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Siete años de guerra en Siria: la inspiradora carta de una joven siria

Por Mouna Otham, alumna de clases de refuerzo apoyadas por UNICEF en Siria

Mouna, de 20 años, nació con una discapacidad visual. A los obstáculos que afronta de por sí, se han unido los siete años de guerra en Siria y los desplazamientos. Pero ella está decidida a continuar con su educación y a estudiar ciencias políticas. Mouna quiere que el mundo la escuche, y por ello participa en un programa radiofónico semanal en el que debate sobre temas que interesan a jóvenes como ella.

Mouna nos ha enviado una carta escrita en braille, que transcribimos a continuación:

«Me llamo Mouna Otham y soy de Alepo, Siria. Tengo 20 años. Vivo con mi padre, mi madre, dos hermanos y una hermana. Todos vivimos en una casa. Nos hemos visto obligados a desplazarnos cinco veces entre Alepo y Hama.

La situación es más tranquila ahora en mi pueblo, pero sigo sin poder volver. Muy poca gente lo ha hecho, y nosotros no podemos permitirnos arreglar nuestra casa, que quedó parcialmente destruida durante los combates.

Aunque nací ciega, siempre me he sentido agradecida porque no hay nada difícil para mí. Estoy decidida a lograr mis objetivos en la vida.

Siete años de guerra en Siria: la inspiradora carta de una joven siria

Mouna, de camino a la parada del bus escolar cerca de su casa, en Alepo / ©UNICEF/Syria2018/Khudr Al-Issa

La guerra, y sobre todo los desplazamientos, me afectaron mucho. Cada vez que hago nuevos amigos tengo que dejarlos. Echo de menos cada casa en la que hemos vivido.

Cuando la guerra empezó, siempre tuve miedo de no poder encontrar la estabilidad. Pero después me sentí más fuerte, sabiendo que tengo derecho a vivir y a aprender.

La guerra también se llevó a un amigo muy querido. Le arrancaron la vida como a una flor que está a punto de florecer. Fue asesinado por un proyectil en un ataque mientras reparaba su casa. Lloré mucho después de su muerte. Solíamos hablar mucho sobre las dificultades que afronto. Él me dio la fuerza para enfrentarme a esos obstáculos.

Empecé a ir a la escuela cuando tenía 12 años. Era un colegio para niños discapacitados visuales. En una semana aprendí braille, y en un solo año pasé dos cursos.

Después, cuando tuvimos que movernos, fui a un colegio normal. Allí mis amigos me ayudaron mucho. Ellos me leían las lecciones y yo las escribía. Tengo una herramienta especial para escribir, llamada pizarra de braille, que tiene un bolígrafo especial para perforar el papel.

Ahora sigo con mi educación. Empecé a ir a clases de refuerzo de inglés y francés después de la escuela. Cuando voy al colegio, cuento lo que aprendo de mis amigos. Les ayudo a entender y aprender. Me encanta ayudar a los demás.

El mayor obstáculo al que me enfrento en la escuela es la falta de libros de texto en braille. Solo tengo los audiolibros, pero no puedo depender de ellos. Necesito libros en braille para poder estudiar. Copiar los libros de texto nos lleva a mis amigos y a mí unas siete horas al día. Apenas tengo tiempo para estudiar. A pesar de los avances tecnológicos, los libros son los mejores recursos.

También me gusta participar en programas de radio de sensibilización, algo que hago cada semana. Comparto mis opiniones y hago sugerencias a otros jóvenes. Debatimos temas como el matrimonio temprano, el divorcio en la familia, el trabajo infantil, etc.

Más adelante quiero estudiar ciencias políticas. Mi amiga Maram me habló de esta materia y me encantó. Espero lograr ir a la universidad en el futuro.

Finalmente, deseo de todo corazón que todos los niños puedan recibir educación. Aprender es lo más importante en esta vida. No hay vida si no hay educación. Cuando la recibimos, vemos la vida de manera positiva.

Y aquellos que han tenido la oportunidad de recibir una educación deberían difundir y compartir sus conocimientos con otros. Así es cómo se desarrollan las sociedades.

Con todo mi amor y respeto,

Mouna»
(Alepo, Siria)

Las víctimas invisibles de la guerra en Siria

Por Scott Hamilton, Médicos Sin Fronteras, desde Irbid, en Jordania. 

