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Nombres de Etiopía: Zuna

Por Eva Domínguez (enfermera y comadrona de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía)

Eva Domínguez con una de las pacientes embarazadas en el proyecto de MSF en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi/MSF).

Eva Domínguez (en el centro) con una de las pacientes embarazadas en el proyecto de MSF en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi/MSF).

 

El otro día os dije que quería hablaros de Zuna. Fue el primer parto que atendí en Sidama, y uno de los inolvidables.

Antes os hablaré de Ana. Es mi sufrida compañera de habitación, y digo sufrida por las veces que sonaba mi teléfono por las noches, entre emergencia y emergencia. Ana es médica internista con vocación de partera, y alguna noche me acompañaba en mis excursiones nocturnas.

Volviendo al parto de Zuna… Allí nos tenías a la una de la madrugada, las dos medio muertas de sueño, claro, de camino a nuestra casa de espera para embarazadas. Seguíamos al guarda, única persona entrenada para andar a oscuras en el barro, y precedía el cortejo una manada de burros. Muertas de sueño y muertas de risa.

Al llegar a la casa, todas estaban despiertas y señalaban a la parturienta. Estas mujeres ni se quejan, así que si las ves hacer el más mínimo gesto, estamos hablando de una dilatación de 8 centímetros por lo menos (hay que llegar hasta 10 para parir). Así que nos llevamos a Zuna al centro de salud.

Las futuras mamás, en la casa de espera de MSF en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi/MSF).

Las futuras mamás, en la casa de espera de MSF en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi/MSF).

No sé si os he contado ya que aquí no hay luz eléctrica. Zuna, mi mami, iba andando más rápido que nosotras por el barro. De repente, me metí en el fango hasta el tobillo. No podía moverme, empecé a patinar y teníais que verme intentando equilibrarme, resignándome poco a poco a sumergirme en el barro más y más. Entonces, mi Zuna se dio la vuelta y, cual gacela, me cogió en volandas y me levantó. ¡Ella, la parturienta, a mí, la matrona! Como podéis imaginar, nos hemos reído mucho de esto.

El parto de Zuna es inolvidable, como os decía, por haber sido mi primer parto en Etiopía. Pero también por el ‘show’ que nos montaron las dos acompañantes (que yo tengo la teoría de que eran parteras): cantos, rezos y un implacable deseo de cubrir a Zuna, que, entre contracción y contracción, también rezaba y cantaba a Jesusa y Magano (equivalentes a Jesús y Dios del mundo cristiano). ¿Que por qué cubrían a la parturienta? Pues es porque con el frío, los bebés en Sidama no salen, y a las dos de la madrugada, a 2.400 metros, os aseguro que hace mucho frío. ¡Yo tampoco saldría!

Las acompañantes también cubrieron de mantequilla el cabello de la mami, para darle la fuerza necesaria para empujar, y para alzar las manos al aire y pedirle a sus dioses que la ayuden en este trance. Como ni Ana ni yo hablábamos Sidama, pues gráficamente le explicamos que empujase “largo”, poniendo una cara importante de esfuerzo; así que ahí nos tenías a todas “empujando” para animarla.

Luego el nacimiento y las bendiciones. Escupen al niño para ahuyentar los malos espíritus, y cantan un grito agudo y algo así como un “lililili” (tres para chicas y cuatro para los chicos) para celebrar la llegada del bebé al mundo.

Y contentas, y llenas de abrazos y besos, nos volvimos a la cama. Como os decía, ¡un parto inolvidable!

¡Hasta la próxima misión!

 

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Día de la fístula: recuperar la alegría*

Por Eva Domínguez (enfermera y comadrona de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía)

Como os decía, cada día en Sidama es intenso: pasan tantas cosas que de lo que ocurre en solo 24 horas os podría escribir un libro. Recuerdo por ejemplo un lunes que me fui a una referencia: mi paciente era una mujer que tenía una fístula. ¿Que qué es eso? Pues es un orificio anormal que se forma en la vagina y que comunica cavidades que no deberían estar en contacto (vejiga, recto…), y que suele ocurrir tras un parto complicado (largo y con fallecimiento del bebé), donde la cabeza del niño presiona esos tejidos llegando a provocar la destrucción.

