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Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

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¿Refugiados, migrantes o personas?

Unni Krishnan, Director de Respuesta ante Desastres de Plan International

“We know where we´re going… We know where we´re from”, cantaba Bob Marley en un contexto y una era diferentes.

Este año 2015  miles de personas, muchas de ellas niños y niñas, han huido de sus hogares en un éxodo global. Son personas que saben de dónde son, algunas sabían su destino, pero no todas lo han logrado. Más de 3.580 personas han muerto o desaparecido en el mar Mediterráneo, y cientos de refugiados siguen atrapados entre los estrictos controles fronterizos.

Siria es el escenario de un conflicto cuya violencia y sufrimiento ha afectado y afecta a 13.5 millones de personas, de las cuales la mitad son niños y niñas. El mundo está siendo testigo del mayor desplazamiento de personas desde la Segunda Guerra Mundial.

Plan International trabaja para proteger a los niños y niñas refugiados sirios. Copyright Plan International

Bombardeos, balas y barcos

Selam es una niña de 10 años procedente de Damasco. Los continuos bombardeos llevaron a su familia a tomar la decisión de huir. Desde Turquía, cogieron una embarcación hacia las costas griegas pero tras dos horas de navegación el barco se hundió. Los guardacostas griegos les rescataron y les llevaron a la isla de Lesbos desde donde fueron traslados a la península en ferry. “Las bombas eran peores que el barco hundiéndose”, afirmaba Selam.

Su historia es solo un ejemplo del sufrimiento generalizado de todos los niños y niñas que han tenido que abandonar sus hogares, su cultura y su infancia . ¿Por qué la humanidad sigue sin abordar la crisis de los refugiados y migrantes? Las discusiones en torno a este tema se centran en la definición que se da a las personas que llegan a Europa, bien como refugiadas -persona obligada a dejar su país para escapar de la guerra, la persecución y la violación de los derechos humanos-, o bien como migrantes -persona que llega a otro país en busca de un trabajo y unas condiciones de vida mejores-.

¿Realmente importa esta diferenciación? Los términos deshumanizan a los miles de niños y niñas, así como a familias cuya crisis humanitaria ha llegado a nuestro continente. La guerra y la violencia han puesto fin a la vida de muchos niños y niñas que no podrán volver al colegio a corto plazo o que no volverán a ver a sus amigos o familiares.

Copyright Plan International

Necesitamos más

Entre 2014 y 2015, unas 900.000 personas han llegado a Europa cruzando océanos en peligrosas embarcaciones, atravesando campos desiertos y haciendo largas colas en los controles fronterizos. El 51% de las personas que han sobrevivido a la travesía provienen de Siria. El éxodo de nuestro tiempo se guía por la esperanza, el instinto de supervivencia y, normalmente, un teléfono móvil.

Esta situación  internacional precisa comprensión, respeto y el cumplimiento de las leyes internacionales que protegen los derechos de refugiados, migrantes y, en definitiva, de todas las personas. La Carta Humanitaria recuerda al mundo que los derechos, la ayuda, la dignidad y el respeto hacia las personas son inseparables. Las Leyes Humanitarias Internacionales dictan la protección de todos los civiles, especialmente de las mujeres y los niños y niñas.

Sin embargo, las dificultades legales y la semántica no deberían entorpecer las acciones políticas. La asistencia humanitaria y la protección son derechos que todo el mundo debería respetar. Según Antonio Guterres, Alto Comisario para los Refugiados de la ONU, “nos encontramos ante una batalla de valores: la compasión contra el miedo”.

La riqueza de la humanidad se centra en la compasión y la preocupación por otros seres humanos por lo que deberían priorizarse los valores que sirvieron para crear las reglas y leyes.

Avanzando

La coordinación, coherencia y humanidad para responder a la crisis de los refugiados ha fallado. La falta de acciones por parte de los gobiernos quedará en la memoria colectiva, pero también lo harán las respuestas que todavía se pueden tomar.

Las políticas del miedo tienen que dejar paso a la esperanza fundada en la educación sobre cómo recibir a los refugiados. La organización en defensa de los derechos de la infancia, Plan International, presta ayuda a los refugiados en Alemania y Egipto y tiene previsto desarrollar proyectos a largo plazo ya que esta crisis no va a desaparecer.

Plan International España trabaja desde 2013 en Egipto para ayudar a los niños y niñas sirios refugiados, así como a sus familias, en las provincias del Gran Cairo, Alejandría y Damieta. Según Concha López, directora de Plan International España, es necesario proteger y garantizar los derechos de todos los sirios, pero en particular de las niñas, que son las más vulnerables a sufrir violaciones de sus derechos como la falta de acceso a la educación, el maltrato y el matrimonio infantil.

Plan International trabaja en Egipto para proteger los derechos de los niños niñas refugiados sirios. Copyright Plan International v2

La ONU espera que las cifras de refugiados se mantengan en 2016 ya que “las causas que obligan a las personas a huir van a seguir existiendo”.

El mundo tiene que responder a esta crisis centrándose en la seguridad y protección de los más pequeños, ya que muchos de ellos viajan solos. Además, hay que saber responder a los traumas psicológicos que los bombardeos, la violencia y el miedo vivido en los botes han causado en los niños y niñas.

El año nuevo es una fecha en la que predomina el deseo de construir un mundo mejor. Hay muchas historias de individuos y personas que han mostrado compasión y han ayudado a los refugiados y migrantes que han llegado a Europa, un continente con una larga historia de  acogida de refugiados.