Atención domiciliaria a pacientes con enfermedades no transmisibles en el norte de Jordania

Tanto Mohanned como Samir usan sandalias de goma. “El calzado fácil de poner y quitar es mucho más útil para los días en los que tienes que hacer varias visitas a domicilio”, dice Mohannad.

Al tiempo que conversan animadamente, ambos suben a una camioneta junto con Moataz, que será su chófer hoy. Los tres se comportan como viejos amigos, riendo y bromeando el uno con el otro. «Es importante que nos llevemos bien y que nos divirtamos», explica Samir; «a veces pasamos más tiempo con nuestros compañeros que con nuestras familias».

Mohanned y Samir hacen visitas domiciliarias a los pacientes que no pueden ir por sus propios medios hasta el hospital. El 60% de ellos son refugiados sirios. ©Scott Hamilton/MSF

Samir es enfermero y Mohannad, médico. Todas las semanas realizan visitas domiciliarias a refugiados sirios y ciudadanos jordanos que se encuentran en situación especialmente vulnerable en la Gobernación de Irbid, en el norte de Jordania. Todos sus pacientes sufren lo que se denomina enfermedades no transmisibles, cuyos principales exponentes son las enfermedades cardiovasculares (como los ataques cardiacos y los accidentes cerebrovasculares), el cáncer, las enfermedades respiratorias crónicas (como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica y el asma) y la diabetes. Hoy visitarán a cuatro de estos y para ello tendrán que conducir más que de costumbre, ya que uno de los objetivos del programa es llegar hasta las personas con dificultades de movilidad que viven más alejados del centro de la ciudad de Irbid.

El programa de visitas domiciliarias de MSF comenzó en agosto de 2015. «Antes atendíamos a los pacientes en dos clínicas en la ciudad de Irbid. Todavía lo hacemos, pero las visitas domiciliarias también son necesarias. Muchos de nuestros pacientes no pueden venir a la ciudad, ya sea porque se encuentran demasiado débiles físicamente para hacer el viaje, o porque no pueden costeárselo», explica Samir.

La primera casa que visitan es el hogar de dos pacientes: un matrimonio formado por Aziz y Azam. Su hija y sus tres nietos les abren la puerta. La casa es de una planta y apenas está amueblada. El modo distendido y familiar con que los pacientes saludan a Samir y Mohannad es revelador. «Conozco a estos pacientes desde hace mucho tiempo», cuenta Samir. «Es un poco como tener parientes lejanos».

Aziz es un refugiado sirio. Hace poco sufrió un derrame cerebral y por el momento no puede salir de la cama. ©Scott Hamilton/MSF

En primer lugar, Samir y Mohannad le toman la presión arterial a Aziz y comprueban sus reflejos. Aziz sufrió un derrame cerebral, es diabético y, por el momento, no puede salir de la cama. A pesar de su frágil estado, se esfuerza en explicar su situación:

«Llevamos aquí cinco años. Nos fuimos de Siria porque tanto la salud de Azam como la mía estaban empeorando. Fue por culpa de los bombardeos. Yo cultivaba una granja; no era mía, pero nos permitía vivir bien. También tenía mi propia casa. Hace años, mi abuelo palestino cruzó a través de Jordania y se estableció en Siria. Ojalá se hubiera quedado aquí en Jordania; ojalá no hubiéramos visto nunca esta guerra. Nuestra hija todavía está en Siria y pensamos en ella constantemente. No nos resulta fácil vivir aquí, el alquiler es caro y somos ocho personas viviendo en una casa muy pequeña. Tenemos sólo un hijo trabajando; él tiene que pagarlo todo, incluso la electricidad y las facturas. Queremos volver a casa, pero sólo lo haremos cuando no haya más guerra ni más matanzas».

Azam se quedó ciega hace 15 años. Sufre glaucoma y tendría que ser operada. ©Scott Hamilton/MSF

Azam se quedó ciega hace 15 años. Sufre glaucoma y tendría que ser operada. También necesita colirio, pero cada frasco cuesta 23 dinares jordanos (algo más de 27 euros); un precio demasiado alto para ella. Afortunadamente nosotros podemos ofrecérselo gratuitamente.

«Vivir los bombardeos y la guerra fue extremadamente estresante, ciega o no. Pero estoy feliz de estar aquí. Aquí la comunidad nos recibió con agrado. Nuestros vecinos nos visitan y el propietario, que sabe de nuestra situación, nos hace un descuento en el alquiler«.

