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“Que la próxima vez, la historia sea diferente”

Unni Krishnan, Dir. de Preparación y Respuesta ante Desastres de Plan Internacional

El Dr. Unni Krishnan, Director de Preparación y Respuesta ante desastres de Plan Internacional, en una de sus visitas a África Occidental.

Ha pasado un año desde la declaración oficial del brote de Ébola que ha devastado a miles de familias en Guinea, Liberia y Sierra Leona. Aunque las proyecciones son que los tres países van por buen camino para regresar al punto cero, se siguen registrando nuevos casos de contagio. La amenaza de un brote futuro no ha terminado.

Este aniversario brinda la oportunidad de reflexionar sobre las lecciones que hemos aprendido y sirve para prepararse de cara al futuro, en África y más allá. Para conducir hacia el futuro, los buenos conductores siempre utilizan sus espejos retrovisores.

Cada desastre ofrece oportunidades de aprendizaje. Mizuta Masahide, poeta japonés del siglo XVII y samurái, dijo: «Desde que mi casa se quemó allí abajo, ahora tengo una mejor vista de la luna». La forma más adecuada de honrar las vidas que el Ébola ha echado a perder es asegurarse de que algo así no se repita. En vez de especular, es necesario adoptar un enfoque sobre lo que se puede hacer. ¿Cómo responderemos la próxima vez? Son vitales algunas medidas urgentes para escribir una historia diferente.

La velocidad es un factor importante para que cualquier respuesta ante una emergencia sea exitosa. La próxima vez, para ser más astutos que el virus, tenemos que actuar con rapidez en el despliegue de equipos, especialistas y hospitales de campaña. La velocidad jugará un papel crítico para escribir una historia diferente durante los primeros cien días, en África o en otros lugares.

Construir un fuerte sistema de salud pública:

Los especialistas de Plan Internacional en terremotos nos han enseñado una lección sencilla: no son los terremotos los que matan a los niños y niñas que asisten a la escuela, sino la mala calidad de las infraestructuras. Un fuerte sistema de salud pública puede soportar el impacto de una epidemia o la amenaza de pandemia, no sólo de un brote de Ébola, sino también de otros relacionados con enfermedades como el cólera, la meningitis, el síndrome respiratorio agudo (SARS), el síndrome de Oriente Medio respiratorio (MERS) y la gripe aviar.

Incrementar la vigilancia:

El año pasado, las malas condiciones meteorológicas obstaculizaron la respuesta, ya que la expansión del Ébola coincidió con la temporada de lluvias en la zona. No se podía transitar por las carreteras. Bajo estas circunstancias, y ante la ausencia de una fuerte maquinaria de salud y unas redes de seguridad social, las lluvias y las inundaciones amplifican el impacto de cualquier brote que se produzca.

Prepararse y no entrar en pánico:

Para una mayor prevención, lo ideal es mejorar la formación de las comunidades, especialmente los especialistas de salud. La ayuda externa suele tardar semanas o un mes en llegar. Durante los primeros días del brote de Ébola, a excepción de un apoyo muy limitado de organismos como Médicos Sin Fronteras (MSF / Médicos sin Fronteras), la Cruz Roja y Plan Internacional, la gente hacía frente al virus por su cuenta. Si una comunidad está debidamente preparada para responder al Ébola o a cualquier desastre, sus opciones de vencerlo aumentan considerablemente.

Otra medida es iniciar la preparación para desastres, primeros auxilios y lecciones de salud pública directamente en las escuelas para construir una cultura de preparación y minimización de muertes y devastación.

En 2011, un cóctel mortal de múltiples desastres (terremoto submarino, tsunami masivo y un reactor nuclear roto) mató a más de 15.000 personas en Sendai (Japón). Sin embargo, este país ha demostrado que está preparado para salvar vidas cuando suceden estos problemas. Es mucho mejor y más rentable invertir en la preparación para la lucha contra incendios que en la respuesta posterior.

No ignorar las necesidades invisibles:

Mientras que la acción prioritaria debe ser detener la propagación del virus y garantizar entierros seguros, es necesario atender a los impactos invisibles. Por cada crisis de salud pública, hay una crisis humanitaria invisible, como el cierre de escuelas y el aumento de los precios de los alimentos. Además, esto deja muchas a cicatrices en la mente de los jóvenes.

Un informe de investigación elaborado por Plan Internacional concluye que el Ébola ha marcado emocionalmente a los niños y niñas más allá de las consecuencias físicas. El bienestar emocional y la atención psicosocial debe conservar un lugar importante en los esfuerzos de socorro y recuperación.

