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La desinformación, enfrentada desde dentro

Por Segimon García-Prades Querol (Haití, Médicos Sin Fronteras)

En los primeros días de la epidemia de cólera, debido a los malentendidos, la respuesta de una parte de la sociedad haitiana estuvo repleta de incomprensión, y agresividad en algunos casos. A veces contra los enfermos. A veces contra los Centros de Tratamiento de Cólera. Las imágenes de cadáveres abandonados en la calle o turbas enfurecidas salpicaron los noticiarios europeos. Me pregunto qué ocurriría en Europa. Aunque de hecho esto ya ocurrió. Hasta en mi propia ciudad.

En 1853, una epidemia de cólera cayó sobre la ciudad de Barcelona. No era la primera, ni sería la última. Los ciudadanos que podían huían de la ciudad sin saber que tal vez, allá donde fueran, la epidemia causaba ya estragos o que ellos mismos eran portadores de la enfermedad.

Las autoridades, desconociendo el origen y transmisión de la enfermedad, decidieron alentar a los ciudadanos a encender hogueras en medio de la ciudad, donde quemaban alquitrán con el fin de aniquilar los gérmenes que se suponía se transmitían por el aire, con lo cual no sólo no evitaron la propagación de la enfermedad, sino que hicieron más irrespirable y dantesca la vida en Barcelona. La ciudad quedó abandonada, muchos comercios cerraron temporalmente.

El gobernador civil, Pascual Madoz, suplicó al gobierno de Madrid que le autorizara adelantar la ya prevista demolición de las murallas y empezar con las obras del “Eixample”. Su argumento era que estas atenazaban la ciudad, haciéndola insalubre, y que las obras, además, darían trabajo a los muchos hombres que se habían quedado en paro debido al éxodo de los pequeños comerciantes y propietarios de talleres.

Así pues, una epidemia de cólera sería el catalizador para el nacimiento de una nueva Barcelona. Finalmente, y según los registros oficiales, murieron 6.419 personas a causa de aquella epidemia.

Como a los ciudadanos y a las autoridades de Barcelona en 1853, el cólera pilló desprevenidos a los haitianos. Afortunadamente, el origen, transmisión y tratamiento de la enfermedad es sobradamente conocido. Médicos Sin Fronteras, por ejemplo, se ha enfrentado a ella en múltiples países en las últimas décadas.

Pero a pesar de todo, como en Barcelona en 1853, el cólera ha generado malentendidos y aquí, sobre todo, sospechas. Sospechas de quién o qué ha introducido en esta isla esta enfermedad de la cual no hay constancia de ningún caso desde principios del siglo XX.

Hace poco, durante una sesión de sensibilización sobre desinfección con cloro en uno de los campos de desplazados donde trabajamos, un grupo de forzudos obreros que estaban trabajando en el derribo manual –a pico, maza y pala– de un edificio venido abajo por el seísmo, dejaron su puesto entre los hierros retorcidos y los escombros para acercarse a nosotros. La curiosidad dio paso a la indignación de uno de ellos, que acusó a las ONG y otras agencias extranjeras de haber dispersado la enfermedad en el país.

Esta es una parte difícil de nuestro trabajo puesto que MSF, siempre en la neutralidad política, trabaja en el ámbito de la salud, pero la salud pública tiene lazos directos con la política. Y la política, en un país desestabilizado como Haití, con los conflictos. Y estos, con la violencia.

Afortunadamente el sensibilizador comunitario de nuestro equipo, acostumbrado a estas lides, reaccionó hábilmente, invitando a otros asistentes a opinar sobre el comentario del obrero enfurecido. Y ahí surgió la respuesta, de una anciana, que dijo no saber si las ONG ganaban algo con eso, pero que ella tenía un familiar enfermo de coléra y que MSF le había tratado gratuitamente, incluida la manutención del acompañante, y que de no ser por el rápido tratamiento, su familiar habría muerto. Como un martillo que remacha el clavo, la cuestión estaba zanjada.

Y lo más importante era que una persona respetada por su propia comunidad acababa de darle una respuesta acertada y fundamentada a alguien mal informado.

