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Batangafo: «Lo único que le queda a toda esa gente es su propia vida»

Por Natacha Buhler, responsable de comunicación de MSF en RCA

Desde finales de julio de 2017, los combates entre las facciones ex-Seleka y anti-balaka han vuelven a incendiar el norte de la República Centroafricana. Miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus refugios en Batangafo y alrededores, en donde estaban instalados desde la crisis en 2013-2014. Muchos de ellos han buscado protección en el complejo hospitalario administrado por MSF.

«Estoy cansada de correr. Mientras se siga oyendo el zumbido de los disparos, me quedaré en el hospital». Esther tiene 30 años y vive en una cabaña hecha con ramas. Junto a ella están su hija y su hermano menor. La cabaña está justo detrás del edificio en el que se encuentra el quirófano de nuestro hospital en Batangafo. El 29 de julio de este año, tras el enésimo estallido de violencia entre las facciones de la antigua coalición Seleka y la anti-Balaka, Esther y unas 16.000 personas más, buscaron refugio en este lugar.

Esther Ngaindiro, de 30 años, vive en el hospital de Batangafo desde el brote de violencia del 29 de julio. Antes, vivía en el emplazamiento de Baga para desplazados internos, donde algunos de sus familiares fueron asesinados durante los enfrentamientos. Ahora está en el hospital con su hija y otros miembros de su familia. Su madre decidió quedarse en Baga, ya que cree que si ella si Esther se separan, habrá más opciones de que alguna de las dos sobreviva para cuidar de la familia © Natacha Buhler/MSF

Los «acontecimientos», como se conoce aquí la violencia que devastó el país en 2013 y 2014, todavía están presentes en la mente de todo el mundo. No todos los que huyeron de Batangafo en 2013 regresaron cuando pasó la gran oleada de violencia. Muchos tenían miedo de volver a sus casas y por eso unas 23.000 personas decidieron quedarse durante todo este tiempo en los campos de desplazados de la zona.

Sin embargo, si algo tengo comprobado en el tiempo que llevo aquí, es que en este país la violencia se ceba de manera especialmente cruel con los más débiles.  Aquellos que ya habían perdido todo en el pasado, vieron en julio cómo sus precarias cabañas quedaban completamente calcinadas, lo cual les llevó a tener que huir una vez más.

«No sé por qué pelean. Cualquier motivo parece ser suficiente para comenzar a luchar de nuevo; para aprovechar la oportunidad de saquearlo todo y dejarnos sin lo poco que tenemos. En los enfrentamientos de julio, algunos de mis familiares fueron asesinados y todas mis pertenencias fueron destruidas o robadas», continúa Esther, que, como tantos otros, llevaba en uno de estos campos desde hacía tres años.

Hoy, Esther está en el hospital junto con miles de personas, con la esperanza puesta en que este lugar pueda brindarles un mínimo de seguridad. Y ojalá pudiéramos dársela, pero a día de hoy, por desgracia, ni siquiera un hospital puede considerarse a salvo de los combates o de las bombas. Lo que sí vemos es que la cantidad de personas desplazadas que acoge el recinto varía de acuerdo con la evolución del conflicto. A veces somos más y otras veces somos bastantes menos.

Desde que estallara la violencia en Batangafo, algunas personas que habían buscado un refugio intentaron volver a casa cuando la situación se calmó. Pero se vieron forzadas a refugiarse de nuevo en el hospital cuando la violencia resurgió a principios de septiembre © Natacha Buhler/MSF

Tras los incidentes de julio, la violencia continuó en Batangafo durante los meses de agosto y septiembre de este año, hasta que los ex-Seleka y anti-Balaka firmaron un nuevo alto el fuego. Luego, en octubre, surgió un nuevo grupo de «autodefensa» con las mismas ganas de pelear que todos los demás. Fue fundado en un pueblo situado no muy lejos de aquí y allí es donde ahora se están librando los combates; más allá del río que separa la ciudad de la comunidad vecina, Saragba. Muchos de los que llegan al hospital huyendo de allí lo hacen sin absolutamente nada. Y casi todos nos hablan de aldeas totalmente quemadas y de cuerpos sin sepultar.  La violencia aquí no cesa.

«Mi madre se quedó en el campo de desplazados. Me dijo que era mejor si nos separábamos, porque si algo le sucedía a una de nosotras, entonces la otra podría cuidar de la familia», comenta Esther. «La temporada de lluvias fue dura, las lonas que usamos no nos resguardaban de la lluvia. Pasamos muchas noches de pie, apretujados los unos contra los otros. Se ha acabado la temporada y todavía seguimos aquí. No hay nada que hacer. Antes, me dedicaba un poco al comercio. Pero hace ya mucho que se nos acabó el dinero».

