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Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

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Ébola: altibajos

Por Benjamin Black, MSF Sierra Leona.

Los momentos como este son los que más temo: una mujer con Ébola deambulando por ahí, desnuda y gritando. Una paciente confusa y potencialmente agresiva, con una enfermedad altamente contagiosa y mortal. Y todo lo que nos separa es mi traje de protección amarillo. Oí el golpe mientras estaba saliendo de la zona de alto de riesgo (el área del centro reservada para los casos de Ébola confirmados). La mujer había salido de la zona de alto riesgo y se dirigía hacia la zona de bajo riesgo, donde el personal de MSF realiza tareas administrativas y de papeleo.

Cuando llegué fuera, estaba tumbada en el suelo bajo un sol abrasador. Rodaba sobre si misma gimiendo, no de una manera agresiva, sólo angustiada.

Junto con uno de mis compañeros la llevé de vuelta a su cama, un trabajo difícil si tenemos en cuenta que llevábamos trajes antitranspirantes.

Le pregunté si le dolía algo y ella se llevó la mano al pecho: “Mi padre ha muerto, mi madre ha muerto, mi hermana ha muerto, mis niños han muerto”.

No tengo nada que pueda curar un corazón destrozado o su alma rota, así que me tengo que limitar a pasar la mano suavemente sobre su hombro intentado consolarla, y a darle una manta y un calmante.

Organización del equipo en Kailahun, Sierra Leona. Fotografía de P.K.Lee
Organización del equipo en Kailahun, Sierra Leona. Fotografía de P.K.Lee

Cada ronda médica es un catálogo de historias tristes y desafíos prácticos. Con tantos pacientes es fácil perder la noción del tiempo. El trabajo que uno puede llevar a cabo no tiene fin: ayudar a un paciente a beber, proporcionarle una vía intravenosa, consolar a través de palabras para tratar de aliviar el dolor… el catálogo de horrores llega hasta tal punto, que muchas veces tenemos que intentar colocar el cuerpo de los pacientes que fallecen en una posición relajada, pues a menudo sufren tales dolores cuando están enfermos que cuando mueren lo hacen completamente contraídos.

Cada día que entro en el centro miro las pizarras en las que tenemos escritos los nombres de los pacientes. Hace cinco semanas había tres pizarras, ahora hay siete. Con más de 60 pacientes simultáneamente y teniendo en cuenta que para lo malo y lo bueno tampoco suelen estar mucho tiempo aquí, resulta difícil hacer un seguimiento de todo el mundo, por lo que hemos diseñado un código de color para clasificarlos de acuerdo con su gravedad.

En los últimos días, el rotulador rojo, el que utilizamos para los casos graves, es el que predomina.

Trato de organizar a primera hora los turnos del equipo médico para que así podamos avanzar la mayor cantidad posible de trabajo antes de que lleguen las horas de más calor. Entrar en la zona de alto riesgo requiere ponerse el traje de protección, que es muy incómodo y pesado, y a eso hay que añadirle las dificultades que conlleva el tener que trabajar bajo altas temperaturas y un alto índice de humedad.

El centro de tratamiento está configurado para reducir al mínimo el riesgo de infección. En la zona de alto riesgo se trabaja a través de un sistema de un solo sentido, empezando la ronda por los pacientes que están esperando los resultados de sus pruebas y terminando con los que están en el área de pacientes confirmados. De esta manera reducimos el riesgo de infectar a alguien que aunque esté en la zona de observación, es muy probable que tan sólo tenga otra enfermedad con síntomas similares, como la malaria.

Voy con otro de mis compañeros a ver a los pacientes que están dentro del área de los «sospechosos». La niña que está dentro es hija de otro compañero, lo cual me recuerda que el Ébola no es sólo algo que le ocurre a los demás. Aquí en Sierra Leona también ha afectado a amigos y a familiares de nuestro personal nacional.

Pasamos a la siguiente zona, que sigue siendo parte del área de pacientes sospechosos, pero que es donde encontramos a los pacientes con más probabilidades de padecer Ébola. Están visiblemente más enfermos que los anteriores y muchos de ellos serán confirmados en las próximas horas. Entre ellos se encuentra una niña de dos años que aún está esperando los resultados de sus pruebas. Sin embargo, tenemos los suficientes indicios como para pensar que está infectada y muchos sus familiares enfermaron previamente-

La niña está tumbada en la cama y le cuesta respirar. La levanto despacio y la ayudo a sentarse. Con el apoyo de mi compañero intento que tome unos sorbos de agua. Con tantos pacientes no puedo pasar demasiado tiempo con ella, así que pido que le coloquen una vía intravenosa y sigo con la ronda.

La última zona se destina a pacientes confirmados de Ébola. Está compuesta de tres grandes y blancas tiendas de campaña La mayoría de los pacientes se encuentran lo suficientemente bien como para salir a hablar con uno de los trabajadores de MSF que se encuentra al otro lado de la valla de plástico naranja que separa la zona de alto riesgo de la de bajo riesgo. Pero hoy parece que hay muchos que no pueden salir de la cama.

Los pacientes admitidos en el centro de tratamiento de Ébola pasan a la tienda de triage. Ahí los equipos médicos tratan de determinar la gravedad de sus síntomas y evaluar su historial de contactos. Fotografía de Fathema Murtaza.
Los pacientes admitidos en el centro de tratamiento de Ébola pasan a la tienda de triage. Ahí los equipos médicos tratan de determinar la gravedad de sus síntomas y evaluar su historial de contactos. Fotografía de Fathema Murtaza.

  Una vez que mi turno ha terminado, me dirijo a la valla y resumo   todos los detalles de los pacientes que he visto y de las actividades que he realizado. Uno de mis compañeros al otro lado de la valla escribe de manera resumida lo que le digo ya que nada de lo que utilizo en la zona de alto riesgo puede salir de ahí.

Después comienzo a desvestirme y a lavarme con cloro, siguiendo un protocolo estructurado y bajo la continua observación directa de otro trabajador.

