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Una segunda oportunidad en medio de la violencia urbana

Camilo* es un joven de 30 años que vive en un barrio de la ciudad del pacífico colombiano de Buenaventura donde la violencia urbana existe hace mucho tiempo

Camilo participó en una banda urbana, ahora aprende a sobrevivir con una discapacidad. Fotografía: Erika Sánchez/MSF

Por Brillith Martínez Herrera, psicóloga de Médicos Sin Fronteras (MSF).

Camilo* es un joven de 30 años que vive en un barrio de la ciudad del pacífico colombiano de Buenaventura donde la violencia urbana pedura desde hace tiempo. Cuando hace dos meses llegó a la consulta psicológica que tiene MSF en esta ciudad portuaria por primera vez, su rostro reflejaba una profunda tristeza. Se presentó como una persona tranquila y de pocas palabras y así empezó a relatar su historia: “Hace 10 años mi vida era normal, me gustaba la pintura y la música. Pero el conflicto se hacía cada vez más intenso en el barrio y para muchos jóvenes como yo la única forma de seguir con vida y proteger a la familia era entrar a formar parte de un grupo armado ilegal. Pertenecí a uno de los más fuertes del barrio y llegué a convertirme en uno de los hombres más respetados. Hasta que en una pelea con miembros de otra banda recibí el golpe”. Camilo hace referencia a una pelea entre bandas que acabó con la vida de varios de sus amigos y por poco con la suya también, ya que recibió una grave herida en la cabeza con un arma blanca. Esta le ocasionó un trauma craneoencefálico y lo dejó inconsciente durante algunos días y produjo pérdida de la memoria durante meses. Este impacto le dejó graves secuelas en forma de parálisis en el lado derecho de su cuerpo y le obligó a vivir con una discapacidad.

“Me sentía triste, sin ánimo para pintar o escuchar música, permanecía solo, encerrado, y sin querer vivir. Fue entonces cuando conocí a MSF, los escuché en una actividad que hicieron en el barrio”, cuenta Camilo. En estos dos meses de terapia, Camilo ya ha recibido atención interdisciplinar del psicólogo, médico y trabajador social, donde ha encontrado un lugar para expresarse, reflexionar sobre su vida en medio del conflicto urbano, y manifestar cómo se siente actualmente. “Desde el golpe mi vida cambió. Ahora estoy aprendiendo a sobrevivir con una discapacidad”.

Camilo ha podido sobreponerse a situaciones dolorosas y siente que puede salir adelante a pesar de la adversidad. Está retomando la música y la pintura, se plantea un proyecto de vida a nivel personal y profesional. Su autoestima ha mejorado, además de estar fortaleciendo su capacidad física a través de terapias en casa asesoradas por una médico de MSF y sus relaciones familiares y sociales se están restableciendo paulatinamente. En estos dos meses ha dado un nuevo significado a la experiencia traumática: “Ahora siento que es una segunda oportunidad”. Camilo considera que su historia de vida y supervivencia puede ayudar a jóvenes discapacitados como él que atraviesan experiencias difíciles por causa del conflicto armado.

MSF trabaja en Colombia desde 1985. Actualmente tiene proyectos en los departamentos de Valle de Cauca, Cauca y Nariño. En Buenaventura, los equipos de MSF ofrecen atención médica integral a los sobrevivientes de violencia sexual y también servicios clínicos de Salud Mental a las víctimas de la violencia de manera presencial a través de un consultorio y de una línea telefónica gratuita que funciona las 24 horas del día.

*El nombre es ficticio para mantener la confidencialidad del paciente.

“Nos fuimos sin nada, regresamos sin nada”

Por Néstor Rubiano, referente de Médicos Sin Fronteras de salud mental en Colombia

Independientemente de la edad, del género y del estado civil, la situación se repite. Todos dejaron historias, bienes materiales y seres queridos. Como la Flaca, que le tocó venirse sola a Colombia porque no dejaron pasar a sus familiares que nacieron en Venezuela. “Allá están con su papá. Mire, yo trato de estar ocupada en este albergue, de hacer algo porque si no me enloquezco de tanto pensar en mis hijos”.

