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Varada en Bukavu

Por Jana Brandt, coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Kalonge, República Democrática del Congo (RDC)

Estuve una semana en Bukavu, esperando mi permiso de trabajo para poder salir a Kalonge, a “mi” proyecto. La salida se retrasó por problemas administrativos en Kinshasa, la capital congoleña. Al haber terminado todas las reuniones informativas con el equipo de coordinación, no me quedaba otra que esperar y tener paciencia.

Bukavu, capital de Kivu Sur, con alrededor de 1 millón de habitantes, es una ciudad bastante particular. Su ubicación a lado del lago Kivu es sin lugar a duda espectacular (el paisaje es increíble), pero también es escenario de un gran despliegue humanitario: actualmente más de 250 ONGs tienen sus oficinas en la ciudad para gestionar desde allí proyectos de diferentes tipos en la región. Los típicos todoterrenos blancos que casi todas las ONGs utilizan para moverse -las más de las veces el terreno es de difícil acceso- abundan en la ciudad y chocan con la sencillez generalizada que domina el ambiente.

Clínica móvil de MSF en Nyabiondo, Kivu Norte (© Colin Delfosse)

Clínica móvil de MSF en Nyabiondo, Kivu Norte (© Colin Delfosse)

También MSF gestiona desde Bukavu cuatro proyectos en la región: en Shabunda, Minova y Kalonge con proyectos fijos, a parte de un equipo de emergencia llamado RUSK (Respuesta de Emergencia para Kivu Sur) que interviene en urgencias médicas en diferentes lugares de la zona. El equipo de MSF en Bukavu es enorme: más de 80 personas (entre médicos, enfermeros, logistas, administradores, conductores, etc.) se encargan del apoyo a los proyectos en terreno y a la vez hacen de puente con Barcelona, donde tiene su sede MSF España.

La elección de Bukavu para tantos actores no es ninguna casualidad: tanto Kivu Sur como Kivu Norte han sido históricamente dos de las provincias más turbulentas del país, lo que se debe no sólo a su ubicación estratégica como región fronteriza a Uganda, Ruanda y Burundi, sino sobre todo a su riqueza en minerales. Los Kivus siguen siendo hasta hoy escenario de mucha violencia armada que cada año causa el desplazamiento de miles de personas. El contexto congoleño con sus muchos grupos rebeldes es sumamente complejo.

Un Estado disfuncional, en el cual por ejemplo el sistema sanitario es muy ineficiente, agrava la situación para la población: la esperanza de vida en la República Democrática del Congo (RDC) es de tan sólo 45 años y con ello, una de las más bajas del mundo. Por tanto, trabajar en Congo se convierte casi en una obligación para una organización médica como Médicos Sin Fronteras. Las necesidades médicas son de tal dimensión que se podría señalar casi con los ojos cerrados cualquier punto del mapa congoleño e intervenir allí sin tener que preguntarse si va a ser pertinente o no: siempre lo será.

Los retos para trabajar en un país como Congo son enormes, no sólo en términos de sanidad, sino también logísticamente. Las infraestructuras, sobre todo las carreteras y los medios de transporte, son prácticamente inexistentes. Un pequeño, pero importante detalle: RDC es el undécimo país más grande del mundo, con una extensión de aproximadamente 2,3 millones de kilómetros cuadrados. ¡El equivalente a 4,6 veces el tamaño de España!

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

No es difícil imaginarse entonces el reto que representa la inexistencia de vías de transporte para el equipo logístico de MSF. Por ejemplo, a Shabunda, el transporte de materiales y personal funciona exclusivamente por avioneta. Sólo una vez se hizo el trayecto por tierra para aprovisionar el proyecto con coches 4×4. Por cuestiones de seguridad el equipo, tuvo que coger una ruta más larga: fueron 650 kilómetros… ¡y 8 días de viaje! En la época de lluvia, que por estas latitudes dura de septiembre hasta abril, la duración de los trayectos se duplica fácilmente, convirtiendo los movimientos en pequeñas pesadillas sobre todo para los conductores.

Cuando en la tarde de un miércoles recibí por fin el OK para mi salida a Kalonge, me sentí muy contenta, pero también tenía mil y una preguntas en mi mente. Es mi segunda misión con MSF y mi segunda misión como coordinadora de proyecto, pero es la primera en un contexto “típico” MSF. Estambul (Turquía), donde pasé casi 10 meses trabajando en un proyecto de salud mental para inmigrantes, fue -al tratarse de un contexto urbano– una experiencia muy diferente comparada con lo que me espera ahora en Congo. No voy a mentir: por momentos sentía cierto vértigo ante la responsabilidad que debía afrontar. Pero era un vértigo que también daba mucha energía. Así que: ¡para allá que me fui!