Azam por su parte tiene diabetes e hipertensión. Mientras Samir le hace un análisis de sangre y verifica su presión arterial, Mohannad coge en brazos a su nieto más pequeño, que ha empezado a arrojar juguetes. Tras breves momentos de bullicio, se sienta contento con Mohannad y se queda observando a través de la ventana a los pájaros que pasan volando.

El doctor Mohannad sostiene en brazos al más pequeño de los nietos de Aziz y Azam. ©Scott Hamilton/MSF

De camino a la segunda casa del día, Samir habla con cariño de una antigua paciente. «Un francotirador le disparó en la cadera. Las heridas fueron graves, pero logró sobrevivir. La tratábamos por hipertensión, y a pesar de su estado siempre insistía en ofrecernos un desayuno. Lamentablemente, murió hace poco de un ataque al corazón. Es la parte más dura de este trabajo; la gente que se nos va».

La tercera paciente que hoy visita el equipo se llama Khairiya. Sufre hipertensión y también es ciega. En su situación le resulta muy difícil acudir a una clínica de la ciudad para hacer revisiones médicas, así que está feliz de que recibirnos en su casa.

Khairiya sufre hipertensión y es ciega. En su situación le resulta muy difícil acudir a una clínica de la ciudad para hacer revisiones médicas. ©Scott Hamilton/MSF

«Llevamos aquí desde 2013. La violencia y la tensión hacían muy difícil nuestra vida en Siria, pero el viaje hasta aquí tampoco fue fácil. Incluso tuvimos que caminar parte del viaje. Cuando nos acercamos al puesto fronterizo, un guardia se percató de que yo era ciega. Me tomó de la mano y me condujo durante la última parte del camino. A pesar de que tuvimos algunas oportunidades de ir a vivir a Estados Unidos y Canadá, estoy feliz de que estemos en Jordania, ya que es un país que comparte tradiciones con el nuestro. Nuestra mayor preocupación ahora es el dinero. Somos cinco personas viviendo aquí y nuestro hijo apenas gana lo necesario para pagar el alquiler y los alimentos».

Mientras Mohannad comprueba la presión arterial de Khairiya, su hija prepara café y explica que también ella necesita ver a un médico. Mohannad le dice que la referirá a uno en el ministerio de salud. A medida que hablan, su hijo de dos años gatea hacia su abuela. Está completamente  fascinado por el dispositivo que emplean para medir la presión arterial.

La cuarta paciente del día es Saltiya. Se encuentra postrada, también tiene hipertensión y hace poco sufrió un derrame cerebral. Mientras su esposo, su hija y sus nietos dan la bienvenida a Mohannad y a Samir a su casa, ella se esfuerza por abrir los ojos.

En la casa de Saltiya viven doce miembros de una misma familia. Todos están especialmente preocupados por su salud, pues tiene hipertensión y hace poco sufrió un derrame cerebral. ©Scott Hamilton/MSF

En esta casa viven doce miembros de una misma familia y todos están especialmente preocupados por Saltiya. A pesar del precio de la electricidad, hay dos ventiladores encendidos en el cuarto para que ella no pase demasiado calor. Al hijo de Saltiya le resulta difícil mantener a su familia. En Siria era panadero y su padre era propietario de un supermercado. Cultivaban sus propias hortalizas y tenían un olivar, pero cuando empezó a ver cómo pasaban los misiles por encima de su casa decidió que tenían que salir de allí.

En el camino de regreso a la ciudad, Mohannad y Samir discuten sobre la pertinencia de este programa. Para unos profesionales que están acostumbrados a trabajar en proyectos destinados a responder a los efectos inmediatos de la guerra, a las epidemias, a catástrofes o a hambrunas, esta es una misión sin duda diferente. Sin embargo, al visitar los hogares de estos pacientes se les presenta una cruda realidad: se trata de personas con necesidades médicas reales y continuas que viven en situaciones muy precarias. Pueden haber escapado de la guerra, pero su futuro sigue siendo incierto.

Ninguno de los pacientes a los que visitaron hoy podía recibirles por sí solo. No tienen apenas dinero ni movilidad física, así que la pregunta más acuciante que Mohannad y Samir siempre se hacen es la misma: si MSF no tuviera un programa como este, ¿cómo iban a recibir tratamiento todas estas personas?

