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Haiyan dos años después, el reencuentro con la sonrisa de Acila y la familia Francisco

Por Miguel Domingo García, delegado de @CRE_Emergencias en Filipinas.

A punto de cumplirse dos años del tifón Haiyan, nombrado Yolanda en Filipinas, el próximo mes de noviembre, cabe preguntarse, ¿cómo ha sido la recuperación de la población? ¿qué se ha hecho hasta ahora? ¿cuál ha sido el resultado de tanta solidaridad demostrada durante aquel año 2013, cuando supimos que Filipinas parecía un campo de batalla: más de 6.000 muertos, miles de heridos y desaparecidos y más de un millón de viviendas destruidas o gravemente afectadas?

geraldine 9Muchas organizaciones humanitarias llegaron al país. Cruz Roja Filipinas, que cuenta con una extensa red de voluntarios y una gran experiencia en la respuesta a emergencias, se vio además reforzada por el apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja, la Federación de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, y el de hasta 16 Sociedades Nacionales de todo el mundo, entre ellas, Cruz Roja Española, que ya contaba con una larga trayectoria de Cooperación Internacional en el país filipino, desde 1998.

El primer año tras el tifón, por supuesto, fue fundamental. 2014 fue el año de la recuperación temprana, en el que se levantaron las primeras casas para aquellas personas que las perdieron, y se pusieron los primeros cimientos, tanto físicos como simbólicos, para devolver a la población más vulnerable a una situación normalizada. No solo se buscaba volver a la situación que ya tenían antes del tifón, que para muchas familias era muy precaria, sino mejorada, reforzada, de manera que estuvieran más preparados y resilientes ante futuros desastres naturales.

No hubo que esperar mucho para la llegada de una nueva amenaza, y en diciembre de 2014, otro supertifón llamado “Hagupit” (una palabra filipina, que significa “latigazo”) “eligió” el mismo camino que Yolanda y las mismas poblaciones aún no recuperadas del todo. Pero esta vez, la gente estaba más preparada y, aunque hubo que lamentar pérdidas humanas (18 personas) y por supuesto, materiales, la respuesta permitió que no se repitiera un nuevo desastre. Hubo más y mejores evacuaciones, y muchas de las nuevas viviendas construidas por Cruz Roja, demostraron su resistencia.

2015 ha sido otro año esencial en la recuperación de la población, pues se están terminando algunos de los proyectos que ya se habían iniciado, y se han consolidados otros a medio plazo, dirigidos fundamentalmente a la mejora de los medios de vida, es decir, de las actividades productivas y fuentes de ingresos de la población que sobrevivió al tifón. No hay que olvidar que se perdieron negocios y sobre todo, miles de cultivos, de los que depende la economía de las poblaciones más vulnerables.

Recorro estos días, antes de que se cumplan dos años, algunos de estos lugares, donde el pasado año ya tuve la oportunidad de entrevistar a los supervivientes, y conocer de qué manera, la intervención de Cruz Roja ha mejorado su calidad de vida. Me he reencontrado con aquellas personas, que siguen en el camino de la recuperación, y he conocido a otras nuevas, que comparten una misma característica; quizá lo que más sorprende de la población filipina: que a pesar de ser un país azotado por los desastres naturales, o quizá por eso mismo, tiene una gran capacidad de levantarse tras caer. No se trata de que oculten sus sentimientos tras las enormes sonrisas que prodigan, pues ante mi he visto llorar a muchas de las personas con las que he hablado, al recordar aquel 8 de noviembre de 2013, pero se muestran agradecidos, ilusionados, con ánimo de salir adelante.

Estos son algunos reencuentros en la provincia de Aklan:

Acila se echa a llorar al volvernos a ver. No cabe sino emocionarse. Se cumplen casi dos años desde que el tifón Yolanda echara abajo su casa de bambú, en el “barangay” o aldea de Alaminos, en la isla de Panay, una de las afectadas por el devastador huracán. Un año después, poco antes del primer aniversario del desastre, tuve la oportunidad de entrevistarla y de fotografiarla junto a los cimientos de hormigón de la que sería su nueva casa, también de bambú y madera, pero a diferencia de la anterior, levantada con criterios seguros.

