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Niños en emergencias: la importancia de la ayuda humanitaria

Belén Ruiz-Ocaña, UNICEF Comité Español

Chubat, 12 años, Sudán del Sur. Su escuela fue quemada en un combate.

Fati*, 15 años, Nigeria. Pasó cuatro meses secuestrada por Boko Haram.

Abdulghani, 9 años, y Hassan, 6, Siria. Permanecen en Alepo, donde beben agua contaminada cuando hay cortes en el suministro.

Mohanned, 5 años, Yemen. Sufre desnutrición aguda grave.

Son cuatro nombres, cuatro historias, cuatro vidas marcadas por un conflicto o una crisis. Son solo cuatro de los 535 millones de niños que viven en países afectados por situaciones de emergencia.

 

Niños en emergencias: la importancia de la ayuda humanitaria

Chubat y una amiga en las ruinas de lo que era su escuela en Sudán del Sur /© UNICEF/UN018992/George

Cuando sucede un conflicto o un desastre natural los niños son los más vulnerables. La inseguridad alimentaria les pone en riesgo de sufrir desnutrición. La falta de agua y saneamiento facilita la aparición de enfermedades transmitidas a través del agua. El cierre de escuelas causa que muchos niños estén meses, o incluso años, sin ir a clase. Las experiencias que viven les dejan traumatizados.

Por eso es fundamental llegar a estos niños con tratamientos contra la desnutrición, con agua potable, con material escolar y educación, con apoyo psicológico. La ayuda humanitaria es básica tanto para afrontar los primeros momentos tras una emergencia, como la recuperación a largo plazo de las personas afectadas.

Umara, 7 meses, Nigeria. Pasó de 4,2 kg a 5,1 kg de peso durante los 20 días de tratamiento contra la desnutrición.

Rafi, 3 años, Irak. Ha podido afrontar las bajas temperaturas invernales con la ropa de abrigo que recibió de UNICEF.

Nyaruot, 14 años, Nyachan, 11, y Nyaliep, 3, Sudán del Sur. Pudieron reunirse con sus padres después de dos años separadas de ellos.

Maxim, 8 años, Ucrania. Recibe apoyo psicológico para superar los traumas causados por la violencia en su país, como la muerte de su padre.

Niños en emergencias: la importancia de la ayuda humanitaria

Rafi sujeta sonriente la caja con ropa de invierno que le ha dado UNICEF/ © UNICEF/UN042749/Khuzaie

Son cuatro nombres, cuatro historias, cuatro vidas que ya han dado un paso en el camino hacia un futuro mejor.

Sus logros demuestran que los niños en situaciones de emergencia nos necesitan. Por eso UNICEF ha lanzado Acción Humanitaria para la Infancia 2017, el mayor llamamiento de fondos de toda su historia. El objetivo es ambicioso: llegar a 48 millones de niños en 48 países.

Chubat, Fati*, Abdulghani, Hassan, Mohanned, Umara, Rafi, Nyaruot, Nyachan, Nyaliep y Maxim demuestran que el esfuerzo vale la pena.

*Nombre ficticio.

Un futuro incierto para los niños y niñas huérfanos de Burundi

* Por Alice Rwema, Plan Internacional Ruanda

Beza, niña nuérfana de Burundi, en el campo de refugiados de Mahama en Ruanda.

Beza, niña nuérfana de Burundi, en el campo de refugiados de Mahama en Ruanda.

Quiero ser enfermera, dice con una voz insegura, inclinando la cabeza. Con lágrimas en los ojos, mira hacia arriba y añade: “pero primero quiero que todos mis hermanos vayan al colegio”.

Beza, de 15 años, es una joven huérfana que abandonó Burundi hace dos meses por el estallido de violencia que comenzó hace semanas en el país al acercarse las elecciones. Estaba en primero de educación secundaria cuando huyó de su país y ahora vive en el campo de refugiados de Mahama, cuidando de sus dos hermanos pequeños.

Caminamos durante 12 horas cuando cruzamos Ruanda.  A mi hermano pequeño se le hincharon las piernas y eso nos hizo ir más despacio. Hacíamos turnos para llevarlo a nuestra espalda. Sólo teníamos 2.000 francos burundeses (1,5 dólares)”, explica.