Ningún niño o niña nace con el título de refugiado o migrante. Ningún niño es ilegal. Los menores tienen el derecho de ser cuidados y protegidos. Los gobiernos tienen que centrarse en el cuidado de los que más lo necesitan y dejar a un lado las políticas y los problemas burocráticos. La policía fronteriza necesita mostrar humanidad ya que, después de todo, no somos definidos por cómo describimos a los otros, sino por cómo elegimos responderles.

 

Ghana: 20 años mejorando la nutrición infantil

Por Lilian Selenj, especialista de nutrición en UNICEF Ghana

Cuando en 2011 vi por primera vez la notable reducción de las tasas de retraso en el crecimiento en Ghana, me llevé una agradable sorpresa. Había dudas de que se mantuviera, y se esperaba la Encuesta Nacional Demográfica y Sanitaria de 2014 para ver si se confirmaba la tendencia.

Y efectivamente Ghana ha reducido el retraso en el crecimiento incluso más, hasta el 19%, disminuyendo a la mitad la tasa de 2003 y superando los índices de muchos países del África Subsahariana.

Las mejoras se han producido en las áreas rurales y urbanas, y muestran una disminución de la desigualdad entre los más ricos y los más pobres. Ghana está en el buen camino, aunque todavía deben hacerse esfuerzos para abordar los nacimientos de bebés con bajo peso, la anemia y la obesidad en adultos.

Ghana: dos décadas mejorando la nutrición infantil

Elizabeth alimenta a sus mellizos, Jessie y Jessica, con alimento terapéutico en un centro de nutrición. /© UNICEF/GHAA2015-03220/Asselin

Pero ¿cómo ha mejorado Ghana? Los resultados reflejan el progreso en varios sectores que merece la pena destacar.
Ante todo, la ciencia nos dice que para que los niños se desarrollen bien deben ingerir cada día una variedad de alimentos frecuentemente, deben ser protegidos de enfermedades infecciosas y, si se ponen enfermos, deben tener acceso a atención sanitaria. Cuando el sistema sanitario promueve esto durante los 1.000 primeros días de vida, las posibilidades de reducir las tasas de retraso en el crecimiento son muy altas. Para el éxito en Ghana ha jugado un papel muy importante el incremento de los servicios de atención sanitaria, incluso en las áreas más inaccesibles.

Según la última encuesta nacional, el 87% de las mujeres embarazadas acudió al menos a cuatro controles prenatales. Las visitas regulares a instalaciones sanitarias garantizan que las madres tengan la información adecuada sobre salud y nutrición durante el embarazo, parto, y después de dar a luz.

En mis 23 años en UNICEF no he visto ningún otro país en África que haya invertido en la formación a profesionales de la nutrición del sistema de salud tanto como Ghana. Esto ayuda a planificar, gestionar y hacer seguimiento de planes nutricionales de calidad.

También he observado que, además del amplio alcance de los servicios de salud comunitarios, los programas de nutrición en Ghana se han beneficiado de la mejora de la economía y otros servicios básicos, que proporcionan un ambiente favorable. Ghana redujo la tasa de pobreza a la mitad entre 1991 y 2013 (Informe de los ODM, 2013), mejoró la seguridad alimentaria, el acceso a agua potable, la educación y el empleo.

graph-Ghana

Sin embargo, todavía hay desigualdades. En las tres regiones de norte, que tienen contextos socieconómicos complicados y similares, las tasas de retraso del crecimiento son muy distintas: 32% en el norte, 15% en el noreste y 23% en el noroeste. Mientras que el noreste tiene las tasas de pobreza más altas, ha superado al norte y al sur. En mi opinión, las desigualdades en las tasas de retraso del crecimiento en el país reflejan, en gran medida, la gestión de los recursos disponibles. Si la nutrición recibe más atención a todos los niveles, se podrán eliminar las desigualdades.

Este sentimiento tuvo eco durante la reciente presentación de la Encuesta Demográfica y de Salud de Ghana 2014, en la voz de Esi Foriwa Amoaful, directora adjunta de nutrición en los Servicios de Salud del país: “Hemos progresado mucho, pero necesitamos hacer más. Podemos cambiar esto”.

Para cambiarlo y erradicar definitivamente la desnutrición infantil UNICEF lleva a cabo muchas acciones en todo el mundo. Tú también puedes unirte a la lucha contra la desnutrición infantil y contribuir a salvar más vidas. ¡Ahora no podemos parar! 

 

Día de la Juventud: Los jóvenes dan voz a ‘los niños del milenio’

* Por Sullay Kalokoh, miembro del Comité de Asesores Juveniles de Sierra Leona y productor de ‘Los Niños del Milenio

Sullay Kalokoh, con 22 años y de Sierra Leona, se ha convertido en productor de cine tras ayudar a Plan Internacional en el rodaje del proyecto ‘Los Niños del Milenio’. Gracias a la grabación de las entrevistas y la búsqueda de historias, Sullay se ha convertido en un experto en producción cinematográfica. Ahora quiere utilizar sus nuevos conocimientos para dar voz a las mujeres y mostrar las adversidades a las que se enfrentan en todo el mundo.

Plan Internacional

La participación es clave para que los jóvenes, incluyendo mujeres y niñas, puedan tener éxito. En la actualidad la población de Sierra Leona sigue sin aceptar el potencial de las niñas. Cuando Plan Internacional propuso a nuestro Comité de Asesores Juveniles (CAJ) colaborar en el proyecto ‘Los niños del milenio’, no nos lo pensamos dos veces.

La segunda película, dividida en dos capítulos, se centraba en impulsar el potencial de las niñas, un tema muy importante para nosotros.

