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Por aquí han pasado cooperantes de Ayuda en Acción, Cruz Roja, Ingeniería Sin Fronteras, Unicef, Médicos del Mundo, HelpAge, Fundación Vicente Ferrer, Médicos Sin Fronteras, PLAN
Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Nueve años de guerra en Siria: de la pérdida a los sueños sin fin, la historia de Nour

Por Lina Alqassab y Rasha Alsabbagh, UNICEF Siria

Mi mayor pérdida fue mi madre. Nos quería muchísimo”, cuenta Nour, de 16 años. Pero la muerte de su madre es solo una de las muchas pérdidas a las que se ha enfrentado ya, más que los años que tiene.

En 2011 la violencia obligó a Nour y su familia a huir de su hogar, en un barrio de Homs, Siria. Buscaron refugio en Ar-Raqqa, al noreste del país.

Nueve años de guerra en Siria: de la pérdida a los sueños sin fin, la historia de Nour

Nour frente a su casa en Homs (Siria), destrozada por la guerra. /©UNICEF/Syria/2020/ Abdulaziz-Aldroubi

“Nos apretujamos todos en un coche, apenas teníamos espacio para todos”, recuerda. La familia fue la penúltima que abandonó la zona.

“Estar fuera de casa, lejos de mis vecinos y mis amigos, no fue fácil. Me sentía aislada”.

Nada más llegar a Raqqa, los padres de Nour matricularon a sus hijas en la escuela. Estaban decididos a asegurarse de que sus niñas continuaban su educación, y querían devolver algo de normalidad a sus vidas. Pero la normalidad duró poco, y en 2013 la madre murió a causa de un cáncer.

Un año después, el padre de Nour tuvo que tomar una decisión muy dura. La envió de vuelta a Homs. Tuvo que mandarla de una ciudad asolada por la guerra a otra para que recibiera la atención médica que necesitaba. En Raqqa Nour, que sufría grandes dolores en su rodilla derecho, soportó la agonía de numerosas visitas médicas y la ausencia de un nivel adecuado de atención sanitaria.

En 2015, en ausencia de su madre, Nour fue a Homs con su tía para que la vieran más médicos. Allí sufrió otra pérdida. Le tuvieron que amputar la pierna derecha debido a complicaciones médicas. Nour se quedó con su tía para recuperarse.

Pasó los dos años siguientes lejos de su padre y hermanas. No iba a a escuela. Perdió años de aprendizaje a la vez que aprendía ella sola a gestionar la pérdida de su pierna.

“Tuve que acostumbrarme a caminar con muletas, y también a las miradas de la gente”, recuerda. “Pero la vida sigue. Nunca pondré límites a mis sueños”.

Gracias a esta actitud y a su determinación, pudo superar todas las dificultades. En 2017, aprovechando un respiro del a violencia, su padre y sus hermanas volvieron a asa. Con su apoyo, y gracias a un programa de UNICEF de aprendizaje intensivo, Nour volvió a la escuela. Ahora recupera los cursos perdidos mientras su padre trata de reconstruir su hogar.

“Soy muy optimista, sé que la educación puede ayudar a los niños a cumplir sus sueños”.

A Nour le gustaría continuar con su educación. Sueña con ser psicóloga para ayudar a su comunidad. También cree que el apoyo psicológico puede ayudar a aliviar el impacto que están teniendo sobre los niños los ya 9 años de un conflicto brutal.

364 días para seguir avanzando

Por Alfonso Hernández, portavoz de Campañas de Sonrisas de Bombay

«Yo solía ser muy tímida y callada, casi no hablaba con nadie. Pero ahora tengo confianza en mí misma y hablo con cualquiera. Nunca pensé que siendo ama de casa algún día llegaría a ser profesora, y que en mi barrio me reconocerían por la calle.

Quien dice estas palabras es Manda Baburao, una maestra india de 39 años que trabaja en un parvulario de Sonrisas de Bombay. Ella es una de las muchas mujeres para las cuales un trabajo es mucho más que una forma de ganarse la vida. Significa ser respetada y valorada por la sociedad. Lo contrario supondría estar silenciada, prácticamente no existir.

Manda siempre había querido dedicarse a la enseñanza y educar niños en un parvulario, pero para llegar hasta ahí tenía que superar una serie de obstáculos que los hombres no encuentran. Se topó con el primero nada más casarse. Su vida tenía a ser lo que se esperaba de ella: ser una buena esposa y madre, cuidar de la casa y servir a su marido. El segundo, la formación. Nadie le había preguntado si quería seguir estudiando, simplemente el futuro lo deciden otros. El tercero, su familia; la presión social para casarse… Y así sucesivamente.

En la sociedad india, como en otras muchas, los esquemas tradicionales están tambaleándose ante una ola imparable. Una ola que viene cargada de igualdad, de derechos y lo más importante: de una convicción radical de justicia. Por eso también es una ola silenciosa y pacífica. La victoria de esta lucha es precisamente su naturalidad. Es inevitable.

Cada vez más mujeres en la India están asumiendo y comprendiendo que son iguales y tienen los mismos derechos reales que los hombres. Asumen cada vez más protagonismo sobre sus vidas, con o sin permiso. Un signo de que algo está cambiando en la compleja sociedad india es, precisamente, que los hombres comienzan a apoyar o al menos no obstruyen a la mujer, de la misma manera que las familias son cada vez más comprensivas y tolerantes con la voluntad de sus hijas y lo que quieren hacer con sus vidas.