La vida no fue fácil cuando llegamos al centro de recepción de refugiados de Bugesera y era muy complicado conseguir comida. Les realojaron en el campo de refugiados de Mahama una semana después, donde ahora viven más de 26.000 refugiados burundeses, de los más de 31.000 que hay en Ruanda.

Aquí la vida es más fácil porque podemos conseguir comida con más facilidad. Hay agua cerca y podemos coger leña, aunque yo no puedo cortarla. Me ayudan mis vecinos y mis hermanos”, añade Beza.

La organización de defensa de los derechos de la infancia Plan Internacional organiza actividades de ocio y juego para ayudar a los niños y niñas refugiados a relacionarse y aprender juntos, aunque Beza nunca puede ir a estas actividades porque tiene mucho trabajo. 

Por la mañana me levanto y barro, limpio la tienda, preparo gachas, cocino la comida y después me doy un baño y sirvo la comida a mis hermanos. A veces me ayudan a ir a por agua. Me gustaría ir a jugar, pero es que no tengo tiempo. Mis hermanos a veces van”, dice.

Plan Internacional trabaja con ACNUR identificando a los niños y niñas que llegan sin acompañantes o son separados de sus padres. Ya se han identificado 1.195 en el campo de Mahama y los centros de recepción de Bugesera y Nyanza. Al menos 258 se han reunificado con sus padres, cuidadores temporales o  familiares.

Encontrar cuidadores temporales es todavía un reto en el campo de refugiaos de Mahama, aunque Beza y sus hermanos sí que han encontrado uno.

Nos ayuda un montón, nos da de su leña cuando se nos acaba la nuestra, nos da otro tipo de comida cuando nos cansamos de comer maíz y judías. Casi siempre me ayuda con las tareas de la casa. Estoy contenta”.

Los cuidadores temporales hacen visitas periódicas a los niños y niñas no acompañados para evaluar su situación en informar a Plan Internacional. Muchas veces son los cuidadores quienes saben si los niños y niñas necesitan comida, atención sanitaria, ropa y a veces son capaces de resolver pequeños conflictos que surgen entre los niños y niñas que viven juntos en la misma tienda.

Para los que no tienen cuidadores temporales, Plan Internacional ha asignado movilizadores comunitarios de refugiados que los visitan regularmente para comprobar su estado.

Necesito crema para la piel y la ropa que traje no es suficiente. No tengo tiempo de jugar y conocer a otros niños y niñas. A veces me siento sola”, cuenta Beza, enumerando los retos a los que se enfrenta.

No estoy esperando a mis padres, soy huérfana y mi futuro aquí es incierto. No sé si podré volver al colegio alguna vez, tengo que cuidar de mis hermanos”.

Plan Internacional ayuda a los niños no acompañados y separados de sus padres asegurando que reciben los cuidados y la protección adecuada a sus necesidades específicas y que prima su interés superior. Esto se lleva a cabo a través de identificaciones, documentación, seguimiento y reunificación familiar, consiguiendo cuidados y apoyo interno o alternativo, manejando los casos de conflictos, haciendo visitas de seguimiento y dando apoyo psicosocial cuando es necesario. Plan Internacional también atiende a los niños y niñas no acompañados en el acceso a servicios básicos como el registro, la distribución de comida y otros materiales y atención sanitaria.

“Me gusta que el personal de Plan Internacional venga a visitarnos y cuando estoy triste voy a verlos para que me aconsejen”, dice Beza.

Desde el 31 de marzo de 2015, Plan Internacional Ruanda ha recibido un llegada masiva de refugiados burundeses que huyen de la violencia desatada en su país por las elecciones presidenciales y los conflictos provocados por un grupo armado que apoya al partido en el gobierno.

El Gobierno de Ruanda ha establecido tres centros de recepción de refugiados en Bugesera (provincia oriental), Nyanza (provincia meridional) y Rusizi (provincia occidental). El 22 de abril se abría un nuevo campo de refugiados en el distrito de Kirehe, provincia oriental, para dar alojamiento al creciente número de refugiados. De los más de 31.000 refugiados en Ruanda a 10 de junio de 2015, más de 15.700 son niños y niñas.

Clínicas móviles en helicópteros para zonas remotas de Nepal

Por Emma Pedley, enfermera de Médicos Sin Fronteras en Nepal

Equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) visitan una aldea en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

Equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) visitan una aldea en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

El tiempo disponible para escribir durante los últimos días ha sido escaso. Los expatriados que formamos el equipo de enfermería hemos estado rotando durante estas jornadas en las salidas en helicóptero, que nos permiten realizar misiones exploratorias a zonas que aún no han sido exploradas tras el terremoto, e interviniendo en clínicas móviles en áreas remotas.