Miles de personas han llegado a las ciudades fronterizas. Unas 3.000 se han instalado en una veintena de refugios temporales. Foto MSF.

Miles de personas han llegado a las ciudades fronterizas. Unas 3.000 se han instalado en una veintena de refugios temporales. Foto MSF.

La Flaca se fue de Colombia en el año 2000 huyendo de la violencia cuando un grupo armado entró el municipio de la Gabarra, en el departamento del Norte de Santander. “Usted no se imagina cómo fue de horrible ese tiempo, la primera vez que esos manes [hombres] entraron a la Gabarra, los actos que hicieron fueron horribles. De ahí con mi mamá nos vinimos para Cúcuta (ciudad fronteriza con Venezuela) y de allí fuimos volteando por todos lados hasta que decidimos irnos para Venezuela. Y mire los que nos pasa, nos toca regresar sin nada, como nos fuimos”.

Conozco a la Flaca en una de las consultas que Médicos sin Fronteras (MSF) ha puesto en marcha en varios puntos de la ciudad de Cúcuta donde el comentario de la mayoría de las personas, incluso fuera de la consulta, se repite: “Nos fuimos sin nada y regresamos sin nada”.

Me llama la atención como algunas personas tienen la energía de pensar en un futuro, de volverse a levantar, de volver a construir, a pesar de la situación que viven y de lo que perdieron. Una paciente que conocimos en el albergue La Venezolana me comentaba: “Claro que será duro, allá teníamos nuestra vida, pero estoy segura que nos vamos a levantar. Mi marido, que es venezolano y se vino conmigo, y yo ya tenemos un plan. Queremos poner un negocio de comida. Lo primero es organizar sus documentos, que tenga una cédula colombiana porque así puede trabajar.”

Al escuchar a esta paciente durante la consulta me surge la pregunta: ¿Adecuados mecanismos de protección?, ¿resiliencia? ¿primera etapa de duelo?, o sea, ¿negación? O, simplemente, ¿el desarraigo y las perdidas han sido tantas en la vida, que el perder es parte de su vida y simplemente queda la resignación? Asumo que el tiempo definirá cómo esta persona resuelva psíquicamente está nueva perdida, pero también está claro que la resolución dependerá de las oportunidades que se le presenten aquí en Colombia.

Médicos Sin Fronteras (MSF) ofrece atención primaria y apoyo psicológico a los colombianos que han sido deportados o han regresado en las últimas semanas desde Venezuela. Foto MSF.

Médicos Sin Fronteras (MSF) ofrece atención primaria y apoyo psicológico a los colombianos que han sido deportados o han regresado en las últimas semanas desde Venezuela. Foto MSF.

Mientras ese tiempo llega, desde MSF estamos brindando atención primaria y salud mental al colectivo de personas deportadas o retornados desde Venezuela ubicados en diferentes puntos en Cúcuta y en Villa del Rosario desde el pasado 1 de septiembre. Hasta el momento, nuestros equipos han realizado 33 consultas médicas y 87 consultas de salud mental en los diferentes albergues temporales y hoteles donde son alojados. Además, llevamos a cabo múltiples de psicoeducación y acciones de formación dirigidas a las psicólogas del sistema local de salud.

Imágenes de Colombia

Por Carmen de Nova (Colombia, Médicos Sin Fronteras)*

Llegué a Colombia con millones de imágenes en mi cabeza, de esas imágenes prefabricadas que compramos a menudo en los estantes de los periódicos, en las vitrinas de las noticias, que yo compré también en las líneas perfectamente narradas de “Cien años de soledad”, imaginando que iba hacia un Macondo mágico y lejano.

