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Ébola en Sierra Leona: «¿Cómo puedo explicarle la muerte a un niño de cuatro años cuando apenas yo la entiendo?”

Por Anne Boher desde Kenema, Sierra Leona.

Amadou tiene cuatro años, antes de las cinco de la mañana despierta a su hermana María porque tiene dolor de cabeza y no puede dormir. Le pregunta dónde está su madre. Es la misma pregunta que le ha hecho casi a diario desde que fue dado de alta de la unidad de tratamiento del ébola en Kenema, hace ya casi dos meses.

María, tiene quince años. Me sorprende que no se enfade porque su hermano la despierte tan temprano. Al contrario, suavemente lo acuna en su cama y lo arropa con su fina manta mientras lo acaricia para que se calme.

Amadou y su hermana, Awa, en la casa familiar en Kenema, Sierra Leona. (© UNICEF Sierra Leona / 2014 / Bindra)

Amadou y su hermana, Awa, en la casa familiar en Kenema, Sierra Leona. (© UNICEF Sierra Leona / 2014 / Bindra)

«No sé qué decirle,» me dice María. «¿Cómo puedo explicarle la muerte a un niño de cuatro años cuando apenas yo la entiendo? Se supone que ésta no es mi responsabilidad».  A María la han obligado a crecer rápidamente.

Cerca de 600 niños han perdido a uno o ambos padres a causa del ébola desde el inicio del brote en Sierra Leona. En todo el África occidental, los niños huérfanos se enfrentan al estigma y al rechazo de sus comunidades y de sus familiares. Especialmente si han sobrevivido a la enfermedad. Como María, muchos se han visto obligados a crecer deprisa.

«Mi madre fue la primera en caer enferma, después de ayudar a una mujer enferma en el barrio», me cuenta. «Ella pensó que tenía la malaria, pero su condición empeoró rápidamente. Llamaron a una ambulancia y fue llevada de urgencia al Hospital Público de Kenema. Fue la última vez que la vi».

Su madre murió pocos días después, pero el hospital no anunció su muerte hasta un mes después.

«Estoy tan triste. Cuando mi madre estaba viva, solía animarme «, explica. «Hablábamos mucho. Nos reíamos antes de ir a la cama. Nos lo hemos pasado muy bien juntas. Desde su muerte, nadie habla conmigo como ella lo hacía. La echo muchísimo de menos, a ella, el amor que me daba, todo… Un día estábamos sentadas en silencio y me contó la historia de su relación con mi papá, su separación, su viaje al extranjero, muchas cosas que no sabía «.

Mientras que muchas familias han tenido que crecer para acoger a los niños huérfanos de parientes lejanos, María ha perdido a gran parte de su familia por el virus, también a la lejana, así que sólo cuenta con la ayuda de algunos vecinos para salir adelante.

«No tengo tiempo para llorar la muerte de mi madre. Tengo que concentrarme en tratar de hacer a Amadou y a Awa [su hermana menor] felices «, explica María. «Yo cocino para ellos, y puedo limpiar la casa. Los vecinos tenían miedo de nosotros al principio, pero después de que los trabajadores sociales hablaran con ellos, empezaron a darnos un poco de arroz de vez en cuando. Aún así, nos faltan recursos y nos enfrentamos a muchos desafíos. »

Algunos de sus amigos han huido de ella, me cuenta. «Muchos no quieren hablar conmigo nunca más, me tienen miedo. La hermana de mi mejor amigo también contrajo la enfermedad, así que hablo bastante con él sobre cómo es tener ébola, sobre cómo me sentía cuando mi mamá se enfermó, compartimos miedos y esperanzas”.

«Sabes, lo peor es no poder volver a la escuela. Mi madre me prometió que podría tener una educación «, me explica María. «Ella quería que yo fuera enfermera, pero ahora las escuelas están cerradas y me temo que no podré regresar cuando se vuelvan a abrir «.

A pesar de tener que enfrentarse a dificultades que jamás imaginó, María mantiene la esperanza. «En primer lugar voy a cuidar de mi hermano y de mi hermana, luego cuidaré también a la gente que lo necesite. Debe haber alguna razón por la cual hemos sobrevivido, así que no tenemos más remedio que seguir sobreviviendo«.

María, de quince años, en su casa con su hermano y hermana. (© UNICEF Sierra Leona / 2014 / Bindra)

María, de quince años, en su casa con su hermano y hermana. (© UNICEF Sierra Leona / 2014 / Bindra)

Ébola: una carrera de fondo

Por Patricia Carrick. Enfermera de Médicos de Sin Fronteras en Sierra Leona.

Ponerse el traje de protección para acceder a la zona de riesgo, donde se encuentran los pacientes que han dado positivo por Ébola y donde realizamos la mayor parte de nuestro trabajo médico, lleva bastante tiempo. Algunas veces me recuerda a cuando vistes a los niños con el uniforme completo de hockey hielo. Incluso sucede que, al igual que los niños, una vez que te has vestido te entran ganas de ir al baño. Debo de reconocer, aunque a regañadientes, que esto de envejecer tiene algunas desventajas.

Una vez que te has puesto el mono de plástico que no es transpirable, los dos pares de guantes, la capucha, las gafas que no se empañan y las pesadas botas de plástico, bajo los más de 32 ºC que golpean la tarde, comienzas una carrera de fondo contra el tiempo.

Enfermeras preparan el reparto de comidas a los pacientes en la zona de alto riesgo. La comida se distribuye en envases desechables que son eleminados en el propio centro.

Enfermeras preparan el reparto de comidas a los pacientes en la zona de alto riesgo. La comida se distribuye en envases desechables que son eleminados en el propio centro. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Tienes que moverte con cuidado para evitar cualquier contacto que pueda poner en peligro la integridad de tu equipo de protección o de tu compañero: no caerte, no realizar movimientos innecesarios, pero, aun así, tienes que hacerlo mientras llevas a cabo el mayor número de tareas posibles durante el tiempo que estás en la zona de riesgo. En esta ocasión estuvimos una hora dentro. Siendo nueva y recién llegada, salí agotada y temblando.

Esta vez, entramos para preparar el alta de una paciente. Se trata una mujer mayor, ciega y que no puede de andar pero que, asombrosamente, ha superado el virus.

Hasta el momento, y a pesar de que había vencido a la enfermedad, se mantenía reticente a abandonar el centro de tratamiento. Quizás temía encontrarse aislada a causa de su discapacidad o no tener para comer. Aquí en el centro de Kailahun había recibido tres comidas al día; recibía saludos y cariño.