Al menos ha sido así para Manda y muchas de sus compañeras en otros parvularios. Ellas son la primera generación de mujeres que se han puesto a trabajar y no han pedido permiso a sus maridos. Pero esto sigue siendo poco frecuente en un país en el que solo el 41% de las mujeres admiten tener libertad de movimiento y poder ir libremente a cualquier parte; donde el 53% tiene acceso y maneja una cuenta bancaria personal o un escaso 46% tiene su propio teléfono móvil*.

Manda y sus compañeras han tenido que romper sus propios prejuicios, su inseguridad, atreverse a hacer algo que antes ninguna mujer en su familia había hecho. Y las fuerzas para dar ese paso provienen de una lucha compartida que se ha ido fraguando a lo largo de las generaciones. Insistiendo para ir a la escuela, negándose a aceptar un matrimonio concertado, no conformándose con un futuro ya marcado. Convenciendo a sus familias y maridos para seguir sus propios caminos. Escapando de la violencia, de una eventual red que acabara explotándolas con fines sexuales… En definitiva, recordando las injusticias que sufrieron sus madres, abuelas y bisabuelas y construyendo un camino con su legado.

Por eso es tan importante para Manda no su profesión, fuese maestra, cocinera o abogada. No el qué sino el cómo ha llegado hasta ahí y lo que simboliza. A partir de Manda ya nada será igual, porque sus hijas crecerán en otro sistema de valores, que las generaciones anteriores fueron tejiendo a base de muchas derrotas y algunas victorias.

El Día de la Mujer, en la India, se celebra la lucha silenciosa de millones de mujeres que han removido los cimientos sobre la igualdad de género en este país. Queda mucho por hacer aún, y para eso está el resto del año. Como dice Manda, «a las mujeres siempre nos dan órdenes, nos dicen que hay que hacer esto o lo otro. Yo pienso que las mujeres tenemos que ser respetadas siempre y que eso se tiene que celebrar todos los días. Celebrar el Día de la Mujer sólo durante un día no es suficiente«. En efecto, hay que luchar todo el año.

* (National Family Health Survey-4. Ministry of Health and Family Welfare. Gobierno de India).

Vivir al borde del vertedero

Por Alfonso Hernández, responsable de Comunicación de Sonrisas de Bombay

Govandi es uno de los barrios más pobres de Bombay. La gente suele asociar este barrio con nada especial salvo su proximidad con Deonar, el vertedero más grande de la ciudad y uno de los más grandes de toda Asia, que recibe 5.500 toneladas de desechos a diario en sus más de 130 hectáreas de extensión, equivalente a unos 180 campos de fútbol. Justo al lado de este megavertedero se levanta un slum, en el cual vive el 11% de habitantes de los slums de Bombay. Estamos hablando de aproximadamente 575.000 personas. Como si toda la ciudad de Málaga viviera en chabolas.

Nadie quiere vivir en Govandi ni estar cerca del vertedero de Deonar. Por eso es una de las pocas zonas de la hiperpoblada y carísima Bombay – la segunda ciudad más cara del mundo, según Forbes – con espacio para que los últimos que llegan a la ciudad puedan levantar algo parecido a una casa. Unas cuantas planchas de chapa es lo máximo que pueden permitirse estas familias, y esperar mejores perspectivas de futuro. Por desgracia, en el mejor de los casos sus habitantes consiguen malvivir pidiendo dinero en las calles, recogiendo basuras, chatarra o como jornaleros de día. No hay muchas perspectivas de bienestar si tienes que sobrevivir de lo que ofrece un vertedero.

Los niños, por su parte, tampoco tienen muchas probabilidades de salir de ese entorno, ya que a partir de los 4 o 5 años acompañan a sus padres en el vertedero. No es que las tasas de abandono escolar sean sangrantes, sino la escolarización en sí. Hasta los 6 años, cuando comienza la educación primaria obligatoria, los niños tienen tiempo para asimilar y aceptar al vertedero como una fuente de supervivencia, como una posibilidad – incómoda pero real – de ganarse la vida igual que sus padres. De forma que cuando comienzan primaria puede ser demasiado tarde para romper esa relación de dependencia que al mismo tiempo los está excluyendo de un futuro con más oportunidades.

Vivir al borde del vertedero es vivir con 30, 50 euros al mes, cuando el alquiler de una de estas infraviviendas puede costar 400 euros al mes. Una situación de extrema vulnerabilidad y de extrema desigualdad. A unos cuantos kilómetros de Govandi, en los barrios de Worli, Altamount o Malabar Hill, el precio del metro cuadrado es mayor que en Nueva York, y en uno de estos barrios se encuentra la residencia privada más cara del mundo, después del palacio de Buckingham. Su valor: 689 millones de dólares.

Lógicamente, en este paraíso de la desigualdad es donde más sentido tiene actuar para una ONG. En Govandi, Sonrisas de Bombay cuenta con seis parvularios, concretamente en Deonar, Chedda Nagar y Sathe Nagar. También en Govandi comenzamos a actuar, en 2018, en una escuela pública de primaria, Shivajirao Shendge, facilitando becas a 30 niños y niñas de estas familias vulnerables.