Muchas de esas imágenes se mezclaban entre cafetales, bananeros, acentos caribeños y pequeñas y grandes ciudades de un país que, hace mucho ya, dejó atrás un pasado colonial para crear su propia identidad y que, lejos de esas etapas que muchos siguen llamando “subdesarrollo”, se alza emergente desde el otro lado del charco.

Por eso, por muchas imágenes que se almacenaran en mi cabeza, no lograba crear aquella que sería mi escenario durante los siguientes meses, porque me iba, de nuevo, como parte del equipo de Médicos Sin Fronteras, a apoyar a poblaciones olvidadas, míseras, con necesidades que van mucho más allá de las mías, de las nuestras. No lograba encontrar esa imagen entre las muchas que se agolpaban en mi cabeza, la de la Colombia pobre y sin salud, la Colombia marginada, sin aliento, o al menos la de una Colombia semejante a los lugares comunes de MSF.

Pero desde que aterricé, mochila en mano, en las caóticas calles de Bogotá, con el mareo de las alturas que me acompañó durante mi estancia en la ciudad del museo de Botero, hasta que, poco después, dejé la mochila en un rincón escondido de la selva pacífica colombiana, cambiando el mareo por sudor y a Botero por bachata, se me han llenado los ojos y el corazón de lugares comunes.

Puerto Saija, en el departamento de Cauca, es un poblado que nace en la ribera del río Saija, uno de los cuatro grandes ríos que atraviesan la pantanosa y fácilmente inundable costa pacífica colombiana, un entresijo de ríos y afluentes que dibujan un auténtico laberinto de corrientes. Un laberinto salpicado de miles de poblados que aparecen tímidamente de entre los árboles, donde poblaciones indígenas y afrocolombianas viven a espaldas del mundo, como si la gran cordillera montañosa que separa esta zona del resto del país realmente evitara que el mundo los viese, los oyese, como si el eco de estas montañas se tragase sus gargantas.

Otro lugar olvidado. Otro lugar oculto de la mirada internacional. Otro lugar donde los niños lucen pies descalzos y miradas limpias, donde las madres indígenas lavan la ropa en la orilla del río entre ocho o nueve chiquillos con hambre, donde los pobres son muy pobres y no hay ricos, donde la ignorancia es el sustento de unos pocos, y donde además, hay un conflicto que lleva alimentando los miedos durante cincuenta años. Sí, un conflicto que ya se ha cobrado lo impagable.

Desde que llegué a la selva pacífica colombiana, el conflicto ha estado en boca de todos. La gente lo habla, se oye, se sabe, pero al principio no se palpa. Un conflicto que anda sutilmente bajo la conciencia de todos, todos los días y a todas horas, y que, también sutilmente le va dando la cara a uno, poco a poco, cuando ya te has habituado a que sea solo un concepto abstracto, sin forma.

Me esperan todavía algunos meses aquí, en este poblado que parece solo y perdido. Entre esta gente que esconde las pequeñas alegrías y los grandes dramas de una población que vive otra de esas realidades que no se entienden. Quizás una realidad impregnada del realismo mágico de García Márquez, quizás una realidad absurda como tantas otras. Vamos a descubrirla.

* Carmen de Nova es matrona en el proyecto de MSF en Cauca.

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Foto superior: Vista aérea del río Saija. © Carmen de Nova.

Foto inferior: Puerto Saija. © Carmen de Nova.

Nutriéndonos de los frutos de nuestra tierra

Luz Amparo Atehortúa Correa, Ayuda en Acción Colombia

Leidi Yohana estudia en la escuela Cinco Días del municipio de Timbio en el Cauca, una de nuestra áreas de desarrollo y su proyecto “Trabajando y mejorando por nuestros hijos” apoyado por Ayuda en Acción.