Día Mundial de la Asistencia Humanitaria: el doctor sirio que no abandonó a los desplazados

Por Lina Alqassab y Yasmine Saker, UNICEF en Siria

Cuando, a finales de 2014, la violencia empezó a obligar a las familias de la zona rural de Idleb (Siria) a abandonar sus casas, el doctor Khaled fue uno de los primeros que respondió.

Este trabajador sanitario y nutricional de UNICEF era decisivo a la hora de lanzar las tan necesarias campañas de vacunación, distribuir suministros básicos médicos y nutricionales para los niños de Siria y sus madres, y dirigir visitas regulares a los campos de desplazados internos para para evaluar la situación humanitaria y la respuesta.

Día Mundial de la Asistencia Humanitaria: el doctor sirio que no abandonó a los desplazados

El doctor Khaled mide el perímetro del brazo de una niña para detectar si sufre desnutrición. / ©UNICEF/ Syria 2017/ Lina Alqassab

No sabía el doctor Khaled cómo ese cambio iba a afectar a su propia vida. Unos meses más tarde, y solo cuatro días después del nacimiento de su bebé, el propio Khaled y su familia tuvieron que huir de su casa.

Un viaje duro

Cuando la lucha se intensificó en su pueblo natal, la familia dejó todo atrás y se dirigió a una zona aislada de la zona rural de Idleb. Esta huida no sería la última.

“Mi mujer todavía se estaba recuperando de la cesárea y sufría una grave depresión postparto”, recuerda Khaled. “Estábamos en estado de shock, sobrepasados por la aterradora idea de tener que dejar nuestra casa para siempre”.

Las familias, apiñadas en coches, bloqueaban las carreteras en su huida de la violencia mientras la zona era atacada.
“Tardamos seis horas en recorrer un trayecto que normalmente se hace en una”, explica el doctor. “Cuando llegamos, a mi hijo le había salido un eccema por haber estado expuesto a un calor abrasador durante tanto tiempo. Incluso rechazaba el pecho, y eso aumentaba la angustia de mi mujer”, suspira mientras recuerda el horror del viaje.

El pueblo al que llegaron era seguro, pero las condiciones de vida eran muy duras. No había agua ni electricidad, y estaba masificado. La familia de Khaled tuvo que compartir una pequeña casa rural con otras tres familias.

Así que, en busca de una vida mejor, se fueron nuevamente. Finalmente llegaron a la ciudad de Hama, pero él se quedó en Idleb para seguir ayudando a los desplazados internos, como él mismo.

Al haber experimentado en su propia piel lo que significa estar desplazado, Khaled estaba incluso más decidido a ayudar a los niños y a sus familias.

“Durante mis visitas a los alojamientos, cuando veo a un bebé durmiendo en una tienda humilde, o a una madre cargando a su hijo dormido mientras hace cola para conseguir comida o agua, pienso en mi mujer y en mi hijo. ¡Podríamos ser nosotros!”.

Un nuevo comienzo en medio del conflicto en Siria

A principios de 2016, el doctor Khaled se vio obligado a dejar su trabajo en Idleb y sus alrededores por la restricción de acceso humanitario a la zona. No tuvo más opción que trasladarse con su familia a la provincia costera de Lattakia, donde sigue trabajando en proyectos de UNICEF para promover la salud y nutrición adecuadas de los niños y sus madres.

Allí UNICEF apoya 36 centros de salud que proporcionan atención sanitaria a madres y niños: vacunación, tratamiento contra enfermedades infantiles comunes, salud reproductiva y tratamiento contra la desnutrición. UNICEF también apoya tres clínicas móviles para los niños que están en zonas de difícil acceso.

El Día Mundial de la Asistencia Humanitaria se celebra el 19 de agosto para rendir tributo a los trabajadores como el doctor Khaled, que arriesgan sus vidas llevando ayuda humanitaria a otros, así como para apoyar y recordar a las personas afectadas por crisis en todo el mundo.

Un nuevo peligro para los niños sirios: los explosivos sin detonar

Por Rasha, UNICEF en Siria

Amin, de 10 años, estaba jugando con su primo cuando encontró una bomba sin explotar. Un peligroso resto del conflicto en Siria, que cumple seis años.

“Estaba muy contento y se la quería enseñar a mis amigos”, cuenta. “Agarré la bomba y explotó inmediatamente. Me entró metralla en el pecho, quemaba como el fuego. Me llevaron rápidamente al hospital en Alepo, donde estuve un mes”, añade.