Aunque refugiarse en el hospital de Batangafo puede ser la opción más fiable en términos de seguridad, también contiene riesgos ocultos como el contagio de enfermedades. Un hospital es esencialmente un sitio donde tratar a personas enfermas © Natacha Buhler/MSF

Hay poco que celebrar cuando pensamos en cómo será el futuro en Batangafo. Esther, como muchos, dice que espera que vuelva a reinar la paz para poder comenzar a ganar dinero y poder cuidar de su familia. Su mayor anhelo es el de enviar a su hija a la escuela. Pero no se acaba de creer que eso sea algo que pueda llegar a suceder algún día. «Para que haya paz, no puede haber hombres armados», dice mirando al suelo. “Pero aquí los hombres no están dispuestos a dejar la violencia de lado”.

 

Médicos Sin Fronteras (MSF) ha prestado apoyo al hospital de Batangafo desde 2006, brindando atención médica gratuita a la población de la ciudad y de sus alrededores. La organización también ha establecido redes de trabajadores comunitarios en los cinco ejes fuera de la ciudad, de modo que el tratamiento para la malaria y para la diarrea siempre está accesible para la mayor parte de la población sin tener que desplazarse hasta el hospital. En la carretera de Ouogo, donde actualmente se libran los combates, solo dos trabajadores de 16 lograron llegar al hospital para reabastecerse del suministro de medicamentos paras sus respectivas zonas. La inseguridad también impide que el equipo de MSF acceda a aquellos lugares donde se libran los combates. La mayor parte de la población que vive allí ha huido al bosque o al campo, donde no tienen acceso a la atención médica, mientras que los puestos de salud en las aldeas han sido saqueados, destruidos o abandonados.Los trabajadores sanitarios también son víctimas del conflicto y, como todos los demás, se vieron obligados a huir para tratar de poner a salvo sus vidas.

MSF lleva trabajando en la República Centroafricana desde 1997 y hoy brinda asistencia médica a las poblaciones de Bria, Bambari, Alindao, Batangafo, Kabo, Bossangoa, Boguila, Paoua, Carnot, Zemio y Bangui. En 2016, la organización atendió un millón de consultas médicas, vacunó a 500.000 niños contra diversas enfermedades, realizó 9.000 intervenciones quirúrgicas y ayudó en el parto de 21.000 bebés en el país. Sin embargo, desde comienzos del año, con la intensificación del conflicto armado, la organización ha tenido que adaptar cuatro de sus 16 proyectos para responder a las necesidades más  urgentes de las personas directamente afectadas por el conflicto.

Hoy es el viaje de su vida, mañana puede ser el de la mía

Por Ianire Molero, coordinadora de campaña #Elviajedesuvida, UNICEF Comité Español

Malak, Bryn, Assia o Allahyar nunca habrían elegido este viaje. Tampoco los millones de niños y niñas que diariamente abandonan sus hogares en diferentes lugares del mundo huyendo de la violencia, la pobreza o los desastres.

Han nacido en Siria, Honduras, República Centroafricana o Afganistán, y sus vidas están atravesadas por el conflicto y la desesperación. Tienen entre 7 y 16 años y algo en común: un viaje que nunca van a olvidar. Acumulan experiencias traumáticas, dramas que arrancan en su país de origen y se encadenan en este éxodo a ninguna parte.

Malak (7 años) sobrevivió a un naufragio en su viaje a Lesbos. Recuerda a sus amigos en Siria, donde ya no queda nadie. Bryan (17 años) salió de Honduras huyendo del crimen y la falta de oportunidades. Perdió una pierna en “La bestia”, el tren de la muerte que llega hasta la frontera con EEUU. Assia (10 años) vive con su abuela en un campo de refugiados en Chad desde que escapó de República Centroafricana. Allahyar (13 años) entró en una balsa de 8 metros cuadrados con 70 personas hacia Turquía, pasando por Pakistán e Irán. Sus padres pagaron 3.200 euros para sacarle de Afganistán.

Sus viajes no terminan en el destino. Aún tendrán que encarar el racismo, la discriminación o las devoluciones. Sus historias son parte de #Elviajedesuvida, la última acción de sensibilización de UNICEF, grabada con cámara oculta para llamar a la reflexión y la empatía sobre la durísima situación que viven los niños refugiados y migrantes.

Solo en 2015 unos 300.000 han arriesgado su vida en el Mediterráneo para llegar a Europa. Y en los últimos siete meses 358 niños han muerto cruzando las aguas entre Grecia y Turquía. Son las cifras de una crisis que se intensifica cada vez más rápido.

Cada día, imágenes desgarradoras muestran la mayor crisis de refugiados y migrantes en Europa desde la II Guerra Mundial, de la que un 40% de sus víctimas son niños.

Inyecciones de realismo que fracturan unos principios fundacionales a punto de convertirse en mito. Mujeres embarazadas esperando en la frontera, niños pintando en el barrizal, personas que cargan sus vidas a la espalda y esperan hueco en un tren. Seres humanos en imágenes deshumanizadas que recuerdan momentos de la historia donde tampoco hubo respuestas cuando tocaba. ¿No nos duele la deshumanización?

#Elviajedesuvida ha revelado que sí, que sí que duele. Esta campaña nos ha supuesto un giro provocador, una sacudida para demostrar que no somos indiferentes, que los seres humanos no somos insensibles. Un desafío al relato diario para expresar que este no es un viaje de placer.