Los promotores de salud, la versión en Médicos Sin Fronteras (MSF) de los trabajadores sociales, la llevaron en un vehículo de la organización hasta un punto de encuentro, donde un sobrino, les recibió y se comprometió a acompañar a su tía hasta su casa. Ha vuelto a su antigua vida, se ha recuperado de la terrible enfermedad, pero no sabemos qué futuro le espera.

“No podemos hacer nada por ella, Patricia”

Pasan los días y la gente se sigue muriendo: en ambulancias mientras vienen hacia nosotros, silenciosamente en las esquinas de nuestro centro, bajo las camas, o mientras se desplazan con grandes dificultades, víctimas de esta terrible enfermedad. Las últimas fases de esta enfermedad son, en muchos casos, agonizantes.

Esta es la verdad que los medios de comunicación y las estadísticas no pueden describir; es el día a día que vemos los que estamos aquí.

Ayer por la tarde fui a dar de alta a pacientes junto a Konneh, el responsable de uno de los cuatro equipos de enfermeros locales de  MSF del centro para pacientes de Ébola de Kailahun, Sierra Leona. En el área que llamamos “C2” (allí donde están los pacientes cuyos dos test resultaron positivos), encontramos el cuerpo de una mujer bajo la cama de otra paciente, una aterrorizada niña de unos 11 años.

El rostro de la mujer sobresalía de debajo de la cama y mostraba un gesto de tensión extrema, una expresión que, desgraciadamente, estoy aprendiendo a reconocer. Todavía respiraba, pero no pudo responder, siquiera gemir.

A pesar de la introducción que realizamos en Bruselas, de las formaciones en Freetown, Bo y Kailahun, de la acumulación cada vez mayor de historias y de mi propia experiencia, admito que me quedé atónita. Me di cuenta de que no había nada, absolutamente nada que hacer. Me volví estupefacta hacia Konneh y, bendito sea, desde las profundidades de su traje de protección personal, tuvo la compasión de decírmelo en pocas palabras: «No podemos hacer nada por ella, Patricia”. No pudimos moverla, levantarla; ni siquiera sacarla de debajo de la cama. No teníamos el equipo adecuado, el tiempo y la energía eran limitados, y habíamos entrado para cumplir otras tareas: dar de alta a los supervivientes. Fue un punto y aparte.

Un higienista guía el proceso de desvertirse y rocía con una solución de cloro cada uno de los elementos del traje de protección. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Un higienista guía el proceso de desvertirse y rocía con una solución de cloro cada uno de los elementos del traje de protección. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Movimos a la niña a la otra cama y tratamos de hacer que se sintiese cómoda. Volcamos la cama que cubría a la mujer para quitarla de la visión de la niña y para que nosotros pudiésemos verla mejor. Sí, respiraba, pero se estaba muriendo. La tapamos con su manta, en el suelo, porque el viento había ganado intensidad y la lluvia había comenzado a arreciar, haciendo que la temperatura bajase. Y se quedó ahí, la dejamos ahí.

¿Dónde están los enfermos y moribundos?

Kathryn Stinson, epidemióloga de Médicos Sin Fronteras. Adaptación al castellano: Fernando G. Calero. 29 de octubre

El conductor golpea su puño contra la bocina con insistencia, indicando a los vehículos, las personas y los animales que se aparten de nuestro camino. Hay que tratar de no perder el ritmo para no quedarse encallado, pero también tenemos que ser conscientes de que, por muchas prisas que llevemos, lo que no se va a apartar de ningún modo de nuestra ruta es el frondoso bosque que nos rodea y que invade la carretera en cada curva que damos.

Nuestro vehículo gira y se retuerce en el camino de tierra, con los neumáticos salpicando pedazos de barro en todas las direcciones. Ha llovido de forma intermitente durante toda la tarde y la carretera está cada vez más difícil de transitar.

El otro Land Cruiser se queda atascado por un momento, tratando de revolucionar su motor para no perder nuestra estela. De repente, el coche se mete de cabeza en un bache de medio metro de profundidad y nuestros cuerpos son violentamente arrojados hacia adelante: “Bienvenidos a Kailahun», anuncia el conductor.

Centro para pacientes de Ébola de MSF en Kailahun, Sierra Leona. Fotografía: Magali Deppen/MSF

Centro para pacientes de Ébola de MSF en Kailahun, Sierra Leona. Fotografía: Magali Deppen/MSF

El trayecto desde Bo hacia la base en Kailahun comenzó con deseos de ‘Bon voyage’ sonando desde todas las radios de mis compañeros. Y para llegar a Bo, habíamos tomado un minibús en Freetown al amanecer, lleno hasta los topes con el equipaje y el personal del proyecto.

Tuvimos que pasar por una media docena de puntos de control entre Freetown y Bo: en cada uno de ellos nos registraron el vehículo, hicimos la preceptiva cola para que nos tomasen la fiebre y, ocasionalmente, nos pidieron que nos laváramos las manos en agua clorada.

El personal con batas blancas del Ministerio de Salud nos medía la temperatura y leía el resultado en voz alta mientras los soldados vestidos con ropa de camuflaje se quedaban mirándonos. “Yo soy de África occidental”, me dice uno de los soldados con una sonrisa de oreja a oreja. “¿Tú de dónde sales?”; “de Sudáfrica”, le respondo. «Perfecto, ¡todos somos africanos!», añade otro con aire de complicidad. Me costó unos segundos darme cuenta de lo que estaba pasando. Sabía por mis experiencias anteriores con Médicos Sin Fronteras (MSF) que un Mundial de fútbol puede llegar a unir a personas que viven a miles de kilómetros, pero lo que nunca me hubiera imaginado es que la epidemia más desgarradora que hemos conocido en años también pudiera hacerlo.

Puesto de control en Mono Junctione, entre Bo y Kailahun. En el puesto de control se realizan pruebas para la detección de síntomas relacionados con el Ébola. Fotografía: Sylvain Cherkaoui/Cosmos

Puesto de control en Mono Junctione, entre Bo y Kailahun. En el puesto de control se realizan pruebas para la detección de síntomas relacionados con el Ébola. Fotografía: Sylvain Cherkaoui/Cosmos

Circular por Sierra Leona no es tarea sencilla a día de hoy, pero lo cierto es que nosotros lo tuvimos fácil. Llevamos unos pases especiales y una inscripción del Ministerio de Salud en la ventana delantera del autobús en la que dice: «permitir el paso– RESPUESTA AL ÉBOLA». En cada control nos hacían la señal para que pasáramos rápidamente a la parte delantera de todas esas colas de más de un kilómetro de largo, mientras decenas de camiones, coches y motos– con madres, niños y hombres sierraleoneses de todas las edades – tenían que esperar su turno bajo un calor sofocante.