Diez de los miembros del CAJ participamos en el proyecto. Nuestro trabajo consistía en buscar historias de niños y jóvenes de su barrio. Teníamos que encontrar a una adolescente de 15 años y a un adulto con autoridad en su comunidad y entrevistarlos. Además, debíamos seleccionar a diferentes estudiantes, de entre 7 y 14 años, que quisieran abrir las puertas de sus hogares y mostrar cómo viven.

Nuestra búsqueda comenzó preguntando a nuestros amigos si conocían a chicas o mujeres que tuvieran una historia que contar. Gracias a este proyecto muchas adolescentes tuvieron la oportunidad de contar su historia y de promover la solidaridad, la unidad y el desarrollo de su comunidad. Las participantes mostraron la importancia de la determinación, la valentía y la perseverancia y cómo, mediante la superación de las dificultades sociales, es posible tener oportunidades y ayudar a otros a hacer lo mismo.

Una vez elegidas las historias, entrevistamos a los protagonistas y nos aseguramos que compartieran con nosotros sus experiencias reales, así como mensajes que pudieran motivar a otros jóvenes. La variedad de las entrevistas realizadas, de opiniones y recomendaciones nos ha permitido abordar el tema desde una perspectiva realista.

Quedé impresionado con las vivencias personales que motivaron a nuestras protagonistas a rebelarse y, sobre todo, admiro su valentía para enfrentarlas. Una de las historias más impactantes fue la de Fatim. Cuando era adolescente se quedó embarazada y fue obligada a dejar el colegio. Tras dar a luz, Fatim decidió volver a estudiar, consideraba que la educación era la clave para el éxito. “Aunque tengo muchas dificultades, como cuidar de mi bebé, me sigue gustando ir al colegio”, afirma Fatim y añade: “Creo que en el futuro ayudaré a mi país y a mi gente”.

Gracias a este proyecto, he aprendido a utilizar una cámara de vídeo, ya que teníamos que grabar las entrevistas, así como la vida diaria de los protagonistas. Gracias a este trabajo, ahora me considero un auténtico cámara de cine. Ha sido una experiencia extraordinaria.

Escuchar los relatos de los protagonistas fue muy duro pero me hizo darme cuenta de que quiero aportar mi granito de arena para que las niñas y mujeres tengan las oportunidades que se merecen. Además, me gustaría que los varones, tanto niños como adultos, se involucraran en este reto.

Me gustaría trabajar con las comunidades y los gobiernos locales para que las niñas y las mujeres sean visibilizadas como agentes sociales de cambio. Confío que con la ayuda y el apoyo necesario puedan superar las dificultades que enfrentan.

Un futuro incierto para los niños y niñas huérfanos de Burundi

* Por Alice Rwema, Plan Internacional Ruanda

Beza, niña nuérfana de Burundi, en el campo de refugiados de Mahama en Ruanda.

Beza, niña nuérfana de Burundi, en el campo de refugiados de Mahama en Ruanda.

Quiero ser enfermera, dice con una voz insegura, inclinando la cabeza. Con lágrimas en los ojos, mira hacia arriba y añade: “pero primero quiero que todos mis hermanos vayan al colegio”.

Beza, de 15 años, es una joven huérfana que abandonó Burundi hace dos meses por el estallido de violencia que comenzó hace semanas en el país al acercarse las elecciones. Estaba en primero de educación secundaria cuando huyó de su país y ahora vive en el campo de refugiados de Mahama, cuidando de sus dos hermanos pequeños.

Caminamos durante 12 horas cuando cruzamos Ruanda.  A mi hermano pequeño se le hincharon las piernas y eso nos hizo ir más despacio. Hacíamos turnos para llevarlo a nuestra espalda. Sólo teníamos 2.000 francos burundeses (1,5 dólares)”, explica.

La vida no fue fácil cuando llegamos al centro de recepción de refugiados de Bugesera y era muy complicado conseguir comida. Les realojaron en el campo de refugiados de Mahama una semana después, donde ahora viven más de 26.000 refugiados burundeses, de los más de 31.000 que hay en Ruanda.

Aquí la vida es más fácil porque podemos conseguir comida con más facilidad. Hay agua cerca y podemos coger leña, aunque yo no puedo cortarla. Me ayudan mis vecinos y mis hermanos”, añade Beza.

La organización de defensa de los derechos de la infancia Plan Internacional organiza actividades de ocio y juego para ayudar a los niños y niñas refugiados a relacionarse y aprender juntos, aunque Beza nunca puede ir a estas actividades porque tiene mucho trabajo. 

Por la mañana me levanto y barro, limpio la tienda, preparo gachas, cocino la comida y después me doy un baño y sirvo la comida a mis hermanos. A veces me ayudan a ir a por agua. Me gustaría ir a jugar, pero es que no tengo tiempo. Mis hermanos a veces van”, dice.

Plan Internacional trabaja con ACNUR identificando a los niños y niñas que llegan sin acompañantes o son separados de sus padres. Ya se han identificado 1.195 en el campo de Mahama y los centros de recepción de Bugesera y Nyanza. Al menos 258 se han reunificado con sus padres, cuidadores temporales o  familiares.

Encontrar cuidadores temporales es todavía un reto en el campo de refugiaos de Mahama, aunque Beza y sus hermanos sí que han encontrado uno.

Nos ayuda un montón, nos da de su leña cuando se nos acaba la nuestra, nos da otro tipo de comida cuando nos cansamos de comer maíz y judías. Casi siempre me ayuda con las tareas de la casa. Estoy contenta”.