Son causas de fuerza mayor las que te obligan a tomar la decisión de tu vida: abandonar tu hogar y tus sueños. 250 millones de niños viven en países afectados por conflictos. Sabemos que la solución pasa por la acción de la comunidad internacional para poner fin a los conflictos en Siria, Afganistán, Iraq, Pakistán, República Centroafricana, Yemen o Eritrea, entre otros muchos.

Esta campaña refuerza el trabajo político y humanitario de UNICEF en esta crisis. Exigimos a los gobiernos europeos medidas urgentes y justas de protección a la infancia, especialmente para los que viajan solos, los bebés o los niños con discapacidad.

Con los espacios amigos de la infancia en varios puntos de la ruta de los Balcanes estamos consiguiendo que los niños vuelvan a ser niños en medio del caos, que reciban atención psicosocial, abrigo y calzado, alimentación o atención sanitaria.

Personas reales que una tarde fueron de compras nos han ayudado a contar que este no debería ser el viaje de la vida de nadie. Gracias a cada una de esas personas por su empatía, por su generosidad, por prestarnos sus reacciones y contarnos las sensaciones semanas después.

Gracias por estar al otro lado del relato, por ser las “víctimas” de un viaje al que como Malak, Bryan, Assia o Allahyar no llegasteis voluntariamente. Nos habéis contagiado vuestras sensaciones a través de las redes. Tenemos fuerza para seguir exigiendo el fin de esta crisis a las puertas de Europa.

Laurentine, armada de esperanza

Por Omar Ahmed Abenza. Coordinador del proyecto de MSF en Ndele, República Centroafricana

Mercado Ndele. Arthur Roger/MSF

Mercado Ndele. Arthur Roger/MSF

Laurentine recorría a pie decenas de kilómetros una vez por semana para venir al mercado de Ndele. Aquí vendía las recolectas del cultivo para volver a su pueblo con el equivalente a unos seis euros  y una bolsita de plástico negra rellena de algunos productos que intercambiaba por sus mañocas y panochas. Pero hace apenas dos días, Laurentine vino en dirección al hospital y no al mercado. Llegó referida de Tiri, donde se encuentra uno de los cuatro centros de salud que gestionamos a lo largo del eje de Miamani; una carretera de unos 140km que une la ciudad de Ndele con Chad. Había discutido con su marido. Al parecer, con la rabia pasional aun corriendo por sus venas, éste le disparó por la espalda en el momento que ella salía de la casa para ir a trabajar al campo. La bala le alcanzó en la parte superior del trasero.

Laurentine. Arthur Roger/MSF
Laurentine. Arthur Roger/MSF

Según les contó Laurentine a las enfermeras en el momento de ingresar, las discusiones con su marido eran frecuentes, pero no llegaban más allá de la leve violencia física, algo que desgraciadamente es muy frecuente aquí.  Desde luego, ella no esperaba tal reacción por parte de él.

A día de hoy, lo que parecía iba a ser una inmovilidad temporal causada por el impacto de la bala, vemos que se está convirtiendo en algo más crónico. Laurentine acaba de perder esta noche la movilidad de cintura para abajo, y no parece que vaya a ser reversible. Joven, madre de un niño de un año y con planes de traer al mundo aún a unos cuantos críos, ella no termina de creérselo y conversa con vivacidad con sus familiares. El marido, quien pese a todo la acompaña, tampoco parece consciente de las consecuencias de su reacción. Es como si no fuera con ellos, no dramatizan. Quizás aún tengan las esperanzas puestas en la medicina tradicional.

Si en lugar de un arma para disparar a su señora, hubiera tenido al alcance de la mano una hoz para descargar su pasión contra las mañocas y las panochas, otro gallo hubiera cantado. Pero por desgracia, desde el recrudecimiento del conflicto en la República Centroafricana y la consecuente escalada de violencia, las armas de fuego han entrado a raudales al país, sufriendo una deflación escandalosa. Hoy, cualquiera puede hacerse con una AK-47 de segunda mano por apenas cuarenta euros, o aún peor, con una granada de fabricación china por unos míseros dos euros. Lo paradójico del caso es que esa arma la pagó Laurentine con dos meses de trabajo. Pero, dadas las circunstancias, parece que a ella le va a salir mucho más cara.

Mercado Ndele. Arthur Roger/MSF
Mercado de Ndele. Arthur Roger/MSF

Pese haber vivido situaciones de conflicto similares durante los últimos años, me siguen atacando las mismas reflexiones los días en que anochezco con energía para seguir pensando. El día en que la calma llegue a este país, me pregunto qué pasará con todas esas armas y con los jóvenes que han hecho de ellas su oficio. Como Laurentine, intento no dramatizar. Me quedo pues, con la inocente esperanza de una República Centroafricana armada con hoces y no con AK-47, donde los jóvenes del campo se dedican a cultivar y los de las ciudades a reconstruir sus instituciones, y donde los desplazados retornan a sus casas con lo necesario para seguir viviendo en paz, sin armas, como lo hacían hasta hace relativamente poco.