Una vez que estoy fuera me entero de que otros tres pacientes han muerto desde que comencé la ronda, incluida la niña de dos años. Y son sólo las 10 de la mañana….

  El resto del día tiene sus altibajos. Todos los días tenemos un grupo de supervivientes al que damos de alta. Siempre ocurre a ritmo de tambores y cornetas; y nos recuerda que éste también es un lugar de vida. Hay personas con una gran capacidad de recuperación.

Cuando por fin están listos para irse a sus casas, cada superviviente recibe asesoramiento y apoyo para ayudarlos a prepararse a volver al mundo exterior, a ese que se encuentra más allá de las vallas.

La llegada de más ambulancias procedentes de distintos puntos del país llenan rápidamente los huecos dejados por las personas que hemos dado de alta. A pesar de las reiteradas peticiones que hemos hecho para que se construyan más centros de tratamiento, y al contrario de lo que ocurre en Liberia, en Sierra Leona los recursos desplegados sobre el terreno siguen siendo muy escasos. Y hasta que podamos romper la cadena de transmisión, jornadas como ésta seguirán siendo nuestro día a día.

MSF empezó su intervención en Ébola en África Occidental en marzo de 2014. En la actualidad A tiene equipos presentes en Guinea, Liberia, Sierra Leona y Mali. La organización gestiona seis centros de tratamiento de casos de Ébola con una capacidad total de más de 600 camas. Desde marzo, MSF ha admitido más de 6.700 personas, de las cuales aproximadamente 4000 dieron positivo por Ébola, y casi 1.900 de ellas se han recuperado. MSF cuenta actualmente con unos 300 trabajadores internacionales en la región y más de 3.000 trabajadores locales.

El brote de ébola provoca un aumento de los matrimonios forzados

Christiana, Youth Blogger de Plan International en Sierra Leona

Mi nombre es Christiana. Tengo 17 años y vivo en una pequeña aldea en el distrito de Moyamba, al sur de Sierra Leona. Perdí a mi padre cuando era un bebé y mi madre es comerciante.

He vivido los problemas que afectan al derecho de las niñas a la educación. Me obligaron a casarme. Por eso quiero alzar la voz para frenar el matrimonio forzado en Sierra Leona y en todo el mundo.

Tuve que dejar el colegio dos veces: cuando tenía 7 años en primaria y luego en secundaria durante un curso. Volví al colegio hace un año.

En mi colegio, Plan Sierra Leona estableció un club de niñas dentro del Proyecto Girl Power. Fui seleccionada por mis compañeros para ser la presidenta porque mi meta es ser embajadora por la educación de las niñas y contra el matrimonio forzado, los embarazos adolescentes y la mutilación genital femenina.

Chistiana habla sobre matrimonios forzados a las niñas de su comunidad

Chistiana habla sobre matrimonios forzados a las niñas de su comunidad

Escuelas vacías y abandonadas

Antes del brote de ébola, teníamos reuniones en grupo, con educadores dentro de la comunidad y visitas casa a casa para promocionar la educación de las niñas y desincentivar el matrimonio forzado, que es una práctica muy común en nuestra comunidad. A menudo digo que “si plantas un árbol y lo dejas crecer, entonces puedes esperar una fruta fresca”.

Ahora es imposible reunirnos como grupo porque las escuelas están cerradas. En mi aldea, las cosas han cambiado completamente desde que el gobierno decretó una emergencia sanitaria y prohibió todas las reuniones públicas. Los colegios están vacíos como un nido abandonado. Algunos colegios de la zona están llenos de maleza y sucios y se han empezado a usar como centros de cuarentena.

147 niñas embarazadas

Estoy muy triste. Estar en el colegio protege a las niñas de los embarazos y los matrimonios tempranos. Muchas de mis amigas están embarazadas y me he dado cuenta de que algunas han sido obligadas a casarse. Ya no podemos abogar en su nombre, ya no podemos ir a sus casas.

La pasada semana un trabajador social estuvo hablando en la emisora de radio de concienciación infantil del distrito sobre la situación de las niñas y los jóvenes. Según este trabajador, 147 niñas del distrito están embarazadas como consecuencia indirecta de este brote de ébola.

Yo puedo ofrecer un ejemplo de una niña de mi propia comunidad. Tiene 16 años. Un hombre mayor la dejó embarazada y sus padres la enviaron a vivir con ese hombre.

Ocultar la vergüenza con matrimonios tempranos

En mi zona, la gente piensa que es una falta de respeto hacia la familia que una chica se quede embarazada. En algunas familias, las niñas son obligadas a casarse con los hombres para ocultar la vergüenza de la familia. Alguna gente también cree que las niñas pueden entregarse a hombres mayores para ayudar a la familia.

Poner fin al matrimonio infantil en Sierra Leona es algo que necesita de la ayuda de los líderes locales. Yo he oído que existen estatutos locales para acabar con el ébola en algunas comunidades. Creo que estos líderes locales también deberían aprobar estatutos locales contra el matrimonio temprano ahora que el ébola está afectando de esta manera a las niñas.

En mi distrito empezamos a registrar casos de ébola el 19 de agosto. Me preocupé. Pasaba noches en vela preocupada por los mensajes de que el ébola iba a provocar el cierre de colegios, iba a afectar a nuestra economía y, en el peor de los casos, iba a hacer que perdiese a mis seres queridos o incluso mi vida.

Perdimos a algunos niños y jóvenes de nuestra comunidad, a algunos líderes locales, a un líder religioso y a algunos familiares de mis amigos.

En cuarentena y aislados

La situación ha empeorado, mi comunidad está en cuarentena y estamos aislados. He aprendido algunas palabras horribles: casas en cuarentena, centros de transición, cloro, kits para lavarse las manos, centros de tratamiento…Los parques de juego están abandonados.