Los huérfanos que el Ébola ha ocasionado son el verdadero rostro del brote. El mundo tiene que complementar esta demostración de generosidad hacia los afectados con apoyo material, para que estos niños no terminen siendo una carga adicional para las familias que ya están luchando por encontrar alimentos y por pagar las tasas escolares.

La información es un salvavidas en una crisis y los medios de comunicación pueden desempeñar un papel fundamental. Los rumores y la ignorancia han tenido como resultado los ataques a la salud y los trabajadores humanitarios, y a algunos de ellos les ha costado la vida. En una crisis como la del Ébola, cuando la vida y la verdad se convierten en las primeras víctimas, los medios de comunicación deben ir más allá de la mera presentación de informes. Su labor es fundamental para informar, educar y empoderar a la gente.

Uno no puede vencer a un virus invisible y mortal sólo con los médicos. Los medios de comunicación también pueden ayudar a que las autoridades acepten la realidad y favorecer una respuesta rápida. Como dijo Albert Camus, la mejor manera de lidiar con la peste es siendo honesto al respecto.

La colaboración creativa entre tecnología, medios de comunicación, salud y trabajadores humanitarios puede ayudar a escribir una historia diferente ante el próximo brote.

 

La visita del ‘suluby’

Por Ana de la Osada. Minova (R.D. Congo)
Referente médico de la campaña de vacunación de Minova


A finales de septiembre el suluby llegó a Karango, un pueblo de la región de Minova encaramado en las montañas que rodean el lago Kivu, en el este de la República Democrática del Congo (RDC).

El suluby, más conocido para nosotros como sarampión, bajó a Karango, siguiendo la ruta que baja desde los llamados Hauts Plateaux, la zona más alta del lugar. Aprovechó la pobre cobertura de vacunación que caracteriza esta zona del país para instalarse cómodamente y atacar, cómo no, a los más vulnerables. A principios de octubre, el visitante se cobró en una semana la vida de cuatro niños del pueblo, todos ellos menores de 5 años.

Campaña de vacunación en Minova.República Democrática del Congo. Fotografía  de la Osada / MSF
Campaña de vacunación en Minova.República Democrática del Congo. Fotografía de Ana de la Osada / MSF

Miembros del equipo de urgencia de MSF España en la provincia de Kivu del Sur (RUSK) nos desplazamos al lugar para responder a la epidemia que empezaba a extenderse por el litoral de Minova. El suluby no se había conformado con Karango y ya había aparecido en otros pueblos cercanos, como Ruhunde y Nyamasasa.

Nuestro objetivo era claro: hacerle frente. Era necesaria una vacunación masiva, pero a la vez había que asegurarse de que la población afectada por la epidemia tuviera acceso gratuito a los centros de salud y el hospital para prevenir y frenar las complicaciones que puede provocar el virus del sarampión. Se hicieron donaciones de medicamentos, se apoyó a los equipos de los centros sanitarios se estableció un sistema para referir los casos graves al hospital.

La diferencia entre la vida o la muerte para un pequeño con sarampión puede ser tan sencilla como que su madre tenga o no dinero para pagar la consulta y el tratamiento médico. En la mayoría de los centros sanitarios de esta zona el acceso a la salud no es gratuito y desgraciadamente no está al alcance de todos.

El primer día que fuimos a Karango nos acercamos al centro de salud para hablar con el equipo. Era sábado, día de consulta prenatal, y aprovechamos para hablar con las mamás que esperaban turno. Cuando les explicamos que se iba a organizar una campaña de vacunación masiva y que el tratamiento sería gratuito empezaron a aplaudirnos. Una madre nos explicó que había perdido a dos de sus tres hijos, los más pequeños. La falta de medios económicos le impidió llevarlos al centro de salud y murieron en casa sin que ella pudiera hacer nada por impedirlo. El suluby no tiene piedad de los que tienen menos recursos.
A finales de octubre empezamos a recorrer todo el litoral del lago en la zona Minova para asegurar el tratamiento gratuito de casos y animar a la comunidad para que participara en la campaña de vacunación, dirigida a todos los niños entre 6 meses y 15 años. El primero de diciembre se dio el pistoletazo de salida: comenzó la campaña con el objetivo de inmunizar a unos 75.000 niños durante algo más de dos semanas. Una buena cobertura de vacunación es la mejor arma contra la expansión del sarampión. Eso es precisamente lo que tenemos que conseguir.