En Ndele, MSF gestiona desde 2010 un proyecto de asistencia sanitaria a las víctimas de la crisis crónica que sufre la RCA. Entre las actividades de la organización en esta localidad del norte de la RCA se encuentran los servicios de obstetricia, las consultas externas, el tratamiento del VIH/sida y el apoyo a cuatro centros de salud cercanos. Cada semana, los equipos de MSF realizan unas 1.600 consultas – una tercera parte de las cuales son a niños menores de 5 años -, y unos  40 pacientes son ingresados en el hospital. 

Los refugiados centroafricanos se enfrentan a grandes retos en Camerún

Por Tatangang Henri -Noel

Técnico de Reducción del Riesgo de Desastres de Plan Internacional en Camerún

 

La semana pasada viajé a uno de los campamentos de Lolo, en la región este de Camerún, para evaluar la situación de los refugiados de la República Centroafricana.

Durante la visita, me conmovió ver como una multitud de niños y niñas llegaban a los campamentos acompañados de sus familias. Allí conocí a Aisha, una niña de 9 años procedente de la comunidad de Buar y que había viajado unos 400 kilómetros desde la República Centroafricana. A su llegada al campamento, las autoridades competentes la registraron a ella y a su familia. Aproveché el momento para preguntarle cómo había sido capaz de caminar una distancia tan larga, su respuesta fue: «Hemos hecho el camino a pie durante varios días  y nos refugiamos en las casas de las familias que nos encontrábamos en el camino, quienes además nos dieron comida. Una vez que llegamos cerca de la frontera fuimos trasladados al campamento».

Dadas las circunstancias en las que se encuentran miles de personas como Aisha, que se  han visto forzadas a huir de su país por el estallido de una guerra en RCA, le pregunté a la joven si todavía tenía miedo, a lo que ella respondió: “No, porque ya no tendré que ver más a esos hombres malvados que iban armados”.

Aisha comentó que no sabía cuando podría volver a casa. Desde hace un año no va a la escuela debido a la alta inseguridad. El estallido del conflicto armado provocó el cierre de gran parte de las escuelas comunitarias y la huída de todos los maestros de la zona.

Miles de niños que huyen de la violencia en la República Centro Africana llegando al  campamento de refugiados de Lolo, en la Región Este de Camerún. Muchos de ellos han caminado cientos de kilómetros con sus familias y parientes en busca de refugio

Miles de niños que huyen de la violencia en la República Centro Africana llegando al campamento de refugiados de Lolo, en la Región Este de Camerún. Muchos de ellos han caminado cientos de kilómetros con sus familias y parientes en busca de refugio

Uno de los campamentos que pude visitar tiene actualmente cerca de 6.000 refugiados, otros 7.000 están de camino y se espera su llegada en los próximos días. Además de la difícil situación de estas personas, millones más se encuentran desamparadas debido a la ayuda limitada que llega a los campamentos. Tienen necesidades fundamentales en materia de ayuda alimentaria; acceso al agua, atención sanitaria, vivienda o protección. Actualmente son pocos los organismos que prestan ayuda a los afectados por este conflicto, lo hacen principalmente las agencias de la ONU y algunas organizaciones internacionales no gubernamentales.

El gobierno está garantizando seguridad en torno a las fronteras a través de un comité de crisis con el que se pretende ofrecer apoyo a las personas refugiadas. En este sentido, el trabajo en materia de protección a la infancia y educación es muy escaso, lo cual se convierte en  un gran problema ya que los niños y niñas afectados sólo se sentirán seguros si consiguen ser agrupados en actividades que los protejan de potenciales abusos. Esto también serviría para crear espacios que ayuden a estos niños a olvidar las malas experiencias vividas.

Gran parte de los refugiados son analfabetos y no pueden expresarse en francés, la lengua oficial de la República Centroafricana. El único modo de comunicarse con ellos es a través del idioma Fulfude o de un intérprete.

Hay cerca de 2.000 niños en el campamento y se estima que en toda la región hayan 23.000 mil niños refugiados. Hay más niños y niñas que adultos y algunos ya han nacido en los campamentos. En el que visité, el personal sanitario informó de  17 nacimientos la semana pasada, situación que les preocupaba ya que carecen de materiales para dar asistencia médica. Una joven, madre de tres hijos, quien ha dado a luz recientemente comentaba: «Doy gracias a Dios porque estoy viva y puedo tener a mi bebé después de todo el sufrimiento vivido durante el camino, a pie y en transporte público. Sólo puedo dar gracias a Dios, pero por favor, ayúdanos”.

Me encontré con uno de los líderes del campamento, Djoubero Amán, quien había montado una pequeña tienda en su propia casa en RCA. Dice: «Durante un tiempo, tuve que vender algunas cosas a través de la puerta de atrás y no tenía ingresos para reponer la mercancía. Cuando la situación se volvió muy dramática me vi obligado a cerrar todo y llevarme sólo lo esencial para poder irme con mi familia y refugiarnos». Emocionado, me contó que habla francés y ayuda de forma voluntaria como intérprete cuando hace falta.