No hay electricidad, así que todos los días camino hasta el pueblo de al lado para cargar el móvil y comunicarme con los jóvenes de Plan Internacional que también están viviendo en pueblos en cuarentena. Menos mal que Plan Sierra Leona me está ofreciendo crédito y el espacio para comunicarme con los jóvenes que están comprometidos con las actividades de respuesta al ébola.

Plan Sierra Leona y otras organizaciones lo han estado haciendo bien pero creo que se puede hacer más. Hay montones de historias de niñas jóvenes que están siendo obligadas a casarse en mi comunidad. Necesitamos ayuda ahora.

Algunas niñas han sobrevivido al virus, pero han perdido a toda su familia. Todos los días hay huérfanos que mueren.  ¿Qué esperanza nos queda? Volver al colegio será un gran reto para muchas chicas por que tendrán que cuidar de sus hermanos pequeños mientras intentan volver a estudiar.

Ébola en Sierra Leona: «¿Cómo puedo explicarle la muerte a un niño de cuatro años cuando apenas yo la entiendo?”

Por Anne Boher desde Kenema, Sierra Leona.

Amadou tiene cuatro años, antes de las cinco de la mañana despierta a su hermana María porque tiene dolor de cabeza y no puede dormir. Le pregunta dónde está su madre. Es la misma pregunta que le ha hecho casi a diario desde que fue dado de alta de la unidad de tratamiento del ébola en Kenema, hace ya casi dos meses.

María, tiene quince años. Me sorprende que no se enfade porque su hermano la despierte tan temprano. Al contrario, suavemente lo acuna en su cama y lo arropa con su fina manta mientras lo acaricia para que se calme.

Amadou y su hermana, Awa, en la casa familiar en Kenema, Sierra Leona. (© UNICEF Sierra Leona / 2014 / Bindra)

Amadou y su hermana, Awa, en la casa familiar en Kenema, Sierra Leona. (© UNICEF Sierra Leona / 2014 / Bindra)

«No sé qué decirle,» me dice María. «¿Cómo puedo explicarle la muerte a un niño de cuatro años cuando apenas yo la entiendo? Se supone que ésta no es mi responsabilidad».  A María la han obligado a crecer rápidamente.

Cerca de 600 niños han perdido a uno o ambos padres a causa del ébola desde el inicio del brote en Sierra Leona. En todo el África occidental, los niños huérfanos se enfrentan al estigma y al rechazo de sus comunidades y de sus familiares. Especialmente si han sobrevivido a la enfermedad. Como María, muchos se han visto obligados a crecer deprisa.

«Mi madre fue la primera en caer enferma, después de ayudar a una mujer enferma en el barrio», me cuenta. «Ella pensó que tenía la malaria, pero su condición empeoró rápidamente. Llamaron a una ambulancia y fue llevada de urgencia al Hospital Público de Kenema. Fue la última vez que la vi».

Su madre murió pocos días después, pero el hospital no anunció su muerte hasta un mes después.

«Estoy tan triste. Cuando mi madre estaba viva, solía animarme «, explica. «Hablábamos mucho. Nos reíamos antes de ir a la cama. Nos lo hemos pasado muy bien juntas. Desde su muerte, nadie habla conmigo como ella lo hacía. La echo muchísimo de menos, a ella, el amor que me daba, todo… Un día estábamos sentadas en silencio y me contó la historia de su relación con mi papá, su separación, su viaje al extranjero, muchas cosas que no sabía «.

Mientras que muchas familias han tenido que crecer para acoger a los niños huérfanos de parientes lejanos, María ha perdido a gran parte de su familia por el virus, también a la lejana, así que sólo cuenta con la ayuda de algunos vecinos para salir adelante.

«No tengo tiempo para llorar la muerte de mi madre. Tengo que concentrarme en tratar de hacer a Amadou y a Awa [su hermana menor] felices «, explica María. «Yo cocino para ellos, y puedo limpiar la casa. Los vecinos tenían miedo de nosotros al principio, pero después de que los trabajadores sociales hablaran con ellos, empezaron a darnos un poco de arroz de vez en cuando. Aún así, nos faltan recursos y nos enfrentamos a muchos desafíos. »

Algunos de sus amigos han huido de ella, me cuenta. «Muchos no quieren hablar conmigo nunca más, me tienen miedo. La hermana de mi mejor amigo también contrajo la enfermedad, así que hablo bastante con él sobre cómo es tener ébola, sobre cómo me sentía cuando mi mamá se enfermó, compartimos miedos y esperanzas”.

«Sabes, lo peor es no poder volver a la escuela. Mi madre me prometió que podría tener una educación «, me explica María. «Ella quería que yo fuera enfermera, pero ahora las escuelas están cerradas y me temo que no podré regresar cuando se vuelvan a abrir «.

A pesar de tener que enfrentarse a dificultades que jamás imaginó, María mantiene la esperanza. «En primer lugar voy a cuidar de mi hermano y de mi hermana, luego cuidaré también a la gente que lo necesite. Debe haber alguna razón por la cual hemos sobrevivido, así que no tenemos más remedio que seguir sobreviviendo«.

María, de quince años, en su casa con su hermano y hermana. (© UNICEF Sierra Leona / 2014 / Bindra)

María, de quince años, en su casa con su hermano y hermana. (© UNICEF Sierra Leona / 2014 / Bindra)

Ébola: una carrera de fondo

Por Patricia Carrick. Enfermera de Médicos de Sin Fronteras en Sierra Leona.

Ponerse el traje de protección para acceder a la zona de riesgo, donde se encuentran los pacientes que han dado positivo por Ébola y donde realizamos la mayor parte de nuestro trabajo médico, lleva bastante tiempo. Algunas veces me recuerda a cuando vistes a los niños con el uniforme completo de hockey hielo. Incluso sucede que, al igual que los niños, una vez que te has vestido te entran ganas de ir al baño. Debo de reconocer, aunque a regañadientes, que esto de envejecer tiene algunas desventajas.