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En aquellas fotografías se aprecia un incipiente armazón de madera de coco, anclado al suelo por sólidos bloques de hormigón armado, y el reluciente techo de zinc, que compró con la ayuda económica entregada por el programa de Reparación de Refugios impulsado en Aklan por Cruz Roja Filipinas, con el apoyo de Cruz Roja Española y Cruz Roja Canadiense. Acila recibió 10.000 pesos filipinos con los que pudo comprar los materiales y herramientas, y los vecinos le ayudaron a construirla. Más de 2.759 familias de 33 barangays de la provincia de Aklan recibieron en 2014 este tipo de ayudas, superándose incluso el objetivo que se había marcado de reparar 2.500 viviendas.

Me sorprendo al ver que Acila viste la misma bata y las mismas chanclas que en aquellas fotos. Es difícil decir si el último año le ha dibujado más arrugas, o si ha mermado su salud. Parece la misma, aunque ella dice que se siente “algo más débil”. Pero a sus 80 años, es aún lo suficientemente ágil para vivir sola en una aldea montañosa. La casa sí ha cambiado mucho: se alza con paredes de bambú, siguiendo el estilo tradicional de los “buhay cubo” o viviendas típicas de Filipinas (tradición que se mantiene por quienes no pueden costearse levantar una de hormigón, claro, como le ocurre a gran parte de la población rural de Aklan), aunque el techo es metálico en lugar de usar nipa, y se nota más resistente.

Una pequeña choza de cuatro metros cuadrados, aneja a la casa, le sirve de cocina. Es el refugio que los vecinos y familiares le construyeron después del tifón. En él apenas cabía un “catre”, como también se llama en filipino a unas camas sin colchón. Con la ayuda de Cruz Roja, amplió aquella choza y se construyó un “buhay” que le garantiza un lugar seguro donde refugiarse de tormentas. “Vivo bien. En buenas condiciones, y estoy muy agradecida a Cruz Roja Española por haberme ayudado”, dice Acila con la particular sonrisa que la caracteriza.

La familia Francisco

Por el camino desde Alaminos hasta Kalibo, capital de la provincia, pasamos por Logohom, otro “barangay” rural situado en las márgenes del río Aklan. La carretera está salpicada de tejados rojos de zinc, característicos de las casas levantadas por Cruz Roja. Hay muchas más que hace un año y cada pocos cientos de metros, aparece un fogonazo rojo entre el verde de la vegetación que lo ocupa todo. El objetivo de Cruz Roja Española era construir 1.250 viviendas en la provincia de Aklan, y para el segundo aniversario ya se habrá completado el 90%, lo que en una región montañosa como esta, con carreteras imposibles, y con aldeas a las que solo se puede llegar con balsas de bambú vadeando ríos, se trata de una proeza.

Entre los tejados, reconozco uno: el de la vivienda de la familia Francisco. La casa está sobre una ladera y tiene una estupenda panorámica sobre un valle de cultivos de arroz. También pude entrevistar hace un año a Geraldine Relado Fancisco, la madre de una familia de seis hijos, que perdió su casa en lo alto de la montaña debido al “bagio” Yolanda (la palabra en tagalo para tifón). En su caso, no hubo nada que reparar. Tuvieron que marcharse de allí. Unos familiares les cedieron un terreno en un lugar más seguro y cercano a la escuela, donde Cruz Roja levantó una nueva vivienda hecha de madera, bambú y tejados de zinc pintados de rojo. En la Institución las llaman “core shelter”, es decir, refugios en inglés, diseñados para sustituir las chozas de construcción ruinosa, hechas con desechos y sin cimientos, que los supervivientes hicieron como pudieron tras el desastre, para refugiarse de la intemperie. Chabolas incapaces de soportar la más pequeña tormenta. Los “shelters”, en cambio, cuentan con armazones de madera reforzados, con cimientos de hormigón anclados al suelo y paredes de bambú elaboradas con productos locales, fáciles y baratas de sustituir en caso de un nuevo supertifón.