Durante la primera mañana, aun con el sol saliendo, pensaba mientras subíamos hacia Karango en todas esas madres con las que habíamos hablado y de todos los niños de ese pueblo que habían recibido la visita del suluby, con mejor o peor suerte. Durante los tres primeros días vacunamos todo el área de Karango: un total de 5.200 niños. No fue nada fácil mantener el orden en los puntos de vacunación, pero las mamás tenían muy claro su objetivo y aguantaron de pie varias horas, algunas desde las 6 de la mañana, ansiosas por ver como sus hijos recibían la protección.

 

Un niño es vacunado contra el sarampión en Karango, en la región de Minova. República Democrática del Congo. Fotografía Ana de la Osada / MSF
Un niño es vacunado contra el sarampión en Karango, en la región de Minova. República Democrática del Congo. Fotografía Ana de la Osada / MSF

 Mientras escribo esta historia hemos pasado el ecuador de la campaña. 66.250 niños han sido vacunados y aún nos quedan varios días de trabajo intenso. El cansancio se hace notar y cada madrugón pesa, pero ahí seguimos. Calculamos que al final de la campaña cubriremos con creces el objetivo, llegaremos a vacunar a unos 100.000 niños.

 El suluby ya empieza a sentirse incómodo en la zona del litoral de Minova.


En las dos primeras semanas de diciembre, un equipo de MSF realizó una campaña de vacunación contra el sarampión en el área de Minova (provincia de Kivu del Sur, en el este de la República Democrática del Congo) en la que fueron inmunizados 90.887 niños y jóvenes de entre 6 meses y 15 años, un 20 % más de los previstos inicialmente.

 El sarampión puede ser mortal en los niños si no se trata, pero es muy fácil de evitar mediante la vacunación. Desde hace décadas, el país ha sufrido epidemias de sarampión con un resurgimiento importante de la enfermedad desde el año 2010. Un estudio realizado por Epicentre, el centro de investigación epidemiológica de MSF, indica que entre 2010 y 2013 se registraron en el país casi 300.000 casos y que algo más de 5.000 pacientes (1,7% del total) fallecieron. Según el informe, el número de casos descendió más de un 20% tras las primeras campañas de vacunación.

 

 

 

 

Memorias del RUSK. Parte IV: rechinar de dientes.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

Ya en febrero habíamos comenzado a seguir las evoluciones endémicas del cólera en el eje lacustre del Lago Tanganika. Durante un par de meses le pisamos los talones. La primera vez que asomó y mató se nos había escapado por los pelos. El cólera puede matarte en 24 horas si no lo tratas. Vital es desplegarse de forma inmediata.

Pero esta vez, en abril, por fin pillamos la epidemia en un brote que, sin preaviso, se llevó consigo a 4 personas lejos de los hospitales. Nos medimos contra él en Kamanyola, de media 25 pacientes internados (muy lejos de las cifras de Haití, esto es una cosa chica), y tras llegar el RUSK, afortunadamente, ni una muerte más siquiera en la comunidad reportada.

Cuando abril todavía se deshojaba en el calendario, un equipo reducido del RUSK llevamos a cabo una misión de evaluación rápida de un posible brote de meningitis, con posible confusión de malaria, en una zona remota de los Kivus, Lulingu, sometida a un “embargo” de facto por el gobierno provincial al ser cuna de los sediciosos y rebeldes Raïa Mutomboki, una región por otra parte carente de control estatal y comercialmente hundida.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012)  © Juan Carlos Tomasi.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

El acceso, complicado a causa de un entramado de rutas de barro inundadas, nos obliga a volar hasta allá en avioneta y luego desplazarnos en moto. En los poblados objetivo de nuestra evaluación, se percibe de antemano una extraña atmósfera malsana, como de malformación necrosada, una gravedad un tanto oscura. Nos entrevistamos con las gentes del lugar: cuentan que, desde hace dos meses, algo está matando a los niños, y no comprenden cuál puede ser la causa…

Nuestra misión dura dos días: en esos dos días nos cruzamos con 2 duelos y un cortejo funerario, mueren en el hospital 5 niños (10 en toda la semana, más los que no nos queremos imaginar lejos de las estructuras sanitarias), visitamos 4 camposantos y cementerios que refugian, cada uno, unas docenas de tumbas recientes: la tierra está fresca, removida, las ofrendas florales todavía desprenden fragancia o luchan contra su ineludible sino, descomponiéndose lentamente. El último de ellos, Tchonka, alberga en su seno más de 60 nichos, dos tercios de ellos anfitriones de cuerpos diminutos… vuelve esa sensación de malformación lóbrega, de estar ante algo más grande que uno mismo. De que las flores fúnebres guardan escondida en su belleza un escalofriante secreto: nada es inmarcesible.