Una vez que te has puesto el mono de plástico que no es transpirable, los dos pares de guantes, la capucha, las gafas que no se empañan y las pesadas botas de plástico, bajo los más de 32 ºC que golpean la tarde, comienzas una carrera de fondo contra el tiempo.

Enfermeras preparan el reparto de comidas a los pacientes en la zona de alto riesgo. La comida se distribuye en envases desechables que son eleminados en el propio centro.

Enfermeras preparan el reparto de comidas a los pacientes en la zona de alto riesgo. La comida se distribuye en envases desechables que son eleminados en el propio centro. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Tienes que moverte con cuidado para evitar cualquier contacto que pueda poner en peligro la integridad de tu equipo de protección o de tu compañero: no caerte, no realizar movimientos innecesarios, pero, aun así, tienes que hacerlo mientras llevas a cabo el mayor número de tareas posibles durante el tiempo que estás en la zona de riesgo. En esta ocasión estuvimos una hora dentro. Siendo nueva y recién llegada, salí agotada y temblando.

Esta vez, entramos para preparar el alta de una paciente. Se trata una mujer mayor, ciega y que no puede de andar pero que, asombrosamente, ha superado el virus.

Hasta el momento, y a pesar de que había vencido a la enfermedad, se mantenía reticente a abandonar el centro de tratamiento. Quizás temía encontrarse aislada a causa de su discapacidad o no tener para comer. Aquí en el centro de Kailahun había recibido tres comidas al día; recibía saludos y cariño.

Los promotores de salud, la versión en Médicos Sin Fronteras (MSF) de los trabajadores sociales, la llevaron en un vehículo de la organización hasta un punto de encuentro, donde un sobrino, les recibió y se comprometió a acompañar a su tía hasta su casa. Ha vuelto a su antigua vida, se ha recuperado de la terrible enfermedad, pero no sabemos qué futuro le espera.

“No podemos hacer nada por ella, Patricia”

Pasan los días y la gente se sigue muriendo: en ambulancias mientras vienen hacia nosotros, silenciosamente en las esquinas de nuestro centro, bajo las camas, o mientras se desplazan con grandes dificultades, víctimas de esta terrible enfermedad. Las últimas fases de esta enfermedad son, en muchos casos, agonizantes.

Esta es la verdad que los medios de comunicación y las estadísticas no pueden describir; es el día a día que vemos los que estamos aquí.

Ayer por la tarde fui a dar de alta a pacientes junto a Konneh, el responsable de uno de los cuatro equipos de enfermeros locales de  MSF del centro para pacientes de Ébola de Kailahun, Sierra Leona. En el área que llamamos “C2” (allí donde están los pacientes cuyos dos test resultaron positivos), encontramos el cuerpo de una mujer bajo la cama de otra paciente, una aterrorizada niña de unos 11 años.

El rostro de la mujer sobresalía de debajo de la cama y mostraba un gesto de tensión extrema, una expresión que, desgraciadamente, estoy aprendiendo a reconocer. Todavía respiraba, pero no pudo responder, siquiera gemir.

A pesar de la introducción que realizamos en Bruselas, de las formaciones en Freetown, Bo y Kailahun, de la acumulación cada vez mayor de historias y de mi propia experiencia, admito que me quedé atónita. Me di cuenta de que no había nada, absolutamente nada que hacer. Me volví estupefacta hacia Konneh y, bendito sea, desde las profundidades de su traje de protección personal, tuvo la compasión de decírmelo en pocas palabras: «No podemos hacer nada por ella, Patricia”. No pudimos moverla, levantarla; ni siquiera sacarla de debajo de la cama. No teníamos el equipo adecuado, el tiempo y la energía eran limitados, y habíamos entrado para cumplir otras tareas: dar de alta a los supervivientes. Fue un punto y aparte.

Un higienista guía el proceso de desvertirse y rocía con una solución de cloro cada uno de los elementos del traje de protección. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Un higienista guía el proceso de desvertirse y rocía con una solución de cloro cada uno de los elementos del traje de protección. Fotografía: Fathema Murtaza/MSF

Movimos a la niña a la otra cama y tratamos de hacer que se sintiese cómoda. Volcamos la cama que cubría a la mujer para quitarla de la visión de la niña y para que nosotros pudiésemos verla mejor. Sí, respiraba, pero se estaba muriendo. La tapamos con su manta, en el suelo, porque el viento había ganado intensidad y la lluvia había comenzado a arreciar, haciendo que la temperatura bajase. Y se quedó ahí, la dejamos ahí.

¿Dónde están los enfermos y moribundos?

Kathryn Stinson, epidemióloga de Médicos Sin Fronteras. Adaptación al castellano: Fernando G. Calero. 29 de octubre

El conductor golpea su puño contra la bocina con insistencia, indicando a los vehículos, las personas y los animales que se aparten de nuestro camino. Hay que tratar de no perder el ritmo para no quedarse encallado, pero también tenemos que ser conscientes de que, por muchas prisas que llevemos, lo que no se va a apartar de ningún modo de nuestra ruta es el frondoso bosque que nos rodea y que invade la carretera en cada curva que damos.

Nuestro vehículo gira y se retuerce en el camino de tierra, con los neumáticos salpicando pedazos de barro en todas las direcciones. Ha llovido de forma intermitente durante toda la tarde y la carretera está cada vez más difícil de transitar.

El otro Land Cruiser se queda atascado por un momento, tratando de revolucionar su motor para no perder nuestra estela. De repente, el coche se mete de cabeza en un bache de medio metro de profundidad y nuestros cuerpos son violentamente arrojados hacia adelante: “Bienvenidos a Kailahun», anuncia el conductor.

Centro para pacientes de Ébola de MSF en Kailahun, Sierra Leona. Fotografía: Magali Deppen/MSF

Centro para pacientes de Ébola de MSF en Kailahun, Sierra Leona. Fotografía: Magali Deppen/MSF

El trayecto desde Bo hacia la base en Kailahun comenzó con deseos de ‘Bon voyage’ sonando desde todas las radios de mis compañeros. Y para llegar a Bo, habíamos tomado un minibús en Freetown al amanecer, lleno hasta los topes con el equipaje y el personal del proyecto.