El Gobierno ha implementado zonas de cuarentena, de las que no se puede salir libremente hasta que hayan pasado 21 días del último caso. Parece que ahora se ha relajado todo un poco, porque empiezan a ser conscientes de los estragos que esas restricciones de movimientos estaban causando en las vidas de las personas y en el transporte de suministros a todo el país. Para mí, este desplazamiento por el interior del de Sierra Leona fue el primer encontronazo con la realidad que describen todos esos carteles que aparecen pintados en las casas y en los árboles que vemos junto a los caminos: «EL ÉBOLA ES REAL”, pero aún me costaba darme cuenta de dónde había ido a parar.

Nos detuvimos a las afueras de Bo para que pudiera hacer un primer reconocimiento de nuestro centro de tratamiento. A pesar de que sólo tardaron cinco semanas en construirlo, ya está capacitado para ingresar a 100 pacientes al mismo tiempo. A día de hoy, tiene hasta un helipuerto. La siguiente fase incluirá un laboratorio, para no tener que enviar las muestras de sangre a otro lugar y poder así acortar el tiempo que se tarda en conocer los resultados de los análisis.

Pocos centros tienen laboratorios in situ, y eso hace que las muestras se tengan que transportar por carretera a lugares que están a varias horas de distancia. El transporte ya conlleva un riesgo de por sí, pero lo que más nos preocupa es que, debido a ese tiempo de espera, los casos sospechosos que darán negativo en el análisis se mezclarán durante varias horas con aquellas personas cuyos test serán positivos.

Según se me voy acercando por primera vez a pie al centro de tratamiento, mi asombro va creciendo cada vez más: hileras e hileras de tiendas de campaña blancas, de distintos tamaños y con diferentes funciones, forman algo muy similar a lo que sería una ciudad utópica, como si hubiera salida de un sueño extraño o de una película de ciencia ficción. Sin embargo, soy consciente de que, además del asombro, esas tiendas invocan en todo el mundo el temor y la intriga que generan las noticias que todos hemos visto en la televisión.

En el interior, el centro está organizado cuidadosamente en zonas de alto y bajo riesgo. Lo primero que te encuentras al entrar son todos esos puntos de lavado de manos, que consisten en bidones de plástico que contienen agua clorada a los que se les pone un cubo debajo para que no se encharque todo. Están colocados estratégicamente por todo el centro. Echo un vistazo alrededor y veo que todos los caminos que atraviesan las distintas zonas están acordonados con vallas naranjas y un sistema de drenaje de aguas que parece cuidadosamente planificado.

 

Distribución de alimentos a los pacientes confirmados de Ébola en la zona de alto riesgo. No existe contacto entre el personal que viste los trajes de protección en zona alta de riesgo y la zona de bajo riesgo. Una nutrición de calidad es importante para mejorar el sistema inmunológico del paciente y ayudarle a combatir el virus.

Distribución de alimentos a los pacientes confirmados de Ébola en la zona de alto riesgo. No existe contacto entre el personal que viste los trajes de protección en zona alta de riesgo y la zona de bajo riesgo. Una nutrición de calidad es importante para mejorar el sistema inmunológico del paciente y ayudarle a combatir el virus.

Desde ahí observamos a algunos miembros de nuestro personal nacional poniéndose su equipo de protección personal, una capa tras otra, mientras nosotros nos quedamos de pie, sudando dentro de nuestras ligeras batas médicas y de las botas de goma.

“¿Dónde están los enfermos y moribundos?”, me pregunto yo. Un paciente sale de la zona de alto riesgo y se sienta detrás de la valla de color naranja. A pocos metros de distancia, detrás de otra de las vallas, un promotor de salud le dice: «Estás haciendo grandes progresos. Hace días que no tienes síntomas y estás mejorando rápidamente. Ojalá los test nos muestren que ya no tienes carga viral y podamos mandarte de inmediato a casa”.

Intento asomarme para ver si desde algún lugar se puede ver a los enfermos que están en una de las tiendas de la zona de alto riesgo. A lo lejos, veo al personal sanitario enfundado en sus trajes de protección, moviéndose con lentitud y cuidado. Poco más: compruebo con satisfacción cómo las divisiones que se han hecho en el interior de la gran tienda permite que los pacientes mantengan su privacidad, bloqueando tanto nuestra mirada curiosa como la de los demás enfermos.

Retomamos el camino a Kenema, en ruta a Kailahun. En Kenema el mercado está a rebosar de personas y la gente no parece tener miedo de los otros. Están todos comprando y vendiendo bienes y alimentos. ¿Dónde está el Ébola?, ¿dónde está el miedo del que todo el mundo me hablaba? No puedo parar de pensar cuáles son los motivos para que la población no se mantenga alejada del centro de la ciudad y continúen haciendo su vida normal como si nada ocurriera. A simple vista, no parece tan grave como lo pintan. Pero sé que sí lo es. No me queda duda. Está escondido, pero está ahí fuera. Lo noto.

Los hermanos Haja, Abivatu y Lamphia celebran con Sallia Swarroy enfermera  del centro de pacientes de Bo  haber sobrevivido al virus.

Los hermanos Haja, Abivatu y Lamphia celebran con Sallia Swarroy enfermera del centro de pacientes de Bo haber sobrevivido al virus.

Pocos minutos después la realidad me golpea de frente y confirma mis temores. Llegamos con el coche a una rotonda en la que hay formado un buen atasco: un hombre yace postrado en la carretera, demacrado, con su rostro marcado por el dolor. Con un brazo intenta protegerse los ojos, pero ya está demasiado mal, muy lejos de aquí. Sacudimos nuestras cabezas, damos aviso por radio por si una ambulancia pudiera venir a buscarle y seguimos hacia adelante. Miramos una vez más hacia atrás. Ahí es cuando me doy cuenta de que nadie va a acercarse a él. Lo más probable es que se muera solo porque ni siquiera hay ambulancias y nadie parece muy preocupado en enviarlas. Sí, el Ébola, es real. Ahora lo veo claro.

El primer caso de ébola en Mali: «la gente ya nos hemos dejado de dar la mano»

José Jódar Vidal- Delegado CRE en Mali, 23 de octubre.

El 23 de octubre fue confirmado en Kayes, una ciudad al oeste de Mali, el primer caso de Ébola en el país. La Cruz Roja Maliense – en conjunto con sus Sociedades Nacionales Contrapartes como la Cruz Roja Española- se ha movilizado para apoyar a las autoridades sanitarias malienses en la gestión de la crisis. Esta crónica fue escrita antes del fallecimiento de la menor con ébola, el viernes 24 de octubre.

Secadero de botas y gafas de los equipos EPI en el Centro de Tratamiento del Ébola (CTE) de Cruz Roja en Kenema, Sierra Leona.