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La vivienda de la familia Francisco permanece tan firme como hace un año, cuando se construyó. El tifón Hagupit no llegó finalmente a esta zona, aunque estaba en su trayectoria. En todo caso, la población se previno con nuevos conocimientos: “Fuimos alertados a tiempo, así que atamos la vivienda con cuerdas nos dieron, reforzamos las ventanas, la puerta… todo, y preparamos algo de comida y medicinas por si el tifón nos golpeaba”, explica Geraldine al recordarlo.

En este último año la casa de la familia Francisco sí ha sufrido cambios. Pero para mejorar: Cruz Roja ha completado el refugio con una letrina situada en un lateral, con la que también se promociona la correcta salubridad a los beneficiarios. El objetivo es proporcionar letrinas a 1.890 familias que recibieron las viviendas, y reparar 102 en los “barangays” en los que está presente Cruz Roja Española. Además, se han entregado ayudas económicas a la familia para que hagan mejoras en el entorno de la casa.

En Aklan, Cruz Roja Española desarrolla proyectos en colaboración con Cruz Roja Filipinas, y con el apoyo de Cruz Roja Canadiense en 33 “barangays” o aldeas, para llegar a un colectivo de beneficiarios de más de 4.000 personas especialmente vulnerables. En esta provincia, se ha llevado a cabo una intervención con la que se ha buscado que las familias beneficiadas puedan tener una recuperación completa e integral, y que ésta repercuta además en el resto de la comunidad: de esta manera, aparte de apoyarles en la edificación de viviendas, se les ha ayudado para la mejora y diversificación de las fuentes de ingresos, se ha trabajado con ellas en la promoción de hábitos saludables y de higiene, y se les ha hecho partícipe en la mejora de infraestructuras comunitarias para las aldeas.

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* Fotos: Cruz Roja

Conversación en un hospital tras el paso del tifón

por Agus Morales, Médicos Sin Fronteras en Filipinas.

-Nuestra casa en Tacloban quedó totalmente inundada -dice Gilda.

-Desde la primera planta, vi llegar una gran ola -añade su tía Emma-. Luego todo flotaba a nuestro alrededor.

-Diez metros de agua.

-En total, tres grandes olas golpearon la casa. No me acuerdo de nada más, quedé inconsciente.

Son las 10 de la mañana. Gilda Calvara, de 52 años, y su tía Emma Calvara, de 73, se recuperan de sus heridas en el hospital de Burauen, una zona rural a la que llegaron pocos días después del paso del tifón Haiyan el pasado 8 de noviembre.

Las dos vivían en una casa de dos plantas ubicada más al norte, en la ciudad costera de Tacloban. La vivienda estaba preparada para fuertes rachas de viento, pero no para la especie de tsunami que se desencadenó en esta zona.

-Cuando llegó el agua pensé que íbamos a morir -recuerda Gilda-. Empezamos a rezar. Sufrimos heridas porque nos cortamos con cristales y con madera.

-Yo al principio ni siquiera me di cuenta de que tenía heridas. Pensaba que era el fin del mundo -dice Emma.

La casa verde de Gilda y Emma es una de las pocas que aún quedan en pie cerca de la costa, aunque tiene algunas paredes tiradas y severos daños estructurales. Hay álbumes de fotos, libros y adornos navideños desparramados por el suelo.

Durante aquellos primeros días de caos, ambas se refugiaron en la iglesia más cercana a su domicilio. Allí se alojaron también decenas de familias que se quedaron sin casa tras la tormenta. El edificio religioso se alza sobre la ciudad sin apenas rasguños, pero a tan solo unos centenares de metros, las viviendas con vistas al mar, sobre todo las más livianas, quedaron reducidas a escombros.

-No nos cambiamos de ropa durante tres días -recuerda Gilda-. No había comida ni agua. Nos pusieron una inyección para evitar el tétanos y algunas vendas en las heridas que teníamos en las piernas.

-No quiero recordarlo -dice Emma.

Tras estos primeros compases, un sobrino de Emmalas sacó de la iglesia y las trasladó a Burauen, al sur de Tacloban, donde sus heridas fueron tratadas en el principal hospital de la zona, apoyado por Médicos Sin Fronteras. Allí discuten sobre lo sucedido y esperan ansiosamente su alta médica con la idea de trasladarse a Manila, donde tienen familiares. De momento, regresar a Tacloban no parece una opción.