(Continuará)

¿Tenéis gorilas en Alemania?

Por Jana Brandt (coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Kalonge, República Democrática del Congo)

“¿Tenéis gorilas en Alemania?”, me pregunta Joseph, el conductor que me lleva desde Kigali, capital ruandesa, hacia la frontera con la República Democrática del Congo (RDC). Es la primera vez que me dirige la palabra después de dos horas de viaje y después de vanos intentos de mi parte de establecer una conversación con él. Pero es la pregunta que finalmente rompe el hielo entre nosotros. Sonrío. Me encanta encontrarme con estas perspectivas culturales tan diferentes.

A mi respuesta negativa reacciona con sorpresa. “¿Y aguacates, árboles de aguacate, tenéis?” Otra vez negativa por mi parte. Cuando encima también niego la existencia de yuca, de caña de azúcar, de plantaciones de té y de café, me mira con sorpresa por el retrovisor para enseguida empezar a reírse a carcajadas.Entonces, si no tenéis nada de esto, ¿qué tenéis?

Le explico, y añado que en Alemania tenemos las cuatro estaciones y que en invierno hace mucho frío y que hay mucha nieve. Ruanda es el contrario: ¡es increíble lo verde que es este país! Durante las casi 6 horas que dura el viaje hacia Bukavu, capital provincial de Kivu Sur, situada en la otra orilla del lago Kivu (que separa RDC y Ruanda), los paisajes son bellísimos. Cuando le digo a Joseph cuánto me impresionan los paisajes que veo pasar por la ventana del coche, me responde “Oui, c’est tranquille le Rwanda!”*

¿Tranquilo? Es verdad. Todo parece seguir un ritmo muy pausado y resulta fácil describir el paisaje como idílico. Pero no puedo evitar que me vengan a la mente las imágenes de uno de los mayores genocidios de la historia humana. En 1994, aproximadamente 800.000 personas, sobre todo de etnia Tutsi (lo que equivale a un 11% del total de la población y un 80% de los tutsis que vivían en el país en aquel entonces), perdieron la vida a manos de milicias de Hutus en tan sólo 100 días, mientras la comunidad internacional miraba paralizada sin actuar y, peor, en ocasiones negaba lo que estaba sucediendo. A causa de un contraataque del Frente Patriótico Ruandés (FPR, tutsi), más de un millón de Hutus huyeron del país hacia la RDC, que por aquel entonces aún se llamaba Zaire.

El genocidio ruandés y sus consecuencias políticas han tenido y tienen un fuerte impacto en la política congoleña hasta el día de hoy, y son una de las causas principales de la violencia que sacude al Congo desde hace ya décadas (ya os contaré más de esto en otro momento). El campo de refugiados para congoleños por el que pasamos en coche, establecido el pasado enero tras la huida de miles de personas a Ruanda a causa de una nueva escalada del conflicto, es muestra de la relación entrelazada, pero infinitamente complicada, entre estos dos países vecinos.

Al final resulta que a Joseph le encanta hablar. Después del cuestionario sobre Alemania, empieza a darme un curso intensivo de suahili, lengua hablada entre otros en Ruanda y en Congo (es uno de los idiomas oficiales del país) y que suma nada menos que 45 millones de hablantes.

Primera lección: “¡hakuna matata! (“ningún problema”). Probablemente las palabras más conocidas de este idioma en occidente gracias al Rey León. ¡Ignorante de mí, que no tenía ni idea de que no era una invención de Disney, sino que realmente significa algo! En seguida: ¡hakuna matoto, hakuna matata!” (“sin hijos, sin problemas”). Muy útil saberlo. Siguen más palabras y a partir de allí, Joseph me pregunta cada 15 minutos a ver si me acuerdo de todo. Obviamente, no lo consigo. Empiezo a sentir el cansancio después de casi ya 24 horas de viaje (Barcelona-Doha-Etebbe-Kigali) y mi cabeza ya no da para más.

Vista del lago Kivu desde el lado congoleño (© Jana Brandt).

Vista del lago Kivu desde el lado congoleño (© Jana Brandt).

Cuando finalmente llegamos a la frontera con RDC, Joseph para el coche en la orilla del lago Kivu y me ordena bajar del vehículo y sacar una foto del puente que hace de frontera entre Ruanda y Congo. Sigo, cómo no, sus órdenes.

En la frontera me espera un coche de Médicos Sin Fronteras (MSF) para la última etapa del trayecto hacía Bukavu, que ya sólo dura media hora. Pero antes, sello de salida de Ruanda por parte de un oficial poco motivado y sello de entrada de su contraparte congoleña, no mucho más motivada.