Hoy 20 de febrero, Día Internacional de la Justicia Social, desde Sonrisas de Bombay queremos poner el foco en este tipo de realidades incómodas de extrema desigualdad. Donde los desperdicios que arrojan los 557 multimillonarios que viven en Bombay son el medio de vida para más de 15 millones de personas que viven en slums, en la misma ciudad.

“Estoy orgullosa de no haber sido sometida a MGF, y no me da vergüenza”

Débora, de 26 años, es una de las caras visibles de la lucha contra la Mutilación Genital Femenina (MGF) en su país, Sierra Leona. A los 12 años, cuando su familia intentó obligarla a someterse a Mutilación Genital Femenina, la joven se escapó de su casa.

Al norte de su país, más del 96% de las niñas son obligadas a someterse a esta práctica que tiene consecuencias físicas y psicológicas en quienes la sufren. Tradicionalmente, la Mutilación Genital Femenina es considerada una parte esencial de la iniciación de las chicas en la sociedad Bondo, una sociedad antigua y tradicionalmente femenina.

Tras haber encontrado un espacio seguro en uno de los refugios en los que Plan International trabaja, a los 16 años, esta joven empezó a movilizarse contra esta práctica, algo que sigue haciendo a día de hoy. Su sueño es convertirse en abogada de Derechos Humanos para poder luchar por los derechos de las niñas y protegerlas de las consecuencias de la Mutilación Genital Femenina.

«En mi familia hay muchas Soweis, que son las mujeres cuya opinión tiene mayor peso dentro de la sociedad Bondo. Mi abuela, mi tía y otras mujeres de mi familia son cortadoras. Por eso, nadie dudaba de que yo me iba a someterme a la MGF y también me iba a iniciar en la sociedad Bondo. Aunque tuve muchísima presión para unirme a esta sociedad porque soy la única chica de ocho hermanos, era consciente de que la Mutilación Genital Femenina era algo malo, así que me negué. Cuando intentaron obligarme, me escapé.

Después de escapar, la vida no fue fácil. Me refugié en una casa, lejos de mi hogar y, aunque hablé con mi madre, ella nunca pudo entender mi punto de vista, así que se negó a hacerse cargo de mí. Conseguí quedarme en un espacio habilitado por Plan International, que se convirtió en mi hogar hasta que terminé la escuela.

Aun así, sufrí mucho acoso escolar porque no era parte de la sociedad Bondo. Mis compañeros me decían que, si no me iniciaba, no estaba ‘completa’, que estaba ‘sucia’ y que, si no me sometía a la Mutilación Genital Femenina, me volvería promiscua. Afortunadamente, tenía la suficiente confianza en mí misma para poder soportar ese tipo de comentarios.

Sin embargo, al contrario que en mi caso, hay muchas chicas que se avergüenzan y temen hablar sobre Mutilación Genital Femenina porque, al hacerlo, reciben comentarios negativos y amenazas.  Yo misma me he enfrentado a muchos obstáculos, pero, aun así, no tengo miedo de hablar abiertamente sobre la MGF. No dejo que las palabras de la gente me afecten, porque, si haces caso a todo lo que dicen, no podrás hacer nada. Y aunque soy la única persona en mi familia que no forma parte de la sociedad Bondo, me siento muy afortunada. Estoy orgullosa de no haber sido sometida a MGF y no me da vergüenza decirlo.

Sin embargo, mi país necesita erradicar la Mutilación Genital Femenina definitivamente. Hay muchas Soweis en nuestra ciudad y algunas de ellas son muy jóvenes. Incluso hay Soweis de tan solo seis o siete años, y eso se debe a que tienen familiares que también lo son y transmiten esta tradición a sus hijas. Muchas niñas abandonan la escuela porque sus familias piensan que la sociedad Bondo es más importante que su educación.

Hemos animado a muchas de ellas a venir a la casa segura de Plan International para que tengan más información sobre la MGF. A pesar de nuestros esfuerzos, algunas de ellas no se quedan con nosotras ni una hora, porque están tan inmersas en la sociedad Bondo que quieren irse cuanto antes.

Algunas jóvenes piensan que ser Sowei es un privilegio y un honor, pero otras se ven obligadas a hacerlo. La sociedad ejerce mucha presión sobre ellas, y pocas personas se atreven a romper los estereotipos. En mi opinión, sin embargo, lo único que hacen es engañar a las personas y destruir la vida de las niñas. Muchas chicas mueren a causa de la Mutilación Genital Femenina, una práctica muy común, sobre todo, en los pueblos. Una práctica que está destruyendo el futuro de las niñas y las jóvenes.

La última vez que visité mi aldea natal, uno de mis tíos me dijo que la gente de mi comunidad piensa que todavía soy una niña porque no he sido iniciada, así que podrían intentar forzarme cuando me vean. Mi abuela, que también era Sowei, siempre decía que yo era una bruja, porque no accedí a ser mutilada.

Este es el tipo de actitudes que estamos intentando cambiar. Si no seguimos trabajando con las comunidades, las niñas seguirán siendo las más perjudicadas. Hay muchas chicas que ni siquiera son conscientes de las consecuencias negativas de la Mutilación Genital Femenina. Muchas de ellas enferman después del rito de iniciación. Hay también casos de infecciones. Y, si preguntas en los hospitales de las aldeas, descubrirás que muchas han perdido la vida durante el parto a causa de la MGF.