Los cuidadores temporales hacen visitas periódicas a los niños y niñas no acompañados para evaluar su situación en informar a Plan Internacional. Muchas veces son los cuidadores quienes saben si los niños y niñas necesitan comida, atención sanitaria, ropa y a veces son capaces de resolver pequeños conflictos que surgen entre los niños y niñas que viven juntos en la misma tienda.

Para los que no tienen cuidadores temporales, Plan Internacional ha asignado movilizadores comunitarios de refugiados que los visitan regularmente para comprobar su estado.

Necesito crema para la piel y la ropa que traje no es suficiente. No tengo tiempo de jugar y conocer a otros niños y niñas. A veces me siento sola”, cuenta Beza, enumerando los retos a los que se enfrenta.

No estoy esperando a mis padres, soy huérfana y mi futuro aquí es incierto. No sé si podré volver al colegio alguna vez, tengo que cuidar de mis hermanos”.

Plan Internacional ayuda a los niños no acompañados y separados de sus padres asegurando que reciben los cuidados y la protección adecuada a sus necesidades específicas y que prima su interés superior. Esto se lleva a cabo a través de identificaciones, documentación, seguimiento y reunificación familiar, consiguiendo cuidados y apoyo interno o alternativo, manejando los casos de conflictos, haciendo visitas de seguimiento y dando apoyo psicosocial cuando es necesario. Plan Internacional también atiende a los niños y niñas no acompañados en el acceso a servicios básicos como el registro, la distribución de comida y otros materiales y atención sanitaria.

“Me gusta que el personal de Plan Internacional venga a visitarnos y cuando estoy triste voy a verlos para que me aconsejen”, dice Beza.

Desde el 31 de marzo de 2015, Plan Internacional Ruanda ha recibido un llegada masiva de refugiados burundeses que huyen de la violencia desatada en su país por las elecciones presidenciales y los conflictos provocados por un grupo armado que apoya al partido en el gobierno.

El Gobierno de Ruanda ha establecido tres centros de recepción de refugiados en Bugesera (provincia oriental), Nyanza (provincia meridional) y Rusizi (provincia occidental). El 22 de abril se abría un nuevo campo de refugiados en el distrito de Kirehe, provincia oriental, para dar alojamiento al creciente número de refugiados. De los más de 31.000 refugiados en Ruanda a 10 de junio de 2015, más de 15.700 son niños y niñas.

Terremoto en Nepal – Asmita, 10 años: «El día en que todo mi mundo cambió»

* Por Asmita, 10 años, participante en un programa de Plan Internacional en Nepal. 

[Historia documentada y transcrita por Ananda Raj Katuwal, Coordinadora del Programa de medios de vida y microfinanzas de Plan Internacional en Nepal, que se encontraba en una visita en terreno en la región de Ratmate cuando ocurrió el terremoto.]

Asmita, con su abuela, en la tienda de campaña en la que viven tras el terremoto que derrumbó su casa.

Asmita, con su abuela, en la tienda de campaña en la que viven tras el terremoto que derrumbó su casa. Plan Internacional.

Estaba muy asustada, pensé que todo y todos los que estaban a mi alrededor iban a morir. El suelo se sacudía tan fuerte…había mucho ruido. No pude dormir en toda la noche”, dice Asmita, una niña de 10 años que participa en un programa de Plan Internacional en la región de Ratmate, en el centro de Nepal.

Cuando el terremoto sacudió Nepal el 25 de abril, la pequeña casa de la familia de Asmita se vino abajo inmediatamente, matando además a la cabra que poseían, que estaba dentro cuando la tierra tembló.
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Nigeria: educación en pleno conflicto

Por Gerida Burikila y Geoffrey Njoku de UNICEF Nigeria

Hace hoy justo un año, 276 niñas fueron secuestradas en Nigeria y el #BringBackOurGirls encendió las redes sociales, donde personas de todo el mundo pedían su liberación. La mayoría de ellas continúan desaparecidas.

Hemos querido aprovechar este triste aniversario para recordar que la infancia de este país sigue sufriendo las consecuencias del conflicto abierto entre Boko Haram, los grupos de autodefensa y las fuerzas gubernamentales.

Acabamos de visitar los campos de desplazados en Maiduguri, en Nigeria, donde los niños se reúnen ansiosos en pequeños espacios, con su mirada muy atenta hacia el frente. Están aprendiendo a leer, contar y escribir. Para muchos, esta es la primera vez que lo hacen.

Estos niños son parte de las miles de familias que han huido del conflicto y han buscado refugio en Maiduguri. La situación de inseguridad es extrema. La mayoría de colegios cerraron después de los ataques a profesores y edificios. A otros niños no se les permite asistir a colegios que imparten una educación de tipo más occidental.

En resumen, se está negando el derecho a la educación a miles de niños.

 Aisha, de 13 años, en un campamento para personas desplazadas en Yola, la capital del estado de Adamawa. (UNICEF/NYHQ2015-0477/Esiebo)

Aisha, de 13 años, en un campamento para personas desplazadas en Yola, la capital del estado de Adamawa. (UNICEF/NYHQ2015-0477/Esiebo)

AL COLE EN LOS CAMPAMENTOS DE REFUGIADOS

En el estado de Borno, los colegios solo están abiertos en 8 de las 27 zonas gubernamentales y están cerrados en los lugares donde el conflicto entre el ejército y los grupos armados se recrudece.