Cuando el conductor de MSF me dice su nombre, Mohamed, me sorprendo de nuevo. ¿Mohamed? ¿Un nombre musulmán en un país con un total de 96% de cristianos? “Hay una pequeña comunidad musulmana en Bukavu”, me explica él. Una comunidad que forma parte del 1,2% de musulmanes en el país. Y efectivamente, nada más entrar Bukavu, pasamos por una mezquita.

Me doy cuenta de lo poco que sé del país que va a ser mi casa durante los próximos 9 meses y lo mucho que me queda por aprender. No es sólo mi primera vez en el Congo, sino también en África en general, así que la estancia aquí va a ser todo un reto para mí. Un reto al que me encanta enfrentarme, pero un reto que también me da mucho respeto. “Karibu a Bukavu”*, me dice Mohamed, mientras bajamos del coche delante de la oficina de MSF.

Ya verás”, me tranquiliza, “¡hakuna matata!

(Continuará)

+++

* “Sí, Ruanda es tranquilo”.
* “Bienvenida a Bukavu”.

Memorias del RUSK. Parte IV: rechinar de dientes.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

Ya en febrero habíamos comenzado a seguir las evoluciones endémicas del cólera en el eje lacustre del Lago Tanganika. Durante un par de meses le pisamos los talones. La primera vez que asomó y mató se nos había escapado por los pelos. El cólera puede matarte en 24 horas si no lo tratas. Vital es desplegarse de forma inmediata.

Pero esta vez, en abril, por fin pillamos la epidemia en un brote que, sin preaviso, se llevó consigo a 4 personas lejos de los hospitales. Nos medimos contra él en Kamanyola, de media 25 pacientes internados (muy lejos de las cifras de Haití, esto es una cosa chica), y tras llegar el RUSK, afortunadamente, ni una muerte más siquiera en la comunidad reportada.

Cuando abril todavía se deshojaba en el calendario, un equipo reducido del RUSK llevamos a cabo una misión de evaluación rápida de un posible brote de meningitis, con posible confusión de malaria, en una zona remota de los Kivus, Lulingu, sometida a un “embargo” de facto por el gobierno provincial al ser cuna de los sediciosos y rebeldes Raïa Mutomboki, una región por otra parte carente de control estatal y comercialmente hundida.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012)  © Juan Carlos Tomasi.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

El acceso, complicado a causa de un entramado de rutas de barro inundadas, nos obliga a volar hasta allá en avioneta y luego desplazarnos en moto. En los poblados objetivo de nuestra evaluación, se percibe de antemano una extraña atmósfera malsana, como de malformación necrosada, una gravedad un tanto oscura. Nos entrevistamos con las gentes del lugar: cuentan que, desde hace dos meses, algo está matando a los niños, y no comprenden cuál puede ser la causa…

Nuestra misión dura dos días: en esos dos días nos cruzamos con 2 duelos y un cortejo funerario, mueren en el hospital 5 niños (10 en toda la semana, más los que no nos queremos imaginar lejos de las estructuras sanitarias), visitamos 4 camposantos y cementerios que refugian, cada uno, unas docenas de tumbas recientes: la tierra está fresca, removida, las ofrendas florales todavía desprenden fragancia o luchan contra su ineludible sino, descomponiéndose lentamente. El último de ellos, Tchonka, alberga en su seno más de 60 nichos, dos tercios de ellos anfitriones de cuerpos diminutos… vuelve esa sensación de malformación lóbrega, de estar ante algo más grande que uno mismo. De que las flores fúnebres guardan escondida en su belleza un escalofriante secreto: nada es inmarcesible.

Existen sospechas de que podría ser una peste de meningitis, o una plaga de malaria… otros dicen que es la “sorcellerie”, lo que llaman la brujería o hechicería, y los ancianos murmuran que muchas familias están abandonando la aldea con la esperanza de salvar a sus críos del diablo, de hurtárselos al infierno. El equipo médico examina pacientes, hace pruebas, investiga historias médicas y se sumerge en la epidemiología de los años precedentes.

Los niños siguen marchitándose, cayendo como hojas del otoño. La guadaña, en este caso, no es finalmente la meningitis, sino la dichosa malaria, complicada con anemia. Es ella quien está segando la vida de niños a puñados cada semana. La malaria sigue siendo, parece, la enfermedad más mortífera en el mundo año tras año. Nunca antes en todos estos meses de RUSK estuve tan convencido de la necesidad de intervenir a toda costa, a cualquier precio, como hasta ahora.