Como Amán , miles de personas de la RCA se enfrentan a muchos desafíos, viven refugiados y en suelo extranjero. Muchos de ellos se alojan en grandes salas con capacidad para unas 50 personas hasta que se proporcionen carpas individuales para cada familia u hogar. Este es un proceso lento que los deja sin privacidad durante semanas. No existe libre movilidad y las familias se enfrentan al reto de sobrevivir sin ningún ingreso,  ya que la mayoría se ha visto obligada a dejar todas sus pertenencias atrás debido al estallido de los enfrentamientos.

Plan Internacional, organización humanitaria que trabaja por la promoción y  protección de los derechos de la infancia, está movilizándose para conseguir recursos suficientes para responder a las necesidades de protección de los niños y niñas afectados, teniendo siempre en cuenta que en los campamentos son más vulnerables a sufrir abusos y otros riesgos potenciales ya que  no van a la escuela. Se están creando Espacios Amigos de la Infancia en los que especialistas y animadores infantiles trabajan con niños y niñas para ayudarles a superar las dificultades vividas, a que vuelvan a jugar y puedan retomar los estudios.

No nos engañemos, esto es una guerra

Por Gordon Finkbeiner, coordinador financiero de Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana.

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde se hacinan más de 100.000 personas en condiciones infrahumanas. MSF es la única organización que les presta asistencia médica. (Copyright: Samuel Hanryon)

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde se hacinan más de 100.000 personas en condiciones infrahumanas. MSF es la única organización que les presta asistencia médica. (Copyright: Samuel Hanryon)

 

No hay manera de expresarlo de otra forma: esto es una situación de guerra. Guerra abierta, con artillería pesada y morteros que son disparados arbitrariamente en diferentes partes de la ciudad, con helicópteros sobrevolando la ciudad y con explosiones que te cortan la digestión. Tras la llegada de las tropas francesas a la ciudad, durante algunos días pareció haberse asentado en Bangui una aparente calma esperanzadora. Sin embargo, tras ese breve paréntesis, ahora se ha instalado un estado de confusión total en cuanto a quién combate a quién: los rebeldes exSéléka, los milicianos anti-Balaka, las tropas francesas, las fuerzas de mantenimiento de paz compuestas por congoleños y burundeses y sus a menudo temidos colegas del Chad (percibidos en muchas ocasiones como escasamente neutrales)… demasiados tipos armados.

La gente está desesperada, hacinándose por decenas de miles en misiones religiosas o en campos de desplazados improvisados, como el que hay en el aeropuerto y que a día de hoy ya alberga a más de 100.000 personas. Solamente en Bangui más de medio millón de ciudadanos han dejado sus casas, aunque el número se dispara cada día que pasa. Uno de nuestros compañeros pasó una semana en el interior de una iglesia con su familia, durmiendo en el suelo junto a seis mil personas más. Algunos miembros de nuestro equipo sabían que su vida correría un grave riesgo si regresaban a sus casas, por lo que fueron improvisando día tras día dónde dormir, ocultándose y durmiendo en los bosques. Algunos han perdido a varios de sus familiares.

La residencia del embajador de Camerún, a meros cien metros de donde nosotros nos alojamos, está desbordada con más de mil nacionales que pretenden salir del país después de que unos compatriotas suyos fueran asesinados en Bangui. Un grupo de civiles chadianos fue atacado cuando trataba de huir de la ciudad hacia el norte, seguramente en su pretensión de llegar de vuelta a su país. 47 de ellos fueron masacrados, mujeres y niños incluidos. Ahora tratamos de evacuar a otro compañero porque sabemos que aquí en el proyecto ya no estaría seguro. No cuento con volver a verlo por aquí.

Pacientes atendidos en el hospital Comunitario de Bangui, uno de los centros médicos en los que el personal de MSF lleva a cabo cirugías. (© Samuel Hanryon)

Pacientes atendidos en el hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon).

El dinero y los suministros comienzan a ser un problema, pues los bancos y tiendas están cerrados. La Navidad no ha tenido lugar, no hace falta decirlo. Las escuelas, que antes del cinco de diciembre habían finalmente hallado cierta regularidad al permanecer no sólo abiertas, sino llenas de alumnos, han cerrado. En total, sólo han conseguido estar abiertas cuatro meses este año. Seguimos viendo familias enteras en las carreteras, empujando carros en los que acumulan aquellas pertenencias que han podido rescatar, y tratando de llegar a algún lugar seguro. Dejan su casa atrás, aún sabiendo que ésta será con toda probabilidad saqueada o destruida.

Las perspectivas actuales son nefastas, pero también impredecibles. Pasamos de ver cadáveres degollados amontonados por docenas en las calles, a una situación de casi normalidad. Y ahora, de nuevo, otra vez gente refugiándose de las balas… y todo esto en tan sólo dos semanas. Será difícil que la tensión existente actual amaine y que los sentimientos de odio y venganza den lugar a la reconciliación que todos deseamos.

