniciados, el MUAC es un brazalete con franjas colores (del verde al rojo) que se coloca en el brazo para medir su perímetro, un sencillo pero efectivo sistema para valorar el estado nutricional de los niños en zonas de riesgo de desnutrición. En pocas palabras, valorar si reciben las calorías suficientes diariamente para mantener sus necesidades vitales cubiertas.

John y Arquetta, dos refugiados que colaboran con nosotros en Napere, son las personas que se encargan de ir de campo en campo, de tukul en tukul, avisando a las madres para que nos traigan a sus niños cada día para poder registrarlos y valorarlos.

Puede que estéis pensando en niños con caras tristes, con apenas fuerza para andar y rodeados de moscas. Sin embargo, debo deciros que no hay uno solo que no venga riendo a ponerse en fila, sorprendido por ver a una persona con la piel blanca que les habla con gestos y les pone un trozo de plástico alrededor del brazo.

Es un juego para ellos, podría decir que cualquier cosa es un juego para estos niños que viven ajenos a la situación en la que se encuentran y no ven más allá del día a día con sus semejantes y ocasionalmente estos nuevos invitados con piel blanca a los que miran con cara de sorpresa.

Afortunadamente, la mayoría de niños que hemos valorado en este campo están en la “zona verde”: esto significa que su estado nutricional no se encuentra en peligro. Estamos preparados también, por supuesto, para atender a aquellos que necesitan soporte nutricional, pero esa parte os la contaré otro día. Hoy me quedo con la satisfacción que es para nosotros ver este resultado y las sonrisas de estos pequeños corriendo hacia nosotros.

Sin embargo la experiencia nos hace ser moderadamente optimistas ya que, como os decía antes, la situación a la que se enfrentan estos niños cambia cada día. Hay demasiados factores que en un minuto pueden hacer que pasen al color naranja del MUAC, zona de desnutrición moderada, o incluso a la zona roja, desnutrición severa.

Existen aún tantas amenazas que hacen que la desnutrición sea una de las principales causas de mortalidad infantil en el llamado “tercer mundo”… Yo sinceramente no sabría deciros si el mundo en el que viven estos niños es el tercero; lo que sí tengo claro es que definitivamente es otro mundo. Otro mundo muy distinto al que estamos acostumbrados y con otros problemas no menos graves pero muy diferentes a los que se enfrentan nuestros niños, como son la obesidad infantil o la depresión.

Soy muy consciente que es fácil caer en la demagogia en estos casos, por eso quiero simplemente dejaros con la idea que me llevó a escribir estas palabras: existe otro mundo, existen niños que viven en ese mundo y creo que es obligación de todos intentar construir uno sólo para TODOS los niños. Seguro que nos lo agradecerán.

Desde Ezo,

Alejandro

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Foto 1: Los niños hacen cola para ser evaluados mediante el brazalete Muac, que puede verse en el brazo del pequeño atendido por personal de MSF. (© Alejandro Arantegui)

Foto 2: La cola se convierte en un entretenimiento más para los niños del campo de desplazados de Napere. En la foto, Alejandro Arantegui con uno de ellos. (© Alejandro Arantegui)

Foto 3: Niños de Ezo, niños de otro mundo (© Alejandro Arantegui)

Ezo: supervivencia sin fronteras

por Pablo Waring (Sur de Sudán, Médicos Sin Fronteras)

Susan, vamos a llamarla así, tiene 13 años. Hace un mes aproximadamente llegó a Yambio. Consiguió escapar, después de haber sido secuestrada por el LRA (el Ejército de Resistencia del Señor, la guerrilla de origen ugandés) y pasar cinco meses como “esposa” de uno de los combatientes veteranos. Nuestro equipo de salud mental empezó a tratarla.

Hace unos días, preparamos dos coches y nos lanzamos a la carretera. Destino: Ezo, una población situada justo donde se encuentran las fronteras de República Democrática del Congo, República Centroafricana y Sudán. Susan, es de allí, y hace unas semanas que regresó.