-La casa está en ruinas. Todo está en ruinas -cuenta Gilda.

-¿La casa? Ha quedado un esqueleto -dice Emma.

 

 

 

En el ojo del tifón

Por Agus Morales, Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras en Filipinas

MSF-Burauen

 

Durante unos minutos todo está en calma. Hay que imaginarse el cielo despejado y corrientes de aire reordenándose. El ojo del tifón Haiyan está pasando por encima y pronto los vientos huracanados intentarán arrasarlo todo.

Esta es la experiencia de algunas de las comunidades en la isla de Leyte, una de las zonas más afectadas por la catástrofe. Me lo cuenta Manfred Murillo, logista de Médicos Sin Fronteras. En una de esas localidades, el equipo departió con un cura que les explicó cómo la gente se refugió en la iglesia para resguardarse del tifón, cuyos vientos llegaron a alcanzar los 300 kilómetros por hora. Los lugareños se desplazaban a un lado u otro del edificio según el paso del tifón y el ataque del viento.

Los filipinos estaban muy preparados, estoy sorprendido. En casi todas las municipalidades que visitamos, la gente se cobijó ante la llegada del tifón. En uno de los pueblos, las únicas tres personas que murieron son las que no quisieron ponerse a buen recaudo”, comenta Murillo.

Es lo que aquí llaman “centros de evacuación”: los grandes edificios a los que acudir en este tipo de situaciones. Pueden ser iglesias, escuelas o ayuntamientos; la mayoría de las casas no son seguras. A Murillo le interesa mucho este tema. Célebre entre sus compañeros por su proverbial sentido del humor, el logista se olvida de la socarronería y se pone serio para hablar de materiales de construcción y desastres naturales.

Estamos en una discreta vivienda de tres plantas del distrito de Burauen, al sur de Tacloban, donde el equipo de MSF pasa la noche entre velas y latas de conservas. Es uno de los pocos edificios habitables en la zona para un grupo nutrido de personas.

Esta casa es perfecta para tifones, pero es una tumba si hay un terremoto. ¿Por qué? Porque es de cemento. En cambio, muchas de las viviendas que se han venido abajo son perfectas para un terremoto, porque son livianas y si te caen encima no pasa nada, ilustra el costarricense.

Tanto en Burauen como en otras zonas de la isla, los filipinos intentan rehabilitar sus casas devoradas por la tormenta o apuestan por construir nuevas viviendas. Por las tardes, queman los escombros del desastre y una nube tóxica (madera, basura, vegetación) se mezcla en el ambiente con el calor tropical. Parece un rito oriental para que arda todo lo relacionado con el tifón y los hogares y la vida se renueven.

Se ha repetido hasta la saciedad que los habitantes del archipiélago están acostumbrados a catástrofes naturales, pero quizá el problema es que nadie podía estar preparado para la violencia del tifón Haiyan. Ahora los filipinos quieren olvidarlo.

 

Agus* Agus Morales, periodista de Médicos Sin Fronteras para las intervenciones de emergencias, se encuentra en Filipinas desde el pasado 14 de noviembre para documentar las durísimas consecuencias del tifón Haiyan sobre la población filipina. Durante los últimos días, ha estado en el distrito de Burauen, en la isla de Leyte. Todavía impresiona ver a los niños jugando entre las ruinas en un paisaje devastado, pero la población está decidida a salir adelante y recuperar la normalidad.

 (Sigue en este blog los testimonios del personal de Médicos Sin Fronteras desde Filipinas)

 

Filipinas. La vida en un hospital tras el tifón

por Agus Morales, Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras en Filipinas.*

 

La doctora Carolina Nanclares, coordinadora médica de MSF, inspecciona los servicios del hospital de Burauen, Leyte (© Agus Morales).

La doctora Carolina Nanclares, coordinadora médica de MSF, inspecciona los servicios del hospital de Burauen, Leyte (© Agus Morales).

 

Esta es la historia de un hospital que podría ser la historia de un país recuperándose de una catástrofe natural devastadora.