Los que me conocen saben que jamás utilizo la expresión «salvar vidas» cuando hablo de mi trabajo. Es demasiado grande para un tipo como yo. Sin embargo, en esta ocasión… en esta ocasión estoy convencido de que tenemos que ser nosotros quienes actuemos, de que no hay nadie más que nada pueda hacer para evitar la mortalidad, salvo MSF. Y nunca antes había detestado tanto el bloqueo institucional que estamos sufriendo: tengo verdaderas ganas de matar a alguien… Cada día que la burocracia administrativa o la política gubernamental nos retrasan, ésta no es una exageración ni licencia poética, otro niño se marchita, otra hoja barre el otoño. En cuanto la ‘intelligentsia’ ministerial comprenda el dramatismo de la situación y acepte que MSF les eche una mano, el RUSK nos desplegaremos de inmediato*. El RUSK, yo mismo, no hacemos política, a duras penas sabemos hablar: somos implementadores, trabajamos con las manos, un poco al estilo de los herreros y artesanos.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

El RUSK ha sido una escuela, de vida, de profesión, y de muerte. Digamos que cuando llegué a su seno, en esto de las emergencias tocaba de oído. Ahora creo que, en ocasiones, mal que bien, puedo arrancarle alguna melodía a algún que otro instrumento de cuerda, percusión o viento.

Pero todo, claro, viene con pleito. Después de estos 10 meses, en los que el RUSK ha sido toda mi vida, no puedo sin embargo desadherirme de ese sentimiento de haber perdido algo en este tiempo, quizá memoria, pureza, idealismo, arraigo… creo que avillané un poco mi relación con este trabajo, convirtiéndome poco a poco en mercenario. Perdiendo u olvidando en el camino varias otras facetas del tipo que yo era. Quizá también haya envilecido en cierto grado la relación con una parte de mí mismo, secuestrándola, amordazándola… No sé.

El caso es que, por el momento, esa alienación, ese extrañamiento o deriva respecto de quién eras, de tus asideros, de los tuyos, merece la pena: es en las emergencias donde realmente este trabajo cobra su plena vocación y naturaleza. Perdonen la cursilería, pero, realmente, la determinación de un grupo de profesionales, con nuestra rabia, nuestras miserias y nuestro desencanto a cuestas, juramentados en la persecución un objetivo común frente a la crudeza del terreno, significa algo: puede marcar la maldita diferencia.

Cuando la gente me dice, de vuelta a casa, “es increíble lo que hacéis, cuánto mérito tenéis”, a veces respondo: no somos héroes, sólo tipos enfurecidos, sólo tipos cabreados. Recios, furiosos, nos aferramos con fiereza a la rebelión contra la docilidad, contra el determinismo, el cólera o la malaria: como escribió Claudio Rodríguez, “se puede estar en derrota, pero nunca en doma”. Así pues, contraemos músculos, rechinamos dientes, y, tensándonos como un arco, nos aprestamos para la embestida.

Hasta la próxima.

 

*El RUSK comenzó la intervención contra la malaria en la zona de Salud de Lulingu, territorio de Shabunda, el 2 de mayo.

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Memorias del RUSK. Parte III: la cresta de los desplazados.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

 

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

 

Tras acabar la vacunación, en una clínica móvil del proyecto regular de Kalonge, me voy a supervisar la reanudación de actividades de un centro de salud para desplazados. Todo se desarrolla sin sobresaltos, una delicia. Salvo el hecho de darme cuenta durante las largas marchas a través de las montañas que definitivamente el tabaco y la cerveza me han dejado el cuerpo magullado, inservible y con un gran lastre de equipaje superfluo: a este paso, en vez de descender las lomas hiriéndome los tobillos y las rodillas, las bajaré rodando.

Febrero: lo pasamos trabajando el músculo del cerebro, el poco que tengo: discutimos y estudiamos estrategia de emergencias con una experta de la casa. Un maldito placer trabajar a su lado, además de un verdadero honor. Jamás me impregné tanto de conocimiento útil de emergencias como en febrero. Una Mutzig a tu salud, jefa.

Entretanto la acción no se remansa: ese mismo mes de febrero comienza nuestra ronda de intervenciones «aero-transportadas», misiones de exploración e intervención inmediata, concebidas para durar pocos días y tener un gran impacto en la salud de la población a la que quieres asistir.

En este caso, la alerta es de desnutrición, y la población, unos 15.000 desplazados de una etnia perseguida sanguinariamente por otra (con causa, en los Kivus nadie es inocente).

Los desplazados (combatientes, civiles y familiares), se han refugiado en la cresta de una cordillera a la que sólo se puede acceder, de forma segura, por helicóptero.