 

Leidi nos cuenta cómo en el año han estado trabajando en la huerta escolar y asegura: “Nuestros padres nos ayudaron a limpiar un pedazo de tierra que nos asignaron en el colegio; ellos limpiaron y nos ayudaron a hacer las eras utilizando costalillas y guaduas, porque el terreno era inclinado y para que no se derrumbara. Nosotros los niños y niñas abonamos y sembramos las semillas que nos regaló Corpotunia, socio de Ayuda en Acción.  La profesora nos repartió las eras de tres en tres, a mí me tocó con Víctor y Camilo y sembramos alverja, otros niños sembraron zanahoria, cilantro, acelga, lechuga y espinaca. Sembramos las semillas y las vimos crecer».  

Los jueves, en el horario de ciencias naturales, Leidi  y sus compañeros/as de 4ºA van a trabajar en la huerta y la desyerban, aporcan, quitan las hojas secas y nos dice ella que su profesora les recuerda que a las plantas se les debe querer y cuidar mucho porque nos dan sus frutos. Cuando hace mucho sol riegan las plantas y cuando recogen los frutos lo hacen con mucho cuidado. Algunos de los productos que cosechan los venden y el dinero que reciben de estas ventas lo guardan para comprar semillas y volver a sembrar. La espinaca la llevaron al restaurante de la escuela y Leidi les dio cilantro a sus compañeros para que llevaran a sus casas. Con la espinaca y la acelga hicieron arroz verde, albóndigas de espinacas que las cosecharon de la era de otros compañeros.

 

Después de esta cosecha sembraron remolacha y rábano y dice Leidi, que todos/as se ponen contentos cuando van a trabajar en la huerta. En el proyecto de las huerta escolar todos/as los alumnos/as y los/as profesores/as aportan. En la clase de educación artística, hicieron los letreros, en las clase de español, hacen resúmenes sobre la huerta y,en las horas de ingles, están aprendiendo los nombres de las hortalizas en ingles y la profesora de preescolar escribió un letrero que dice “SEMILLAS DURMIENDO”.

Leidi nos comparte su alegría al ver la foto de su era de alverjas que ya está florecida y que están esperando cosecharla para hacer arroz con pollo en el restaurante escolar.

Gracias al testimonio de Leidi podemos ver resultados del trabajo que está realizando Ayuda en Acción en Cauca y su socio Corpotunia en las 35 comunidades donde se realiza el proyecto y la manera en que se han involucrado padres, madres, profesoras/es y niños/as. Les comparto otra frase de Leidi. “Nosotros somos niños campesinos por eso nos gusta el campo y en nuestras casas tenemos pequeñas huertas”.

Y por su testimonio podemos ver que estos niño/as si se están Nutriendo de los frutos de sus  tierra y de sus manos.

El páramo de Santurbán está en peligro

Amparo Atahortua, Ayuda en Acción Colombia

El Páramo de Santurbán es un sistema ecológico ubicado en los Departamentos de Santander y Norte de Santander (Colombia), de vital importancia por su capacidad para retener agua en el suelo y controlar su flujo a través de las cuencas hidrográficas. En él se encuentran 85 lagunas y los nacimientos de los ríos que abastecen de agua al Área Metropolitana de Bucaramanga y 20 municipios más: en total 3 millones de personas se abastecen de agua gracias a este ecosistema. El Proyecto de minería a cielo abierto que se pretende realizar en el Páramo de Santurban acabaría con él y con el agua para las personas.

En un proyecto minero, se utilizan toneladas de explosivos que generan deslizamientos de tierra; toneladas de cianuro que luego van a las fuentes de agua y generan lluvía ácida

SI LA EXPLOTACIÓN MINERA SE REALIZA, ASÍ QUEDARÍA EL PÁRAMO:

Uno de los objetivos del proyecto que desarrollamos con Ayuda en Acción es la defensa y protección del agua, por tal motivo, las asociaciones campesinas del AD Bucaramanga participan activamente en la campaña “Salvemos el Agua, Salvemos la vida”. En el marco de esta campaña se han realizado charlas sobre la importancia de proteger las fuentes de agua y los impactos negativos de la minería.