El trayecto desde la ciudad de Amin hasta el hospital más cercano en Alepo lleva casi una hora. Afortunadamente, Amin pudo salvar su vida.

Amin explica a su hermano pequeño cómo detectar artefactos sin detonar, con un folleto de UNICEF/ ©UNICEF/Syria/2017/Al-Issa

En Assan, la ciudad de Amin, hay combates intensos desde el mes de julio. Ahora que parece que están disminuyendo, muchas familias están volviendo a casa. Pero la presencia de restos de explosivos de guerra supone un riesgo muy grave para los niños sirios.

Los aliados de UNICEF informaron de que seis niños habían resultado heridos por minas en Assan, como Amin. En diciembre murieron en el este de Alepo seis niños mientras jugaban con artefactos explosivos sin detonar. UNICEF está proporcionando a los niños y sus familias formación urgente sobre el riesgo de las minas, a medida que vuelven a zonas potencialmente peligrosas.

Los aliados y voluntarios, con apoyo de UNICEF, van puerta por puerta para dar a niños, adolescentes y padres información vital sobre el riesgo de los restos explosivos de la guerra. Desde noviembre, más de 80.000 personas han recibido esta información mediante visitas a sus casas y sesiones de sensibilización. El objetivo es ayudarles a detectar fácilmente objetos peligrosos, como las minas.

“Nuestra prioridad es llegar a los niños, porque son muy curiosos, quieren explorar todo lo que les rodea, y eso les pone en un gran riesgo”, explica Mohammad, uno de los voluntarios que participa en la campaña educativa. “Lo que hacemos es muy fundamental. Incluso aunque solo salváramos una vida. Poder proteger a miles de niños es muy importante”.

De vuelta a Assan, Amin acude a sesiones formativas sobre artefactos sin detonar. “A partir de ahora, si alguna vez veo objetos así me alejaré. Se lo diré a un adulto y él sabrá qué hacer”, asegura.

Se cumplen seis años del conflicto en Siria y los niños siguen sufriendo las consecuencias más que nadie. En 2016, el peor año de la guerra para ellos, 652 niños fueron asesinados y 850 fueron reclutados. Pero además casi 3 millones viven como refugiados en otros países, 2,3 millones no van a la escuela, y solo la mitad de los hospitales están operativos. En total, más de 8 millones de niños sirios necesitan ayuda humanitaria urgente. Los niños sirios no se rinden, y nosotros tampoco debemos hacerlo.

Crisis de Siria: un muro de esperanza protege a una escuela de los francotiradores

Por Basma Ourfali, UNICEF Siria.

En una de las ciudades más peligrosas del mundo, los niños de Siria que viven en Alepo están decididos a continuar con su educación pese a los riesgos que les rodean. El vecindario conocido como 1070, en oeste de Alepo, es el hogar de miles de familias desplazadas a causa del largo conflicto que se vive en Siria. Las escuelas se esfuerzan por acomodar a los niños desplazados.

La escuela local de niñas es la única de enseñanza media en el vecindario, y la mayoría de alumnos proceden de familias desplazadas. UNICEF ha instalado aulas prefabricadas para aumentar el espacio y proporcionar un entorno de aprendizaje mejor para los 670 estudiantes.

La representante de UNICEF en Siria, Hanaa Singer, visitó la escuela en febrero y estuvo con los profesores y alumnos. Ahlam, de 16 años, habló con Singer del miedo que tienen a los francotiradores de los edificios cercanos. “No podemos estar fuera de las aulas. El patio está expuesto a los francotiradores. Pasamos todos los recreos dentro”.

UNICEF reaccionó rápidamente y trabajó con la escuela para construir un muro protector de acero que impida la visión desde los edificios próximos.

Crisis de Siria: un muro de esperanza protege a una escuela de los francotiradores

Las alumnas pintaron el muro levantado para proteger a la escuela de los francotiradores/ ©UNICEF

“Escuchaba a las niñas hablarme del francotirador cercano y no me lo podía creer”, dice Hanaa Singer. “Me sentí muy inspirada por ellas y su pasión por la educación. A pesar de ese peligro amenazador diario, a pesar de todas las dificultades que han afrontado con sus familias al verse desplazadas por la guerra, no dejan de perseguir su sueño de tener una educación. Una vez más me sentí abrumada por la resistencia de los niños de Siria”.