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde los equipos de MSF pasan más de 500 consultas y ayudan a dar a luz a una media de 7 bebés al día (© Samuel Hanryon)

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui. (© Samuel Hanryon)

En el lado positivo cabe destacar que tenemos un gran equipo y que en la actualidad, además de los muchos proyectos regulares con los que contamos en el país (hospitales que tienen una cobertura regional), también operamos y proveemos otros dos hospitales en Bangui en los que estamos dando asistencia de emergencia.

Por otro lado, hay varios equipos de MSF pasando consultas y ocupándose de las actividades de agua y saneamiento en varios de los campos de desplazados de la ciudad, donde también tratamos de luchar contra el cólera y el sarampión.

Todo ello con las dificultades obvias e impredecibles a las que nos enfrentamos a diario y bajo los riesgos e incluso amenazas que rodean a la misión. Si uno se para un minuto a analizar el caos en el que está sumido todo el país, al final no puede por menos que pensar que cada vida que logramos salvar, cada persona a la que conseguimos ayudar, resulta casi casi un pequeño milagro.

Para quitarse el sombrero

por Albert Caramès, responsable de Asuntos Humanitarios de Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana.

Equipos de MSF dando respaldo en la atención de heridos al Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Equipos de MSF dando respaldo en la atención de heridos al Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).


El despertar del jueves 5 por la mañana fue distinto, más repentino y desagradable. El anuncio de enfrentamientos armados en algunas zonas de Bangui ya nos terminó de desvelar. Ciertos momentos de incertidumbre que rápidamente se esclarecieron tras las indicaciones de los máximos responsables de la misión: qué pasa y qué es lo que hay qué hacer.

Logistas y personal médico estaban llamados a tomar posiciones para apoyar el trabajo en el Hospital Comunal de Bangui. Allí se irían (comprometidos, pero con la serenidad de quien fuera a un tranquilo día de trabajo en la oficina) para atender a los múltiples heridos que irían llegando.

Desde entonces, una sucesión de días intensos, de aquellos que te hacen parecer que ayer hubiera sido la semana anterior: puntos informativos diarios, financieros y administrativos apoyando la logística durante el fin de semana, recogida de heridos, la administración flexible a todos los cambios que se presentaban, personal nacional (conductores, guardianes, personal médico) haciendo de la base/oficina su casa durante unos días, más pacientes que llegan, llamadas, comunicados de prensa y entrevistas, entre muchas otras cosas. Y siempre bajo esa sensación de que todavía hay tanto por hacer y no sabes cómo empezará el día siguiente.

Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Personalmente, siento la más profunda admiración hacia las personas que directamente salvan vidas. Sé que suena a tópico, pero la manera en cómo lo cuentan no dejan de asombrarme, hablando de heridas y traumatismos con tristeza pero muy profesionalmente.

Estos días, más allá de mi trabajo habitual he intentado hacer un poco de logista y acompañado algunos pacientes. Fue en este último viaje que me encontré en una carretera llena de gente que, a nuestro paso, nos aplaudía, agradecida de nuestra labor. Esa noche dormí mejor, pero sólo porque los que me aplaudían pensaba que yo también era personal médico o logista.Y es con ellos con quien yo me quito el sombrero.

Adiós a Boda

Por Óscar Sánchez-Rey (República Centroafricana, MSF)

Igual que en otra entrega os hablaba de la gran oportunidad que fue abrir el proyecto de Gadzi, hoy no me queda más remedio que contaros una de las tareas menos deseables de este trabajo: cerrar nuestro proyecto en Boda. Siendo sincero, ni yo mismo pensaba tener que cerrar Boda. Contaba terminar mi misión y pasarle «la tarea» a otro compañero que viniera a reemplazarme en mi puesto, pero las intervenciones de emergencia son así.

Es difícil romper los vínculos afectivos con todo aquello que, a fuerza de tiempo, de trabajo y de algún sinsabor, acabas sintiendo como propio, con un programa que realmente ha marcado la diferencia en una región como el suroeste de la República Centroafricana, donde las necesidades básicas están todavía muy lejos de ser cubiertas.

Cuesta dejar un sitio donde lamentablemente la gente va a seguir pereciendo de enfermedades totalmente curables y donde las condiciones de vida serán tan duras como lo han sido siempre. Pero todo lo que comienza tiene un fin, y en algunos casos, el intervalo de tiempo entre apertura y cierre no es grande. Concretamente en Boda han sido quince meses. Quince meses donde hemos pasado más de 25.000 consultas pediátricas y hemos curado la desnutrición a unos 6.000 niños.

Como organización de emergencia, es fundamental marcar los límites de nuestra intervención. Nuestro trabajo está basado en indicadores que nos permiten decidir cuándo entrar y cuándo salir de una región. Esos indicadores deben ser objetivos, analizables y, sobre todo, basados en estrictos criterios médicos que nos alejen de tentaciones políticas y presiones contextuales. Y en Boda, la misma razón por la que comenzamos a trabajar (una urgencia nutricional con una elevada mortalidad infantil) es la misma por la que ahora debemos cerrar: hemos podido reducir los indicadores epidemiológicos a índices por debajo de los umbrales de emergencia.