Aun así, en algunas comunidades es muy complicado hablar sobre la mutilación genital. Hay personas que piensan que estamos intentando acabar con nuestra sociedad, pero lo único que queremos es erradicar la Mutilación Genital Femenina. Por eso, cuando nos reunimos con personas que no nos conocen de antes, no les decimos en un primer momento que queremos hablar sobre MGF. Lo tenemos que hacer poco a poco.

He hablado con muchas chicas que no quieren ser parte de la sociedad, y se lo dicen a sus padres, pero no les escuchan. Yo también soy madre, y me encantaría poder conocer a los padres de esas niñas para decirles que deberían proteger a sus hijas y conocer sus inquietudes.

En Sierra Leona, muchos padres no escuchan a sus hijas y te dicen que: «Como eres mi hija, tengo derecho a hacerte cualquier cosa». Pero estamos en el siglo XXI y el mundo avanza todos los días. Las voces de las jóvenes deben ser escuchadas, especialmente las de las niñas. Si fuera así, todos estaríamos mejor. Lucharé por los derechos de las niñas hasta que las cosas cambien”.

Todos somos uno frente a la trata de personas

Por Veronica Blume, exmodelo, empresaria y embajadora de la ONG Sonrisas de Bombay

Hay viajes y VIAJES. Y este ha sido uno de los segundos: un viaje a un lugar que por sí solo es un hervidero de emociones, impactos, impulsos, asombros, olores y sonidos. Bombay, o Mumbai como se llama ahora, dejó una huella profunda en el primer viaje que hice en el 2005, cuando era madre de un niño de dos años que era el eje principal de mi vida.

Conocí a Jaume Sanllorente en una cena y quedé enamorada de su proyecto, la ONG Sonrisas de Bombay. Su historia personal, y el relato de lo que lleva a un hombre a dejarlo todo para ocuparse de un orfanato en Bombay, me fascinó. Ese era un tipo de motivación y compromiso personal que quería conocer más a fondo, así que hice las maletas al poco tiempo y me planté en Bombay.

Me fui de allí con la fijación de volver un día. Y he vuelto 15 años más tarde. Mientras planeábamos este viaje surgió la idea de ofrecer clases de Yoga allí mismo, en los slums. Solo imaginármelo me emocionó profundamente. ¿Yo dando clases en Bombay? Lo que no sabía es que esas clases me cambiarían el concepto que hasta entonces tenía del yoga… o que ser embajadora de Sonrisas de Bombay iba a ser una herramienta de crecimiento para mí.

Decidimos dedicar las clases de yoga a las mujeres víctimas de trata. Según la UNODC, el 72% de las víctimas de la trata son mujeres y niñas, hecho que no es para nada casual ya que la trata de personas es doblemente cruel si la víctima es mujer o menor de edad porque son explotadas con fines sexuales.

Han pasado 15 desde mi primer viaje a la India, años en que me he convertido en una mujer. Con 42 años la conexión entre mujeres se transforma en algo profundo y a menudo mágico. Estas mujeres, sin embargo, han sido toda una revolución para mi manera de entender las cosas hasta el momento. Viven realidades que no nos entran en la cabeza por lo duras que son, y a pesar de eso conservan una ternura, una autenticidad y una fortaleza que no había conocido todavía.

No fueron clases de yoga normales. Fueron encuentros entre humanos que no hablan la misma lengua, pero no necesitan palabras para conectar de verdad. El mayor regalo que me he traído de este viaje ha sido darme cuenta de que no existen realidades inconexas. Cada una de sus historias están íntimamente ligada a las nuestras, podemos sentir su dolor y su alegría, y nuestros actos pueden tener un gran impacto en las suyas.

Todos los países del mundo están involucrados, de una u otra manera, en el entramado que es el tráfico de personas, ya que los países o son captadores de personas o bien receptores o lugares de paso. Esta es una problemática que se ha de combatir de manera global.

Aportar mi granito de arena con Sonrisas de Bombay para ayudar a la recuperación de mujeres supervivientes de la trata ha sido toda una experiencia de toma de conciencia con una realidad que se vuelve íntima y compartida cuando conectamos con ella. En mi caso ha sido a través del yoga, pero puede ser de otras muchas formas. En Bombay he vuelto a recordar que “todos somos uno” no es solamente una frase bonita, sino una realidad en la que tanto tú como yo podemos marcar una diferencia.

(Fotos: Errikos Andreou)

Verónica nació el 17 de julio de 1977 en Alemania. Hija de un alemán y de una uruguaya, se ha criado entre varias culturas y por ello habla cinco idiomas. Debutó a los 16 años como modelo y se trasladó a vivir a Nueva York durante 2 años, en los que afianzó su presencia en el mundo de la moda y la televisión. Más tarde se mudó a Londres y actualmente vive en Barcelona, la ciudad que le aporta calma. A los 25 años, tras el nacimiento de su hijo Liam, decidió dar un giro a su vida y centrarse en el yoga. Se formó durante cinco años Kundalini Yoga, un inicio que le llevó a crear en 2015 su centro de yoga en Barcelona, y a dedicarse de lleno a la enseñanza de esta disciplina. Es embajadora de Sonrisas de Bombay desde que visitó los proyectos de la ONG por primera vez en 2005.

Día Mundial de la Educación: ¿cómo lograr que cada niño aprenda?