UNICEF ha puesto en marcha clases de recuperación para los niños que viven en los campos de Maiduguri. Profesores formados dirigen las clases en aulas que se montan y desmontan. Más de 30.371 niños de 6 a 15 años están participando en la iniciativa.

En una de las clases, en la que hay 106 niñas de 6 a 15 años, solo 6 habían ido antes al colegio. Cuando llegamos al aula, las alumnas nos muestran orgullosas cómo han aprendido a contar de 0 a 100. Las clases les dan una oportunidad para aprender. Las clases les dan una oportunidad para jugar, cantar y socializar. Las clases las mantienen a salvo.

LA HISTORIA DE HADIZA

Hadiza (nombre modificado para proteger la identidad de la niña) es una de las alumnas de esta clase. Tiene solo 13 años y ya ha sido testigo de cosas que la mayoría de la gente no sufre en toda su vida. Vio cómo su padre moría de un tiro en la cabeza y luego tuvo que ayudar a enterrarlo. Estuvo retenida en un campo de detención, donde cada día presenciaba la ejecución de hombres y adolescentes. Escaló una alambrada de púas para escapar de allí. Después tuvo que asistir a la boda de su hermana con un miembro de Boko Haram.

Ahora, en la seguridad que le proporciona Maiduguri, Hadiza se encarga de cuidar de su madre, que sufre hipertensión a causa de los traumas, y de sus dos hermanas pequeñas. Por la noche, cuando descansa, revive en sueños todos los malos momentos. “Veo cómo mi padre recibe el disparo y se desangra. También tengo pesadillas con las personas a las que vi morir en prisión. También con que Boko Haram me persigue y me detiene”.

Todos los días, Hadiza busca un lugar tranquilo en el campo para repasar el alfabeto y practicar las matemáticas básicas que le han enseñado en clase. Está muy emocionada por esta oportunidad. “Nunca antes había ido al colegio. Aquí he podido ir a clase por primera vez. Solo llevo dos meses en clase y ya puedo leer algo y puedo contar. Lo que mejor se me da son las matemáticas y el inglés.

“Me encanta el cole. Ahora tengo nuevos amigos”.

UNA OPORTUNIDAD PARA LOS NIÑOS

Hadiza está en buenas manos. Según Fatma, una de las profesoras, “los alumnos están entusiasmados. Están felices de poder ir al colegio por primera vez en su vida. En un mes, son capaces de reconocer las letras del alfabeto, contar y escribir cartas. Es muy emocionante”.

Y el entusiasmo se extiende más allá de los niños. “Las madres traen a sus hijas a clase para que puedan recibir la educación a la que ellas mismas no pudieron acceder cuando eran niñas. Incluso ya hay algunas madres que nos piden que les enseñemos a leer y escribir a ellas también”, dice Fatma.

Hadiza tiene planes de futuro, planes que UNICEF y sus aliados quieren favorecer a través de su apoyo a la iniciativa de Escuelas Seguras para mitigar el impacto del conflicto en la educación. Ya se han llevado a cabo evaluaciones detalladas sobre las comunidades, colegios, niños y profesores que están siendo afectados.

La iniciativa trabaja por la seguridad de los colegios para que niños como Hadiza puedan alcanzar sus sueños. “Cuando crezca, quiero ser profesora, para poder enseñar a leer y escribir a los niños. También quiero ser profesora para ganar dinero con el que cuidar a mi madre y mis hermanas pequeñas”.

 

Niños atendiendo a una clase de aritmética en la escuela del campamento de desplazados por el conflicto causado por Boko Haram (UNICEF/NYHQ2015-0496/Esiebo)

Niños atendiendo a una clase de aritmética en la escuela del campamento de desplazados.  (UNICEF/NYHQ2015-0496/Esiebo)

 

Mentes Ocupadas: secuelas de un puesto de control

Por Thaer Medhat, psicólogo de Médicos Sin Fronteras en los Territorios Palestinos Ocupados

Hace unos meses, Abbas*, un niño de 14 años de Hebrón, fue atacado por soldados israelíes. Iba junto a su primo de camino a un pueblo cercano a Jerusalén para visitar a su padre que estaba trabajando. Para llegar hay que cruzar un puesto de control en la carretera. Allí, los soldados israelíes les pidieron que se bajaran del taxi. Siguieron sus instrucciones y se sorprendieron al ver que los soldados lanzaban sus perros sobre ellos. Abbas estaba aterrorizado y empezó a gritar. Algunas personas intervinieron y ayudaron a los niños a esconderse de los perros.

Las familias de presos requieren, por lo general, atención psicológica. Mujeres, madres o hijos acusan la ausencia del familiar encarcelado. En el caso de Adel, que se puso en huelga de hambre, agravó la condición de la familia. Fotografía: Juan Carlos Tomasi/MSF

Las familias de presos requieren, por lo general, atención psicológica. Mujeres, madres o hijos acusan la ausencia del familiar encarcelado. Fotografía: Juan Carlos Tomasi/MSF

Siete meses después, el padre de Abbas llevó a su hijo a la clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF). Describió a su hijo como un niño triste y solitario. Explicó al psicólogo de MSF que el niño sufría mucho yo era capaz de salir solo de casa por sus miedos. Dejó el colegio, no se comunicaba con nadie y llevaba siempre un gorro. Por las noches tenía pesadillas.