Los días que pasamos fuera, en los pueblos de montaña, han sido, por un lado muy estimulantes (no en vano era la primera que subía a un helicóptero) pero, al mismo tiempo, han supuesto una experiencia muy triste y aleccionadora. Muchos pueblos de la zona noreste de Katmandú han colapsado completamente, las casas de piedra y los refugios para animales están destruidos, las tiendas en las que se almacenaban la comida y las cosechas de esta gente están enterradas bajo los escombros.

A pesar de las dificultades a las que se enfrentan, en cada pueblo en el que hemos aterrizado nos ha recibido con abrumadora amabilidad y generosidad, sonriendo y dándonos la bienvenida, “Namasté”, ofreciéndonos sus escasas reservas, durante el tiempo que permanecemos allí con nuestras clínicas. En algunas aldeas al norte, cerca de la frontera tibetana y donde las tradiciones budistas son mayoritarias, nos regalan pañuelos de seda blancos tejidos con mantras, llamados Khata, como señal de respeto y bendición.

Angelo, integrante de uno de los equipos móviles de MSF, saluda y recibe una bufanda denominada “khada” empleada para la oración por parte del líder de la aldea como agradecimiento por la distribución de materiales para reconstruir tejados en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

Angelo, integrante de uno de los equipos móviles de MSF, saluda y recibe una bufanda denominada “khada” empleada para la oración por parte del líder de la aldea como agradecimiento por la distribución de materiales para reconstruir tejados en el distrito de Gorkha. © Brian Sokol/Panos

 Durante las últimas semanas he estado en unas 25 aldeas donde he escuchado algunas historias que no me puedo quitar de la cabeza: Un muchacho delgado, de unos 18 años, nos contó cómo, durante tres horas y a través de caminos destrozados y laderas cubiertas por deslaves, había llevado a una mujer gravemente herida desde su aldea hasta llegar a una carretera accesible para poder llevarla a un hospital

Un niño pequeño que me contó, en un sencillo inglés, con los ojos muy abiertos y mientras movía sus brazos cómo había visto las casas y los árboles balancearse “de un lado a otro” durante el terremoto. Me explicó que su casa se había derrumbado y que ahora dormía con otras 20 personas en un pequeño refugio de lona.

Una tímida enfermera de ojos brillantes cuyo puesto de salud había quedado aplastado por rocas y tierra que se habían tragado los medicamentos se mostró muy contenta cuando le dimos un kit completo de fármacos esenciales y apósitos.

Un anciano con el rostro surcado de arrugas se arrodilló y colocó sus manos nudosas y delgadas sobre el suelo gritando “Ram, Ram, Ram” (“Dios, Dios, Dios”) cuando se sintió una fuerte réplica. Y así se quedó, en esa posición, durante varios minutos. Estaba profundamente traumatizado por haber revivido el terremoto inicial.

El equipo de Anne, otra de las enfermeras, llegó a un pequeño pueblo cercenado a causa de tremendos deslizamientos de tierra. En la aldea pensaban que eran los únicos que han sufrido el terremoto y se pusieron a llorar horrorizados al conocer que muchas otras áreas estaban igualmente destruidas.

Es complicado gestionar una clínica móvil en un helicóptero. Hurgas entre las cajas de medicamentos, escuchas la traducción que realiza nuestro médico nepalí sobre las enfermedades y los síntomas de los pacientes, tratas controlar a la multitud… Se trata de un trabajo intenso.

Los vuelos entre las aldeas tampoco distraen de la realidad. A pesar de haber visitado Nepal dos veces antes de este seísmo, nunca había tenido el privilegio de verlo desde el aire hasta ahora. Es un país que, desde esta perspectiva, impresiona y deja sin respiración. La época del monzón se acerca y las nubes oscurecen los picos más altos. Algunos todavía se dejan ver y muestran sus cumbres blanquísimas apuntando al cielo.