Tuvimos que pasar por una media docena de puntos de control entre Freetown y Bo: en cada uno de ellos nos registraron el vehículo, hicimos la preceptiva cola para que nos tomasen la fiebre y, ocasionalmente, nos pidieron que nos laváramos las manos en agua clorada.

El personal con batas blancas del Ministerio de Salud nos medía la temperatura y leía el resultado en voz alta mientras los soldados vestidos con ropa de camuflaje se quedaban mirándonos. “Yo soy de África occidental”, me dice uno de los soldados con una sonrisa de oreja a oreja. “¿Tú de dónde sales?”; “de Sudáfrica”, le respondo. «Perfecto, ¡todos somos africanos!», añade otro con aire de complicidad. Me costó unos segundos darme cuenta de lo que estaba pasando. Sabía por mis experiencias anteriores con Médicos Sin Fronteras (MSF) que un Mundial de fútbol puede llegar a unir a personas que viven a miles de kilómetros, pero lo que nunca me hubiera imaginado es que la epidemia más desgarradora que hemos conocido en años también pudiera hacerlo.

Puesto de control en Mono Junctione, entre Bo y Kailahun. En el puesto de control se realizan pruebas para la detección de síntomas relacionados con el Ébola. Fotografía: Sylvain Cherkaoui/Cosmos

Puesto de control en Mono Junctione, entre Bo y Kailahun. En el puesto de control se realizan pruebas para la detección de síntomas relacionados con el Ébola. Fotografía: Sylvain Cherkaoui/Cosmos

Circular por Sierra Leona no es tarea sencilla a día de hoy, pero lo cierto es que nosotros lo tuvimos fácil. Llevamos unos pases especiales y una inscripción del Ministerio de Salud en la ventana delantera del autobús en la que dice: «permitir el paso– RESPUESTA AL ÉBOLA». En cada control nos hacían la señal para que pasáramos rápidamente a la parte delantera de todas esas colas de más de un kilómetro de largo, mientras decenas de camiones, coches y motos– con madres, niños y hombres sierraleoneses de todas las edades – tenían que esperar su turno bajo un calor sofocante.

El Gobierno ha implementado zonas de cuarentena, de las que no se puede salir libremente hasta que hayan pasado 21 días del último caso. Parece que ahora se ha relajado todo un poco, porque empiezan a ser conscientes de los estragos que esas restricciones de movimientos estaban causando en las vidas de las personas y en el transporte de suministros a todo el país. Para mí, este desplazamiento por el interior del de Sierra Leona fue el primer encontronazo con la realidad que describen todos esos carteles que aparecen pintados en las casas y en los árboles que vemos junto a los caminos: «EL ÉBOLA ES REAL”, pero aún me costaba darme cuenta de dónde había ido a parar.

Nos detuvimos a las afueras de Bo para que pudiera hacer un primer reconocimiento de nuestro centro de tratamiento. A pesar de que sólo tardaron cinco semanas en construirlo, ya está capacitado para ingresar a 100 pacientes al mismo tiempo. A día de hoy, tiene hasta un helipuerto. La siguiente fase incluirá un laboratorio, para no tener que enviar las muestras de sangre a otro lugar y poder así acortar el tiempo que se tarda en conocer los resultados de los análisis.

Pocos centros tienen laboratorios in situ, y eso hace que las muestras se tengan que transportar por carretera a lugares que están a varias horas de distancia. El transporte ya conlleva un riesgo de por sí, pero lo que más nos preocupa es que, debido a ese tiempo de espera, los casos sospechosos que darán negativo en el análisis se mezclarán durante varias horas con aquellas personas cuyos test serán positivos.

Según se me voy acercando por primera vez a pie al centro de tratamiento, mi asombro va creciendo cada vez más: hileras e hileras de tiendas de campaña blancas, de distintos tamaños y con diferentes funciones, forman algo muy similar a lo que sería una ciudad utópica, como si hubiera salida de un sueño extraño o de una película de ciencia ficción. Sin embargo, soy consciente de que, además del asombro, esas tiendas invocan en todo el mundo el temor y la intriga que generan las noticias que todos hemos visto en la televisión.

En el interior, el centro está organizado cuidadosamente en zonas de alto y bajo riesgo. Lo primero que te encuentras al entrar son todos esos puntos de lavado de manos, que consisten en bidones de plástico que contienen agua clorada a los que se les pone un cubo debajo para que no se encharque todo. Están colocados estratégicamente por todo el centro. Echo un vistazo alrededor y veo que todos los caminos que atraviesan las distintas zonas están acordonados con vallas naranjas y un sistema de drenaje de aguas que parece cuidadosamente planificado.

 

Distribución de alimentos a los pacientes confirmados de Ébola en la zona de alto riesgo. No existe contacto entre el personal que viste los trajes de protección en zona alta de riesgo y la zona de bajo riesgo. Una nutrición de calidad es importante para mejorar el sistema inmunológico del paciente y ayudarle a combatir el virus.

Distribución de alimentos a los pacientes confirmados de Ébola en la zona de alto riesgo. No existe contacto entre el personal que viste los trajes de protección en zona alta de riesgo y la zona de bajo riesgo. Una nutrición de calidad es importante para mejorar el sistema inmunológico del paciente y ayudarle a combatir el virus.

Desde ahí observamos a algunos miembros de nuestro personal nacional poniéndose su equipo de protección personal, una capa tras otra, mientras nosotros nos quedamos de pie, sudando dentro de nuestras ligeras batas médicas y de las botas de goma.

“¿Dónde están los enfermos y moribundos?”, me pregunto yo. Un paciente sale de la zona de alto riesgo y se sienta detrás de la valla de color naranja. A pocos metros de distancia, detrás de otra de las vallas, un promotor de salud le dice: «Estás haciendo grandes progresos. Hace días que no tienes síntomas y estás mejorando rápidamente. Ojalá los test nos muestren que ya no tienes carga viral y podamos mandarte de inmediato a casa”.