Después de conocer al niño, el psicólogo se dio cuenta de lo deprimido y asustado que estaba. No iba solo a la sala de consulta; alguien de la familia tenía que acompañarle hasta la puerta del edificio. Cuando empezó la terapia, no era capaz de escoger la actividad o juego que quería hacer. Sufría muchísimo. Ni siquiera miraba al psicólogo, casi no hablaba o contestaba cuando se le hacía una pregunta. No hacía nada fuera de las sesiones; se quedaba en casa con un gorro que no se quitaba nunca y siempre estaba triste. El psicólogo estaba frustrado porque no podía ayudarle y, sobre todo, porque ni siquiera conseguía que hablara o jugara.

Entonces llegaron a un acuerdo terapéutico: el psicólogo le hizo entender por qué estaba en terapia. Le dejó claro que el objetivo de la terapia era ayudarle a sentirse como una persona normal otra vez, una parte importante de la familia. Abbas es el mayor de cinco hermanos.

El psicólogo también se reunió con el padre cada tres sesiones para proporcinarle habilidades para trabajar con la familia. Tenían que conseguir que Abbas se sintiera como un miembro valorado en la familia y se le pudieran pedir responsabilidades, lo que le ayudaría a sentir más confianza en sí mismo. Para el psicólogo no fue fácil trabajar  con la familia ya que todos sentían lástima por Abbas. Pero al final, les ayudó a darse cuenta que era su hermano mayor y no sólo ese niño que había sido atacado por los perros de los soldados.

Abbas y el psicólogo empezaron a jugar un juego donde uno de los dos forzosamente tenía que ganar. Abbas no se veía a sí mismo ganando, le parecía difícil jugar. Estaba muy triste y exclamó: “¡No puedo ganar!”. La terapia continuó y el psicólogo dudaba de que el tratamiento fuera a tener éxito si Abbas no estaba dispuesto a hablar sobre lo ocurrido. Durante una actividad conocida como “caja de sentimientos”, una herramienta que los psicólogos utilizan para que los niños hablen sobre sus miedos a través de dibujos o usando objetos, Abbas finalmente relató lo que le había pasado y explicó lo triste que se sentía. Preguntaba por qué le había ocurrido a él. Emplearon un juego de rol con unos soldados de juguete y el psicólogo le preguntó si quería decirle algo a los soldados. Y Abbas les gritó: “¡Maldito seáis! ¿Por qué?”. Por fin expresó abiertamente su enfado.

Después de aquello, Abbas acudió a las sesiones sin el gorro. El psicólogo le preguntó cómo se sentía tras quitárselo y Abbas contestó que su familia estaba contenta. Empezó a jugar cada vez más con sus hermanos y primos. La terapia acabó. El psicólogo estaba satisfecho pero, al mismo tiempo, también sentía pena porque Abbas no pudo volver al colegio al haber estado ausente tanto tiempo.

Actualmente, Abbas trabaja con su padre y cada día cruza el puesto de control donde tuvo lugar el incidente.

*Nombre ficticio para preservar la privacidad del paciente.

Crecer rápido en un campo de refugiados de Cisjordania

Por Theresa Jones, responsable de Salud Mental de Médicos Sin Fronteras en Cisjordania

Amin siempre ha sido un niño muy maduro, parece más mayor de lo que es. A menudo calificado de testarudo por su familia, le gusta salirse con la suya pase lo que pase. Tiene seis años y es el más pequeño de siete hermanos, los otros tienen por lo menos 18 años y están acabando la escuela o la universidad.

Sin embargo, éste no es el único motivo por el que Amin es tan maduro para su edad. Amin vive en un gran campo de refugiados en Cisjordania, frente a la torre de vigilancia del Ejército Israelí. El campo alberga a cerca de 10.000 refugiados registrados, y se considera el principal foco de las protestas de Cisjordania. Amin come, duerme y juega sólo a 50 metros del escenario de violentos enfrentamientos diarios entre jóvenes palestinos y soldados israelíes. Estos enfrentamientos siguen un patrón parecido a un juego, empezando generalmente con el lanzamiento de una piedra contra los soldados uniformados que forman filas frente al campo de refugiados, adornados con su sofisticado armamento. Parece que cuando vives en medio del caos, debes aprender a cuidar de ti mismo muy pronto.

Cuando los gases lacrimógenos penetran en su casa en el piso de arriba a través de las ventanas, como ocurre durante los violentos enfrentamientos, Amin es quien las cierra todas. Es él quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Amin ve a diario armas tan grandes como él ante sus propias narices y es testigo de los cacheos e interrogatorios a los que los soldados israelíes someten a sus hermanos cuando salen a la calle.

Amin es quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Fotografía: Juan Carlos Tomasi

Amin es quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Fotografía: Juan Carlos Tomasi

Con esta realidad, no es extraño que Amin sienta la necesidad de asumir el control y cuidarse a sí mismo. Esta necesidad puede trasladarse muy fácilmente al día a día. Por ejemplo, cuando insistentemente quiere comerse una tableta de chocolate antes de comer o exige ver los dibujos que quiere en la tele.

MSF conoció a Amin unas semanas después de una violenta incursión a su casa en plena noche. Los soldados israelíes querían utilizar el apartamento de la familia de Amin para vigilar los enfrentamientos que se sucedían abajo en la calle. Parece que éste es un lugar conveniente para una segunda torre de vigilancia. La madre y la hermana de Amin describieron a la psicóloga que los soldados entraron por la fuerza en la casa, encerraron bajo llave a la familia en una habitación, y entonces ocuparon su sala de estar durante horas. Después de esa noche, Amin empezó a tener pesadillas frecuentes de soldados con caras negras (los soldados israelíes cubren sus caras con máscaras negras durante las incursiones),  a orinarse en la cama y se sobresaltaba con el más leve roce. El eczema que le cubre el cuerpo desde los dos meses de edad empeoró y su testarudez fue descrita como un comportamiento “descontrolado”.