En primer plano, justo debajo de nosotros, podemos ver terrazas esculpidas en las laderas, campos de arroz y maíz con sus paredes que siguen el contorno de las colinas fielmente, con más precisión que si una mano lo dibujara en un mapa. Allí donde el agua está más cerca, los campos muestran un verde aterciopelado y cuanto más ascendemos vemos cosechas que aún no han madurado. Desde el helicóptero los valles y laderas aparecen como un espacio muy delicado y frágil, especialmente donde han sido desgarrados por las cicatrices grises que han dejado los deslizamientos de tierra; cicatrices en más de un sentido.  

Además de materiales para reconstruir techos, los equipos de MSF también proporcionan mantas, utensilios de higiene y kits de cocina a través de helicópteros a las aldeas más remotas. © Brian Sokol / Panos

Además de materiales para reconstruir techos, los equipos de MSF también proporcionan mantas, utensilios de higiene y kits de cocina a través de helicópteros a las aldeas más remotas. © Brian Sokol / Panos

Los derrumbamientos han inutilizado los escasos caminos que unen estas aldeas tan remotas; los deslizamientos han destrozado campos de cultivo suponían los medios de vida y la seguridad de los habitantes de estas zonas. Hablamos de lugares donde la agricultura de subsistencia sigue siendo la norma y no una excepción.

Las dos prioridades más urgentes que tienen en mente las comunidades que hemos visitado son el refugio y el alimento, en ese orden. Está lloviendo y, a finales de mayo, las lluvias serán diarias y las condiciones climatológicas harán que volar de manera regular sea casi imposible. Nuestro objetivo es analizar las necesidades tantas comunidades como sea posible antes de que esto suceda.

Nuestro equipo de logística está trabaja sin descanso para poder seguir el ritmo de las exploraciones que hacemos los equipos médicos, con el fin de poder distribuir mantas, kits de refugio, kits de higiene y raciones de alimentos altamente calóricos antes de que llegue el cambio de estación. Mi único deseo es que podamos llegar a tiempo.  

La mayoría de las víctimas en Gaza son civiles y la mitad de los ingresados en urgencias, niños

Por Sarah Woznick enfermera de MSF en la Franja de Gaza

Es mi primera misión con MSF. Estaba muy emocionada con el hecho de que me hubieran destinado a Gaza, no sólo porque mi especialidad era muy relevante para el proyecto, sino también porque soy consciente de que era una oportunidad única para ser testigo de la realidad de este contexto. Cuando llegué, lo primero que encontré fue un grupo de gente muy entusiasta y trabajadora que me dio una cálida bienvenida. Gaza es muy paradójica: no hay acceso a una serie de cosas básicas, a la vez que te encuentras con otras cosas que nunca esperarías, como por ejemplo los hoteles de lujo frente a la playa.

En la unidad de cuidados intensivos del hospital de Nasser me di cuenta de que les faltaban cosas muy básicas como guantes, un desechable que antes de llegar nunca hubiera pensado que tendría que racionar o trabajar sin él. Fue una experiencia reveladora que me hizo abrir los ojos. La enfermera jefe palestina siempre me decía: “No te olvides que estamos en Gaza, hacemos frente a escasez de suministros todo el rato”. ¡Y eso a pesar de que Gaza no es una región en vías de desarrollo!

Kelly, anestesista de MSF, en la UCI de la unidad de quemados del Hospital de Shifa donde 2 hermanos de 8 y 4 años están ingresados por quemaduras graves ocasionadas por un misil que impactó en su hogar. Samantha Maurin/MSF

Kelly, anestesista de MSF, en la UCI de la unidad de quemados del Hospital de Shifa donde 2 hermanos de 8 y 4 años están ingresados por quemaduras graves ocasionadas por un misil que impactó en su hogar. Samantha Maurin/MSF

Debido al bloqueo, nuestro personal no puede salir de Gaza para formarse, así que tratamos de suplir esta falta. Los colegas de Nasser que trabajan para el Ministerio de Salud, lo hacen en condiciones muy difíciles. Muchos de ellos ni siquiera han cobrado sus salarios en los últimos meses o solo reciben una parte de vez en cuando. Pero no dejan sus trabajos. Saben que si dejan de ir a trabajar, podrían ser reemplazados inmediatamente. Una parte del salario es mejor que no tener trabajo. Y la mayoría están muy dedicados al cuidado de sus pacientes, pase lo que pase.