Eugenie Nicolas-Ortega desliza el dedo. Enseña las fotografías de su hospital justo después del paso del tifón Haiyan por las islas Filipinas. “Es un centro con 75 camas que cubre cinco municipalidades. El tifón destruyó toda el área de hospitalización, el techo y la zona de lavandería. Tan solo la parte delantera del hospital funciona”, lamenta la directora del centro.

Once días después del desastre, Nicolas-Ortega supervisa las zonas más afectadas del hospital, situado en la isla de Leyte, en concreto en el distrito de Burauen. Los barrotes doblados y los colchones de las camas yacen junto a los escombros sobre el suelo encharcado del pasillo. Solo se oyen goteras.Cuando supimos que llegaba el tifón, sacamos los ordenadores y otros equipamientos, y los enfundamos en plásticos”, cuenta la doctora mientras observa los desperfectos.

De los 115 hospitales que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha evaluado en las zonas golpeadas por el tifón, 47 están fuera de funcionamiento. A ello se añade el problema de que el personal sanitario, que a menudo se traslada a zonas rurales para trabajar, se ha visto obviamente afectado por la tormenta. La falta de medicamentos, sobre todo en los centros más aislados, completa el cuadro de una isla castigada por la dificultad para recibir suministros.

El centro de Burauan rebosa actividad. Siempre con una sonrisa en la cara, la directora revolotea por el centro médico. Los últimos días han sido de trabajo frenético. “Nos quedamos con pocos trabajadores porque muchos de ellos son de Tacloban y alrededores”, comenta.

Poco a poco, algunos de los doctores van regresando a sus puestos de trabajo. Y Médicos Sin Fronteras decidió apoyar este hospital para contribuir a que siga dando servicio a las localidades que caen a su alrededor. La directora del hospital está ahora algo menos sola.

 

Agus* Agus Morales, periodista de Médicos Sin Fronteras para las intervenciones de emergencias, se encuentra en Filipinas desde el pasado 14 de noviembre para documentar las durísimas consecuencias del tifón Haiyan sobre la población filipina. Durante los últimos días, ha estado en el distrito de Burauen, en la isla de Leyte. Todavía impresiona ver a los niños jugando entre las ruinas en un paisaje devastado, pero la población está decidida a salir adelante y recuperar la normalidad.

Filipinas. Otro día muy largo…

Por Caroline Van Nespen, Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras en Guiuan

Viernes, 15 de noviembre: me acabo de unir al equipo de MSF en Guiuan (una ciudad del tamaño de Segovia que está situada en la costa sureste de Samar), el primer lugar en tierra firme por el que pasó el tifón. Aquí no queda nada en pie… y sin embargo, resulta muy fácil imaginarse lo bonito que debía de ser este lugar hasta hace muy pocos días. Presenciar un grado de devastación tan enorme como el que estoy viendo ahora mismo le deja a una en estado de shock. Me cuesta reaccionar, pero afortunadamente mis compañeros Alexis y Angelo se han acercado hasta el aeropuerto de Tarmac para recibirme y transmitirme un poquito de calor humano.

No venimos sólo a recogerte, – me dice Angelo con una sonrisa-. Lo que nos interesa de verdad son esos kits de supervivencia que traes contigo en el helicóptero”. “Estábamos esperándoos con impaciencia. A ti y a los kits, añade Alexis. ¿Que qué tienen esos kits para que los esperaran con tanta necesidad? Pues tiendas de campaña, colchonetas de gomaespuma, agua potable, bolsitas con alimentos deshidratados, cacerolas… cosas completamente básicas para una situación de emergencia como esta.

Cada minuto cuenta, así que en apenas unos pocos tenemos todo cargado y apenas una hora después ya estoy metida en una reunión con el resto del equipo.

Por un lado están Johan, que es cirujano, y Lisa, que es enfermera. Ambos son suecos. Luego está Daisy, que también es enfermera y que además es filipina. Y por último, los ya mencionados Alexis y Ángelo, dos especialistas en logística provenientes de Bélgica e Italia.