Lanzamos dos misiones “heliportadas” del RUSK para evaluar la auténtica gravedad de la alerta, transportar un par de toneladas de alimento terapéutico para los niños desnutridos que podamos encontrar entre la lluvia y el frío, y hacer el seguimiento del impacto de nuestra acción.

Marzo: me llaman de otro de los proyectos regulares del Kivu Sur, Shabunda. En esta ocasión se trata de comandar la misión de re-evaluación de la seguridad en el eje sur tras las últimas deflagraciones del conflicto Raïa Mutomboki – FARDC (Fuerzas Armadas de RDC).

Debemos atravesar las incorpóreas líneas del frente y re-aprovisionar los centros de salud del citado eje sur, cerrado a causa del comercio de ráfagas y tiros, y del tragicómico extravío de una granada en algún charco del camino, durante la época de lluvias, culpa de algún soldado borracho. Jamás se la encontró, a la granada. Del soldado, primo de Gila, tampoco se volvió a saber, quizá lo suicidaron.

No obstante, esta vez, comparada con la aventurita de la evacuación de heridos en enero, la misión no fue sino un lindo paseo por el parque.

(Continuará)

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Los demonios de mi personal bestiario

Por J. Mas Campos, coordinador de Emergencias de Médicos Sin Fronteras en Kivu Sur, República Democrática del Congo*

Jueves, 11:00 horas. Vuelo en una minúscula avioneta de hélices de cuatro pasajeros (más pequeña aún que aquella de la que salté en paracaídas), dibujando el trayecto Isiro–Bunia, en la Provincia Oriental de la República Democrática del Congo (RDC). Una sabana verde y frondosa, como musgo bullente de vida, se extiende bajo nuestra ruta. Me acuerdo de El paciente inglés, pero ni aquí hay desierto ni yo soy muy paciente. Saco una libreta de hojas rayadas. Me prometo escribir poco.

Hace dos semanas regresé a RDC previo briefing** en Barcelona. Al vuelo me agarran no bien entro en la sede y me despachan a la emergencia de Ébola de la Provincia Oriental, ubicada fuera de mi hábitat natural: los Kivus, las armas. “Ve a formarte, chaval, que los ébolas van a abundar los próximos años y nos tenemos que experimentar”, me dicen los jefes.

El Ébola, tantas veces llevado a la gran pantalla, es una fiebre hemorrágica vírica que mata a entre el 30 y el 90% de los que la contraen. La tragedia: se desconoce todavía el reservorio original (¿monos? ¿murciélagos?), pero el mal se contagia por contacto entre humanos, en concreto a través de los fluidos corporales. En estas misiones está prohibido tocarse y hay que lavarse las manos con agua clorada de distintas soluciones docenas de veces al día: así se crea un estado de alerta que ayuda a establecer medidas higiénicas y de control básicas.

Es igualmente por eso por lo que hay que vestirse de cosmonauta en la antecámara del pabellón de tratamiento, y a la salida te pulverizan sistemáticamente antes de asegurarse de que estés “desinfectado”. Por eso llevamos doble guante, doble capa, por el acaso de si alguna se rajara y fatalmente hiciera contacto piel a piel con los pacientes. Miento a mi familia diciéndole que vuelvo a los Kivus para que no tengan miedo.

Paso varios días profesionalmente jodido, cuestionándome y sintiéndome completamente imbécil, inútil, sin sentido. El último día y medio en cambio es adrenalínico y me recobra de nuevo para la batalla: me percato de que sin querer he aprendido tanto que he encontrado cosas fascinantes. Creo que he vuelto a enamorarme de este trabajo.

Pero me pasa lo mismo que me ocurre siempre: marché de Etiopía antes de que explotase la emergencia de desplazados de Somalia, de Yemen cuando los houthis amenazaban con sus invasiones bárbaras, de Hauts Plateaux (RDC), lugar en el que había muchos casos de violencia sexual, cuando se suspendían temporalmente las clínicas móviles, y ahora me voy del Ébola justo cuando se han confirmado nuevos casos y la epidemia aún está lejos de extinguirse…

Cómo jode marcharse cuando las cosas se ponen  feas. Disculpen, ya saben, los demonios de mi personal bestiario.

(Continuará)

 

 * Pepe es, desde el pasado mes de julio, responsable del RUSK, equipo de “Réponse d’Urgence Sud Kivu” (Equipo de Respuesta de Emergencia en Kivu Sur), en República Democrática del Congo.

** Sesión informativa en la que el personal de MSF recibe información previa a su salida a terreno sobre contexto, funciones y el proyecto

 Foto: El equipo de emergencias de MSF en Uganda se prepara para entrar en la zona de aislamiento de pacientes de ébola en el hospital de Kagadi en la reciente epidemia de la fiebre hemorrágica (julio de 2012. © Agus Morales).