Recuerdo una vez que hubo una discusión muy fuerte entre varios trabajadores de la unidad de cuidados intensivos. Vinieron a decirme: “¿Sabes?, aquí estamos bajo mucho estrés”. Eso me hizo pensar y llegué a la conclusión de que yo también estaba bastante estresada. Nos invitaron a la granja de uno de los médicos. Respiré hondo y me di cuenta que no me había relajado desde hacía bastante. Gaza es una zona muy urbana y densamente poblada y no te das cuenta del impacto de vivir en un área tan cerrada hasta que te alejas de ella durante un tiempo. Pero para muchas de las personas que habitan en Gaza, el salir un día al campo no es una opción.

Mi regreso a casa estaba previsto para el 10 de julio, sin embargo, tan sólo un día antes, Israel lanzó la operación militar “Margen Protector” sobre Gaza. El primer día se produjeron muchísimos bombardeos en el área en la que estamos nosotros. Lo que uno siente cuando se da cuenta de que las bombas están cayendo cerca de ti es difícil de explicar. Sabes que estás a salvo porque MSF no es un objetivo, pero tu cuerpo no lo sabe y libera muchísima adrenalina, tu corazón late más deprisa y te pone en alerta máxima. Ahora ya me voy acostumbrando, pero todavía a día de hoy, después de más de diez días de bombas, disparos y proyectiles, hay veces en las que me sobresalto. No creo que a partir de ahora logre escuchar Ias tormentas de truenos de la misma manera tranquila en que lo hacía hasta ahora. Los rugidos del cielo ya no serán lo mismo para mí después de esta experiencia. Ahora mismo todos estamos preocupados por nuestros compañeros palestinos. Las instalaciones de MSF son seguras, pero es posible que sus hogares no lo sean tanto.

Desde el día en el que comenzaron las hostilidades, asumí la responsabilidad de ayudar a gestionar la clínica de cuidados post-operatorios y de preparar los stocks de emergencia que teníamos en la farmacia para hacer donaciones a los hospitales. Hemos sido capaces de mantener la clínica funcionando casi cada día, eso sí, con un equipo muy básico y que estaba compuesto solamente por un fisioterapeuta, una enfermera y un encargado de las admisiones. Todos ellos viven cerca de allí y eso les ha permitido acercarse sin tener que asumir un riesgo excesivo.

Un coche de MSF les recoge enfrente de sus casas y les lleva de vuelta por la tarde para que no tengan que hacer el trayecto andando. Mi función consiste principalmente en la supervisión de actividades, pero los días en los que la clínica ha estado cerrada debido a que los bombardeos eran demasiado intensos, algunos pacientes han venido hasta nuestra oficina y aquí mismo les he cambiado sus vendajes. Los vendajes más complicados son los de los niños pequeños, pues no entienden por qué están en esa situación. Te miran a los ojos y se preguntan qué demonios vas a hacerles. Alrededor del 40% de los casos que hemos recibido desde que el 9 de julio son niños de 5 años o menos. Hace unos días llegó una niña de cinco años que había sufrido quemaduras en todo su cuerpo de cintura para abajo. Las quemaduras se las había provocado con agua caliente, algo que vemos bastante habitualmente aquí, pero en esta ocasión no fue por un vertido accidental, sino que fue como consecuencia del impacto de uno de los misiles, que cayó en un tanque de agua caliente. Sus padres consolaban su llanto y trababan de tranquilizarla, pero su cara mostraba auténtico terror. Pienso todo el tiempo en cómo estará ahora, porque desde ese día ni ella ni su familia han vuelto a la clínica.

También nos llegó otra niña, calculo que tendría unos 10 ó 11 años. Había tenido un accidente doméstico con una taza de té caliente que se le había derramado sobre el brazo. Vino a la clínica por sus propios medios. Nicolas, nuestro coordinador, le preguntó si no tenía miedo de andar por la calle sola. Ella le respondió: “Todos sabemos que moriremos un día u otro”. Pienso para mis adentros que a esta niña las circunstancias le han obligado a crecer demasiado rápido. Y no es justo. Es tremendo escuchar a una pequeña decirte algo así. Uno de mis compañeros palestinos me contó que sus hijos se esconden bajo la mesa cada vez que oyen un estallido. Otro me dijo que sus hijos no cesan de preguntarle si será capaz de protegerles en el caso de que algo malo ocurra. Y a él no les queda otra que tragar saliva cuando les responde, pues sabe que no puede hacer gran cosa para protegerles. Para un padre no hay cosa más dura que no poder proteger a sus hijos.