Secadero de botas y gafas de los equipos EPI en el Centro de Tratamiento del Ébola (CTE) de Cruz Roja en Kenema, Sierra Leona.

Hace apenas una hora he recibido un mensaje de móvil: el caso de ébola se ha confirmado. El referente de seguridad de las Sociedades Nacionales de la Cruz Roja en Mali nos ha avisado así a todos los delegados extranjeros. Es lo que nos temíamos desde que hace un día y medio nos dijeran desde la Cruz Roja Maliense: “hay un caso sospechoso de Ébola en Kayes, sería el primer caso de Ébola en Mali”. Luego fuimos sabiendo más. Se hablaba de una niña de dos años que llegó desde Guinea en bus con su abuela, pasó por Bamako, y luego se fue hacia el oeste del país. Empezó a tener fiebre, diarrea, sangraba por la nariz, siguió empeorando. Entonces la aislaron a ella y a la abuela, que no la quiso abandonar, en el hospital de Kayes. Ayer mismo llegó un equipo desde Bamako, a 8 horas de carretera, para realizarle el test.

Yo precisamente estoy en Kayes porque durante el día de hoy, Cruz Roja Española y Cruz Roja Maliense, teníamos un taller junto con la Dirección Regional de la Salud para analizar la problemática del acceso al agua potable y las medidas básicas de saneamiento e higiene en los centros de salud de la Región de Kayes. Los participantes al taller estábamos con un ojo en la sala y el otro mirando al móvil, esperando el sí o el no. Y ha sido el sí…

LA GESTIÓN TEMPRANA DE LA CRISIS

Equipo de manejo de cadáveres de la Cruz Roja de Sierra Leona.

Equipo de manejo de cadáveres de la Cruz Roja de Sierra Leona.

Ahora es importante desandar los pasos de la niña enferma, identificar y aislar a las personas que entraron en contacto con ella cuando ya empezaba a manifestar los primeros síntomas de la enfermedad, preparar y equipar al personal sanitario para que puedan ser capaces de tratar éste y los otros casos potenciales que deriven del primero, y trabajar y mantener la calma.

Un caso de ébola en un país ya es considerado una epidemia según la Organización Mundial de la Salud y la Cruz Roja Maliense junto con sus Sociedades Nacionales Contrapartes- entre ellas la Cruz Roja Española- acaban de activar su plan de contingencia para el ébola en Mali: ya están trabajando mano a mano con las autoridades sanitarias, multiplicando las sensibilizaciones y preparando al personal sanitario y voluntario para que puedan desarrollar su tarea de forma adecuada.

Sin embargo, estas primeras fases en el control del contagio de la enfermedad son básicas. Tienen que funcionar porque una vez que los casos se multiplican, se hace mucho más difícil de parar, sobre todo cuando hablamos de un sistema sanitario con pocos recursos y muchas debilidades a nivel de infraestructuras (el aislamiento se realiza en tiendas de campaña, por ejemplo) y de personal médico.

PASAR A LA ACCIÓN

En Mali se ha recibido la noticia con algo de preocupación y, a la vez, de resignación porque la confirmación de un primer caso de ébola aquí era tan solo una cuestión de tiempo, compartiendo una frontera con Guinea tan porosa y transitada. El ébola asusta y con razón. Por eso es tan importante desmitificarlo desde ya (no se contagia por el aire ni se transmite hasta que la persona comienza a mostrar los primeros síntomas de la enfermedad) e informar sobre las medidas de prevención a tomar por parte de todos: los agentes de salud que tratan los casos confirmados, las personas voluntarias que asisten los casos sospechosos, a toda la población y, con especial atención, a las mujeres, que son las que se encargan siempre de los cuidados familiares. Por ahora, en Kayes, la gente ya nos hemos dejado de dar la mano.

Desde la Embajada nos acaba llegar el mensaje de alerta por e-mail a los españoles residentes en Mali: “información Ébola”. Lo abro. Confirman el caso y dicen que la gente que ha estado en contacto con la niña está, efectivamente, en cuarentena. Poco después, levanto la cabeza del ordenador y veo la cara asustada del Jefe de Higiene de la Dirección Regional de la Salud de Kayes que cuelga el teléfono y dice: “el hombre que fue a buscar a la niña y a la abuela a Guinea anda por la ciudad. Me tengo que ir de la reunión”.

Personal de Cruz Roja Española desplazado a Kenema, Sierra Leona.

Personal de Cruz Roja Española desplazado a Kenema, Sierra Leona.

Personal sanitario que aprende a luchar contra el ébola en Sierra Leona

Por Yolanda Romero, asesora de UNICEF Sierra Leona.

Veinte estudiantes escuchan a un instructor sentados en una clase de Freetown. Podría parecer una imagen común, pero el tema del que se habla, el ébola, y las edades de los alumnos, la mayoría de unos cuarenta años, hacen que se trate de una situación distinta.

Todos los estudiantes trabajan en el sector de la salud. Entre ellos hay enfermeras y médicos, y están aprendiendo a prevenir la infección en un entorno altamente contagioso. La formación la proporcionan miembros del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Atlanta, Estados Unidos, y el curso está organizado por UNICEF.

El instructor del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta, Ben Levy, enseña a una alumna a utilizar los dobles guantes de látex para evitar el contagio de ébola. En Sierra Leona, ha habido más de 80 fallecidos a causa del ébola, y al menos 100 se han contagiado. (©UNICEF/2014/Bade)

El instructor del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta, Ben Levy, enseña a una alumna a utilizar los dobles guantes de látex para evitar el contagio de ébola. En Sierra Leona, ha habido más de 80 fallecidos a causa del ébola, y al menos 100 se han contagiado. (©UNICEF/2014/Bade)

La idea del curso es formar al personal sanitario para que sepan usar sin problemas y sin miedo los equipos de protección personal en su trabajo y puedan controlar a todos los pacientes, aislar casos sospechosos y seguir proporcionando los habituales servicios de atención sanitaria: inmunización, nutrición, atención prenatal, VIH, tuberculosis, paludismo y neumonía, especialmente entre mujeres y niños menores de cinco años.

Este tipo de cursos son esenciales para devolver la confianza en el sistema de la salud tanto a los trabajadores, que se sentirán más seguros, como al resto de la población, que tendrá la garantía de que esos trabajadores son profesionales y están preparados para asegurar su protección.

Desde el comienzo del brote, se han registrado más de 80 muertes de trabajadores de la salud a causa del ébola, y más de 100 se han contagiado. Al tiempo que la respuesta crece, el objetivo prioritario se centra en prevenir la infección entre el personal sanitario.

Se trata de un taller de “formación de formadores” que permite a los trabajadores de la salud salir al exterior y formar, a su vez, a otros trabajadores para prevenir y controlar casos en todo el país. Se espera sumar 1.200 unidades de personal sanitario a nivel nacional.