Nos cuentan, al llegar, que han capturado a un miembro del LRA en el mercado de Ezo. Al preguntar por los detalles, nos informan de que una chica lo reconoció. Era Susan. Y él, el combatiente al que había sido entregada como “esposa”. No puedo ni imaginarme cómo pudo sentirse ella en ese momento. Nuestro equipo de salud mental, afortunadamente, nos acompañó a Ezo y pudo continuar el tratamiento.

En esta parte del mundo, el concepto de frontera se difumina hasta el infinito. Sólo hay selva y más selva. Eso lo sabe, y bien, el LRA: ataca en grupos reducidos de entre tres y diez combatientes a la población civil que vive próxima a la frontera, y luego se refugia tras la frontera de algún país vecino. En general, su objetivo principal es la comida y los bienes que puedan robar, y, tristemente, también los niños y niñas, que secuestran cuando tienen la ocasión.

Se trata de una zona caliente, sometida a la violencia desde hace años, y de eso dan testimonio los numerosos campos de refugiados y de desplazados internos que hay en la zona, tanto en Ezo, como más al norte, hacia Tambura.

MSF dispone de una Unidad de Atención Primaria en el campo de Napere, a las afueras de Ezo, donde un equipo de siete personas hacen lo posible para facilitar una atención primaria de emergencia mínima y gratuita a la población. También apoyamos el Centro de Atención Primaria del Ministerio de Salud.

Al preguntar por las cifras, nadie sabe exactamente cuántas personas residen en el campo. Mboriundo, el jefe del Campo 3 (Napere está dividido en cinco campos distintos), nos informa de que es difícil saberlo, porque muchos de los refugiados que residían en su campo se han ido a otros, debido a que a principios de abril tuvo lugar un ataque del LRA allí mismo, y la gente tiene miedo de que vuelva a ocurrir. Pero son miles de personas.

Napere es un sinfín de chozas precarias, unos cuantos palos que sostienen un techo de paja. Sólo unos pocos han podido hacerse con un trozo de plástico para protegerse mejor de las constantes y potentes lluvias que caen por estas fechas en la selva ecuatorial. El acceso a agua potable es, paradójicamente, una difícil tarea. Las mujeres cargan constantemente con recipientes de agua desde el pozo hasta su choza.

La mayoría de los niños tienen problemas de higiene. Muchos tienen problemas de hongos y llevan la cabeza rapada a trozos. Los más pequeños no tienen ropa, y los mayores la tienen toda hecha trizas. Sin embargo, los niños cuyo estado nutricional nos ha dado tiempo a evaluar parece que están fuera de peligro. Alejandro, que sabe más que yo, ya os contará un poco más de esto el próximo lunes.

Yo, por mi parte, lo que sí puedo deciros, desde una perspectiva no sanitaria, es que en Napere he visto muchas necesidades, la mayoría muy básicas. También he visto agradecimiento. Nos dicen que aprecian el hecho de que, cuando hay ataques, MSF se queda. Y he visto alegría en niños que no tienen absolutamente nada, salvo unas ganas de vivir y una energía increíbles. Y se me ha contagiado.

He visto que las organizaciones humanitarias (aunque aquí no hay muchas) marcamos la diferencia entre la vida y la muerte de miles de personas. Desde aquel día soy más persona. Y todos los que hacen y hacéis esto posible, a través de vuestro apoyo, deberíais poder contagiaros un poquito de esto. Espero que estas líneas ayuden.

Un abrazo, ¡y hasta la próxima!

Desde Ezo,

Pablo

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Foto superior: Carretera en los alrededores de Yambio, base del proyecto de MSF (© Catee Lalonde)

Foto inferior: Pablo Waring rodeado de algunos de los pequeños cuyo estado nutricional fue evaluado en Ezo (© MSF)