Cuando vuelva a casa, contaré a todo el mundo lo que está pasando aquí, pues especialmente en mi país, los EE.UU., no todo el mundo comprende la complejidad de este conflicto. Mucha gente no está informada de la situación en la que se encuentra la población. Será muy difícil irme. Los palestinos estarán siempre en mi corazón, pero otros compañeros seguirán haciendo mi trabajo. De hecho, en los últimos días han llegado muchos equipos de refuerzo que ya están trabajando en el hospital Shifa, adonde llegan la mayor parte de los heridos.

Ahora lo que todos necesitamos es que Israel deje de bombardear Gaza indiscriminadamente. La mayor parte de las víctimas son civiles y la mitad de todas las víctimas son niños. Y eso es completamente injustificable.

* Sarah Woznick es enfermera especializada en cuidados intensivos. Voz suave, pelo negro, ojos marrones. Camina rápidamente de una sala a otra, siempre ocupada o intentando mantenerse ocupada. Sarah llegó a Gaza hace seis meses desde Denver, Colorado. La Operación Margen Protector empezó justo el que debía ser su último día de misión. Decidió quedarse para apoyar al equipo en estos tiempos difíciles y para poner su granito de arena para que MSF pudiera mantener sus actividades médicas en Gaza.

Guerra y lluvia: la doble problemática de la infancia desplazada en Sudán del Sur

Jonh Mayol, Coordinador de Plan Internacional en las comunidades de Bor
Betty Gorle, Coordinadora de Comunicación en Emergencias de Plan Internacional.

Miles de mujeres, niños y niñas desplazados en Sudán del Sur sobreviven a la intemperie y se refugian debajo de los árboles. La guerra les ha separado de sus hogares y no les deja regresar. El acceso al agua o los alimentos más básicos, es muy limitado.

El campo de refugiados de Mingkaman

El campo de refugiados de Mingkaman

El campo de refugiados de Mingkaman, situado en el estado de Lagos, acoge a un número muy elevado de personas, todos ellos son desplazados internos que -en su mayoría- llegaron desde la ciudad de Bor, situada en el estado de Jonglei. El conflicto ha provocado el desplazamiento de cerca de un millón de personas, de los cuales más de 390.000 son niños y niñas.

Debido a las necesidades extremas de la población desplazada, cualquier tipo de asistencia humanitaria es sólo una gota de agua en el océano y la situación está empeorando con la llegada de las lluvias. Las familias que viven en esta zona dependen íntegramente de la ayuda ofrecida por organizaciones como Plan Internacional, que trabaja para dar cobertura a las necesidades más básicas de la población desplazada.

La gente lo ha perdido todo durante el conflicto. Han sido testigos de sucesos horribles, que probablemente perdurarán en su mente de por vida. Muchos de ellos no quieren regresar a casa.

«Yo mismo fui víctima de la insurgencia que provocó la huida de miles de personas de Bor. Huí con mi familia hacia un lugar más seguro. Fuimos a un campamento de refugiados situado en Uganda. Hace unos días regresé. Descubrí que mi casa, los mercados y todo lo que había en la ciudad, estaba completamente destruido.»

Bor, era una ciudad con expectativas de prosperar, pero ahora está todo completamente destrozado. Es desolador y no hay nada que invite a regresar.

John Mayol con su familia.

John Mayol con su familia.

«Muchos, hemos utilizado nuestros últimos recursos para huir del conflicto armado. Algunas familias se han tenido que desplazar con el ganado a la región de Equatoria, otros se han ido hacia Awerial, en el estado de Lagos. Mi mujer y mis hijos están en un campamento de refugiados en la frontera con Uganda. Tenemos que ser fuertes porque hay que empezar desde cero.»

La temporada de lluvias suele empezar en abril y miles de personas desplazadas de Bor, podrían perder toda la cosecha. La anterior tampoco dio frutos, ya que muchos se vieron obligados a huir de la guerra dejándola atrás.

La necesidad de ayuda y asistencia humanitaria es cada vez mayor. Las lluvias ya han comenzado y al igual que está ocurriendo en los campos de desplazados de Tongping, Malakal o Bentiu, es previsible que cuando se intensifiquen en Mingkaman, se complique el acceso y la entrega de la ayuda a la población.