Por Robert Jenkins, jefe de educación de la División de Programas de UNICEF, y Mohamed Malick Fall, director regional de UNICEF para África oriental y meridional

En la región de Tigray, en Etiopía, una profesora de educación infantil llena su aula, en una zona rural, de alegres materiales, y enseña a sus alumnos de manera creativa. Les da el mejor comienzo en la vida para aprender.

“Todavía recuerdo los pájaros de papel que nos hacía para enseñarnos los números”, rememora Milkawit Getnet, que ahora tiene 12 años. “Me siguen encantando las matemáticas, de mayor quiero ser profesor de mates”.

La historia de Milkawit es solo un ejemplo de cómo millones de niños se benefician de la educación infantil, cuyos aprendizajes llevan consigo durante el resto de su escolarización. Es también un recordatorio de los 175 millones de niños que se están perdiendo esta oportunidad fundamental, y que sufren profundas desigualdades desde el principio.

Día Mundial de la Educación: ¿cómo lograr que cada niño aprenda?

La profesora de educación infantil Tsadkan Demissie, en su aula en Tigray, región de Etiopía. /© UNICEF/Ethiopia/2019/MulugetAyene

El corazón de la estrategia de educación de UNICEF para 2019-2030 tiene un claro y ambicioso objetivo: Cada niño aprende. Lograrlo, y cumplir el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4, es todo un reto. Con las tendencias actuales, 1.400 millones de niños en edad escolar vivirán en países de ingresos medios y bajos en 2030. De ellos, 420 millones no aprenderán las nociones más básicas durante su infancia, y 825 millones no adquirirán los conocimientos básicos del nivel de secundaria.

Los niños más desfavorecidos son los que más necesitan oportunidades de aprendizaje temprano. Y, sin embargo, son los que menos acceso tienen a ellas. En los países de ingresos bajos, solo 1 de cada 5 niños pequeños está matriculado en educación infantil. En África, donde 1 de cada 3 niños está matriculado en este tramo de educación, los más pobres tienen siete veces menos posibilidades de acudir a la escuela infantil que los más ricos.

Los presupuestos educativos para la educación infantil temprana son insuficientes, y el acceso a escuelas infantiles de calidad es inadecuado. En África oriental y meridional, tan solo el 1,8 por ciento de los presupuestos educativos se destina a este tramo de educación, cuando la recomendación global de referencia de UNICEF es el 10%.

¿Cómo acelerar el progreso?

UNICEF ha comprometido el 10% de sus recursos para educación a la educación infantil temprana, y quiere acelerar sus esfuerzos para proporcionar oportunidades de educación temprana a millones de niños, mediante estas acciones:

  • Apoyar a los ministerios de Educación para priorizar e invertir en, al menos, un año de educación infantil.
  • Sensibilizar para que al menos el 10% de los recursos educativos se destinen a educación infantil temprana, tanto en los presupuestos nacionales como en la ayuda de donantes y aliados.
  • Apoyar a los gobiernos en el desarrollo de sistemas de educación preescolar fuertes, y construir la capacidad para implementar la educación infantil temprana a escala, incluyendo estándares de calidad, currículos según edad, formación de maestros y compromiso de las familias para demandar educación de calidad.
  • Incorporar la educación infantil temprana en todos los presupuestos y planes de respuesta de emergencias y aumentar la innovación, de manera que se garantice el acceso de los niños más vulnerables a educación preescolar.
  • Impulsar que todos los aliados, incluidos los del sector privado, los no lucrativos y las organizaciones religiosas, contribuyan a aumentar el acceso a educación preescolar de calidad.

Los avances en África oriental y meridional

En esta región, UNICEF está dando un apoyo integral a los países para integrar la educación infantil temprana en sus planes educativos; también les anima a evaluar la capacidad de sus sistemas para poder proporcionar una educación preescolar de calidad, y ha destinado recursos adicionales para educación infantil temprana. Los indicios de nuevos avances son numerosos.

Las comunidades y organizaciones religiosas se están organizando para demandar y proporcionar mejores servicios educativos preescolares en Comoros, Ruanda y Uganda. El Ministerio de Educación de Sudán del Sur se ha comprometido a aumentar el presupuesto para este tramo educativo del 10al 15%, y ya hay planes para aumentar la financiación –tanto pública como de donantes- de la educación infantil temprana en Botsuana, Lesoto, Malawi y Mozambique.

Los países no solo están aumentando sus inversiones, sino que también están aumentando la eficiencia y eficacia de todo su sistema educativo. El objetivo es acelerar el desarrollo de habilidades y una educación de calidad para niños y niñas, especialmente para los marginados o los que viven en situación de emergencia, desde sus primeros años hasta la adolescencia.

Para lograrlo, debemos hacer todo lo que podamos para garantizar que cada niño acuda a una escuela infantil de calidad, darles la mejor oportunidad de tener éxito en la vida y construir cimientos sólidos para las generaciones futuras. UNICEF perseguirá esta visión con cada céntimo de sus recursos, con compromiso y con toda la dedicación profesional.

De Benín a Canadá: la increíble historia de Nicolas y Denis

Por Denis Hargrave, productor de documentales

Un niño en Benín. Un encuentro casual en Canadá. Una historia que ha tardado 45 años en contarse.

Después de toda una vida haciendo documentales por todo el mundo, a menudo me he preguntado qué ocurría con las personas que aparecían en ellos después de conocerles y capturar sus historias.

Esta historia comienza hace 45 años.