CONTROLAR LA INSPECCIÓN: UN LUJO INDISPENSABLE

“En los países que carecen de sistemas de salud sólidos, el control de la infección es algo más que una necesidad, es un lujo”, dice Ben Levy, del CDC.

Ben insiste en que la formación y los recursos son esenciales para detener el contagio y que, aunque los profesionales de la salud de Sierra Leona están muy comprometidos y cuentan con años de experiencia, “no están acostumbrados a controlar la infección en la medida adecuada, ni en los pacientes ni en ellos mismos”.

Además, en las fases iniciales del brote los equipos no estaban disponibles.

En la actualidad, la formación y los materiales médicos necesarios están llegando al país. UNICEF ha fletado casi 230 toneladas de equipos con cloro, guantes de látex y bolsas de plástico para los cadáveres, con el fin de aumentar el control de la infección y detener las pérdidas de las valiosas vidas de los trabajadores sanitarios. El país cuenta con una media de un médico por cada 33.000 personas.

El protocolo que los alumnos del taller deben seguir para utilizar el equipo de protección personal es tan estricto como la forma de quitárselo. Los trabajadores que han sido capacitados formarán a su vez a otros, hasta que se consigan más de 1.200 unidades de salud en todo el país. (©UNICEF/2014/Bade)

El protocolo que los alumnos del taller deben seguir para utilizar el equipo de protección personal es tan estricto como la forma de quitárselo. Los trabajadores que han sido capacitados formarán a su vez a otros, hasta que se consigan más de 1.200 unidades de salud en todo el país. (©UNICEF/2014/Bade)

FORMACIÓN Y CONFIANZA

Rebecca Amara es una enfermera de 35 años que asiste al taller. Tal y como nos cuenta, en Sierra Leona no hay especialistas en el control de la infección ni unidades de salud, y por eso está muy interesada en recibir formación. La mayor parte de la información es nueva para ella.

Su compañera de mesa lo confirma: “he visto que los trabajadores ponen sus botas al sol como una forma de ‘limpiarlas’, pero ahora les diré que utilicen una solución de cloro al 0,5, que las pongan en remojo durante media hora y a continuación las dejen secarse boca abajo”.

La solución debe ser adecuada, ya que “si es demasiado fuerte puede dañar los materiales y, si es demasiado baja, no matará el virus”, explica Ben.

Después de la teoría viene la práctica, y los asistentes al curso aprenden a utilizar los equipos protectores correctamente para no infectarse.

El protocolo no parece nada fácil. “Es complicado”, confirma Abu Conteh, una enfermera que también asiste al taller, “pero al practicarlo me siento más segura”.

El último reto consiste en reducir las horas de trabajo del personal sanitario para evitar que cometan errores debido al cansancio, un factor humano que es tan decisivo como impredecible.

El estigma del ébola: tras la enfermedad, el ostracismo

Por Patrick Moser, UNICEF Nigeria

Uchechi, de 7 años, nos muestra cómo ha aprendido a lavarse las manos correctamente. (© UNICEF Nigeria/2014/Moser)

Uchechi, de 7 años, nos muestra cómo ha aprendido a lavarse las manos correctamente. (© UNICEF Nigeria/2014/Moser)

Uchechi tiene 7 años. Le preguntamos cómo puede protegerse del ébola y exclama rápidamente: «Yo siempre me lavo muy bien las manos antes de cocinar y también antes de comer» y, entonces, nos demuestra orgullosa cómo se hace.

Las escuelas en Nigeria empiezan a reabrirse. Es un momento crucial para que los niños entiendan cómo las medidas simples como un correcto lavado de manos pueden ayudar a mantenerse seguros.

En un pequeño patio compartido por 16 familias, Uchechi, sus padres y sus vecinos se han reunido para escuchar a un voluntario que les informa sobre cómo protegerse del virus del ébola. Uchechi escucha atentamente las explicaciones sobre cómo evitar la transmisión del virus.

Los mensajes son sencillos: «Lavarse las manos con frecuencia. No tocar los cadáveres. Si alguien muestra síntomas -como fiebre, vómitos o diarrea – hay que informar inmediatamente a las autoridades sanitarias».

El informador Atinuke Ogundare responde a una pregunta de una madre de cinco hijos: «¿qué pasa si alguien está enfermo de ébola y lo esconde?». «Esa persona puede infectar a su familia, a su comunidad y a cientos de personas», explica Atinuke.

Desde el inicio del actual brote de ébola en África Occidental, Nigeria ha tenido muchos menos casos -19 a 13 de septiembre- que Liberia, Guinea o Sierra Leona. En parte, es el resultado de una estrategia enfocada a contener la enfermedad, implementada por el Gobierno, con un fuerte apoyo de aliados internacionales.

Informar sobre los riesgos y las formas de prevenir el ébola es un elemento clave de la estrategia, y UNICEF está apoyando el importante esfuerzo de movilización social, la implementación de kits de protección para los hogares y la difusión de materiales en mercados y paradas de autobús. Los rumores y la desinformación – incluso la creencia de que el ébola no existe realmente – son aún demasiado comunes en Nigeria.

«El ébola es real. No es un complot político”, proclama con voz de barítono Ibise Daka, un ex trabajador sanitario que se ha convertido en informador. «Protégete a ti mismo, protege a tu familia y a tu comunidad», anima usando un megáfono para que se le pueda escuchar por encima del ruido del mercado de Port Harcourt.

Los equipos de informadores explican que, si bien no hay cura, un tratamiento temprano aumenta las posibilidades de supervivencia.

El informador Ibise Daka recorre el mercado de Port Harcourt para explicar a la población cómo pueden protegerse ante el ébola. (© UNICEF Nigeria/2014/Moser)

El informador Ibise Daka recorre el mercado de Port Harcourt para explicar a la población cómo pueden protegerse ante el ébola. (© UNICEF Nigeria/2014/Moser)

En uno de los hogares que visitan, varios jóvenes bromean acerca de la enfermedad, y escuchan a medias a las explicaciones. Sin embargo, permiten al equipo poner carteles informando sobre el ébola en la fachada de su casa.

Uno de los jóvenes es Calvin Caro, un estudiante de 21 años que parece estar muy bien informado sobre la enfermedad. Pero cuando le preguntamos qué haría si un superviviente del ébola lo visita, él lo tiene claro: «Me metería dentro de casa y le cerraría la puerta.»

LA LUCHA CONTRA EL ESTIGMA

La estigmatización es un problema importante. Los supervivientes y sus familias explican que han perdido sus puestos de trabajo, que han sido expulsados de sus hogares y que han sido condenados al ostracismo por sus comunidades, a veces incluso denuncian que son amenazados. La gente los señala por la calle, se ríen de ellos y dan grandes rodeo para evitarles.