Por eso, en colaboración con el Programa Mundial de Alimentos, desde Plan Internacional estamos trabajando para garantizar la seguridad alimentaria de la población más vulnerable, organizando la distribución de alimentación suplementaria para mujeres embarazadas o en periodo de lactancia y para niños y niñas menores de cinco años que se encuentren en situación de malnutrición.

Haití. Vuelven los uniformes escolares

Pilar Palomino. Delegada de Cruz Roja Española en Haití

Ya han pasado más de cien días desde el terremoto en Haití, y la gente parece haber recuperado su “nueva normalidad”. Los edificios en ruinas, aquellos que son irrecuperables, presentan en su fachada una pintada roja en la que se puede leer “a démolir”. Los edificios ya están clasificados, y las familias ya se encuentran más o menos instaladas: en sus casas –parece que se va superando el miedo a dormir bajo techo-, en campamentos, junto a las ruinas de lo que era su vivienda o con algún familiar o amigo de acogida.

Los coches de organizaciones humanitarias salpican toda la ciudad, formando parte ya del paisaje cotidiano de Puerto Príncipe e integrándose en los frecuentes atascos a los que, los recién llegados, tanto les cuesta acostumbrarse. Ahora que las escuelas que se mantienen en pie han abierto sus puertas, aparecen de nuevo, tímidamente, los vivos colores de los uniformes escolares (en Haití cada escuela tiene un uniforme diferente) y las trencitas impecables con grandes lazos también coloreados. Es un soplo de vida ver a los niños con sus mochilas cuadradas a la espalda y sus brillantes zapatos de charol camino de la escuela temprano en la mañana.

La situación en los campamentos ha mejorado mucho: el acceso al agua potable y el saneamiento está ya asegurado, se están realizando distribuciones de ayuda humanitaria de una forma ordenada y con un gran alcance, las condiciones de salud son favorables y la atención médica suficiente, se ha asegurado que las familias dispongan de un cobijo con al menos toldos plásticos para protegerse de la lluvia y, en general, los servicios básicos están siendo cubiertos. La primera fase de la respuesta a la emergencia ha tenido, en mi opinión, un impacto muy importante y se han alcanzado los objetivos de asistencia que se tenían previstos.

Los campamentos son ya “barrios” en los que hay cibercafés, peluquerías y tiendas de alimentación, en los que a la hora de comer las madres cocinan arroz y habichuelas para toda la familia y donde los domingos hay misas en tiendas acondicionadas para ello. La gran preocupación de la gente es ahora la época de lluvias y huracanes y, aunque están acostumbrados a afrontarlas cada año, el temor de que ésta sea una temporada complicada es compartido por todos.

Ahora comienza la verdadera reconstrucción de Haití. En paralelo a la provisión de agua potable, la mejora de las condiciones sanitarias, la distribución de ayuda y otras actividades propias de la ayuda humanitaria, se comienzan a definir las estrategias e intervenciones que constituyan soluciones más permanentes para los afectados por el terremoto y que contribuyan al desarrollo del país, a saber:

Alojamientos progresivos que, además de proporcionar un cobijo seguro e inmediato a las familias, tenga la versatilidad de ir convirtiéndose, progresivamente, en una vivienda más confortable y completa, acompañada de sus infraestrcuturas básicas de agua y saneamiento.

Reconstrucción de escuelas, centros de salud y otros centros públicos o comunitarios

Apoyo al sector educativo mediante la dotación de aulas temporales que sean una alternativa mientras se reconstruyen las escuelas

Soluciones de agua y saneamiento más permanentes, y trabajo en promoción de buenos hábitos higiénicos en las comunidade vulnerables

Proyectos que apoyen el desarrollo económico de familias y comunidades, y su seguridad alimentaria

Son muchas cosas que se pueden y se deben hacer, mucho trabajo y esfuerzo que invertir. La conferencia de Donantes de Nueva York ha puesto de manifiesto el compromiso de la comunidad internacional, y el Gobierno de España ha dado un gran ejemplo con su apuesta por un país que debe recostruirse paso a paso, con el acompañamiento y el apoyo de todos.

Esta “nueva normalidad” que se vive ahora en Haití debe ser una normalidad que no deje de estar empapada en progreso, ilusión y empeño. Los colores de los uniformes escolares lo inundarán todo, las peluquerías y cibercafés serán florecientes negocios familiares, las escuelas serán centros educativos cómodos y equipados y las familias vivirán en casas que las lluvias o huracanes no puedan amenazar con su llegada.