El 18 de septiembre, en el Festival del Oriente Colombiano, participamos con una carroza que recreaba el escenario del Páramo y la mina de explotación de oro a cielo abierto, para informar a todas las personas sobre el peligro y la necesidad de defender el Páramo.

Desde los municipios de Lebrija, Matanza y Rionegro, delegaciones de todas las asociaciones de mujeres y productores que mantienen un vínculo solidario con Corambiente y Ayuda en acción, llegaron a la cita para manifestar su preocupación por la defensa de las fuentes de agua que proveen a sus comunidades y exigir a las autoridades que no permitan la explotación minera.

La señora Emperatriz Román, líder de la Asociación de Mujeres Campesinas de Lebrija, expresa: “Somos productoras de alimento y si nos quitan el agua, nos arrancan el corazón”.

Niños y niñas habitantes del área metropolitana de Bucaramanga fueron protagonistas en la carroza, personificando el trabajo en la explotación minera y el trabajo en la producción de alimentos, para dar vida a los dos escenarios y evidenciar los cambios culturales y ambientales que se podrían sufrir de darse la explotación, contando con su alegría y espontaneidad se unieron en esta idea de defender el páramo como patrimonio para su generación y las futuras.

La Carroza Salvemos el agua, Salvemos la vida, es otro esfuerzo más que el Área de desarrollo, junto con Ayuda en Acción, realiza en el camino por la sostenibilidad de los procesos comunitarios: sin ecosistemas sanos es imposible tener agua apta para el consumo humano, sin agua es imposible producir alimentos para la población, sin alimento el tejido social se rompe; por esta razón es primordial el esfuerzo de cada amigo(a) solidario(a) y estas organizaciones por salvar el agua, salvar la vida.

Yo puedo liderar

Andrea Gómez, Ayuda en Acción Colombia

Una de las cosas que les queremos seguir contando de nuestras áreas de desarrollo (ADs) en Colombia es lo que realiza la fundación Pies Descalzos con los Centros de Interés en Cazucá.

Es de resaltar que esta zona presenta muchas dificultades relacionadas con la violencia y la falta de  oportunidades  para que los niños, niñas y jóvenes puedan hacer un uso adecuado de su tiempo libre.

Queriendo contribuir a generar mejores condiciones de vida, nacen los Centros de Interés como una estrategia para que niñez y juventud  puedan hacer un uso positivo de su tiempo en los espacios  extraclase, además de aportar a la mejora de la comunicación y la relación entre los niños y niñas apadrinados.

A esta iniciativa se han sumado los padres y madres ofreciendo sus casas para que funcionen allí los Centros de Interés: así podemos comprobar el compromiso que tiene las familias  con el bienestar de sus hijos e hijas y con la comunidad en su conjunto.

Los responsables de las actividades, llamados talleristas,  son niños y niñas estudiantes de sexto a noveno grados, de la “Institución Educativa Gabriel García Márquez” y la escuela “Manuela Beltrán”. Ellos a su vez están liderados por becarios , estudiantes de carreras técnicas o universitarias.

En los centros los principales protagonistas son los niños, niñas y sus familias, que los apoyan en su proyección hacia la comunidad. Allí pueden hacer consultas para terminar los deberes,  jugar, participar en talleres en las áreas básicas de conocimiento  o en áreas artísticas.

Además se logra la interiorización de la filosofía del Vínculos Solidario y se trabajan los Derechos  de los niños y niñas a partir de la exigencia del respeto y del no maltrato, lo que se espera que se proyecte hacia la familia y la comunidad.

 María del Pilar nos cuenta su experiencia.