Los informadores hacen hincapié en que los supervivientes de ébola que salen de los centros de tratamiento ya no están enfermos y no pueden transmitir el virus. Animan a la gente a mostrar su amor y apoyo a los supervivientes y sus familias. Caro duda al principio, pero al final dice que compartirá el mensaje con sus compañeros de estudios.

«El conocimiento es un arma poderosa en la lucha no sólo contra la propagación de la enfermedad, sino también contra la estigmatización de aquellos a quienes ha afectado. Es particularmente importante difundir la verdad sobre el ébola ahora que las escuelas vuelven a abrir», explica Hilary Ozoh, especialista en Comunicación de UNICEF.

«Es alentador ver a los niños pequeños, como Uchechi,» dice, «ellos claramente han escuchado con mucha atención el mensaje que estamos difundiendo.»

La respuesta al brote de Ébola se asemeja a una intervención en una zona de guerra

Mariano Lugli, coordinador de emergencias de Médicos Sin Fronteras para el brote de Ébola en Guinea

Miembros de MSF aseguran el traje de protección antes de entrar en el centro de tratamiento  del Ébola Copyright: Amandine Colin/MSF

Miembros de MSF aseguran el traje de protección antes de entrar en el centro de tratamiento del Ébola Copyright: Amandine Colin/MSF

Llegué a Guéckédou, donde comenzó el brote, hace dos semanas. La situación era confusa, los casos aún no se habían confirmado, pero todo apuntaba al Ébola. Así que establecimos medidas de protección para garantizar la seguridad desde el principio.

Lo primero que hicimos fue tratar de reducir el pánico entre el personal de salud, que a menudo son los primeros en verse afectados por la enfermedad. Los trabajadores de salud del hospital de Guéckédou se vieron afectados al igual que cuatro médicos en Conakry. Cuando ocurre un brote, una gran cantidad de personal sanitario huye porque están asustados. Así, en Guéckédou, los pacientes quedaron completamente solos durante dos o tres días.

Este es el motivo por el que incluso antes de la confirmación del brote de Ébola, realizamos sesiones de formación con médicos y enfermeros en las que explicamos cómo poner en marcha medidas de control de infección ante el virus en los hospitales con el fin de protegerse a sí mismos.

Había mucho que hacer en muy poco tiempo: la construcción de una sala de aislamiento para los pacientes (lo que hicimos en dos días) y el establecimiento del control de la infección en el hospital. El siguiente paso era identificar a las personas que habían tenido contacto con los pacientes y realizar un seguimiento continuado durante 21 días. Si no presentaban síntomas durante este tiempo, podrían ser declarados no contaminados. También comenzamos la vigilancia epidemiológica, organizamos actividades de sensibilización con los medios de comunicación locales para proporcionar información esencial a la población local y, al mismo tiempo, creamos equipos para identificar los posibles casos y llevarlos a las salas de aislamiento. Solo poniendo en marcha  todas estas actividades de forma inmediata puedes esperar contener la epidemia.

Se suponía que debía estar diez días, pero en mi camino de regreso a Conakry me dijeron que se habían confirmado casos en la capital así que me quedé. Como coordinador de emergencias, empleo mucho tiempo en reuniones, pero cuando tenía tiempo me gustaba ayudar al equipo médico que entra en las salas de aislamiento a recoger muestras de sangre y mantener el ánimo de los compañeros.

Monia Sayah, enfermera de MSF, explica al personal del hospital Guéckédou como se transmite el virus y como protegerse cuando tratan los pacientes. Copyright: Amandine Colin/MSF

Monia Sayah, enfermera de MSF, explica al personal del hospital Guéckédou como se transmite el virus y como protegerse cuando tratan los pacientes. Copyright: Amandine Colin/MSF

Resulta muy estresante trabajar en esta situación porque conoces la enfermedad, sabes cuáles son los riesgos, que no puedes cometer errores y que tienes para mantener la concentración en todo momento. Al mismo tiempo, los recursos humanos están bajo presión y estás cansado. Al principio, el equipo se levantaba a las dos y las tres de la mañana para hacer rondas en la sala de aislamiento.

Creo que se asemeja mucho a una intervención en una zona de guerra, hay una enorme solidaridad entre los miembros del equipo y todos tratamos de ayudarnos unos a otros. El hecho de tener que vestirse con ropa de protección para entrar en las salas de aislamiento y localizar pacientes en las comunidades es muy estresante para todos los involucrados, pero en términos de la solidaridad entre las personas, es muy positivo.

Hay gran estigma asociado al Ébola por lo que tenemos psicólogos que ayudan a los pacientes y sus familias. Situar a una persona en aislamiento es una decisión muy importante y resulta especialmente difícil con pacientes que se encuentran en el límite por los síntomas que presentan y su historial de contactos con pacientes infectados. Así que hemos creado zonas separadas dentro de la sala de aislamiento: una para los casos confirmados y otra diferente donde están los que aún la infección no ha sido confirmada mediante análisis de laboratorio. Ya en estos momentos, un laboratorio en Guéckédou  puede analizar las pruebas y en doce horas determinar si las personas tienen la enfermedad.

Regresé ayer a casa. Mi mujer es enfermera pediátrica. Trabajó en Liberia durante un brote de fiebre hemorrágica de Lassa, así que conoce este tipo de enfermedades. No me he atrevido todavía a decirle a mis padres donde he estado –aunque estos días va a estar en todos los medios italianos – así que voy a tener que contárselo pronto.

 

Memorias del RUSK. Parte I: golpes al hígado.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

Hace mucho tiempo que no daba señales de vida, desde el brote de ébola. Disculpen, fueron tiempos azorados, frenéticos, preñados de aprendizaje, rabia y coraje. O eso, o que el trabajo me volvió algo introvertido.

Tómense estos posts como repaso y despedida. He pasado los últimos 10 meses embarcándome en toda clase de emergencias en la República Democrática del Congo, más concretamente en la provincia de Kivu Sur. Las siglas del equipo son RUSK, Réponse d’Urgence Sud Kivu, una reducida unidad de respuesta rápida formada por expatriados y congoleños bien avenidos, que viaja ligera, trabaja rápido y se acompasa armoniosa como un acordeón (insha’allah) en los momentos de trabajo de mayor sobrecarga.

Estos 10 meses requieren, de la parte de un amnésico como yo, una cronología de efemérides que pretenda ser mi particular cuaderno de bitácora para no perder memoria de cuanto acaeció en este interregno. Intentémoslo, pero ya les aviso que será largo y vendrá por partes:

Septiembre de 2012. Hace calor y fumo demasiado. La encomienda de las emergencias debuta a lo grande con una de las más terribles fiebres que existen en el mundo, las hemorrágicas del Ébola en Isiro, Provincia Oriental de Congo. Si lo recuerdan, ya desacralicé su aura demoníaca en otra historia “novelada”.