Alexis y Angelo están estos días enfrascados en la tarea de poner en marcha un hospital que pueda reemplazar temporalmente el que fue destruido por Haiyan. Es una carrera contrarreloj porque aquí le gente necesita de todo y apenas tiene nada: agua potable, electricidad, teléfono… todo ha desaparecido.

 

El coordinador de MSF en Guiuan,  Jean Pletinckx, examina desde el techo el estado de los terrenos anexos al hospital semidestruido por el tifón (© Peter Hove Olesen/Politiken)

El coordinador de MSF en Guiuan, Jean Pletinckx, examina desde el techo el estado de los terrenos anexos al hospital semidestruido por el tifón (© Peter Hove Olesen/Politiken)

 

Mientras esperamos a que este hospital esté por fin construido y funcionando, los sanitarios trabajan en un centro de salud que está prácticamente en ruinas. El tejado ha sido literalmente arrancado por el tifón, pero milagrosamente el edificio está aún en pie. Johan y Lisa trabajan sin apenas descanso vacunando a los pacientes y limpiando y cosiendo centenares de heridas abiertas, la mayoría de ellas infectadas. Otras muchas personas llegan con cortes y laceraciones de diversa gravedad. Mis dos compañeros, junto a los muchos voluntarios filipinos que han venido para ayudar a los suyos, tratan de atenderles a todos.

6 de la tarde. Cae la noche.

Aquí la frase “negro como la boca del lobo” tiene un significado absolutamente real. No hay electricidad y la ciudad se sume en una oscuridad total. Tenemos una reunión para poner en común lo que hemos hecho durante el día y hacer nuevos planes para mañana. Después nos iremos a la cama. Dormiremos todos arrebujados en el suelo de una pequeña casa que a duras penas hemos logrado ordenar. Una lona de plástico verde sobre nuestras cabezas nos sirve de techo. De momento es nuestro dormitorio, pero pronto lo transformaremos en la farmacia del hospital de MSF.

 

El equipo de MSF se reúne al caer en la noche, en Guiuan ((© Peter Hove Olesen/Politiken)

El equipo de MSF se reúne al caer en la noche, en Guiuan ((© Peter Hove Olesen/Politiken)

 

3 de la madrugada.

El aguacero bestial que comienza a golpear de repente nuestro improvisado techo me despierta de manera abrupta. Miro a ambos lados y compruebo que soy la única que no duerme… mis compañeros descansan como unos benditos. Después de atender 600 consultas en un día, una detrás de otra, y de todos los desafíos logísticos a los que se han tenido que enfrentar (y los que sin duda vendrán), puedo comprender que estén exhaustos.

En apenas unas horas llegarán 3 aviones de carga al aeropuerto de Guiuan y tendremos que apañárnoslas como podamos para traer hasta nuestra base todo el material que transportan. ¡Os adelanto que ese material pesará unas cuantas toneladas, así que no será fácil! Cuesta imaginarse que mañana a estas horas tendremos montado un hospital en toda regla con un quirófano completamente equipado, pero ahora lo que tengo que hacer es tratar de dormir, que nos queda por delante otro día largo y tengo que tener la mente completamente despejada.

(Sigue leyendo en este blog los testimonios del personal de MSF en Filipinas)

Filipinas. Jason y otras personas que impresionan.

por Yann Libessart, Unidad de Emergencia de Médicos Sin Fronteras en Tacloban, Filipinas

No conseguimos llegar a Tacloban hasta el pasado jueves. Los tres días que estuvimos esperando en Cebú fueron muy frustrantes. Todos los días amanecíamos con la esperanza de llegar a las zonas más afectadas por el tifón, y cada tarde, esta se evaporaba en el último momento. El lunes, porque el aeropuerto aún estaba lleno de escombros. El martes, por las horribles condiciones meteorológicas. El miércoles, la prioridad la tenía el ejército filipino ya que era urgente restablecer el orden.

