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Madres e hijos

Por Maartje Hoetjes, MSF Sudán del Sur

Nos acaban de llegar dos personas con heridas de bala al hospital de MSF en Leer. Hace apenas unas horas estaban en la celebración de una boda, con sus amigos y su familia. De pronto, alguien entró y empezó a disparar contra la multitud. Cinco personas resultaron gravemente heridas. Dos, los dos que han llegado hasta aquí, han salvado de momento la vida, pero otras tres sufrieron heridas de gravedad y han muerto en el camino.

Madres e hijos esperan en el Centro de Alimentación del hospital de Médicos Sin Fronteras en Leer, Sudán del Sur
Madres e hijos esperan en el Centro de Alimentación del hospital de Médicos Sin Fronteras en Leer, Sudán del Sur. Fotografía de Nick Owen

Una de las víctimas es un niño de 12 años, que se encuentra ingresado en la unidad de cuidados intensivos. La enfermera me comenta que le dispararon en la nalga y que la bala salió por su estómago. Uno de nuestros médicos le ha limpiado la herida lo mejor que ha podido y se la ha vendado. Todos esperamos que la bala no le haya tocado ningún órgano vital, pero ahora mismo el principal problema reside en la fuerte hemorragia que sufre, por lo que dos de nuestros técnicos de laboratorio están tratando de encontrar un donante de sangre como sea.

Tendido en un colchón del otro lado de la unidad de cuidados intensivos tenemos al otro herido: es un chico joven y lleva la cabeza vendada. La bala le entró por la parte de atrás del cráneo y salió justo por encima de su ojo derecho. Está inconsciente. Viendo la gravedad de sus lesiones, me resulta sorprendente que haya sobrevivido tanto tiempo.

Visito los otros departamentos del hospital, observo el panorama que hay a mi alrededor y charlo un momento con mis colegas del centro de alimentación terapéutica. Tenemos un montón de niños ingresados. Salgo de allí y me dirijo hacia la sala de maternidad, de donde salen unos gritos desgarradores. El eco de tristeza que se desprende de ese llanto resuena por todo el recinto. Al entrar en la habitación me encuentro con una madre desconsolada. Tiene el dolor grabado en su rostro, que está completamente cubierto de lágrimas. Camina a duras penas hacia la puerta apoyándose en varios miembros de su familia, que tratan de consolarla sin mucho éxito. Tras ellos aparecen un hombre y una mujer que transportan lo que parece un cuerpo sin vida envuelto en una tela. Su pequeño tamaño me hace atar rápidamente cabos: es el niño de 12 años que estaba esperando la transfusión. Me quedo inmóvil por unos momentos. ¿Por qué el? No tiene ningún sentido que alguien tan joven tenga que morir de esta manera… es terrible.

Vuelvo a la unidad de cuidados intensivos para echar una mano a mis compañeros y veo que ya están todos están de vuelta en sus respectivos trabajos. Aquí en el hospital la muerte no entiende de horarios y no hay tiempo para demasiadas lamentaciones. Allí al fondo se encuentra la que supongo será la madre del hombre que tiene la herida de bala en la cabeza. Está sentada a su lado, con las piernas recogidas contra el pecho y sus brazos envolviéndolas firmemente. Su cuerpo tiembla y sus hombros se mueven hacia arriba y hacia abajo mientras solloza. No estoy segura de qué hacer. ¿Debo dejarla sola o debería quedarme con ella? Está mirando hacia el suelo y no parece ser siquiera consiente de mi presencia. Sí, está aquí a mi lado, pero probablemente su mente esté muy lejos de este lugar. Sé que soy una extraña para ella, pero quiero que sepa que no está sola. Puedo sentir perfectamente su dolor.

Me siento a su lado y le hago una caricia en la espalda para tratar de calmarla. Su respiración cada vez es más rápida y me temo que está empezando a hiperventilar. Le hablo suavemente y le doy indicaciones para que haga conmigo unos ejercicios de respiración, exhalando en voz alta. Los minutos parecen horas, pero finalmente parece que se está tranquilizando.

De pronto se sienta junto a su hijo en el colchón y le agarra de la mano. No se fija en mí, pero no importa. Ha recobrado las fuerzas para tratar de darle el cariño y la fuerza que tanto necesita en este momento. Ahora es de nuevo capaz de ayudarle a luchar por su supervivencia.

Han pasado dos días desde que dejé a aquella madre aferrada a la mano de su hijo. Hoy he visitado de nuevo la unidad de cuidados intensivos y me he encontrado al joven sentado tranquilamente mientras su madre le ayudaba a tomar una taza de leche. Bebía sin dificultades y la enfermera me ha comentado que ya ha empezado a hablar, así que hoy estamos de enhorabuena. A veces, hasta lo más difícil puede llegar a ocurrir. Incluso aquí, donde casi todo son malas noticias.

MSF ha trabajado en Leer, al sur del estado de Unidad, durante los últimos 25 años. Sus equipos prestan atención médica a los pacientes ingresados en el hospital y ofrecen consultas externas a niños y adultos. También llevan a cabo cirugías, servicios de maternidad, tratamiento del VIH/TB, y cuidados intensivos. A finales de enero y principios de febrero de este año el hospital de MSF en Leer fue destruido, al igual que la mayor parte de la ciudad. Era la única estructura sanitaria que brindaba atención médica secundaria, incluyendo cirugía y tratamiento para el VIH y la tuberculosis, en un área que cuenta con aproximadamente 270.000 personas. Edificios enteros fueron reducidos a cenizas, y los equipos necesarios para llevar a cabo cirugías, para el almacenamiento de vacunas o para hacer transfusiones de sangre fueron arrasados. Todo el mundo huyó al bosque o a otras ciudades y la ciudad quedó desierta durante varios meses. En mayo, cuando la gente empezó a regresar, MSF reanudó algunas de las actividades médicas del hospital.