“Estoy vinculada al centro de interés ‘Mariposas Amarillas’ porque me gusta mucho enseñar y aprender. Este Centro de Interés es un espacio abierto donde los niños y las niñas del barrio ‘Carlos Pizarro’ y ‘Minuto de Dios’ juegan, se divierten y sobre todo aprenden” asegura.

“Nuestra experiencia como coordinadores y coordinadoras de este centro ha sido satisfactoria ya que hemos aprendido a enseñar lo que sabemos, a tolerar a las demás personas. En mi caso personal, había tenido inconvenientes con algunos niños y niñas de mi barrio y a través del trabajo en equipo en el Centro de Interés y la participación de ellos y ellas en el mismo, estos problemas se superaron y ahora somos muy buenos amigos y nos queremos” añade.

María del Pilar afirma que ha aprendido a respetar opiniones ajenas. “Hemos proyectado, todos los y las coordinadoras, con nuestra manera de ser, lo que queremos que los niños y niñas aprendan. Y me refiero a los valores y el respeto a los demás y uno mismo”.

“A los niños y las niñas que asisten al Centro de Interés se les pide no agredirse como una forma de respeto al otro y otra y como una manera de hacerse valer”.

A ella esta experiencia le ha servido para fortalecer su capacidad de liderazgo, sus relaciones con la gente de su comunidad y su capacidad de compartir con los demás sus conocimientos. “Nos consideramos líderes y educadores ya que enseñamos lo que somos y tenemos. El Centro de interés no es una biblioteca ni un parque: es una mezcla de las dos” señala.

Recreando Sueños

Andrea Gómez y Amparo Atehortúa, AeA Colombia, con el apoyo de Juan Alejandro Morales, de CORPOTUNÍA.

Desde la oficina  de Ayuda en Acción en Colombia hemos empezado la comunicación con ustedes  y tendremos la oportunidad de encontrarnos muchas veces pues nuestras áreas de desarrollo nos están brindando constantemente muy buenas noticias, somos  Amparo Atehortúa y Andrea Gómez responsables de Vínculos Solidaros de la Organización.

Queremos contarles algo de lo que han logrado nuestros amigos de CORPOTUNIA en su proyecto “Trabajando y mejorando para nuestros hijos”, que impulsan en el Departamento del Cauca (Colombia), con apoyo de Ayuda en Acción.

Danza de San Juanito, niños de la escuela Santateresita Tunia, en Piendamo. Foto: Juan Alejandro Morales

Danza de San Juanito, niños de la escuela Santateresita Tunia, en Piendamo. Foto: Juan Alejandro Morales

Han diseñado un programa llamado Recreando Sueños, donde los niños las niñas y los jóvenes de comunidades del Cauca pueden, a través de la danza y el canto, compartir valores donde la solidaridad, el respeto, la dignidad y la interculturalidad aparecen como solución a algunos de los problemas originados por prejuicios sociales que afectan sus costumbres ancestrales, prejuicios derivados de la infiltración de culturas extrañas que afectan su autoestima y la relación de sus comunidades con el resto de la sociedad, pues las personas que se benefician de este accionar son en su mayoría población indígena de las etnias Nasa y Guambiana.

Baile de los niños de la escuela 20 de Julio, del municipio de Caldono. Foto: Juan Alejandro Morales

Baile de los niños de la escuela 20 de Julio, del municipio de Caldono. Foto: Juan Alejandro Morales

Cada pueblo ha desarrollado una serie de manifestaciones propias, a las que llamamos cultura, pero tristemente nos damos cuenta que mantener la identidad cultural, que es el conjunto de valores, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento, resulta más difícil de conservar pues los medios de comunicación, la vulnerabilidad por la cercanía a las ciudades, el consumismo desenfrenado, entre otros aspectos, han llevado a una pérdida de la identidad, fenómeno que se ve reflejado en la inclusión de nuevas costumbres que en muchos casos generan incertidumbre, malos hábitos y hasta violencia.