Por esta fisura continuamente se escapan heces, pis… Podéis imaginar la vergüenza que sienten estas mujeres en su vida diaria. El rechazo del resto a veces origina su aislamiento y la repulsa de la comunidad. Yo ya sé diagnosticar una fistula por la clínica y por ese olor característico que las avergüenza y estigmatiza y que puedo sentir cerrando los ojos.

Afortunadamente aquí en Etiopía hay una fundación, Hamlin, que opera gratis este problema y que soluciona las vidas de estas mujeres. Y uno de mis trabajos era hacer los contactos necesarios para que mis pacientes recibieran las atenciones que merecen.

Aquel lunes, nuestro viaje, o aventura, comenzó por la mañana: el hospital donde trabaja Hamlin está a unas 4 horas de nuestro proyecto. Para allá que nos fuimos el conductor, Tilahun (ni papa de inglés pero ni falta que le hace), Seble, una de mis manos derechas, la paciente, su madre y yo.

Vista de Aroressa y sus caminos (© Faith Schwieker-Miyandazi).

Vista de Aroressa y sus caminos (© Faith Schwieker-Miyandazi).

No penséis que es fácil circular por carretera aquí: imaginar en plena montaña una carretera a menudo cortada por las lluvias, que provocan unos desprendimientos alucinantes. Tenemos que cruzar con atenta mirada del conductor y algún que otro pedrusco volando. Otro riesgo es que un coche se estropee en medio, y bloquee el camino: por aquí no hay grúas, así que si eso pasa, estamos apañados. Ambas cosas ocurrieron durante nuestro viaje…  En resumen y para vuestra tranquilidad, llegamos sanos y salvos 6 horas después.

El viaje es emocionante: imaginad a estas mujeres, que jamás han salido del pueblo, saludando a todo el mundo y observando el paisaje. En cuanto al hospital, es increíble: a tope de estudiantes de medicina por los pasillos y, en un lugar protegido, tranquilo e idílico, el ala de las fístulas. Tras dos horas de espera, una seria y sabia matrona nos atendió, y confirmó mi inexperto diagnóstico.

Durante ese tiempo, pude observar el lugar: es una sala blanca con camas de forja, sábanas limpias y enfermeras con uniformes impecables. Y lo mejor, las pacientes: todas vestidas con camisones de flores y unas mantas de lana, que yo deduje que eran hechas a mano y que para mi rebosaban cariño. Ellas transmitían paz, algunas estaban con sus bebés; se las veía felices y me sentí a gusto dejándola allí, con la promesa de que podía llamar y saber qué tal iba.

La nota amarga es que no permitían cuidadores, así que estaba el dilema de qué hacíamos con su madre… Dejarla allí para que volviera sola a casa (una señora de 50 años en moto por la montaña) no me tranquilizaba ni a mí ni al resto, así que nos la llevamos. Todo un viaje “tipical spanish” tipo Seat 124, con la abuela, el padre (conductor), la madre (yo) y Seble mi mano derecha (la niña), todo ello aderezado con la típica frase “¿papá, cuándo llegamos?”.

Tras dos días de excursión, de nuevo de vuelta, a mi querida Aroressa, a mis madres, a los bebés y a mi maternidad.

Alrededor de un mes después volví de paso a visitar a mi mujer: su cara triste y seria (sumisa y resignada) se había convertido en un rostro plácido, iluminado por la felicidad. Sus abrazos y besos me transmitían el agradecimiento, pero nosotros solo fuimos el vehículo: las gracias son para programas como este, en el que estas mujeres recuperan la sonrisa y las ganas de vivir.

 

* Hoy, 23 de mayo, es el Día internacional para la eliminación de la fístula obstétrica.

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Nombres de Etiopía: las dos Evas

Por Eva Domínguez (enfermera y comadrona de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía)

Regresé hace poco de Aroressa, en Etiopía, de esas montañas verdes y preciosas cascadas que os describía mi compañero Kevin en el blog hace nos cuantos posts. Por cierto, ¡la matrona de la que os hablaba Kevin soy yo!