Por un poco de combustible (I parte)

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

Hace unos meses un simple accidente de camión provocó cerca de 250 muertos y unos 50 heridos graves en el pueblo de Sange.

El camión maniobraba por un lateral de la carretera cuando se estrelló. Transportaba gasóleo. Los vecinos de la zona se acercaron para recoger el combustible que se salía del tanque, ¡regalo de Dios! Dos horas después se produjo una explosión, y la gente que se había reunido allí quedó atrapada por el fuego. Muchos murieron en el acto, otros resultaron heridos.

MSF intervino de inmediato para atender las necesidades médicas y psicológicas de los pacientes hospitalizados. Les atendimos en los hospitales de Sange y Panzi. El programa de salud mental que puse en marcha acompañaba a la atención médica, para así responder a las reacciones psicológicas que los pacientes pudieran experimentar en los dos meses siguientes al accidente.

En este primer periodo, los principales objetivos eran reducir el estado de estrés durante la fase aguda, y prevenir problemas post-traumáticos a largo plazo entre las víctimas directas e indirectas del incendio.

Nuestras actividades psicológicas estaban dirigidas a atender las necesidades de los pacientes hospitalizados, pero también de sus familiares y cuidadores, y del equipo médico que trabajó largas horas para brindarles una atención de calidad.

Cuando entré en la habitación en la que esperaban los familiares de los heridos, una niña pequeña, G., se me acercó. Me enseñó una foto: era de su padre, hospitalizado en la sala de tratamiento. Tenía todo el cuerpo quemado y el rostro desfigurado. Murió unos días después. La foto y el sufrimiento del duelo…

La pequeña D., de 8 años, cogió los lápices de colores y comenzó a escribir una carta multicolor. Sufrió quemaduras en el accidente, y su madre también. Es la única paciente pediátrica en la sala de tratamiento. «Vivo en mi pequeño mundo… pero está bien.  Aquí me conocen «. «De mayor, quiero ser médico», escribe.

Abro el cuaderno azul en el que registramos a todos los pacientes que pasan consulta psicológica. Las páginas me recuerdan el olor a carne quemada. Cierro el cuaderno. Cierro los ojos y respiro profundamente. Fue la pobreza lo que provocó esta gran tragedia. ¿Por qué siempre las mayores catástrofes golpean a las personas más vulnerables?

 (Continuará)

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Fotos: El camión accidentado en Sange y pacientes atendidos por MSF (© Stella Evangelidou).

Heridas de guerra que no se curan con vendas

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

En la República Democrática del Congo, una catástrofe provoca la siguiente: las malas condiciones de salubridad llevan al cólera, las infraestructuras deficientes llevan a accidentes, y el conflicto lleva al desplazamiento de poblaciones civiles…

El país está en un constante estado de alerta, pero parece que la gente está acostumbrada a esta concatenación de desgracias…

Mi trabajo aquí consiste en establecer, junto con el personal congoleño, un sistema eficaz de atención en salud mental y psicosocial para aquellas personas que sobreviven a la violencia sexual. Esta es una guerra invisible… No hay tasas de mortalidad, sólo historias que reflejan el horror de un conflicto.

Las mujeres tienen el coraje de narrar las violaciones que han sufrido, vivencias que aturden cuando las escuchas…

N. fue raptada por militares. Tras dos meses de esclavitud sexual en su campamento, se quedó embarazada y, más tarde, consiguió escapar. Volvió a su casa embarazada de un bebé que no quería tener, pero el aborto es ilegal en este país.

C. fue violada cuando volvía del mercado. Cuando su marido se enteró, la echó de casa como si la culpa fuera suya.

 P. vio cómo los militares mataban a su marido a tiros. Después, irrumpieron en su casa y violaron delante de sus hijos.

Estas son heridas de guerra que no pueden curarse con vendas y medicinas.

La “epidemia de violaciones” en la RDC está considerada como la peor del mundo. Se describe habitualmente a la violencia sexual como un arma con la que se intimida a la población civil. Aquí en Kalonge hay dos escenarios principales para este drama: el primero, cuando las mujeres recogen leña o labran campos que están lejos de sus pueblos y cerca de los bosques donde los militares tienen sus campamentos, y el segundo, cuando se producen ataques armados durante la noche contra las aldeas.

Debido a la discriminación y el estigma en el seno de las familias y de las comunidades, las mujeres tienden a hablar de las violaciones demasiado tarde, cuando los síntomas mentales y físicos son graves.