Yo era un joven productor de la Corporación Canadiense de Radiodifusión (CBC), y esperaba que mi siguiente encargo me llevara a un lugar de difícil acceso.

En 1968 me enviaron a Dahomey (ahora Benín), en África Occidental, para grabar un documental para la CBC y UNICEF. Era parte de una serie llamada “Niños del mundo”. Viajé a diez países para realizar la serie entera, pero es el capítulo de Benín el que se me quedó grabado.

El rodaje era en Ganvie, un pueblo de 22.000 habitantes situado encima de un gran lago. Nuestra misión era contar la historia de un niño que hubiera recibido la ayuda de UNICEF.

Y así conocí a Nicolas.

De Benín a Canadá: la increíble historia de Nicolas y Denis

Nicolas, en primera fila, con 10 años, en la escuela de UNICEF en Ganvie / ©UNICEF/UNI160603/Hargrave

Donde todo empieza: una escuela de UNICEF

Estaba en una pequeña aula de UNICEF. Era la única escuela de Ganvie. Nicolas Mignanwande era un chico de 11 años, brillante pero tímido. Él sería el protagonista de mi documental. Había algo en él. Desprendía tranquilidad y confianza.

Pero en Ganvie, sobrevivir era una batalla.

Cada día, Nicolas recorría largos trayectos en canoa hasta el único grifo de agua para garantizar que su familia tenía agua potable. Pescaba, como el resto de niños. Nicolas sabía que se esperaba de él que cuando creciera fuera un pescador, como el resto de hombres de su aldea.

Me gustaría pensar que fue durante esos largos trayectos cuando empezó a pensar que él podría ser algo más.

Estuve diez días con Nicolas y su familia, recogiendo la vida en Ganvie y la única esperanza que tenía aquel niño: la escuela de UNICEF.

Y, así, llegó el día de mi partida.

Un giro de los acontecimientos inesperado

Durante 45 años, me he preguntado a menudo qué habría sido de Nicolas.

En todo este tiempo he hecho muchos más documentales y he tenido dos hijos. Pero de vez en cuando seguía pensando en Nicolas. Hasta el año pasado.

Conocí a una mujer llamada Celine Ahodekon en una ciudad cercana a la mía. Y aquí es donde esta historia da un giro inesperado.

Celine llevaba una cesta de tela, parecida a las que recordaba haber visto en Benín. No pude evitar acércame a ella y empezamos a hablar de cómo era la vida allí hoy en día. Le conté sobre mi documental, y le hablé de Nicolas. Para mi sorpresa, descubrí que Celine era de una aldea a solo unas horas de Ganvie. Ella se quedó intrigada y prometió averiguar algo sobre él.

La mujer contactó con su sobrino en Benín, y él activó a sus contactos en su comunidad. Increíblemente, al cabo de unas semanas había localizado a Nicolas. Y, más increíble aún, este vivía a solo cinco kilómetros del sobrino de Celine.

Nunca habría imaginado saber qué había pasado con Nicolas, pero ahí estaba. 45 años después.

Sabía que tenía que volver a Benín. Sabía que necesitaba ver a Nicolas. No podía pasar el resto de mi vida preguntándome qué habría sido de él.

Y lo que supe de él fue mejor de lo que nunca podría haber imaginado.

De Benín a Canadá: la increíble historia de Nicolas y Denis

Nicolas y Denis, tras su reencuentro 45 años después  / ©UNICEF/UNI160598/Hessou

Nicolas estudió y trabajó duro. Pasó de esa sencilla clase de UNICEF a tener su propia aula. Se convirtió en profesor. Pero eso no era todo. Llegó a ser el Director de Educación de Ganvie.

Multiplicando las semillas de la educación

Ahora Nicolas está jubilado. Pero no ha he dado de trabajar, de manera incansable, para cambiar las cosas en su comunidad. Está muy ocupado dando a las niñas de Ganvie la oportunidad de aprender y ser algo más. Está construyendo una escuela para niñas que contribuya a empoderar a las futuras líderes femeninas de Ganvie.

Hoy, en países de todo el mundo, millones de niños como Nicolas están alcanzando todo su potencial gracias al apoyo de UNICEF y sus donantes. No podemos conocer el final de la historia de cada uno de estos niños. Pero hay muchas más historias como la de Nicolas que merecen ser contadas.

Chad: si eres una niña y quieres ir a la escuela, te enfrentas a más prejuicios y dificultades

Por Yera Kim, especialista de Educación de UNICEF Chad en Yamena

Si hubieras nacido en Chad rural, tus posibilidades de recibir una educación, no digamos ya una educación buena, serían más bien escasas. Más de la mitad de los niños de entre 5 y 18 años están fuera de la escuela en Chad. Si fueras una niña, tendrías más opciones de no ir a la escuela o de abandonarla, de casarte antes de tu 18 cumpleaños, como 7 de cada 10 niñas en Chad, y de cumplir responsabilidades como esposa y madre desde muy joven.

Los datos del Ministerio de Educación muestran que la tasa de escolarización tanto de niños como de niñas, que ya es baja en educación primaria, desciende aún más durante la transición a la escuela secundaria. Sin embargo, la brecha aumenta significativamente entre niños y niñas. Este acceso desigual a la educación se refleja en la tasa de analfabetismo de mujeres y hombres (86% y 69%, respectivamente), así como en la falta crónica de profesoras en el sistema educativo.