¿Cuántos partos atendemos? Uf, no sabría por dónde empezar a contar. Somos la comidilla del pueblo y la maternidad se está haciendo famosa. ¡Hubo un día que tuvimos hasta 12 partos! Y otro día, yo misma atendí uno debajo de un árbol. Lo mejor de la historia fue que la mujer decía que no estaba de parto, que quería pasear. Era de noche y menudo espectáculo, porque en Aroressa no hay alumbrado público.

Eva Domínguez ausculta a una paciente en el centro de salud de MSF (© Faith Schwieker-Miyandazi / MSF)

Eva Domínguez ausculta a una paciente en el centro de salud de MSF (© Faith Schwieker-Miyandazi / MSF)

Para que hagáis una idea, mi trabajo era de supervisión. Yo era, digamos, el último escalón: cuando me llamaban era porque la cosa esta difícil. ¡Menudos casos he visto! Para los no entendidos, os diré que hay cosas que hasta ahora solo había visto en los libros

Trabajamos en dos centros de salud. No tenemos quirófano ni muchos medios y algunas veces he tenido que tomar decisiones que no me gustaban, de las que dependían las vidas de nuestros pacientes. Por ejemplo, por la noche no podemos mover los coches: las carreteras (por llamarlas algo) son peligrosas, y hay que poner en un plato de la balanza las vidas que se ponen en peligro al organizar una referencia al hospital en tales condiciones (las vidas del conductor, del paciente, del familiar que le acompaña, del enfermero que le atiende…), y en el otro, los riesgos que corres al esperar a que salga el sol. Me quedaba con el segundo, y me iba a la cama con el runrún en la cabeza de si ese bebe llegará al amanecer…

Pero todo no son tristezas. El proyecto de MSF se sitúa en un área geográfica complicada. Las mujeres deben recorrer kilómetros por caminos de montaña (Aroressa está a unos 2.400 metros de altitud). Tenemos dos “casas de espera”, un lugar donde las acogemos hasta que llega el momento del parto. Estas casas están muy cerca del centro de salud. Están llenas de cariño y de la energía positiva de estas mamás y sus bebés.

De ahí han salido las historias más bonitas de este proyecto, y también el acontecimiento más importante del pueblo.¡Y es que hay una Eva más en Etiopía! Una de las mamás de la casa de espera le puso mi nombre a su hija. ¡Sí! ¡Qué ilusión! Y que emoción. Era o “Eva” o “Mulugueta”, como mi supervisor, y como aquí no hay ecografías, no sabíamos si iba a ser niño o niña. Intriga hasta el final. Todo el mundo de la casa pendiente y, tras el parto, celebraciones: ceremonia del café con palomitas dulces y las mamis de la casa coreando “Aneke Eva”.

“Aneke” es una de las palabras más bonitas que he aprendido y viene a ser “que todo lo malo que te venga me venga a mí”. Imaginaros que la madre de la pequeña Eva me daba las gracias por “dejarle” mi nombre, ¡cuando lo cierto es que el honor ha sido mío!

En breve os contaré sobre algunas otras personas que conocí en Aroressa, personas como Zuna. El suyo fue el primer parto que atendí al llegar aquí.

(Continuará).

De cómo Happy me manchó el chaleco de MSF: relato de un logista

por Kevin P. Kavanaugh (logista de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía).

Paisaje con típicas viviendas locales en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi).

Paisaje con típicas viviendas locales en Aroressa (© Faith Schwieker-Miyandazi).

Soy un humilde logista en Etiopía, del equipo de Médicos Sin Fronteras en Aroressa. Estamos ubicados en las tierras altas de la región de Sidama, en el sur del país. Nuestra misión tiene dos áreas de proyecto, en las ciudades de Mejo y Chire. La conexión entre ambas localidades es una carretera de montaña de 64 kilómetros que atraviesa verdes valles y montañas envueltas en nubes con precipicios verticales de más de 300 metros.