Por eso, sensibilizar a las comunidades rurales sobre la violencia sexual es de gran importancia, y por esta razón hemos formado a personas de estas comunidades para que trabajen como promotores y educadores sanitarios.

A lo largo de todo el día sigo dando vueltas a las historias que estas mujeres me han contado. Ni siquiera consigo concentrarme en el libro que hace dos semanas no podía dejar de leer. Me acuesto cansada. ¿A cuántas mujeres violarán esta noche?

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Foto 1: La pequeña Pierrete fue violada por los hombres armados que la retuvieron durante dos meses. Este de RDC. (© Julie Rémy)

Foto 2: Mujeres en Kalonge, RDC. (© Stella Evangelidou).

Foto 3: Formación e atención psicosocial para el personal congoleño de MSF, en Kalonge, RDC (© Stella Evangelidou)

Una psicóloga en el bosque congoleño

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

¿Quién dijo que los psicólogos sólo trabajan en clínicas psiquiátricas, hospitales, universidades o en sus despachos esperando a pacientes a los que cobrar bien caro…? MSF ha integrado el apoyo psicosocial y los cuidados de salud mental en su programa médico como componentes inseparables de una atención de calidad.

Me presento: soy psicóloga de apoyo técnico en Kivu Sur, en el este de la República Democrática del Congo (RDC). Empecé esta misión, inicialmente de tres meses, con la idea de reforzar la parte psicológica del programa de violencia sexual desarrollado en Kalonge. Sin embargo, este periodo de tiempo se amplió, ya que son muchas las necesidades en cuanto a salud mental de los pacientes de los proyectos médicos que MSF ha emprendido en toda la provincia. Por ejemplo, tuvimos que responder a las traumáticas consecuencias de un desgraciado accidente en Sange, del que os hablaré en próximos posts.

La psicología es una disciplina terapéutica preventiva y curativa, que siempre va “aderezada” con las creencias culturales. En el marco de la labor humanitaria, la psicología tiene un enfoque psicosocial. De esta manera, hablamos más de “seres sociales” y no tanto de “individuos”. El contexto social está fuertemente relacionado con el bienestar psicológico. La familia ampliada y la comunidad son factores sociales que dan forma a la configuración psicológica de una persona.

En RDC, la mayoría de los psicólogos asocian la disciplina de la psicología con las creencias religiosas y la ayuda socio-económica. Es un proceso más externo que interno: la ayuda se encuentra fuera de uno mismo: son el “Dios proveerá” y el “alguna organización humanitaria nos dará algo de comida para hoy”.

Como psicóloga expatriada que trabaja en Congo, el mayor desafío al que me he enfrentado ha sido el colaborar con los psicólogos congoleños, animarles a trabajar en la línea de inculcar la resiliencia en los pacientes. ¿Cuáles son los factores mentales, sociales, morales y espirituales que pueden ayudarles a hacer frente a una experiencia traumática? ¿Cómo podemos ayudar a los pacientes a ayudarse a sí mismos?

En definitiva, es el pasar a “Dios nos ayudará si personalmente nos esforzamos por superar las dificultades” o al “una organización humanitaria nos dará algo de comida para hoy, ¿pero qué pasará mañana?

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Foto superior: Las colinas de Kalonge, RDC (© Stella Evangelidou)

Foto inferior: Sesión de formación en salud mental del personal congoleño, en Haut-Plateaux (© Stella Evangelidou)

Relato de lo inesperado

Por Pavithra Natarajan (MSF, RDCongo)

Uno de los días que más me han marcado de mi estancia en Congo fue aquel en que vi a una bebé que había sido atacada por una rata. Nunca imaginé que podría ver algo así en el centro médico. Como me dijo nuestro enfermero jefe: “ah, la vida en Congo es así, siempre triste”.

Me avisaron de lo ocurrido al llegar a la unidad de cuidados intensivos a primera hora de la mañana. “Tenemos un problema: una bebé con infección neonatal ha sido atacada por una rata”. Al principio no me lo podía creer, pensé incluso que había entendido mal el francés del enfermero.

Pero lamentablemente era cierto. Esta pequeña tragedia ha sido la peor de todas las que he presenciado desde que llegué a trabajar aquí. Peor que los pacientes con graves quemaduras, peor que aquella muchacha con un horrible cáncer terminal por la que no pudimos hacer nada.

La herida que presenta en la cabeza es del tamaño de una naranja. La rata consiguió llegar hasta ella a pesar de estar ingresada en cuidados intensivos, a pesar de que su madre dormía junto a ella. Y ahora seguro que no va a sobrevivir a la infección que le estábamos tratando.