Cuando la psicóloga de MSF conoció a Amin consiguió interactuar con él mediante juegos y él le pidió que cuando volviese a visitarle le trajese un “balón de fútbol negro”. La psicóloga piensa que el balón negro está asociado al incidente traumático que sufrió al ver a soldados con máscaras negras irrumpiendo en su casa. Los síntomas que tenía eran pensamientos e imágenes intrusivas de ese incidente. Quizás intentaba controlar esos recuerdos pegando patadas y lanzando la pelota.

Desde entonces ha utilizado dibujos para expresar sus miedos sobre lo ocurrido en el pasado, lo que está ocurriendo en el presente y lo que podría ocurrir en el futuro. Sin duda, parece tener ganas de hacer juegos que impliquen imaginación y magia, y con el tiempo esto parece haberle ayudado a sentirse algo más seguro. Amin también está recibiendo tratamiento del médico de MSF para aliviar el dolor que le provoca la infección cutánea que padece.

Está claro que ser niño no es nada fácil en este campo de refugiados de Cisjordania. De todas formas, esperamos que Amin pueda disfrutar algo de la sencillez de la niñez en medio de toda esta complejidad y caos.

La ‘musungu’ y los alucinantes niños de Kalonge

Por Jana Brandt, coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Kalonge, República Democrática del Congo

Niños que salen de la nada en Kalonge, RDCongo (© Jana Brandt).

Niños que salen de la nada en Kalonge, RDCongo (© Jana Brandt).

 

«¡¡Musunguuuuuuuuuuuuuuuuuu!!!! ¡¡¡Musuuuuunguuuuuuuuuu!!!1» Me paro para ver desde dónde llegan los gritos. No veo a nadie. Otra vez: “¡¡musunguuuuuuuuuuuuuuuuuu!!” De repente, una cara sucia pero sonriente aparece de la nada. Desde las plataneras se escuchan risas sofocadas. Otra cara. Y otra. Un grupo de niños de diferentes edades surge entre los árboles y corre hacia mí. ¿Cómo es posible que los niños siempre le vean a uno primero antes de verlos a ellos? “Jambo2, musungu”, me saludan, rebozando de alegría. “¡Jambo sana!”, respondo yo, también sonriendo.

¡Musunguuu!!” es el grito que más nos acompaña aquí en Kalonge. Los seis expatriados de Médicos Sin Fronteras somos los únicos blancos en toda la zona, y como tales, llamamos muchísimo la atención. Los niños son todo un espectáculo. Nos ven desde lejos aunque nosotros no les veamos y, vayamos donde vayamos, los niños siempre aparecen por todos lados para saludarnos o para acompañarnos un trozo del camino. Tan pálidos que somos, debemos de parecerles extraterrestres.

Una de mis muchas responsabilidades como coordinadora de terreno de MSF es mantener el contacto con todos los actores de la zona. En más de una ocasión me he encontrado en reunión con un líder comunitario o las autoridades locales cuando de repente escucho detrás de mí susurros de voces infantiles o una mano que me toca la espalda o el cabello. Si me giro, puedo estar segura de encontrarme con un grupo de niños que se empujan entre ellos en disputa sobre la mejor vista a la blanca que está sentada en una casita construida de barro y paja. Su natural curiosidad infantil es infinita.

Como en todo el país, también en Kalonge la tasa de natalidad es muy alta (para la República Democrática del Congo: 40 por cada 1.000 habitantes). La zona de Kalonge tiene 142.779 habitantes, y 19,5% de ellos son niños. La media de niños por familia oscila fácilmente entre seis y ocho. Las mujeres se embarazan muy jóvenes y no es raro que a los 30 años ya tengan siete o más hijos.

Como consecuencia, en el hospital apoyado por MSF se atiende sobre todo a mujeres y niños. Con unos 200 partos por mes sólo en el hospital (sin contar los nacimientos en los ocho centros de salud donde MSF también trabaja), la salud maternal e infantil encabeza la lista de las actividades de MSF en la zona. A pesar del gran número de bebés que nacen en Kalonge, la llegada al mundo de cada niño es motivo de fiesta. Cuando la madre sale del hospital con su hijo en brazos y envuelto en paños de colores, la esperan amigas y familiares cantando y bailando para felicitarla y saludar al nuevo miembro de la comunidad. Cantando y bailando acompañan a la madre y al bebé hasta la casa.

Sin embargo, no todas las familias tienen los medios para alimentar a tantas bocas. En los casos aislados donde la madre muere durante o después del parto, muchas veces la única opción para que el bebé sobreviva es dejarlo bajo la custodia del hospital durante los primeros seis meses de vida para asegurar una alimentación apropiada.

Freddy, enfermero de MSF en Kalonge, dando el biberón a Rose (© Jana Brandt).

Freddy, enfermero de MSF en Kalonge, dando el biberón a Rose (© Jana Brandt).

 

Así sucedió con la pequeña Rose. Ella nació en el hospital en marzo. Cuando su madre murió durante el parto, su familia no tuvo otro remedio que dejarla allí durante los primeros meses de vida. Desde entonces, Rose vive de manera temporal en la neonatología, rodeada de mamás con sus recién nacidos -no pocas veces gemelos o trillizos-, y los enfermeros se ocupan de ella.