Baile de los niños de la escuela de Cerro Alto, en Caldono. Foto: Juan Alejandro Morales

Baile de los niños de la escuela de Cerro Alto, en Caldono. Foto: Juan Alejandro Morales

Con el proyecto Recreando Sueños, niños niñas y jóvenes aprenden (aquí poner lo que aprenden; por ejemplo: danzas y cantos tradicionales de sus comunidades) y más tarde se reúnen para mostrarlos a grupos de otras comunidades de la región y a los visitantes que llegan al sitio donde se reúnen. Maravillados se ven estos niños, niñas y jóvenes cuando, en el marco de Feria Agroindustrial y Artesanal de Tunía, presentan sus habilidades. Asisten niños y niñas del municipio de Caldono, de las “veredas” (pequeñas comunidades) “20 de julio”, Las Mercedes, Miravalle y Cerro Alto, e intercambian con niños y niñas de los resguardos guambianos de La María – Piendamó y de Silvia. Al igual que niños y niñas de la comunidad de Cinco Días, del municipio de Timbío. En esta Feria dan a conocer sus aptitudes, que en muchos casos apenas están despertando. Este encuentro es de gran importancia para la formación integral que el Recreando Sueños les ofrece, donde pueden desarrollar acciones encaminadas al mejoramiento en la calidad de vida que contribuyen de manera directa en los pequeños y pequeñas, y una manera en que se consigue esto es involucrándolos actividades de este tipo, esto permite cambios en su vida y, sobre todo, soñar que cada día se puede construir un mundo mejor.

Traje típico de la zona de Caldono. Foto: Juan Alejandro Morales

Traje típico de la zona de Caldono. Foto: Juan Alejandro Morales

Estamos convencidos que en esta región, donde se goza de una gran diversidad étnica y cultural, se pueden ejecutar acciones que permitan el desarrollo de potencialidades intelectuales, éticas y artísticas que lleven a una mejor condición humana en busca de una sociedad más justa, creada para la paz y la libertad, donde niños, niñas y jóvenes conserven todos aquellos conocimientos y tradiciones de sus ancestros, donde se construyan ideales, saberes y valores, donde vivan con dignidad y respeto.

Haití en el corazón de Colombia

Por Javier Fernández Espada (Colombia, MSF)

Llevo muchos días sin escribir en el blog, al punto que ya no sé si esto que estoy haciendo es un blog o un informe mensual. Unas veces ha sido por falta de inspiración, otras por falta de tiempo, y el caso es que hoy que estoy a punto de salir para Haití acuden a mí las musas, que no el tiempo, y a horas intempestivas me dedico a escribir estas líneas.

La Colombia que yo conozco se queda dormida durante las Navidades, el Diciembre que se dice por aquí; el país se paraliza y durante un par o tres de semanas se entra en un estado similar a una hibernación donde los impulsos vitales se reducen a la mínima expresión y el país entra en fase de aletargamiento, pero esta vez el despertar del sueño ha sido dramático. A no muchas millas al norte, en medio del Caribe un terremoto ha devastado el país más pobre de esta parte del mundo y uno de los más necesitados del planeta.

No puedo hablar de Haití porque no lo conozco todavía, pero puedo hablar de cómo los colombianos han sufrido este desastre. ¿Anonadados? ¿Estupefactos? ¿Aterrorizados? Probablemente no exista el adjetivo, y si existe yo no lo conozco, pero son increíbles las muestras de afecto y de solidaridad que he vivido en la última semana, gente llamando a las puertas de Médicos Sin Fronteras ofreciéndonos comida o dinero para que lo llevemos a Haití; médicos, psicólogos, enfermeros brindándose voluntarios para ir a Puerto Príncipe a apoyar a este pueblo caribeño; empresas privadas colaborando hasta límites insospechados…

Pero lo que más me ha puesto los pelos de punta no han sido estas señales de indiscutible solidaridad ni tampoco las acciones de instituciones oficiales en apoyo de Haití. Lo que me ha erizado la piel han sido los humildes, los más parias del país, que sin recursos para sobrevivir ellos mismos, se hacen cruces y claman al cielo un poco de paz y de tranquilidad para sus hermanos haitianos. Sí, “hermanos”. Así me los han definido muchas veces, una gente de color e idioma diferente pero que, por el simple hecho de habitar el mismo continente o el mismo planeta, son para ellos sus hermanos.