Supervivientes del tifón esperan a ser evacuados en el aeropuerto de Tacloban (© Yann Libessart)

Supervivientes del tifón esperan a ser evacuados en el aeropuerto de Tacloban (© Yann Libessart)

Por fin, el jueves, un helicóptero trasladó a Audrey (coordinadora de emergencias), Damien y Adrien (logistas), Morpheus y Joey (médicos filipinos). Aterrizaron en Palo, una pequeña ciudad situada a unos pocos kilómetros de Tacloban. Y al reanudarse los vuelos comerciales regulares desde Cebú a Tacloban, yo mismo me uní a ellos: Damien vino a buscarme al aeropuerto, donde estuve seis horas esperándole, entre una enorme multitud de supervivientes que aguardaban entre toneladas de escombros a ser evacuados.

Como ya se estaba haciendo de noche, nos apresuramos a llegar al centro de la ciudad para buscar un sitio donde dormir. El personal humanitario y los periodistas se han instalado en un polideportivo requisado por el ejército. Un reportero australiano nos avisó de que había un hotel donde podíamos quedarnos: el edifico había sufrido daños, pero el propietario había conseguido retirar bastantes escombros y hacer sitio. Estábamos exhaustos y terriblemente hambrientos: la sopa de ‘noodles’ de Damien nos supo a gloria. Cada uno de nosotros se buscó un rincón, un sillón, algún afortunado incluso una cama, y caímos rendidos.

A primera hora de la mañana, el equipo cruzó la ciudad para buscar un emplazamiento en el que instalar el hospital hinchable que está a punto de llegar. Al final, el Hospital Bethany resultó la mejor opción: no hay otro lugar en toda la ciudad con suficiente espacio. Empezaremos a montarlo este martes, así que esto es una carrera contra el tiempo: tenemos que limpiar esta parcela que, como el resto de Tacloban, está cubierta de escombros.

El Hospital Bethany está frente al mar, y todo en su interior ha sido destruido. Ha quedado algo de material médico utilizable, y poco a poco esperamos que sea posible ir rehabilitando el edificio en colaboración con el Ministerio de Salud.

Al lado del hotel, conocemos a Jason, propietario de un centro de escalada y renombrado espeleólogo: este es un deporte muy popular en la isla, ya que hay muchas cuevas. Sus colegas, ‘los hombres de las cavernas’ como se les ha apodado, han venido de todo el archipiélago, incluso de otros países, para ayudar.

Se han puesto a disposición de la comunidad: la gente les avisa si no encuentran a algún familiar, y ellos se movilizan en moto por toda la zona para intentar encontrarlos, a veces incluso poniendo en riesgo su propia vida. Jason compara el tifón con la película ‘Guerra Mundial Z’: su miedo es muy real, y siempre lleva encima un arma, incluso aunque ahora hay un despliegue masivo de soldados.

En un muro, Jason me enseña la marca dejada por la crecida del agua: está a 2 metros de altura. Él y sus amigos se han ofrecido de inmediato para ayudarnos a despejar los terrenos del Bethany. Toda esta gente nos impresiona por su valor y su dedicación. Hasta ahora, hemos de reconocer, humildemente, que ellos nos ayudan más a nosotros de lo que nosotros podemos ayudarles a ellos.

Terrenos del Hospital Bethany donde se instalará el hospital hinchable de MSF el martes (© Yan Libessart)

Terrenos del Hospital Bethany donde se instalará el hospital hinchable de MSF el martes (© Yan Libessart)

Todo el mundo entiende la urgencia de restablecer el hospital. Las heridas que los supervivientes del tifón puedan haber sufrido se infectan, y de hecho en los hospitales militares ya han tenido que realizarse algunas amputaciones. También es una gran preocupación la falta de sangre para trasfusiones. La falta de electricidad, y por tanto de refrigeración, impide cualquier tipo de almacenamiento de material que necesite cadena de frío. Y lo mismo pasa con los laboratorios, las vacunas, las incubadoras…

Así que establecer un hospital de referencia es nuestra prioridad: aunque una significativa parte de la población ha sido evacuada, Tacloban tenía 300.000 habitantes antes del tifón. El equipo que instalará el hospital hinchable ya está llegando y me encuentro, con gran alegría, con algunos viejos amigos, como Eric, de Québec, con el que he trabajado en Burundi y en Haití. O Daniel, el mecánico de Nigeria. Damien, el australiano de Níger. Aurélie, la electricista de la campaña de vacunación del verano pasado en un campo de refugiados de Sudán del Sur.

