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Conversación en un hospital tras el paso del tifón

por Agus Morales, Médicos Sin Fronteras en Filipinas.

-Nuestra casa en Tacloban quedó totalmente inundada -dice Gilda.

-Desde la primera planta, vi llegar una gran ola -añade su tía Emma-. Luego todo flotaba a nuestro alrededor.

-Diez metros de agua.

-En total, tres grandes olas golpearon la casa. No me acuerdo de nada más, quedé inconsciente.

Son las 10 de la mañana. Gilda Calvara, de 52 años, y su tía Emma Calvara, de 73, se recuperan de sus heridas en el hospital de Burauen, una zona rural a la que llegaron pocos días después del paso del tifón Haiyan el pasado 8 de noviembre.

Las dos vivían en una casa de dos plantas ubicada más al norte, en la ciudad costera de Tacloban. La vivienda estaba preparada para fuertes rachas de viento, pero no para la especie de tsunami que se desencadenó en esta zona.

-Cuando llegó el agua pensé que íbamos a morir -recuerda Gilda-. Empezamos a rezar. Sufrimos heridas porque nos cortamos con cristales y con madera.

-Yo al principio ni siquiera me di cuenta de que tenía heridas. Pensaba que era el fin del mundo -dice Emma.

La casa verde de Gilda y Emma es una de las pocas que aún quedan en pie cerca de la costa, aunque tiene algunas paredes tiradas y severos daños estructurales. Hay álbumes de fotos, libros y adornos navideños desparramados por el suelo.

Durante aquellos primeros días de caos, ambas se refugiaron en la iglesia más cercana a su domicilio. Allí se alojaron también decenas de familias que se quedaron sin casa tras la tormenta. El edificio religioso se alza sobre la ciudad sin apenas rasguños, pero a tan solo unos centenares de metros, las viviendas con vistas al mar, sobre todo las más livianas, quedaron reducidas a escombros.

-No nos cambiamos de ropa durante tres días -recuerda Gilda-. No había comida ni agua. Nos pusieron una inyección para evitar el tétanos y algunas vendas en las heridas que teníamos en las piernas.

-No quiero recordarlo -dice Emma.

Tras estos primeros compases, un sobrino de Emmalas sacó de la iglesia y las trasladó a Burauen, al sur de Tacloban, donde sus heridas fueron tratadas en el principal hospital de la zona, apoyado por Médicos Sin Fronteras. Allí discuten sobre lo sucedido y esperan ansiosamente su alta médica con la idea de trasladarse a Manila, donde tienen familiares. De momento, regresar a Tacloban no parece una opción.

-La casa está en ruinas. Todo está en ruinas -cuenta Gilda.

-¿La casa? Ha quedado un esqueleto -dice Emma.