Y eso es la parte más importante de nuestro trabajo, conseguir que la comunidad se apodere de la información y la haga fluir desde la base. Evitar a toda costa que el extranjero prepotente recién llegado les diga cómo deben actuar.

(Continuará)

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Foto superior: Manifestación en las calles de Puerto Príncipe, en diciembre de 2010 (© Aurelie Baumel / MSF)

Foto inferior: Personal nacional de MSF limpia con solución de cloro los zapatos de pacientes y sus familiares en un Centro de Tratamiento del Cólera en Tabarre (© Aurelie Baumel / MSF)

Respondiendo a nuevos brotes de cólera

Por Amos Hercz (Haití, Médicos Sin Fronteras)

El cólera no ser queda quieto por mucho tiempo en Haití. Ya me estaba acostumbrando a la rutina en el Centro de Tratamiento de Cólera (CTC) aquí en Dessalines, cuando nuestro equipo de consultas externas empezó a detectar nuevos brotes en las localidades circundantes.

Así que empezamos a llevar medicamentos, materiales y médicos, para organizar el tratamiento local del cólera. Algunos pueblos están muy apartados. La carretera a Nampol, por ejemplo, zigzaguea abruptamente montaña arriba. El viaje me permitió admirar hermosas vistas del valle de Artibonite, donde comenzó la epidemia de cólera. Es zona rural, pero hay gente por todas partes, trabajando en el campo, caminando, descansando, comiendo, lavándose, bañándose, mirándonos pasar, saludando con la mano… Haití es un país densamente poblado.

El dispensario local de Nampol ya estaba proporcionando tratamiento a pacientes con cólera cuando llegamos. Los enfermos estaban siendo atendidos justo al lado del pozo que abastece de agua al pueblo. Había camas por todas partes, y era imposible circular entre ellas. La electricidad en la región rara vez funciona, y las enfermeras estaban atendiendo a los pacientes a la luz de las velas.

El panorama preocupó mucho a nuestra logista. El control del contagio se estaba viniendo abajo. Era imposible distinguir a los enfermos de sus familiares, o identificar a los pacientes en estado más grave. De hecho, ella incluso fue testigo de cómo alguien lavaba directamente en el pozo las tazas utilizadas por los enfermos para rehidratarse. Una forma bien eficaz de propagar la epidemia…

Esto es lo que nos encontramos al llegar, así que nos pusimos manos a la obra de inmediato.

Cercamos la instalación y redirigimos la circulación, de forma que quienes quisieran llegar al pozo tuvieran que rodear la unidad de tratamiento. También limitamos a uno el número de visitantes por paciente.

La gente nos miraba con asombro. ¿Por qué estos extranjeros insisten en tener camas vacías, en filas ordenadas, cuando hay gente fuera, en el barro? Es difícil de explicar, pero explicarnos es parte de nuestro trabajo. Las camas vacías son para los pacientes que aún no han llegado, es la preparación básica de emergencia: los pacientes con cólera a menudo llegan moribundos, necesitan una atención inmediata, y eso supone que tiene que haber camas de hospitalización disponibles en todo momento.

También es muy posible que la enfermera local nunca haya visto un moderno servicio de urgencias. Me reúno con los médicos locales que hemos contratado, con la idea de que puedan asumir un papel activo en la organización y gestión de la instalación. La mayoría acaban de comenzar sus carreras y no están acostumbrados a tal responsabilidad. Necesitaremos algo de tiempo para “construir” un servicio eficiente, así que, mientras trabajamos en ello, transferimos a los pacientes más enfermos a nuestro CTC en Dessalines.

Volví a Dessalines para esperar al primer grupo de pacientes que íbamos a trasladar desde Nampol. Estoy habituado a las referencias de pacientes en Canadá, pero, a diferencia de allí, en Haití no hay helicópteros con telemetría cardiaca. A pesar de que un enfermero acompaña a los pacientes, las condiciones del viaje eran muy complicadas. Cuando llegaron, ya estaba oscuro y había poca visibilidad, y la lona que cerraba la trasera del camión lo oscurecía todo aún más.