La carretera serpentea desde Mejo a través de los valles y del ascenso a la montaña en su camino hasta el proyecto hermano en Chire. Los valles son verdes, con ríos, arroyos, cascadas e imágenes propias de postal, con caballos pastando junto a las casas con forma de hongo. A veces, cuando los atravieso, me imagino ver a Frodo Bolsón y Gandalf el Gris saludándonos desde una de las pequeñas aldeas.

La carretera de montaña es una experiencia de infarto y constituye una historia en sí misma con pistas estrechas que ascienden desde 1.800 metros a 2.800, y que desciende de nuevo hacia unos puentes estilo Indiana Jones para mantener el interés.

Dicho esto, la mayoría de mis días están llenos de las tareas habituales de construcción, procedimientos de compras, actividades de agua y saneamiento y cualquiera de las emergencias que se presente ese día. A un cierto punto y debido a la cantidad de obligaciones diarias, a veces uno pierde la perspectiva de por qué estamos aquí. Pero también hay de días especiales cuando, en un abrir y cerrar de ojos, los astros se alinean y se abre una puerta y se presenta una oportunidad para marcar una diferencia. Si estás preparado.

Equipos de MSF en carreteras escarpadas de Aroressa (© Kevin Patrick Cavanaugh)

Equipos de MSF en carreteras escarpadas de Aroressa (© Kevin P. Kavanaugh)

Uno de esos días, estábamos haciendo un viaje desde Melo a Chire llevando suministros en la vaca del coche y una furgoneta. Teníamos dos expatriados en el traslado de las 6 de la mañana, nuestra matrona y yo mismo. Tiramos una moneda al aire para sortear quien iba en la camioneta, más lenta y un poco más incómoda: perdió la matrona. Nos subimos y empezamos el viaje hacia Chire.

Tal y como atravesamos las montañas nos encontramos, en una zona de bosque tupido, con lo que parecía una procesión fúnebre de 30 a 40 hombres, mujeres y niños llevando un cuerpo en un camilla hecha de bambú. Nuestro conductor, un amante de la música disco, acribillaba a Donna Summer y su Love to Love You Baby. Tras conseguir que bajara la radio, uno de los que hombres que llevaba lo que parecía un cuerpo envuelto en un tela blanca se acercó al coche.

La furgoneta que llevábamos detrás redujo la velocidad y se detuvo para comprobar la situación de seguridad. El hombre estaba desesperado, sudaba y a duras penas coherente nos dijo que la mujer que iba en la camilla era su esposa y que estaba viva, embarazada y que tenía problemas con el parto. Un silencio cayó sobre la multitud cuando nuestra matrona se arrodilló y, con un pinar, escuchó al bebé y notificó a todos los presentes que el bebé estaba vivo. Un grito de jubiló surgió de la multitud y subimos a la mujer embarazada, a su marido y a la matrona al vehículo.

Llamamos a la base para hacerles saber que nos dirigíamos hacia allá con una mujer embarazada a punto de dar a luz. Estábamos a mitad de camino del centro de salud de Chire cuando la mujer embarazada gritó de dolor y nuestra partera nos dijo que detuviéramos el coche. Su marido, el conductor y yo mismo pensamos: “por favor, aquí no, ahora no”. Corrí a la parte de atrás pensando ‘tengo mi Leatherman (una herramienta multiusos) todo va a ir bien’.

Recién nacido en Aroressa (©F. Schwieker-Miyandazi).

Recién nacido en Aroressa (©F. Schwieker-Miyandazi).

La matrona exploró a la mujer y dijo que había dilatado 6 centímetros y teníamos que actuar con rapidez. Afortunadamente, el resto del trayecto fue bien y sentimos una sensación de alivio y orgullo cuando vimos al equipo de la maternidad de MSF esperándonos en la entrada del centro de salud. Esperamos en el centro de salud y 20 minutos más tarde un bebé sano nacía para la feliz pareja. Tan feliz que le han llamado Happy. El conductor y yo felicitamos al padre y nos fuimos a las tareas más mundanas de nuestras actividades logísticas diarias.