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Octubre, sudor y entrenamiento: aterrizo en el RUSK y comienzo un aprendizaje exhaustivo para prepararme como emergencista. Como peso pluma que soy en esto, encajo los primeros golpes en el hígado al enfrentar las turbulencias propias de cada comienzo: los puentes se quiebran a nuestro paso, las carreteras se hunden… qué diablos, nadie dijo que fuera a ser fácil. Pero apretamos los dientes y nos decimos, como en el poema de Kipling: músculos, ¡resistid!

En noviembre repican marciales las marchas bélicas en la lejanía: estamos al quite en todo el feo embrollo del grupo insurrecto M–23, cuando la ciudad de Goma cae ante sus legiones en poco más de tres días. Al sentarse los grandes generales a negociar, finalmente la guerra no llega a desatarse. El equipo médico del RUSK colabora en la “re-apertura” del proyecto de Minova tras su evacuación. Aliviados por la incruencia y la benignidad del desenlace (si bien, momentáneo), deponemos los escudos, pero proseguimos la guardia.

Diciembre y enero nos deparan la oportunidad de emprender una acción preventiva contra una epidemia de sarampión que ya había contagiado a más de 700 niños en una inestable y volátil zona del Kivu Sur, Bunyakiri. Luego de asegurarnos de que a los niños ya enfermos se les dispensa el tratamiento adecuado, durante 6 semanas recorremos largas distancias en coche, en motocicleta y a puro pie por parajes de selva, montañas y barro.

Tenemos la inmensa buenaventura de conocer paisajes de una exuberancia y belleza tales, que a veces me pregunto quién es el verdadero beneficiario de este trabajo: son increíbles los hallazgos que, sin buscarlos, puedes encontrarte… los hay que pagarían fortunas con tal de presenciar tales portentos.

Al cabo de las Navidades, y a pesar de las vacaciones y sus colegios cerrados, en contra de las grandes distancias que las madres y los niños deben recorrer para acceder a los sitios de vacunación de MSF, pese a la lluvia torrencial o al calor tempestuoso, y, sobre todo, a despecho de la violencia y las armas que dejan pendiendo de un hilo el devenir cotidiano de la existencia en este selvático rincón, exuberante de vegetación y ríos, azotado cíclicamente por violencias y masacres, hemos vacunado a más de 65.000 niños, acabando afortunadamente con la epidemia.

(Continuará)

Si quieres leer otros posts de J. Mas Campos desde RDCongo, pincha aquí.

 

Maldita sea, al Ébola se le puede vencer

Por J. Mas Campos, coordinador de Emergencias de Médicos Sin Fronteras en Kivu Sur, República Democrática del Congo*

13:00 horas, escala en Bunia, salto a un Grand Caravan de doce pasajeros cuyo piloto es un mzungu[1] que habla kiswahili porque se crió en las afueras de Bukavu. No sé por qué recuerdo al escritor John Maxwell Coetzee, a los afrikaners, a Sudáfrica, si nunca estuve allí.

Tras dos semanas de Ébola, viajo a París a un curso de formación de emergencias, el más reputado de cuantos MSF Épicentre imparte: epidemiología, desnutrición, campañas de vacunación, cólera, etcétera. Creo que esto de las emergencias va a insuflarme nuevo coraje y agallas: realmente es ahí donde el trabajo de Médicos Sin Fronteras marca más la diferencia.

Antes de tomar las avionetas para salir de la Provincia Oriental, coordino la última reunión de la mañana y entrego mis particulares armas (el móvil y el ordenador, la pistola y la placa) a un veterano que aterriza para reemplazarme. Cierro con una despedida sincera (“ha sido un honor trabajar codo con codo con vosotros”) y una concesión a la galería, un chascarrillo popularizado aquí entre los nacidos en los 70: al estilo del capitán Furillo de Canción triste de Hill Street, a cuya voz mis compañeros asemejan la mía, termino con un “tengan cuidado ahí fuera”. Carcajadas entre los españoles que compartimos el universo de fetiches y referencias; los congoleños no entienden nada, pero nos citamos en los Kivus. Nos decimos adiós calurosamente sin tocarnos. Me regalan un sombrero en cuero de cowboy. Ahora sí que voy a ser todo un pintas.

La avioneta cabecea zarandeada entre las nubes por una súbita tormenta. Los cielos se han entenebrecido de repente y las lluvias se arremolinan alrededor de la nave azotando los cristales de la cabina con virulencia. La pareja de ancianos africanos que viaja a mis espaldas debe pensar que este mzungu está loco…y es que me he echado el sombrero sobre los ojos e intento proseguir mi cabezada.

Si no manifiesto síntomas (fiebre, vómitos, diarrea, etcétera) en los próximos 21 días, confirmaremos que no habré caído enfermo de Ébola. No hay necesidad de cuarentenas, cada vez sabemos más del enemigo, pero en el pasado, cuando existía el miedo a causa de su absoluto misterio, había muchas más cautelas. Miro por la ventanilla: bajo el mar embravecido de la borrasca, la luz del día se refleja en el horizonte al rebotar el resplandor solar contra la cúpula celeste. Tengo ganas de fumar, de echar una cerveza.

Este mes de septiembre he aprendido varias cosas sobre el Ébola, pero sólo una fundamental: se le puede vencer. Al Ébola se le puede vencer. He visto a un hombre de 78 años, un hombre que había perdido a la mitad de su familia por la malaventura de estas fiebres hemorrágicas, sobrevivir a la incubación y contagio: Papá Gaga, un pastor de una iglesia que se quejaba en la guardia de confirmados de “dolor de articulaciones”. También he presenciado en cambio cómo una joven de 19 años perecía de Ébola en la cama de al lado.

Es paradójico que salga de esta experiencia esperanzado. Pero es cierto: la supervivencia, la propia existencia, depende de uno, de tu sistema inmune, de la resistencia que plantes. Esa convicción me persuade nuevamente y me concilia con nuestra naturaleza valiente y cobarde. El destino es mitad carácter; la otra mitad, llamémosle hado, fortuna o azar, propone embustera el combate. Lo peor de este virus es que puede acabar con familias enteras, porque la transmisión es más fácil cuanto más estrecho sea el contacto entre humanos.