Los equipos de emergencias están formado por personas de gran experiencia. Todos hemos tenido nuestra buena ración de crisis y catástrofes. Pero ninguno de nosotros había visto este grado de destrucción. El Haiyan cruzó el archipiélago como una colada de lava, dejando detrás una estela de desolación de cientos de kilómetros de ancho. Uno sólo puede sentirse pequeño al ver lo que el viento puede hacer; o mejor dicho, quizás es el viento el que nos humilla.

(Sigue en este blog más testimonios de los equipos de MSF en Tacloban)

Emergencia Filipinas. Llegamos a Tacloban

por Yann Libessart, Médicos Sin Fronteras en Tacloban, Filipinas

Los vuelos comerciales por fin han retomado las rutas regulares entre Cebú y Tacloban. Antes del aterrizaje, la visión de la costa es horrible. Todos los edificios han sido destruidos. Miles de personas se arremolinan en el aeropuerto, donde esperan recibir ayuda y/o ser evacuados.

No se detecta pánico, no hay escenas dramáticas. La gente hace cola ordenadamente y en calma, aunque ya llevan días allí. Incluso cuando los soldados lanzan barras de chocolate, no hay disputas y cada uno espera que le llegue la suya. Los soldados filipinos son muy eficientes y agradables. No recuerdo haberme encontrado a soldados tan amables en ningún sitio.

La solidaridad aquí está en todas partes. La gente comparte lo poco que tiene. Los críos juegan continuamente con lo que encuentran. Siempre me sorprende que los niños consigan seguir siendo niños, incluso en situaciones tan apocalípticas como las de ahora.

Los supervivientes evacuados se cruzan con los militares, con los trabajadores de las ONG internacionales, con los periodistas que llegan de todo el mundo. Ni unos ni otros saben dónde van a dormir. Nosotros conseguimos encontrar un rincón en un hotel local.

El aeropuerto de Tacloban, en la isla de Leyte (© Yann Libessart)

El aeropuerto de Tacloban, en la isla de Leyte (© Yann Libessart)

 

La ciudad sigue sumida en el caos. Llegar al centro es todo un reto, encontrar un coche que no sólo funcione sino que lleve gasolina es complicadísimo. Muchos se trasladan mediante rickshaw. La ciudad está llena de deshechos y de bolsas con cadáveres. El hedor es inaguantable. Comparto una pomada de hierbas con aquellos que no llevan máscara o protección.

MSF está tratando de buscar el lugar idóneo para establecer un hospital de campaña que llegará durante el fin de semana en barco. Esta mañana hemos visitado el hospital Bethany, que resultó muy dañado y, como consecuencia, fue abandonado. Creíamos que tal vez podría alojar nuestro hospital hinchable, pero hemos visto que tardaríamos dos semanas o más en retirar la cantidad de escombros que se han acumulado allí. Tenemos que seguir buscando.

La información que llega sigue siendo escasísima, y eso pese a que la red de teléfonos móviles se va recuperando con cada día que pasa. Las agencias gubernamentales son muy activas y eficientes, como lo son también las fuerzas armadas.

En Cebú hay que establecer un centro de aprovisionamiento masivo. Nuestros medicamentos y otro material médico llega hoy con helicóptero para que los dos especialistas que tenemos empiecen a tratar pacientes. Desafortunadamente ya es tarde para atender heridas de importancia causadas por el tifón. Aquellos que tenían heridas de consideración o bien están ya evacuados o muertos. Nuestra preocupación ahora es la infección de las heridas y las emergencias obstétricas. Dada la falta de agua potable enfermedades relacionadas con el consumo de aguas contaminadas, podrían aparecer pronto.

La gente está necesitada de todo. Y esto es en la ciudad de Tacloban. Sólo puedo imaginarme que la situación será peor y mucho en áreas más aisladas.

 

Sigue aquí otros testimonios de personal de MSF en Filipinas. Los equipos de la organización están presentes en diferentes áreas de Filipinas respondiendo a la emergencia del tifón Haiyan, como en las islas de Samar, Leyte, Panay y Cebu.