En Hadjer Lamis, cerca de Yamena, la capital de Chad, es muy significativa la baja tasa de escolarización y la alta desigualdad de género en la educación. Solo el 9% de los niños y niñas acuden al primer ciclo de educación secundaria, una proporción bastante más baja que el 29% nacional. Y de ese 9%, solo 3 de cada 10 son niñas. Además, de los 263 profesores de secundaria de la provincia, tan solo 3 son mujeres.

Más allá de la pobreza que limita el acceso a la educación secundaria tanto de niños como de niñas, estas afrontan más dificultades debido a a factores como el matrimonio temprano, los roles de género rígidos y los prejuicios.

Chad: si eres una niña y quieres ir a la escuela, te enfrentas a más prejuicios y dificultades

Amouna, de 16 años, asegura que los niños también deben implicarse en la promoción de la educación de las niñas. /© UNICEF/Chad/2019/Kim

El Ministerio de Educación y UNICEF esperan ayudar a las niñas a acceder y progresar en la educación secundaria mediante, entre otras cosas, facilitar el acceso a servicios sanitaros y mejorar las condiciones sanitarias en y alrededor de las escuelas. Para ello se han puesto en marcha actividades para abordar los retos que afrontan estas chicas adolescentes. Y he tenido la oportunidad de reunirme con estudiantes y profesores en Massaguet, un pequeño pueblo de Hadjer Lamis, y conocer qué creen sobre las barreras para la educación de las niñas en sus comunidades.

Amouna, una estudiante de 16 años, dice que hay muchos prejuicios en torno a la educación de las niñas. “Algunos padres creen que la educación es un desperdicio de los ya limitados recursos una vez que las niñas se casan. Al contrario que un niño con educación, las niñas con educación no lograrían ser alguien importante”. Además, para algunos padres la escuela solo crea problemas, al poner a niños y niñas en la misma clase. “Tienen miedo de que las niñas flirteen con los niños”.

Según Amouna, los niños también tienen prejuicios, y por eso los esfuerzos para promover la educación de las niñas también deberían incluirles a ellos.

“Cuando algunos niños de la ciudad ven a las niñas yendo al cole, dicen cosas como ‘¿para qué sirve educar a las niñas?’ o ‘¿vais a la escuela para poder salir con niños?’. Molesta mucho y también desanima”.

Y, sin embargo, merece la pena. “Aunque tengo que hacer muchas tareas domésticas después de la escuela, tengo suerte: mis padres apoyan mi escolarización. También tengo una tía que es funcionaria. Ella es mi modelo y mi inspiración. Pero muchas niñas no tienen ese apoyo familiar ni un modelo educativo”, asegura Amouna.

Los estudiantes a los que conocí en otra escuela en Massaguet me hablaron del conflicto entre los valores tradicionales y la educación moderna. “Para algunos padres, las escuelas modernas son una institución que representa los valores de Occidente. Al contrario de lo que ocurre con los niños, se cree que las niñas familiarizadas con los valores de Occidente causan trastornos y problemas en sus comunidades. Así que muchos padres prefieren enviar a sus niñas a escuelas tradicionales coránicas, suponiendo que quieran que reciban una educación”, explica Mohamed, de 21 años, alumno de secundaria.

Chad: si eres una niña y quieres ir a la escuela, te enfrentas a más prejuicios y dificultades

Katouma, de 19 años, ha logrado seguir yendo a la escuela incluso después de casarse./ © UNICEF/Chad/2019/Kim

Sin duda, queda mucho por hacer para promover la igualdad de oportunidades entre niños y niñas. A pesar de los desafíos, sin embargo, también vi señales positivas y alentadoras en algunas de las aulas que visité en Massaguet. Por ejemplo, cuando conocí a Kaltouma, una niña de 19 años que sigue yendo a la escuela incluso después de casarse, con la esperanza de convertirse en trabajadora sanitaria.

“Solo romperemos las barreras de los prejuicios si las comunidades son completamente conscientes del potencial de niñas con educación. Toda mi familia, incluido mi marido, apoya mi educación porque son conscientes de los beneficios económicos y sanitarios que puede tener para mi familia y, a largo plazo, para mi comunidad”, concluye con esperanza.

Dejando atrás su pasado en el vertedero

Por Brian Boye, Plan International India

Prabhat, de 12 años, trabajaba en uno de los vertederos más grandes de Hyderabad.

A los 12 años, Prabhat debería haber estado estudiando en el colegio y tener unos conocimientos básicos de matemáticas, ser capaz de señalar su país, India, en el mapa y disfrutar leyendo libros. Sin embargo, a los 12 años Prabhat se ganaba la vida vendiendo la basura que recolectaba en un vertedero.

Su vida era difícil. El padre de Prabhat, desempleado, era alcohólico y su madre, Neelam, tenía tuberculosis y también se pasaba el tiempo rodeada de basura y mal olor en otro vertedero cercano al que trabajaban sus hijos.

Prabhat se pasó dos años recolectando basura en una de las plantas de residuos más grandes de Hyderabad (India) donde, diariamente, arriesgaba su seguridad, salud y bienestar para que su familia pudiera tener, por lo menos, una comida al día.

«Solía ​​saltar por encima del muro o de un lado a otro de la valla, llenar mi bolso y después venderlo. Lo hacía todos los días», cuenta Prabhat.