Me di cuenta de que no tenía idea de en qué estado llegaban los pacientes. Así que les pedí a todos que se pusieran en pie. No parecía una orden amable en sus circunstancias, pero lo cierto es que era la única forma de identificar a los que no podían moverse y comprobar su pulso en primer lugar. Todo el mundo tenía pulso. Pocos podían caminar. Fue un viaje difícil, pero conseguimos que pasaran la noche en Dessalines.

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Fotos: Todas: © Amos Hercz

Día de traslado

Por Amos Hercz (Haití, Médicos Sin Fronteras)

Nuestro nuevo Centro de Tratamiento del Cólera (CTC) está listo para recibir pacientes, así que ha llegado la hora de trasladarnos desde el abarrotado patio del hospital en el que hemos estado trabajando hasta ahora.

Nuestro logista está visiblemente cansado, pero sonríe de oreja a oreja. Ha montado el nuevo CTC, en lo que era una estéril franja de terreno, en apenas una semana. Varias ONG han estado visitando el centro, ya que es la mejor estrategia para tratar el cólera.

En todos los puntos de entrada, así como entre las diferentes secciones del CTC, hay puntos de limpieza para el calzado y las manos. Todos los movimientos de personas, suministros y coches están organizados a la perfección para evitar la propagación del cólera.

También incineramos los residuos, cloramos nuestra propia agua y preparamos aquí la comida. Incluso la ropa de los pacientes se desinfecta al llegar.

El centro cuenta con electricidad, agua corriente, letrinas, almacenes, oficinas, una cocina, una farmacia, y una entrada independiente de vehículos de suministro. Y se ha diseñado de forma que podemos duplicar rápidamente su capacidad si fuera necesario.

¿Pero cómo haces el traslado de un hospital entero abarrotado de pacientes? Debatimos varios planes de traslado en reuniones que se prolongaron hasta bien entrada la noche. Esperábamos que la gente se recuperara rápido (como es normal en el cólera, ya que el tratamiento dura dos o tres días) y no tuviéramos que trasladar a nadie.

También pensamos en la posibilidad de trasladar a todo el mundo en camillas, pero la logística que requiere un operativo tal, con carreteras en mal estado, sin ambulancias, días cortos y personal dividido entre dos centros diferentes, planteaba bastantes dudas.

Pero sería erróneo decir que no teníamos un plan. De hecho teníamos múltiples planes, y planes de contingencia, y planes de emergencia. Simplemente estábamos nerviosos porque no sabíamos qué plan elegiría el día para nosotros.

Contratamos camiones. Esperamos hasta la tarde, con la idea de que el máximo de pacientes posible estuvieran recuperados para darles el alta.

Habíamos comunicado el traslado a la comunidad con tiempo, así que todos los nuevos pacientes estaban llegando ya directamente al nuevo CTC. ¡Los anuncios en la radio habían funcionado!

Sin embargo, a la hora fijada para el traslado, aún había muchos pacientes en el antiguo CTC. Todo el mundo se sube a los camiones: madres con sus hijos en brazos, ancianos que demuestran una agilidad sorprendente, enfermeras que acompañaban a los pacientes sujetando las vías y sueros de rehidratación intravenosa, familias de los enfermos que cargan con sus efectos personales…

Cuando la primera caravana de camiones había salido, preparamos la segunda. Debimos mover entre 15 y 20 pacientes por viaje. No estaba muy seguro de cómo iría el traslado de los pacientes que debían guardar cama, pero los trasladamos también… ¿por qué no? Los subimos a los camiones con cama y todo, con las vías puestas, claro, y los llevamos al nuevo CFTC cuando la noche ya caía.

En Haití, a veces las cosas más sencillas tardan siglos en hacerse, y otras, la gente consigue que lo imposible ocurra en una sola tarde.

Me llaman del nuevo CTC. Hay mucho ruido y gente al otro lado de la línea. Nos informan de que no ha habido incidentes durante el traslado. Ahora ya es completamente de noche. No es habitual escuchar el silencio en Haití, pero una vez cuelgo el teléfono, en nuestro patio antaño abarrotado no se oye ni un ruido.

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Fotos: Traslado de pacientes del CTC en eln patio del hospital al nuevo CTC. Dessalines, diciembre de 2010. Todas © Amos Hercz.