Triste, real, metafóricamente angustiosa, la vil manera en la que el Ébola se prevale de quienes más te quieren para matarte. El último ‘sms’ antes de embarcar me informó de que tenemos cuatro positivos confirmados. Y yo me tengo que marchar. Pero me resisto, me revuelvo en el asiento tras el copiloto dentro de la cabina de la avioneta, que sigue surcando la tormenta, forcejeo en el aire con esos fantasmas personales, y sentencio: al Ébola se le puede vencer. Sonrío.

A París desde RDC me va a llevar dos días llegar. A veces este trabajo se entrevera en estos contrastes tan brutales: de la interdicción del contacto humano, la angustia asfixiante de la escafandra y el olor a cloro constante, a pasear por los empedrados de París por primera vez en 15 años.

Si alguien conoce bien la ciudad, por favor, sea tan amable de recomendarme un cálido restaurante donde no sirvan mal vino y las viandas no me cuesten un riñón. Claro que quién va a querer un riñón de un posible contacto de Ébola… Qué diablos, suerte tendré si en el curso de formación me dan la mano… (humor negro de emergencias, muy común, ya sé, me estoy tarando).

Voy a Europa en bancarrota, casi sin un céntimo, y en las últimas. Las tarjetas y el teléfono las despaché en valija urgente hacia Bukavu cuando, en el tránsito hacia la misión del Ébola, hice escala en Goma. Así que solamente traigo la envejecida ropa de terreno, algunas camisas arrugadas y una barba de varios días. Y un sombrero en cuero de cowboy.

La tormentita amaina y el sol escarda la lana de las nubes. Joder, sólo quería escribir cinco frases, y me embalo y acabo como siempre… Maldita sea, el condenado pendientito de Hauts-Plateaux me sigue mortificando como el primer día y no me deja dormir de este lado. Me incorporo, olfateo al piloto y al frente veo Entebbe, el aeropuerto de Kampala, Uganda. Aquí me quedé encallado hace un par de años por un tema de visado cuando debía volver a Dolo Ado (Etiopía).

Recuerdo que el pequeño hostal donde nos alojamos en aquella ocasión tenía algunas vistas nocturnas fabulosas de las colinas de Kampala. Como las luces que se contemplan desde ese restaurante italiano abierto a la bahía de colinas de Kigali. Esa va a ser la prioridad principal del día: tomar una cerveza de noche delante de un bonito panorama.

Ah… y encontrar una lavadora.

15 horas. Kampala.

Por la noche, escribo un correo a Barcelona proponiéndome de nuevo, a mi regreso de París, para continuar coordinando la emergencia del Ébola en caso de que no encuentren a nadie.

 

 * Pepe es, desde el pasado mes de julio, responsable del RUSK, equipo de “Réponse d’Urgence Sud Kivu” (Equipo de Respuesta de Emergencia en Kivu Sur), en República Democrática del Congo. Puedes leer también su primer post desde RDC, «Los demonios de mi personal bestiario».

 Foto: Médicos de MSF se preparan para trata a pacientes con ébola en RDCongo, septiembre de 2012 (© Teresa Sancristóval/MSF).


[1] Término en África meridional, central y oriental para una persona de origen extranjero. Traducido literalmente, significa «alguien que deambula sin rumbo fijo» o «vagabundo sin rumbo».

Los demonios de mi personal bestiario

Por J. Mas Campos, coordinador de Emergencias de Médicos Sin Fronteras en Kivu Sur, República Democrática del Congo*

Jueves, 11:00 horas. Vuelo en una minúscula avioneta de hélices de cuatro pasajeros (más pequeña aún que aquella de la que salté en paracaídas), dibujando el trayecto Isiro–Bunia, en la Provincia Oriental de la República Democrática del Congo (RDC). Una sabana verde y frondosa, como musgo bullente de vida, se extiende bajo nuestra ruta. Me acuerdo de El paciente inglés, pero ni aquí hay desierto ni yo soy muy paciente. Saco una libreta de hojas rayadas. Me prometo escribir poco.

Hace dos semanas regresé a RDC previo briefing** en Barcelona. Al vuelo me agarran no bien entro en la sede y me despachan a la emergencia de Ébola de la Provincia Oriental, ubicada fuera de mi hábitat natural: los Kivus, las armas. “Ve a formarte, chaval, que los ébolas van a abundar los próximos años y nos tenemos que experimentar”, me dicen los jefes.

El Ébola, tantas veces llevado a la gran pantalla, es una fiebre hemorrágica vírica que mata a entre el 30 y el 90% de los que la contraen. La tragedia: se desconoce todavía el reservorio original (¿monos? ¿murciélagos?), pero el mal se contagia por contacto entre humanos, en concreto a través de los fluidos corporales. En estas misiones está prohibido tocarse y hay que lavarse las manos con agua clorada de distintas soluciones docenas de veces al día: así se crea un estado de alerta que ayuda a establecer medidas higiénicas y de control básicas.

Es igualmente por eso por lo que hay que vestirse de cosmonauta en la antecámara del pabellón de tratamiento, y a la salida te pulverizan sistemáticamente antes de asegurarse de que estés “desinfectado”. Por eso llevamos doble guante, doble capa, por el acaso de si alguna se rajara y fatalmente hiciera contacto piel a piel con los pacientes. Miento a mi familia diciéndole que vuelvo a los Kivus para que no tengan miedo.

Paso varios días profesionalmente jodido, cuestionándome y sintiéndome completamente imbécil, inútil, sin sentido. El último día y medio en cambio es adrenalínico y me recobra de nuevo para la batalla: me percato de que sin querer he aprendido tanto que he encontrado cosas fascinantes. Creo que he vuelto a enamorarme de este trabajo.

Pero me pasa lo mismo que me ocurre siempre: marché de Etiopía antes de que explotase la emergencia de desplazados de Somalia, de Yemen cuando los houthis amenazaban con sus invasiones bárbaras, de Hauts Plateaux (RDC), lugar en el que había muchos casos de violencia sexual, cuando se suspendían temporalmente las clínicas móviles, y ahora me voy del Ébola justo cuando se han confirmado nuevos casos y la epidemia aún está lejos de extinguirse…

Cómo jode marcharse cuando las cosas se ponen  feas. Disculpen, ya saben, los demonios de mi personal bestiario.

(Continuará)

 

 * Pepe es, desde el pasado mes de julio, responsable del RUSK, equipo de “Réponse d’Urgence Sud Kivu” (Equipo de Respuesta de Emergencia en Kivu Sur), en República Democrática del Congo.

** Sesión informativa en la que el personal de MSF recibe información previa a su salida a terreno sobre contexto, funciones y el proyecto

 Foto: El equipo de emergencias de MSF en Uganda se prepara para entrar en la zona de aislamiento de pacientes de ébola en el hospital de Kagadi en la reciente epidemia de la fiebre hemorrágica (julio de 2012. © Agus Morales).