Contrariamente a lo que uno se podría imaginar de un bebé medio huérfano, Rose es de los bebés más felices que he visto en mi vida. Con su carácter alegre y su continua sonrisa desdentada, ha conquistado el corazón de muchos. Sobre todo a Bea, la supervisora MSF del equipo médico, la tiene hechizada: no pasa un día en que no se tome por lo menos cinco minutos para saludarla o llevarla de paseo por el recinto del hospital. Rose, encantada de la vida, mira todo con mucha atención con su grandes ojos negros, regalando sonrisas al mundo.

Jambo, musungu”, escucho de nuevo. Esta vez de una voz abatida que proviene de una de las camas de la unidad de nutrición terapéutica intensiva. Me saluda Christine, una niña desnutrida de 4 años. A pesar de su débil estado físico –parece mucho menor que su edad real–, le encanta hablar con todo el mundo. “¿Habari3, Christine?” “Musurii4”, me contesta con una leve sonrisa. Trago saliva. ¿Ya dije lo alucinantes que son los niños de Kalonge? Pues eso.

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(1) Musungu = “Europeo / Blanco” en Suahili.

(2) Jambo = “Hola” en Suahili

(3) Habari = “¿Cómo estás?” en Suahili

(4) Musuri = “Muy bien” en Suahili

 

 

Lloran todas las noches

por Esperanza ‘Amal’ Leal Gil, psicóloga de Médicos Sin Fronteras en Hebrón (Territorios Palestinos)

A lo largo de mis visitas o encuentros con los adolescentes afectados, me he dado cuenta de que la situación socioeconómica de la familia también afecta pero, sobre todo, que es la edad la que condiciona sobremanera: en los pacientes que hemos visto, cuanto más jóvenes, más vulnerables son y más ayuda psicológica pueden necesitar. Sin embargo, no sólo son ellos los que presentan síntomas post-traumáticos.

Sesión de salud mental con palestinos afectados por la violencia en el proyecto de MSF en Hebrón. Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

Sesión de salud mental con palestinos afectados por la violencia en el proyecto de MSF en Hebrón. Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

La mayoría de estos chicos acuden a la consulta porque sus padres, preocupados por los indicios, no saben gestionar la situación. Cuando llegan, nos damos cuenta que, en su mayoría, son también sus progenitores los que están psicológicamente afectados por los incidentes ¿Quién no lo estaría al vivir expuesto a un conflicto continuo y al ver a un hijo maltratado, en prisión y afectado cuando llega a casa? Son padres que se sienten vulnerables e impotentes y que piden ayuda para su hijo, pero también atención psicológica para sí mismos, para poder afrontar cada día.

 

Hemos cruzado Hebrón de una punta a otra en el coche con identificaciones y pegatinas de MSF al que permiten, con algunas reticencias, circular por el terreno calificado de ‘peligroso’. Hoy vamos a ver a Aisha, una mujer joven de bellos ojos negros rasgados y semblante triste, que nos abre la puerta desolada; su marido ha sido arrestado en una incursión nocturna donde los soldados entraron de golpe, tras echar la puerta abajo, acompañados de dos perros. Revolvieron todas las habitaciones y despertaron a sus tres niños, de entre 4 y 8 años, que dormían en una de las habitaciones. Delante de los niños apresaron al padre, le golpearon y se lo llevaron.

Acomodadas en una sala fresca, me ofrece té, costumbre de buena educación entre las familias palestinas aunque no tengan nada más. Lo acepto agradecida y, gracias a la traductora, escucho cómo Aisha explica, entre sollozos, que no sabe qué hacer: “Mis hijos no pueden dormir, se hacen pis en la cama, tienen mucho miedo y lloran todas las noches porque creen que va a ocurrir de nuevo”. Está desesperada, echa de menos a su marido: “no tengo ganas de hacer nada, ni de levantarme de la cama”, se lamenta, mirándome. La situación económica la angustia, su marido es el que trae el dinero a casa. No puede dormir pensando en sus problemas y se muestra intolerante con sus hijos y agresiva con ellos. Los niños están asustados y añoran a sus padres, a los dos.

Dibujo realizado por una niña palestina de 9 años durante las sesiones de atención psicológica en el proyecto de de MSF en Hebrón (© MSF).

Dibujo realizado por una niña palestina de 9 años durante las sesiones de atención psicológica en el proyecto de de MSF en Hebrón (© MSF).

Como en el caso de los hijos de Aisha, los menores de 10 años requieren atención psicológica por ser testigos de violencia en sus propias casas. Las incursiones suelen ser operaciones de acordonamiento y búsqueda por parte de las Fuerzas de Defensa Israelíes, que entran en los hogares palestinos, casi siempre por la noche, para arrestar a alguno de los familiares. Según informes de Naciones Unidas, cada semana tienen lugar una media de 50 a 70 incursiones nocturnas en domicilios palestinos en Cisjordania, con un gran número de soldados provistos de armas y con el uso de bombas de ruido, gases lacrimógenos y perros.

 

Hablo con los hijos de Aisha y reconozco ante ella que, para los pequeños, las incursiones suelen ser muy traumáticas porque ocurren inesperadamente. Observo en sus dibujos el miedo y cómo han visto golpear y maltratar a su padre que ya no está. Presentan pánico, se sobresaltan con cualquier ruido y tienen pesadillas.

Aunque este no sea el caso, me he encontrado a niños y adolescentes que adoptan el rol de cabeza de familia e incluso casos que están sufriendo violencia doméstica acentuada por el conflicto. Aisha y sus hijos nos despiden agradeciendo la visita con una sincera sonrisa .

(Continuará)

Más información sobre el trabajo de los equipos de atención psicológica de MSF en Hebrón, aquí.