Dos días más tarde volvimos a la carretera de vuelta a Mejo y llevamos a la nueva familia para dejarla en su aldea. Para ayudar a su esposa a subir al coche, el padre me pidió que sujetara al bebé.  Sonreí al pequeño Happy y, en ese momento, un arco dorado de pis decoró mi chaleco de MSF para diversión de su familia y de otros espectadores que asistían a la escena. Lo consideré un presagio de buena suerte y decidí que el crío tenía todas las características propias de un futuro logista de MSF. Les llevamos a casa y todos los que íbamos en el coche sentimos una sensación de logro, de que ese día todo funcionaba y funcionaba bien para todos.

Durante el regreso de vuelta a la base, pensaba en la madre a la que acabábamos de ayudar y lo afortunada que había sido: ¡Qué coincidencia salvavidas que se encontrara con un vehículo de MSF y que hubiera una enfermera matrona en el coche! Me acordé entonces de esas otras mujeres, aquellas aspirantes a madre que no tienen tanta suerte y que deben ser llevadas en camilla de bambú durante largas distancias y a veces llegan al puesto de salud más cercano y tienen la suerte de conseguir ayuda, y otras no.

Llevamos a cabo dos programas materno-infantiles en Chire y Mejo para ayudar a salvar vidas de mujeres y niños. Habiendo entendido la complejidad geográfica de la zona y la grave escasez de los centros de salud y el personal sanitario, MSF está ampliando el alcance de sus actividades para hacer correr la voz entre las comunidades de dónde estamos y cómo podemos ayudarles.

Una madre feliz y su hijo, atendido por personal de MSF en Aroressa (© (F. Schwieker-Miyandazi)

Una madre feliz y su hijo, atendido por personal de MSF en Aroressa (© (F. Schwieker-Miyandazi)

Hemos establecido dos casas de madres en dos ubicaciones, donde las madres con complicaciones pueden alojarse antes del parto para recibir seguimiento y, llegado el momento del parto, son atendidas por un profesional médico. Los pensamientos que nos acechan son de aquellas madres que no tienen la suerte de encontrarnos en la carretera. Tenemos la esperanza de que el próximo año estas historias de partos adecuados sean la norma y no la excepción.

 

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Si quieres leer otras historias de Aroressa, no te pierdas el testimonio de la enfermera de MSF Rocío Raya en «Etiopía, año 2004» y «Barro y burro en ‘Las Vegas'».

Y de repente Ambia se puso mejor

Por Michele Trainiti (Médicos Sin Fronteras, Etiopía)

He pasado casi ocho meses en Etiopía, concretamente en Hiloweyn y sus alrededores, trabajando para MSF en la respuesta a la crisis de los refugiados somalíes. Al principio era responsable del centro de salud, y más tarde me hice cargo de todos los proyectos en Liben.

Cuando pienso en el campo de refugiados de Hiloweyn, pienso en Ambia. Fue uno de nuestros primeros pacientes, una pequeña de 9 años y 10 kilos de peso, enferma de tuberculosis y sin nadie en la vida aparte de un tío suyo. Todo el resto de su familia había muerto durante la crisis nutricional o en la guerra. Ambia ha sido uno de los símbolos de nuestro centro de salud.

Por aquel entonces, entre finales del verano y otoño de 2011, el hospital estaba abarrotado de pacientes: solíamos tener entre 40 y 50 niños hospitalizados con desnutrición severa, de los cuales por lo menos 8 estaban ingresados en cuidados intensivos. El personal tenía que hacer guardias agotadoras para poder atender a todos los pacientes las 24 horas del día.

Fuera del centro de salud, una multitud inacabable esperaba a ser admitida también en nuestro programa nutricional. Cientos de mujeres con niños desnutridos. Dentro del centro, los médicos y enfermeras corrían de una tienda a otra, de un paciente a otro, durante todo el día, con solo unos pocos minutos de descanso para comer y cenar.

En aquel momento, el campo albergaba a unos 25.000 refugiados del sur de Somalia, que habían llegado hacía unas pocas semanas. Cada mañana distribuíamos sudarios para aquellos que habían muerto en el campo durante la noche. Perdíamos a entre tres y cuatro niños cada semana y, en el peor momento, llegamos a perder uno al día. La situación era muy difícil, la población en el campo no reconocía la desnutrición como una enfermedad, probablemente acostumbrada a años y años de hambruna y sequía, y por lo tanto nos traían a los niños sólo cuando enfermaban de algo más (diarrea, infecciones respiratorias, etc.), así que a menudo nos llegaban en un estado muy crítico.