Intento asomarme para ver si desde algún lugar se puede ver a los enfermos que están en una de las tiendas de la zona de alto riesgo. A lo lejos, veo al personal sanitario enfundado en sus trajes de protección, moviéndose con lentitud y cuidado. Poco más: compruebo con satisfacción cómo las divisiones que se han hecho en el interior de la gran tienda permite que los pacientes mantengan su privacidad, bloqueando tanto nuestra mirada curiosa como la de los demás enfermos.

Retomamos el camino a Kenema, en ruta a Kailahun. En Kenema el mercado está a rebosar de personas y la gente no parece tener miedo de los otros. Están todos comprando y vendiendo bienes y alimentos. ¿Dónde está el Ébola?, ¿dónde está el miedo del que todo el mundo me hablaba? No puedo parar de pensar cuáles son los motivos para que la población no se mantenga alejada del centro de la ciudad y continúen haciendo su vida normal como si nada ocurriera. A simple vista, no parece tan grave como lo pintan. Pero sé que sí lo es. No me queda duda. Está escondido, pero está ahí fuera. Lo noto.

Los hermanos Haja, Abivatu y Lamphia celebran con Sallia Swarroy enfermera  del centro de pacientes de Bo  haber sobrevivido al virus.

Los hermanos Haja, Abivatu y Lamphia celebran con Sallia Swarroy enfermera del centro de pacientes de Bo haber sobrevivido al virus.

Pocos minutos después la realidad me golpea de frente y confirma mis temores. Llegamos con el coche a una rotonda en la que hay formado un buen atasco: un hombre yace postrado en la carretera, demacrado, con su rostro marcado por el dolor. Con un brazo intenta protegerse los ojos, pero ya está demasiado mal, muy lejos de aquí. Sacudimos nuestras cabezas, damos aviso por radio por si una ambulancia pudiera venir a buscarle y seguimos hacia adelante. Miramos una vez más hacia atrás. Ahí es cuando me doy cuenta de que nadie va a acercarse a él. Lo más probable es que se muera solo porque ni siquiera hay ambulancias y nadie parece muy preocupado en enviarlas. Sí, el Ébola, es real. Ahora lo veo claro.

Personal sanitario que aprende a luchar contra el ébola en Sierra Leona

Por Yolanda Romero, asesora de UNICEF Sierra Leona.

Veinte estudiantes escuchan a un instructor sentados en una clase de Freetown. Podría parecer una imagen común, pero el tema del que se habla, el ébola, y las edades de los alumnos, la mayoría de unos cuarenta años, hacen que se trate de una situación distinta.

Todos los estudiantes trabajan en el sector de la salud. Entre ellos hay enfermeras y médicos, y están aprendiendo a prevenir la infección en un entorno altamente contagioso. La formación la proporcionan miembros del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Atlanta, Estados Unidos, y el curso está organizado por UNICEF.

El instructor del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta, Ben Levy, enseña a una alumna a utilizar los dobles guantes de látex para evitar el contagio de ébola. En Sierra Leona, ha habido más de 80 fallecidos a causa del ébola, y al menos 100 se han contagiado. (©UNICEF/2014/Bade)

El instructor del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta, Ben Levy, enseña a una alumna a utilizar los dobles guantes de látex para evitar el contagio de ébola. En Sierra Leona, ha habido más de 80 fallecidos a causa del ébola, y al menos 100 se han contagiado. (©UNICEF/2014/Bade)

La idea del curso es formar al personal sanitario para que sepan usar sin problemas y sin miedo los equipos de protección personal en su trabajo y puedan controlar a todos los pacientes, aislar casos sospechosos y seguir proporcionando los habituales servicios de atención sanitaria: inmunización, nutrición, atención prenatal, VIH, tuberculosis, paludismo y neumonía, especialmente entre mujeres y niños menores de cinco años.

Este tipo de cursos son esenciales para devolver la confianza en el sistema de la salud tanto a los trabajadores, que se sentirán más seguros, como al resto de la población, que tendrá la garantía de que esos trabajadores son profesionales y están preparados para asegurar su protección.

Desde el comienzo del brote, se han registrado más de 80 muertes de trabajadores de la salud a causa del ébola, y más de 100 se han contagiado. Al tiempo que la respuesta crece, el objetivo prioritario se centra en prevenir la infección entre el personal sanitario.

Se trata de un taller de “formación de formadores” que permite a los trabajadores de la salud salir al exterior y formar, a su vez, a otros trabajadores para prevenir y controlar casos en todo el país. Se espera sumar 1.200 unidades de personal sanitario a nivel nacional.

CONTROLAR LA INSPECCIÓN: UN LUJO INDISPENSABLE

“En los países que carecen de sistemas de salud sólidos, el control de la infección es algo más que una necesidad, es un lujo”, dice Ben Levy, del CDC.

Ben insiste en que la formación y los recursos son esenciales para detener el contagio y que, aunque los profesionales de la salud de Sierra Leona están muy comprometidos y cuentan con años de experiencia, “no están acostumbrados a controlar la infección en la medida adecuada, ni en los pacientes ni en ellos mismos”.

Además, en las fases iniciales del brote los equipos no estaban disponibles.

En la actualidad, la formación y los materiales médicos necesarios están llegando al país. UNICEF ha fletado casi 230 toneladas de equipos con cloro, guantes de látex y bolsas de plástico para los cadáveres, con el fin de aumentar el control de la infección y detener las pérdidas de las valiosas vidas de los trabajadores sanitarios. El país cuenta con una media de un médico por cada 33.000 personas.