Los alumnos pudieron moverse libremente por el patio de la escuela cuando se levantó la pared. Al ver que era marrón, Ahlam tuvo una idea. “¿Por qué no la pintamos? Así parece muy aburrida”. Así que con una amiga hizo unos diseños y empezaron a trabajar.

“Estuve pintando todo el día, pero no me cansé nada. Cambió la escuela”, dice entre risas.

UNICEF apoya la educación de los niños de Siria de varias maneras. En 2015 ayudó a rehabilitar 327 colegios, y proporcionó aulas prefabricadas para 20.000 niños, especialmente para integrar a los niños desplazados en las escuelas de las comunidades de acogida. Con “Curriculum B” (una versión condensada de los libros de texto para acelerar el aprendizaje), UNICEF ayuda a los alumnos a recuperar su nivel, que pierden cuando huyen de la violencia o sus escuelas se ven obligadas a cerrar. Y los programas de auto aprendizaje ayudan a los 2 millones de niños que están fuera de la escuela a seguir aprendiendo y preparando sus exámenes en casa o en su comunidad, cuando no pueden ir al colegio debido al conflicto.

Los ataques contra estudiantes y escuelas deben parar. Por ahora, este muro es un pequeño paso para que la escuela sea más segura para 670 niñas. Las escuelas deben ser un lugar seguro para los niños, un lugar seguro en el que aprender”, afirma Singer.

Mis amigas y yo sabemos que si no vamos al colegio no tendremos un futuro”, le aseguró Ahlam a Hanaa Singer.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

Por Soha Boustani, UNICEF Líbano

Cuando entré en el barrio de refugiados de Ghazieh, en el sur de Líbano, me quedé impactada por las condiciones de vida: mujeres, hombres, ancianos, niños, bebés… Todos hacinados en pequeñas habitaciones por las que pagan un alquiler de 270 euros al mes. Su situación es horrible. No tienen baños ni cocinas.

Estaba en una de los muchos lugares de Líbano donde las familias sirias se refugian en edificios vacíos, garajes y otras estructuras aún en construcción. Me encontraba allí para hablar con los niños sirios sobre su día a día como refugiados. Una niña llamó mi atención pero, según me acerqué a ella, corrió hacia las habitaciones de sus vecinos. Unos minutos más tarde volvió y me miró fijamente, pero no quería hablar, así que empecé a conversar con otras mujeres que estaban por allí.

Una hora más tarde, la niña, que respondía al nombre de Yasmeen, se acercó y me dijo que quería contarme su historia. «Llegué hace tres años con mi hermano pequeño y con mi tío. Mis padres se quedaron en Siria para cuidar del resto de mis hermanos. Ahora tengo 14 años y mi hermano tiene 12. ¿Te lo puedes creer? Solo tenía 11 años y él 9 cuando la vida nos puso en el camino del exilio«.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

© UNICEF

Yasmeen aceleraba sus palabras a medida que hablaba. «Cuando iba al colegio en Siria era de las mejores estudiantes. Me fui del colegio y hui con mi hermano sin saber nada de este mundo. ¿Sabes lo que siente una niña cuando no está con sus padres? ¿Sabes cómo se siente cuando tiene que trabajar y arreglárselas sola con 12 años?», me decía.

Mientras hablaba, pensaba en los miles de menores no acompañados que han huido de Siria a otros países en la región. También pensaba en mí cuando tenía su edad. Yasmeen insistía en que la escuchase mientras me contaba su día a día.

«Me levanto a las 4 de la mañana y trabajo 10 horas por 5 euros. Cuando vuelvo, hago las tareas de casa, cocino hasta el atardecer y me voy a dormir. Mira cómo están mis manos de todo el trabajo; duras como piedras. Me duele la espalda«.

Niños de Siria: trabajar para sobrevivir

© UNICEF

«Llevo aquí tres años, pero parece una eternidad. Cada día es igual. No pasa nada nuevo. Tienes que trabajar, tienes que sobrevivir y tienes que pagar el alquiler. ¿Es esta una vida que merezca la pena?».

Le pregunto que de qué tiene miedo. «De la vida, del mundo«, me dice.

«Por la noche, pienso en mi familia y me preocupo por si mueren en Siria. Estoy muy preocupada por ellos. Me da miedo que nos pase algo a mí o a mi hermano. Me siento como si tuviese 20 años. No puedo soportar tantas preocupaciones. Todavía soy muy joven«.