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La amarilla de Nicolás: mi ejemplo de superación

Por Roxana Pintado, Ayuda en Acción Bolivia

Desde hace unos días atrás la imagen de un muchacho da vueltas en mi cabeza. Debe ser que se acercan las fiestas de Navidad y Año Nuevo y entonces uno intenta hacer balance y se traza nuevas metas, y se pone como ejemplo a aquellos que representan lo mejor del ser humano, por su empuje, tenacidad y superación. Este año he tenido muchos de esos ejemplos, a los que recurro con frecuencia, y sobre los que he intentado hablar en este blog.

A Nicolás lo conocí hace ya seis años, en una visita que hice al Hogar Teresa de Los Andes (en Santa Cruz, Bolivia); un centro de referencia en el país cuando se habla de atención a personas con capacidades diferentes. Por aquel entonces Ayuda en Acción concluía 9 años de apoyo a la Ciudad del Niño Jesús, en La Paz, y estaba buscando un nuevo socio para apoyar un proyecto urbano de atención directa a personas con discapacidad. Cuando llegamos allí nos encontramos con un centro donde los derechos y el crecimiento intelectual de todos eran el objetivo principal y en el que sus trabajadores y los religiosos que lo gestionan no reparan empeños por mejorar las condiciones y el servicio que brindan.

Pero yo no quiero hablarles hoy del Hogar Teresa de Los Andes; quiero hablarles de Nicolás. A él me lo encontré en la Granja Escuela, atendiendo a los cerdos que crían allí para la alimentación de los chicos y para generar ingresos que permitan adquirir todo lo que los chicos necesitan y merecen. El programa de terapia ocupacional en el que participaba entonces –y aún hoy-  le daba habilidades que le permiten ser totalmente autónomo.

No se trata de hallar culpables en la historia de Nicolás: nació con una discapacidad cognitiva o intelectual por cualquier razón hasta ahora desconocida, en la que influyó la avanzada edad de sus padres y las condiciones de pobreza e ignorancia de la familia. Nicolás pudo ser un niño con una familia feliz si no fuera porque, siendo el octavo de nueve hermanos, esas mismas condiciones llevaron a su madre, luego de la muerte del padre y de sufrir una hemiplejia, a entregarlo voluntariamente  en el Hogar Teresa de Los Andes, hace ya más de 18 años.

El Hogar lo recibió cuando tenía 14 años. Sus habilidades motoras eran pocas y las intelectuales, casi nulas. Sin una estimulación adecuada y una educación acorde a sus necesidades su avance era imposible.  Sus hermanos mayores no eran lo suficientemente adultos como para ocuparse de él cuando su padre falleció y luego, cuando murió la madre, decidieron dejarlo en ese centro porque consideraban que estaba mejor atendido allí que lo que podían darle ellos. Una historia de discriminación, intolerancia y pobreza que se repite incansablemente en los países del sur.

 

Desde su llegada, los especialistas que lo atendieron en el centro diseñaron para él, como para los demás chicos y chicas, programas de terapia ocupacional específicos, entre ellos el deporte. Y a Nicolás le gusta correr. En 2003, luego de varios años de preparación como atleta, Nicolás participó en las Olimpiadas Especiales en Bolivia, donde obtuvo medalla de oro en atletismo y se fue, representando a Bolivia,  a las Olimpiadas en Irlanda.

“…Fuerte suena la pistola y fuerte yo corro; le meto la carrera de entrada para que vaya a ganar, vaya a ganar esa de oro, esa amarilla….” Así narra Nicolás su participación en aquella competencia que le cambió la vida. Volvió de Europa con la medalla de oro, la que guarda con celo y muestra orgulloso a todos.

Hoy, con 32 años y con una cardiopatía que le limita la actividad física, se ha convertido en la figura paterna de los chicos de su vivienda en el Hogar, en la que ayuda a los que menos habilidades tienen. En el colegio continúa aprendiendo cosas básicas y aunque ya no compite, sigue practicando deportes bajo supervisión médica. Para él, participar y ayudar es un propósito fundamental, entregando un poco de lo que tal vez, hace muchos años, le faltó a él.

Por estas fechas, Nicolás está de vacaciones; tiempo que aprovecha para ir a la piscina, hacer paseos a otros lugares y bailar.  En Nochebuena recibirá, como cada año, el regalo que pidió y otra vez, al iniciar el curso volverá a la escuela, en la que tanto los internos del Hogar como los niños que son atendidos por consulta externa (que son más de 25), van formándose para  la vida.

Hoy aprovecho este espacio para, en nombre de Nicolás y de los 150 chicos y chicas que reciben atención integral en el Hogar Teresa de Los Andes, agradecer a las personas que a través de Ayuda en Acción colaboran con ellos; familias y amigos cuya solidaridad hace posible el milagro diario de la superación.

Nota: Si usted quiere saber más detalles sobre el Hogar Teresa de Los Andes, los servicios que brinda y el trabajo de extensión cultural y sensibilización que realiza, visite www.hogarteresadelosandes.com