El protocolo que los alumnos del taller deben seguir para utilizar el equipo de protección personal es tan estricto como la forma de quitárselo. Los trabajadores que han sido capacitados formarán a su vez a otros, hasta que se consigan más de 1.200 unidades de salud en todo el país. (©UNICEF/2014/Bade)

El protocolo que los alumnos del taller deben seguir para utilizar el equipo de protección personal es tan estricto como la forma de quitárselo. Los trabajadores que han sido capacitados formarán a su vez a otros, hasta que se consigan más de 1.200 unidades de salud en todo el país. (©UNICEF/2014/Bade)

FORMACIÓN Y CONFIANZA

Rebecca Amara es una enfermera de 35 años que asiste al taller. Tal y como nos cuenta, en Sierra Leona no hay especialistas en el control de la infección ni unidades de salud, y por eso está muy interesada en recibir formación. La mayor parte de la información es nueva para ella.

Su compañera de mesa lo confirma: “he visto que los trabajadores ponen sus botas al sol como una forma de ‘limpiarlas’, pero ahora les diré que utilicen una solución de cloro al 0,5, que las pongan en remojo durante media hora y a continuación las dejen secarse boca abajo”.

La solución debe ser adecuada, ya que “si es demasiado fuerte puede dañar los materiales y, si es demasiado baja, no matará el virus”, explica Ben.

Después de la teoría viene la práctica, y los asistentes al curso aprenden a utilizar los equipos protectores correctamente para no infectarse.

El protocolo no parece nada fácil. “Es complicado”, confirma Abu Conteh, una enfermera que también asiste al taller, “pero al practicarlo me siento más segura”.

El último reto consiste en reducir las horas de trabajo del personal sanitario para evitar que cometan errores debido al cansancio, un factor humano que es tan decisivo como impredecible.

Fatmata Dumbuya, 17 años: “Él me trató bien hasta que me quedé embarazada”

Por Jo Dunlop and Nerina Penzhorn de UNICEF Sierra Leona

Un puñado de chicas adolescentes se quita los zapatos y entra en una gran sala en el segundo piso de un edificio antiguo, al otro lado de la bulliciosa calle del mercado de Port Loko. Todas son miembros del club Wharf del pueblo y se reúnen cada tarde.

Mbalu tiene 18 años y se ha convertido en una de las facilitadoras del club de Port Loko.

Mbalu tiene 18 años y se ha convertido en una de las facilitadoras del club de Port Loko.

«Hoy vamos a hablar sobre el embarazo adolescente», anuncia Mbalu Bumbuya, que a sus 18 se ha convertido ya en una de las tutoras del club.

El embarazo adolescente es uno de los problemas sociales más generalizados en Sierra Leona en la actualidad. Cuando una adolescente queda embarazada, ve afectado su progreso social, económico y político y, además, pone en riesgo su salud.

En Sierra Leona, más de un tercio de los embarazos son de madres adolescentes. Hasta el 40% de las muertes maternas se producen también entre ellas.

UNICEF, en colaboración con la ONG local BRAC, aborda este complejo tema a través de una idea simple: proporciona espacios donde las adolescentes puedan disfrutar pasando el rato mientras reciben formación en habilidades para la vida, obtienen valiosos conocimientos y acceden a la tutoría de sus compañeras. El programa ayuda en toda Sierra Leona a 6.000 niñas de entre 13 y 19 a lograr un mayor empoderamiento social y económico.

El objetivo más amplio del programa es reducir el matrimonio infantil y el embarazo adolescente. A través de estos clubes que se reparten por todo el país, niñas vulnerables reciben capacitación en salud sexual y reproductiva. Además, las niñas aprenden sobre economía y pueden acceder a microcréditos para iniciar actividades generadoras de ingresos.

Los clubs han ayudado a chicas como Mbalu a mantenerse enfocada en sus estudios. Ahora ella es una apasionada de la enseñanza, estudia magisterio y le encanta motivar a sus compañeras.

Una de ellas es Aminata Kargbo, que tiene 16 años y abandonó la escuela cuando quedó embarazada. «Mis amigos en la escuela comenzaron a chismear sobre mi embarazo y yo estaba demasiado avergonzada», explica. Cuando se unió a su club local, se encontró con el apoyo y la amistad del resto de chicas, lo que le dio el coraje para volver a la escuela.

La falta de dinero para necesidades básicas, como alimentos y ropa impulsa algunas niñas hacia el sexo por dinero. Además de formación en salud sexual, en los clubs se les ofrece capacitación en habilidades profesionales como peluquería o sastrería para que no tengan que caer en esas prácticas.

Fatmata Dumbuya abandonó la escuela a los 17 años para casarse con un hombre mayor, con la oposición de su familia. «Él me trató bien hasta que me quedé embarazada», explica. «Entonces empezó a verse con otras mujeres y a tratarnos mal». Al final su marido ni siquiera llevaba a casa alimentos suficientes para Fatmata y su hijo, así que ella decidió dejarlo, pero estaba demasiado avergonzada para regresar con su familia. Decidió irse a vivir con sus suegros y estando allí conoció los clubs Wharfs.

Tras capacitarse en finanzas, Fatmata ha recibido un microcrédito del club y con el dinero ha comprado artículos para el hogar que vende de puerta en puerta.

Conseguir tener independencia financiera ha cambiado completamente la vida de Fatmata. Ahora es capaz de proveer ropa y comida para ella y su hijo, es respetada en su comunidad y tiene mucha más confianza en sí misma.

Cuando el marido de Fatmata se enteró de su éxito, fue a visitarla. Ella simplemente le dijo: «Mi negocio es mi único hombre ahora».

Sierra Leona sigue siendo uno de los países más pobres del mundo. Poner fin a la pobreza requiere proporcionar oportunidades para todas las personas, especialmente las mujeres y las niñas, para prosperar a través de la educación, la nutrición y la salud. Son muy necesarias iniciativas como esta en Sierra Leona que empoderan a las niñas para alcanzar su pleno potencial.

La primera referencia del día

por Niklas Bergstrand (Médicos Sin Fronteras, Sierra Leona)

Como os decía, cruzamos un puente… Varias personas se bañan en las azules aguas del río, se limpian los dientes y lavan la ropa. En la distancia, pequeñas chozas de adobe con techo de paja puntúan el paisaje.