Y entre ellos se encontraba Ambia. Como os digo, tenía 9 años y pesaba 10 kilos. Ojos abiertos al mundo de par en par, muñecas tan pequeñas como las de una niña de 4 años, muy testaruda, muy débil, siempre a la defensiva. Siempre enferma. No importaba lo ocupados que estuviesen los sanitarios, siempre sacaban unos minutos extra para ella. Y ella sonreía, pero no mejoraba. Conseguía ganar peso, pero al cabo de unos días volvía a perderlo rápidamente. Su diagrama de peso era una línea irremediablemente descendente.

Pensando en aquel tiempo, siento que de alguna forma ella era el paradigma de toda aquella crisis: un lugar complicado donde, a pesar de los inmensos esfuerzos, no vislumbrábamos signo alguno de mejora, donde cada mañana contábamos las camas que se habían quedado vacías por la noche, donde, perdida toda esperanza, las madres querían llevarse a casa a sus bebés moribundos, donde el personal sanitario poco a poco pero de forma progresiva se iba agotando en ese esfuerzo extenuante que supone tener que afrontar una abrumadora crisis nutricional.

Y entonces un buen día, de repente, Ambia se puso mejor. Nos limitamos a cambiar su dieta, ya que de todas formas no estaba respondiendo ya a los alimentos terapéuticos. El tratamiento contra la tuberculosis también empezó a tener sus primeros efectos positivos. Siempre recordaré a su tío llorando quedamente al darle las gracias al médico por salvarle la vida a la pequeña.

En octubre de 2011, la situación empezó a mejorar. Había menos pacientes con necesidad de hospitalización, también fallecían menos, y la mortalidad en el campo estaba bajo control. La situación sanitaria y nutricional se fue estabilizando poco a poco, la distribución de alimentos cada vez llegaba a más gente y los esfuerzos médicos por fin daban resultado.

La semana pasada, después de siete meses, volví a ver a Ambia. Y apenas pude reconocerla. Iba vestida con un traje somalí tradicional, el pelo cubierto y un velo enmarcándole el rostro, los mofletes y la cara resplandecientes… tuve que buscar ese pestañeo de obstinación en sus ojos para encontrar en ella a la Ambia que yo conocía.

Compartía sonriente un paquete de galletas con una amiga que había hecho en el centro de salud. La enfermera de la sala me dijo que acababa de completar con éxito el tratamiento de tuberculosis pero que todavía iba al centro de salud a diario, por costumbre y por las galletas. Ambia me miró y pude percatarme de que su sonrisa se agrandaba. Quiero pensar que me había reconocido.

Ahora la sala donde Ambia había estado ingresada está casi vacía; sólo hay una pocas camas ocupadas por niños enfermos. La inacabable cola de gente fuera del centro ha desparecido, y en general todo está muy tranquilo en comparación con hace apenas unos meses. La situación sanitaria en Hiloweyn ha mejorado significativamente, la crisis nutricional ha sido derrotada.

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Foto 1: Una trabajadora de MSF enseña a la madre de un niño con desnutrición aguda cómo completar su lactancia haciendo que el niño tome también suplementos al mismo tiempo que toma el pecho. Hospital de MSF en Hiloweyn, Etiopía, en septiembre de 2011 (© Samuel Hauenstein Swan).

Foto 2: Una larga cola de madres con sus niños, refugiados somalíes, en el campo de Dolo Ado, en Etiopía, en septiembre de 2011 (© Samuel Hauenstein Swan).

Foto 3: Una familia de refugiados somalíes recién llegados a la frontera etíope, en septiembre de 2011 (© Samuel Hauenstein Swan).

Foto 4: Refugiados somalíes en la sala de espera en el centro de salud de MSF en Kobe, Etiopía, en julio de 2011 (© Lali Cambra).