Tiene fiebre y un alto riesgo de contraer el tétanos. Cambiamos inmediatamente el antibiótico para ponerle el más potente de que disponemos aquí, ceftriaxone, y le administramos además metronidazol, para prevenir infección por bacterias anaeróbicas, y una inyección de inmunoglobulina tetánica.

Y de paso compramos seis trampas para ratas.

Ahora puedo deciros que la historia terminó bien. La pequeña se recuperó, y en menos de una semana le habíamos dado el alta. Y desde entonces, al llegar a la unidad de cuidados intensivos cada mañana, los enfermeros me reportaban el número de ratas que habían matado la noche anterior. Como dicen aquí, “tout est bien qui finit bien”, que viene a ser como “bien está lo que bien acaba”.

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Foto: Françoise, paciente con graves quemaduras, espera con su madre a ser atendida para la cura diaria de sus heridas. Hospital de MSF en Rutshuru, Kivu Norte, RDCongo (© Martin Beaulieu).

El rostro de Congo

Por Pavithra Natarajan (MSF, RDCongo)

Creo que nunca voy a olvidarla. Sabía que iba a venir al hospital. Cuando por fin lo hizo, lo primero que pensé fue en la necesidad de aislarla en alguna zona tranquila del hospital, lejos de la muchedumbre de pacientes que también esperaban consulta. Pero no lo hice: pensé que me quedaba poco para terminar la ronda que estaba haciendo por las salas donde están ingresados los niños con desnutrición y que enseguida estaría con ella.

Me equivoqué, por desgracia. Para cuando llegamos a la sala de consultas externas, los gritos me hicieron darme cuenta del error que había cometido. Todo lo que pude ver en un primer momento fueron los rostros preocupados de tres enfermeros que la rodeaban intentando calmarla. Seguida por medio centenar de miradas más, crucé la sala rápidamente y, con la ayuda de su madre, la saqué de allí.

Era una niña de 10 años, que había sido violada hace dos meses por un soldado, junto a su madre, que fue agredida al mismo tiempo por otro. Luego, los dos se llevaron a la niña al bosque. Su madre estuvo una semana buscándola. La encontró cubierta de heridas y costras de la cabeza a los pies, e incapaz de hablar. Aún tiene cicatrices en la muñeca derecha, por la que la tuvieron atada. Cada vez que ve a un hombre, grita.

Las anteriores consultas habían sido con un psicólogo, que en principio intentó tratarla, pero sin éxito. De ahí que decidiéramos hacerle un examen neurológico. No soy pediatra. Y por otra parte, los exámenes neurológicos son complicados incluso en Reino Unido, donde trabajo habitualmente. Y además si tienes que hacerlo comunicándote en francés, y que de ahí se traduzca al Kinyarwanda, todo se complica aún más.

Nos llevó casi una hora llegar a la conclusión de que, efectivamente, padecía lesiones neurológicas. Antes, solía cantar en el coro de la iglesia y también le gustaba bailar. Ahora sólo puede arrastrar los pies, con un andar entumecido y rígido. Parece incapaz de deglutir, o simplemente no lo hace. Ahora la llevaremos a Kigali, en Ruanda, para realizarle un escáner cerebral, pero sea cual sea el resultado –creo que el origen está en una contusión o una hemorragia-, no hay nada más que podamos hacer por ella.

Cuando terminamos, me marché a la base de MSF, situada a sólo 100 metros de distancia del hospital. Intenté no cruzar la mirada con nadie, pero se me saltaron las lágrimas antes de llegar a la puerta de nuestra casa. Me acordé de que, de mi última estancia en Kigali, me había traído varias pelotas y uno de esos juguetes para hacer burbujas con agua y jabón. Así que regresé al hospital. “Zawadi”, les dije a ella y a su madre, que significa “regalo” en swahili. La senté conmigo en el suelo y le enseñé a usarlo. Sonrió una vez.

Cuando me marché a casa, volví a sufrir una pequeña crisis. Aquí la violencia sexual no es sólo una epidemia, es un arma de guerra. Entonces me acordé de los partidillos de fútbol que solemos jugar con los chavales de Mweso. Niños sanos en los que me gusta pensar. Pero eso no me quita de la cabeza la imagen de esta madre valiente, que está en algún lugar de la carretera, volviendo a su casa con su niña y con lo poco que le pudimos ofrecer en el hospital de Mweso. Más bien nada, aparte de las burbujas.

(Foto superior: La pequeña Pierrete fue violada por los hombres armados que la retuvieron durante dos meses. Este de RDCongo. © Brigitte Breuillac/MSF)

(Foto inferior: Una mujer víctima de violación, paciente del hospital de MSF en Nyazale, Kivu Norte. © Julie Rémy)