También ha sido un objetivo en nuestro proyecto llamar la atención sobre un contexto fuera del mapamundi informativo. La respuesta ha sido desigual. Muchos medios han mostrado interés por el contexto diamantífero. Pero no ha habido otra organización a la que hacerle un traspaso de nuestras actividades. La región necesita organizaciones que tengan la capacidad de hacer inversiones a largo plazo y de realizar profundos cambios estructurales. Lamentablemente, los intereses de los donantes internacionales están todavía lejos de Boda.

Ahora es inevitable hacerse la traicionera pregunta «¿qué hemos dejado?»… como si toda acción humana tuviera la imperiosa necesidad de perpetuarse en el tiempo. No puedo ser demasiado ambicioso en la repuesta, no puedo hablar de grandes construcciones ni de infraestructuras que vayan a recordar nuestro paso para siempre. No era ese nuestro objetivo.

Sin embargo, sé que dejamos algo mucho más valioso: el incontable número de niños que tuvieron otra oportunidad, que pudieron superar el duro bache de una traicionera malaria, o de una descompensación nutricional. Bache que, en muchos casos, será el último crítico que tengan que superar en la primera infancia, porque, a partir de los 5 años, los niños desarrollan más defensas naturales para combatir las enfermedades.

También me consuela pensar que todavía nuestros compañeros siguen trabajando no lejos de aquí, en Gadzi. En caso de emergencia, pueden responder rápido. Además, Gadzi es una zona todavía más desfavorecida y vulnerable dentro de la ya de por si frágil situación de todo el país.

En la que de momento será mi última colaboración desde República Centroafricana a este blog colectivo, quiero agradecer el trabajo de los compañeros que no están en el terreno pero que hacen que distancias de miles de kilómetros parezcan un simple paseo. Y quiero agradeceros también a todos los que habéis leído el blog, y os habéis interesado por la República Centroafricana, aportando vuestro granito de arena a la mejora de la condiciones de vida de sus habitantes.

Y finalmente, mis últimas letras son para los verdaderos protagonistas, aquellos que son el último eslabón en toda esta gran cadena: los que conducen los coches que nos trasportan, los que nos instalan la luz para que trabajemos y los que administran los tratamientos que curan a los pacientes. A los compañeros centroafricanos, con agradecimiento.

Desde Boda,

Óscar

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Fotos: © Óscar Sánchez-Rey

Hablemos de Gadzi

Por Óscar Sánchez-Rey (República Centroafricana, MSF)

Abrir un proyecto es algo para lo que en este trabajo siempre hay voluntarios. Hay mucho que hacer, poco tiempo y las condiciones de vida al inicio son difíciles. Pero los resultados visibles casi inmediatamente compensan los esfuerzos realizados. Sobre todo si hablamos de lugares como Gadzi, donde simple y llanamente no hay ni una estructura de salud que funcione.

Gadzi es el proyecto que abrimos el pasado mayo en el suroeste de la República Centroafricana. Es parte de nuestra estrategia en la región para reducir la mortalidad infantil, sobre todo en época de lluvias, cuando el mosquito anofeles, transmisor de la malaria, se multiplica a sus anchas favorecido por la humedad y las buenas temperaturas.

En Gadzi, sobrevivir a la malaria es una cuestión de suerte, o tal vez de fortaleza genética. El parásito es especialmente mortal en las etapas más tiernas de la vida. Lo bueno de comenzar un proyecto en un sitio como este es que enseguida podemos administrar un tratamiento simple y muy eficaz para esta y otras enfermedades, como las infecciones respiratorias o las diarreas. Tratamientos que suponen la diferencia entre la vida y la muerte para muchos pequeños pacientes.

Abrimos el proyecto en dos fases, primero la base de Djomo y después la de Gontikiri. Yo tuve la gran suerte de estar en el primer mes de intervención. Tuvimos mucho trabajo que hacer, pero como no había nada, todo lo que comenzamos a hacer era pertinente y necesario. La prioridad era establecer una base y poner en marcha los mínimos en el hospital. La población empezó a llegar antes que nos diera tiempo a estar plenamente operativos. La presión asistencial nos hizo trabajar a buen ritmo desde el principio.

El pueblo de Gontikiri, además, es un lugar especialmente aislado entre lo ya aislado de esta provincia. Os contaba en otra entrega que sólo hay un coche que pasa una vez por semana. El camión, que también mencionaba y del que esta vez os dejo una foto, era el primer vehículo cargado con suministros para abrir el proyecto.

El camino era mucho peor de lo esperado. En el primer viaje el camión se quedo atascado toda la noche y tuvimos que ir a rescatarlo la mañana siguiente. De hecho, la gente de Gontikiri no dijo que hacía al menos diez años que no pasaba ningún camión por la zona…

 

También podéis ver el centro de salud tal y como lo encontramos. Imposible comenzar a trabajar allí. Los primeros pacientes fueron hospitalizados en tiendas de campaña. Ya no está así, la rehabilitación ha avanzado mucho y que todo ha mejorado bastante, y el equipo que sigue trabajando en Gontikiri tiene cada vez más pacientes.