Durante este tiempo, le presentaron a un miembro del personal de Plan International que trabajaba en uno de los proyectos contra el trabajo infantil. El proyecto, implementado en colaboración con la Human Dignity Fundation y la ONG Mahita, ofrece ayuda a niños y niñas que son víctimas del trabajo infantil. Además, a través de este proyecto se ayuda a los padres y las madres con un préstamo para que establezcan una pequeña empresa propia.

El personal del proyecto se reunió con los padres de Prabhat para explicarles, mediante varias sesiones de asesoramiento y sensibilización, los riesgos y consecuencias del trabajo infantil. Al final del proceso, los padres de Prabhat acordaron no mandarlo más al basurero. Con el permiso de sus padres, los miembros de Plan International inscribieron a Prabhat en el centro del Proyecto Nacional de Trabajo Infantil (NCLP, por sus siglas en inglés), donde ahora recibe clases de recuperación junto con otros niños y niñas en situación similar. Se espera que, en poco tiempo, Prabhat ingrese a una escuela convencional.

Por su parte, Neelam, la madre, recibió un préstamo comercial para establecer una pequeña tienda de “tiffin” (bocadillos), gracias a la cual ahora gana suficiente dinero como para cuidar a sus hijos y enviarlos a la escuela.

El proyecto contra el trabajo infantil ha logrado cambios notables, no solo en el caso de Prabhat y su familia, sino en la comunidad de Hyderabad en general. Entre otras cosas, se formó un Comité de Protección Infantil conformado por padres, madres y miembros de la comunidad que se reúnen mensualmente para discutir los problemas y las inquietudes entorno a esta temática.

Prabhat también ha estado ayudando. De vez en cuando, él y otros niños y niñas de la comunidad realizan controles en el basurero para ver si hay otros niños trabajando allí y, si los encuentran, informan al personal del proyecto para encontrar opciones alternativas.

Sin el apoyo de este proyecto, Prabhat todavía podría estar recolectando basura. Sus padres probablemente se habrían visto obligados a hacer que el resto de sus hijos también trabajasen allí. Sin embargo, ahora vuelven a tener esperanza y están seguros de que les espera un futuro mejor.

Desde su inicio hace tres años hasta hoy, el proyecto ha ayudado a casi 16,000 niños y niñas a acceder a la educación.

Trabajando en Malí por la erradicación de la fístula obstétrica

Por Pedro Fernández, cooperante de Farmamundi en Malí

Antes de llegar a Malí por primera vez ya sabía que la población es muy joven y la posición social de la mujer muy cuestionable. Pero conocerlas, saber su historia y mirarlas a los ojos creó en mí un vínculo y unas ganas por mejorar su realidad que, años después, todavía crecen cada día.

La historia personal de Kandé

Ellas no saben que hoy, 23 de mayo, se celebra el Día Internacional por la erradicación de la fístula obstétrica. Muchas de ellas sufren esta lesión, producida durante el parto, y desconocen que tiene solución. Por eso el testimonio de Kandé me parece tan importante. Tras su octavo embarazo y parto comenzó a hacerse pis encima. Su marido la echó del hogar y su comunidad la acusó de brujería para justificar que la repudiaron y expulsaron.

Dejó a sus tres hijos atrás (en Malí la custodia siempre es del padre y de su familia) y acudió a la casa de su hermano. Él la acogió aunque las esposas de este le dieron un trato vejatorio por su lesión.

Desde enero de 2018 desarrollamos un proyecto de cooperación internacional financiado por el Gobierno Vasco dedicado a la erradicación de la fístula obstétrica. Una de las actividades de sensibilización que hacemos es emitir mensajes radiofónicos que informan de la disponibilidad de tratamiento médico gratuito para recuperarse de esta dolencia.

El hermano de Kandé lo escuchó y la llevó al centro de salud. Ella fue intervenida, su familia fue apoyada, sensibilizada y acompañada durante todo este proceso. Kandé recibió tratamiento y seguimiento médico y psicosocial. Parece mentira pero todo esto solo cuesta 300 euros.

Qué hay que hacer para erradicar la fístula obstétrica en Malí

¿Se puede erradicar la fístula obstétrica? Sí. Es posible, es económicamente asumible. ¿Depende solo del dinero? Lamentablemente no.

Trabajamos en la región de Kayes, una de las zonas más deprimidas. Pocos centros de salud, lejos y por caminos complicados. El 98% de las mujeres de la zona han sufrido mutilación genital y es habitual el matrimonio precoz, principales causas de la fístula obstétrica. El índice de maternidad se sitúa en 7,4 hijos/as por mujer. El 36,8% de las mujeres mueren durante el parto o por sus consecuencias.

Con este contexto, es difícil ser positivo. Pero en nuestro trabajo en Farmamundi siempre aparecen pequeñas señales que demuestran la eficacia de nuestra labor. Hace unas semanas se celebró un Foro en la capital de la región de Kayes sobre cómo, entre todos, se puede trabajar para tratar a las mujeres que sufren fístula obstétrica y cómo evitar más casos.

Estaban presentes todas las administraciones, líderes locales (políticos, sociales y religiosos) y personal sanitario. Todas estas personas unidas por alcanzar la cifra de cero casos de fístula obstétrica en 2020.

Queda camino por hacer, no lo dudo, pero, paso a paso, avanzamos en el camino del empoderamiento de las mujeres en Malí.