Me resulta conmovedor ver a gente tan terriblemente pobre compungirse de esta manera por el desastre haitiano, colombianos que han sufrido guerras, desplazamientos, masacres, confinamientos… personas que saben lo que es el dolor, la desesperación, lo irreversible.

Existe una tendencia general a pensar que las clases acomodadas sufren más con las desgracias ajenas porque no están acostumbrados al dolor. No estoy en absoluto de acuerdo.

Quienes sufren con el dolor son aquellos que lo han vivido en sus carnes, que han perdido a sus seres queridos y no los han visto nunca más regresar, los que vieron cómo les abandonaban sus amigos porque no había ese médico que les ayudara a quedarse, los que trabajaban de sol a sol por un puñado de arroz o para pagar unos antibióticos, los que no han tenido una segunda oportunidad. Aquellos que, como decía el poeta, “valen menos que la bala que los mata”.

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Foto superior: El hospital Trinité de MSF en Puerto Príncipe resultó gravemente dañado por el terremoto y tuvo que ser evacuado (con © Julie Rémy).

Foto inferior: Paciente ingresado en el hospital Trinité de MSF en Puerto Príncipe, Haití (© Julie Rémy)

Y bienvenidos al terreno

Por: Médicos Sin Fronteras

A menudo decimos en Médicos Sin Fronteras que, aunque no podamos asegurar que las palabras salven vidas, sí sabemos que el silencio mata. Año tras año, decenas de conflictos siguen enquistados y las enfermedades olvidadas campan por sus respetos, perpetuando entre todos el sufrimiento de millones de personas: son los invisibles de las agendas políticas, los ignorados por la investigación y desarrollo farmacéutica, los ausentes de los titulares de prensa.

Desde este blog, y con este afán de contar lo que vemos, pretendemos acercaros un poco a algunas de las emergencias en las que MSF interviene en estos momentos: Darfur (Sudán), República Democrática del Congo, Uganda, Colombia y Bolivia. Desde Darfur, Óscar Sánchez-Rey expondrá a través de sus fotografías la situación en que viven los desplazados del campo de Shangil Tobaya; Pavithra Natarajan, primera misión con MSF, relatará las consecuencias que más de quince años de conflicto tienen en los habitantes de Kivu Norte, en RDC; y en Karamoja, en el norte de Uganda, Sebastián Retamal acercará la realidad de una población víctima de la violencia y amenazada por la desnutrición.

Asimismo, Javier Fernández Espada informará sobre el impacto del conflicto y la violencia en las poblaciones de zonas rurales y áreas urbanas marginales de Colombia, mientras que los desafíos de la lucha contra la enfermedad de Chagas en Bolivia llegarán de la mano del blog “itinerante” de Mary Vonckx. Sus testimonios de terreno se completarán con los posts que desde la sede de MSF compartirán dos responsables de Operaciones, Teresa Sancristóval y Alfonso Verdú.

Ellos siete son una pequeña muestra de los más de 25.000 trabajadores humanitarios con que la organización cuenta actualmente en 65 países de todo el mundo, prestando asistencia a víctimas de conflictos armados, violencia y desplazamiento; pandemias, epidemias y enfermedades olvidadas; catástrofes naturales; y exclusión del sistema sanitario. Y las historias que narrarán, sólo unas pocas frente a las muchas que nunca saldrán a la luz.

Así que sólo nos queda ya animaros a seguir este blog sobre crisis olvidadas, y desearos buena lectura.