Desgraciadamente, trabajar en lugares aislados también tiene su parte frustrante: el saber que no podemos llegar a todo, que todavía hay enfermedades y casos quirúrgicos que no podemos tratar, y que los escasos centros de referencia están muy, muy lejos, de nuestra zona de trabajo. De todas formas, al final del día el trabajo bien hecho siempre inclina la balanza personal hacia el lado positivo.

Desde Boda,

Óscar

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Fotos: © Óscar Sánchez-Rey

 

MUAC-edema: una evaluación nutricional rápida

Por Óscar Sánchez-Rey (República Centroafricana, MSF)

Después de algunos meses de misión y de conocer más el lugar donde trabajamos, cada vez me resulta más difícil explicar el problema de la desnutrición en una zona increíblemente fértil como es el suroeste de la República Centroafricana.

Sabemos que no afecta a toda la población; se centra casi exclusivamente en los niños menores de 5 años. Y también creemos que una dieta basada en hidratos de carbonos y escasa en vitaminas, minerales y sobre todo en proteínas, parece el factor determinante para que los más pequeños, en plena edad de crecimiento, enfermen de Kwashiorkor.

Sea como fuere, aunque la situación generalizada no está fuera de control, tenemos la nada despreciable cifra de 500 pacientes en tratamiento nutricional. Los niños continúan llegando a nuestros centros. Y el fantasma de la desnutrición sigue en la mente de las gentes del lugar.

Es por eso que, de forma casi regular, recibimos “alarmas nutricionales”. Habitualmente es el responsable médico de un pueblo quien nos llama porque ha recibido muchos casos de desnutrición en su consulta, y sospecha que la enfermedad empieza a aumentar más de lo habitual. Independientemente del origen de la información, nuestra obligación es comprobar y estudiar cada una de esas alertas. Hay que hacerlo de una forma suficientemente rápida y eficaz como para ser rigurosos en nuestras conclusiones, y no perder tiempo si una respuesta es requerida.

Es justamente eso los que os muestro en el blog de hoy: una evaluación nutricional rápida basada en el sistema MUAC-edemas. El MUAC (por sus siglas en inglés, perímetro medio del brazo) es una cinta plástica con códigos de colores que mide la circunferencia del brazo izquierdo de los niños de entre 6 meses y 5 años de edad. Se puede hacer una relación entre el grosor del brazo de un niño de una determinada edad y su estado nutricional.

El segundo factor indicador de desnutrición son los edemas. Un niño desnutrido y con edemas puede presentar un aspecto casi normal, incluso parecer un niño rellenito y saludable. Como además la mayoría de las mamás no saben la edad exacta de sus hijos, no hay calendarios, ni relojes ni nada que indique el día, utilizamos la altura como criterio de selección. Los niños de entre 6 meses y 5 años miden entre  65 y 110 centímetros de estatura. Es por eso que usamos el palo pintado de verde que veis en los compañeros de la foto.

Lo demás es simple. Llegamos al lugar donde han dado la alarma, contactamos con las autoridades locales y les pedimos que reúnan a todos los niños en un lugar conocido. Organizamos una zona de espera y medimos solamente a los que están entre los límites señalados en el bastón. Hay que tener cuidado de evaluar a un número suficiente de niños para que los resultados sean representativos de la población en cuestión.

Las fotos de esta entrega corresponden a dos evaluaciones diferentes separadas por más de 300 kilómetros de distancia. Aunque desgraciadamente encontramos en ambas algunos niños desnutridos, en ninguna fue necesaria hacer una intervención mayor.

Desde Boda,

Óscar

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Fotos: © Óscar Sánchez-Rey

La farmacia de Sassele

 

Por Óscar Sánchez-Rey (República Centroafricana, MSF)

Sassele es un pequeño pueblo donde hemos abierto un centro de salud que dará cobertura de salud primaria y gratuita a los niños de 0 a 15 años. La foto de hoy la tomé el día que fui a visitar el pueblo para presentarnos a las autoridades, pedir permiso para trabajar y seleccionar al personal que va a ocuparse del centro. Como suele ser costumbre durante estas visitas, la gente nos suele enseñar lo más representativo de la localidad. La farmacia de Sassele era el único proveedor de medicamentos “modernos” antes de nuestra llegada.

Vaya por delante que no tengo la más mínima intención de criticar o menospreciar al protagonista de la foto, propietario del establecimiento y que accedió a posar con una extraña mezcla de orgullo y resignación. Él se juega sus escasos ahorros para comprar medicamentos, que desde luego nadie le regala, y lo peor (y esto os los cuento yo), de los que no tiene ni las más mínimas garantías de que el producto que está dentro de los comprimidos sea el que dice en la etiqueta.

Con el desastre organizativo que podéis ver, con la ausencia de la más mínima norma de higiene y almacenamiento de medicamentos y (esto no está en la foto, pero también os lo cuento yo) la completa ausencia de criterios de prescripción, sólo quería mostraros lo que significa acceso a la salud en lugares como Sassele.

Me ahorro hablaros, casi por vergüenza, de los precios de estos fármacos y del esfuerzo económico que supone comprarlos.

Desde Boda,

Óscar

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Foto: © Óscar Sánchez-Rey