Haití, diez meses después: Vibrio Cholerae

Por Miriam Alía (Haití, Médicos Sin Fronteras)

Después de casi un año en el equipo de emergencia de Nairobi, el NET para los amigos, por fin he saltado a un nuevo continente. Hace diez días que estoy en Haití. No estoy en Puerto Príncipe: a mí la única ciudad que me gusta es Madrid, así que estoy en Dessalines, una zona de 100.000 habitantes, justo en la región donde empezó la epidemia.

Dessalines es una pequeña ciudad colonial. Me recuerda a Cienfuegos, en Cuba, pero en deteriorado: casas de colores con barandas de madera y adoquines en las calles… y ruido, mucho ruido. A diferencia de Puerto Príncipe, esta zona no estuvo afectada por el terremoto y es bastante más tranquila, aunque en Haití, la gente lleva años viviendo y creciendo rodeada de violencia. Y el trauma del terremoto no ayuda nada, claro. Pero al menos en Dessalines el director de salud de la zona y el señor alcalde están de nuestra parte.

En Haití no ha habido cólera en 100 años, y el rumor de que es una enfermedad importada y traída por los extranjeros nos ha puesto las cosas difíciles, pero aquí la verdad es que nos han acogido bien. Mucho trabajo con la comunidad, y de sensibilización, porque hay muchos rumores y leyendas sobre la forma de transmisión.

Así que, cuando el primer equipo llegó aquí, abrieron un “punto de rehidratación oral” para tratar a los pacientes moderados, y estabilizar a los severos, y luego trasladarlos a Saint-Marc, que es donde estaba nuestro hospital. Al cabo de 2 días, pusimos 10 camas, y montamos una CTU, una unidad de tratamiento del cólera. Pero al día siguiente había 40 pacientes severos, y al otro, 200, así que al final montamos un nuevo centro de tratamiento, un CTC, con 80 camas. Nos metimos en el patio del hospital, en plan “okupas”. Y mientras hemos estado construyendo un nuevo centro, con 200 camas, a las afueras de la ciudad y nos trasladamos ya mismo.

De momento, parece que el número de casos no aumenta mucho en la ciudad y alrededores, aunque la epidemia no deja de subir y bajar. El problema está en la periferia, donde tenemos muchos casos y no podemos trasladarlos. Así que tenemos un equipo, integrado por una enfermera y una logista, que se encargan de montar unidades ambulatorias; y vuelta a empezar… organizamos un punto para dar suero oral, le acabamos poniendo un par de camas, que suben a diez, y en algunos sitios ya estamos en 30. Mi “favorito” es Poste Pierrot, donde cada día tenemos 50 casos, y para llegar hay que cruzar dos ríos a pie, y mandar el material en burros.

El principal problema es encontrar personal sanitario cualificado. Como os decía, hace un siglo que no ven cólera en Haití, así que no saben cómo tratarlo (cómo echo de menos a Sypiila, la enfermera jefa de Lusaka, en Zambia…). Hay que empezar de cero, y el personal es escaso. Que, además, acepten irse a los pueblos y quedarse allí, casi imposible. En Dessalines, nos salvan unas enfermeras formadas en Cuba, y algún médico que estudió en República Dominicana. Así que de momento el personal médico y sanitario internacional tiene que cubrir estas deficiencias, mientras vamos formando al personal local.

El segundo problema es que hay casos en muchos sitios, y de momento sólo un puñado de organizaciones, entre ellas MSF, están haciendo tratamiento. De hecho, MSF está atendiendo cerca del 75% de los casos y, a pesar de tener aquí cientos de expatriados, incluyendo muchos prestados por nuestras misiones regulares, no damos abasto. Y no sabemos si estamos en el pico, o esto puede ir a peor.

Continuará, de la mano de uno de mis compañeros aquí en Dessalines o en alguna otra de las muchas zonas golpeadas por la epidemia…

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Foto superior: Pacientes ingresados en el Centro de Tratamiento del Cólera (CTC) de MSF en el barrio de Sarthe, en Puerto Príncipe (© Francois Servranckx/MSF)

Foto inferior:  Pacientes en el CTC de MSF en el Hospital Choscal del barrio de Cité Soleil, Puerto Príncipe. (© Richard Accidat/MSF)

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