Existen sospechas de que podría ser una peste de meningitis, o una plaga de malaria… otros dicen que es la “sorcellerie”, lo que llaman la brujería o hechicería, y los ancianos murmuran que muchas familias están abandonando la aldea con la esperanza de salvar a sus críos del diablo, de hurtárselos al infierno. El equipo médico examina pacientes, hace pruebas, investiga historias médicas y se sumerge en la epidemiología de los años precedentes.

Los niños siguen marchitándose, cayendo como hojas del otoño. La guadaña, en este caso, no es finalmente la meningitis, sino la dichosa malaria, complicada con anemia. Es ella quien está segando la vida de niños a puñados cada semana. La malaria sigue siendo, parece, la enfermedad más mortífera en el mundo año tras año. Nunca antes en todos estos meses de RUSK estuve tan convencido de la necesidad de intervenir a toda costa, a cualquier precio, como hasta ahora.

Los que me conocen saben que jamás utilizo la expresión «salvar vidas» cuando hablo de mi trabajo. Es demasiado grande para un tipo como yo. Sin embargo, en esta ocasión… en esta ocasión estoy convencido de que tenemos que ser nosotros quienes actuemos, de que no hay nadie más que nada pueda hacer para evitar la mortalidad, salvo MSF. Y nunca antes había detestado tanto el bloqueo institucional que estamos sufriendo: tengo verdaderas ganas de matar a alguien… Cada día que la burocracia administrativa o la política gubernamental nos retrasan, ésta no es una exageración ni licencia poética, otro niño se marchita, otra hoja barre el otoño. En cuanto la ‘intelligentsia’ ministerial comprenda el dramatismo de la situación y acepte que MSF les eche una mano, el RUSK nos desplegaremos de inmediato*. El RUSK, yo mismo, no hacemos política, a duras penas sabemos hablar: somos implementadores, trabajamos con las manos, un poco al estilo de los herreros y artesanos.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

Intervención de emergencia de MSF en Minova y Kalungu para atender a los desplazados por el conflicto (Kivu Sur, abril de 2012) © Juan Carlos Tomasi.

El RUSK ha sido una escuela, de vida, de profesión, y de muerte. Digamos que cuando llegué a su seno, en esto de las emergencias tocaba de oído. Ahora creo que, en ocasiones, mal que bien, puedo arrancarle alguna melodía a algún que otro instrumento de cuerda, percusión o viento.

Pero todo, claro, viene con pleito. Después de estos 10 meses, en los que el RUSK ha sido toda mi vida, no puedo sin embargo desadherirme de ese sentimiento de haber perdido algo en este tiempo, quizá memoria, pureza, idealismo, arraigo… creo que avillané un poco mi relación con este trabajo, convirtiéndome poco a poco en mercenario. Perdiendo u olvidando en el camino varias otras facetas del tipo que yo era. Quizá también haya envilecido en cierto grado la relación con una parte de mí mismo, secuestrándola, amordazándola… No sé.

El caso es que, por el momento, esa alienación, ese extrañamiento o deriva respecto de quién eras, de tus asideros, de los tuyos, merece la pena: es en las emergencias donde realmente este trabajo cobra su plena vocación y naturaleza. Perdonen la cursilería, pero, realmente, la determinación de un grupo de profesionales, con nuestra rabia, nuestras miserias y nuestro desencanto a cuestas, juramentados en la persecución un objetivo común frente a la crudeza del terreno, significa algo: puede marcar la maldita diferencia.

Cuando la gente me dice, de vuelta a casa, “es increíble lo que hacéis, cuánto mérito tenéis”, a veces respondo: no somos héroes, sólo tipos enfurecidos, sólo tipos cabreados. Recios, furiosos, nos aferramos con fiereza a la rebelión contra la docilidad, contra el determinismo, el cólera o la malaria: como escribió Claudio Rodríguez, “se puede estar en derrota, pero nunca en doma”. Así pues, contraemos músculos, rechinamos dientes, y, tensándonos como un arco, nos aprestamos para la embestida.

Hasta la próxima.

 

*El RUSK comenzó la intervención contra la malaria en la zona de Salud de Lulingu, territorio de Shabunda, el 2 de mayo.

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