Cuando llegamos al otro lado, la radio crepita y el operador pide a Paul que se dirija urgentemente al centro de salud Jimi Bagbo. Paul aprieta el acelerador y se mete a toda velocidad en una sucio y estrecho camino que corta la verde exhuberancia que nos rodea, haciendo todo lo posible por sortear los baches.

Al llegar al centro de salud, vemos a una mujer que aprieta a un niño contra el pecho. Los ojos de la mujer están muy abiertos, con una mezcla de miedo y confusión. El niño respira muy rápido y pesadamente. Tiene malaria severa y anemia, y necesita ser ingresado en el hospital con urgencia. Suben a la ambulancia, la puerta cierra y salimos de inmediato para un trayecto de una hora de baches hasta el centro de referencia Gondama.

“Me gusta mucho mi trabajo, e gusta conducir”, me explica Paul tras dejar al niño y a su preocupada madre en la sala de urgencias del hospital. “Estas ambulancias suponen un gran beneficio para la comunidad, porque la gente puede llegar gratuitamente al hospital cuando están enfermos. Si no hubiera ambulancias, ¿cómo podrían permitirse el dinero que cuesta el transporte?”.

Durante la guerra civil en Sierra Leona, Paul fue testigo de más atrocidades de las que quiere recordar. Se acuerda de las bandas de niños drogados que eran utilizados como máquinas de matar y que entraban arrasando en aldeas y ciudades. Aunque a lo largo de los años también ha compartido buenos momentos con sus colegas de trabajo, y ha ayudado a salvar innumerables vidas de mujeres y niños.

“Durante la guerra, toda esta carretera estaba plagada de controles”, me cuenta mientras volvemos a Sumbuya. “Era habitual encontrarse muchos cadáveres a lo largo de la carretera entre Bo y Freetown. Cada vez que tenía que cogerla, no era capaz de dormir la noche anterior. Había ataques y mataban a mucha gente”.

Médicos Sin Fronteras trabajó en Sierra Leona durante la guerra civil, en numerosas localidades a lo largo del país. La guerra duró once años y se llevó más de 50.000 vidas, muchas de ellas de civiles inocentes. Las actividades de MSF iban desde la cirugía de guerra, hasta la asistencia primaria de salud para personas que no podían pagarse la atención médica.

Hoy, MSF se centra en la atención obstétrica y en el tratamiento de niños con desnutrición y malaria tanto en Bo como en sus alrededores. Cada mes, los equipos atienden a más de 700 niños y asisten un centenar de partos.

“Ese pueblo que ves ahí fue incendiado durante la guerra”, recuerda Paul señalándome un grupo de chozas y edificios en la distancia. “El hospital local que está un poco más adelante también fue incendiado, y MSF ayudó a reconstruirlo”.

Las caras sonrientes de los escolares, los animados corrillos en los puestos callejeros y el tranquilo devenir de la vida que observo me hacen difícil imaginar que todo eso ocurrió hace no mucho más de diez años.

“Ahora estamos mejor. Puedes ir a cualquier sitio, la gente es amistosa –cuenta Paul–. Cuando tengo el día libre, en los fines de semana, me gusta ver el fútbol. Soy forofo del Manchester United.”

A medida que las sombras se alargan y que el día se acerca a su fin, Paul me deja en el recinto de MSF. Le espera un último viaje, tiene que ir a buscar a otro paciente antes de acabar su turno, otro niño con malaria severa cuyo futuro sería incierto sin la ayuda de Paul y del resto del equipo de MSF en Bo.

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Foto 1: Cruzando el puente de camino al centro de salud Jimi Bagbo (© Niklas Bergstrand).

Foto 2: Paul lleva urgentemente al hospital de Gondama a un niño con malaria severa y anemia, y a su madre (© Niklas Bergstrand).

Foto 3: Hospital de MSF en Gondama (© Niklas Bergstrand).

La ambulancia de Paul

por Niklas Bergstrand (Médicos Sin Fronteras, Sierra Leona)

No hace mucho que ha amanecido, y sin embargo es como si el mundo entero estuviera ya despierto. Las gallinas cloquean, las cabras balan, los niños cantan de camino a la escuela, y el tráfico matutino ya petardea en una nube de polvo amarillo. Detrás de los muros del recinto de MSF, la flotilla de 4×4 blancos reluce  en la brillante luz del sol.

Un hombre con gorra azul está ocupado llenando el depósito de uno de los coches. Se llama Paul Sefoi, y lleva casi 15 años trabajando con MSF en Sierra Leona. Es uno de los varios conductores de las ambulancias con las que trasladamos a los pacientes en estado crítico desde los centros de salud rurales al Centro de Referencia Gondama de MSF, un hospital de 220 camas situado a las afueras de Bo, la segunda ciudad más importante del país.

Gracias a este sistema de referencias a la maternidad del hospital, hemos conseguido que la cifra de muertes maternas en el distrito de Bo se reduzca en más de la mitad respecto a la media nacional.

 “Cuando llevas a una mujer embarazada en el coche, tienes que conducir con mucho cuidado. La última vez que traje a una, dio a luz en el coche”, me cuenta Paul mientras circulamos hacia Sumbuya, un puesto de salud rural cerca de los límites del distrito. “La señora  sangraba mucho, pero al final tanto ella como el niño se pusieron bien”.

Sierra Leona tiene algunos de los peores indicadores de salud en el mundo. Aquí la gente sigue muriendo de enfermedades que son fácilmente prevenibles y tratables. Uno de los principales problemas de salud es la malaria, que es endémica en Sierra Leona, y que mata a más de 20 personas cada día en este país.

 Y muchas de las mujeres embarazadas que llegan a nuestro hospital están en estado crítico. A veces, las parteras tradicionales les han dado dosis de hierbas tradicionales tan grandes que, por su potencia, provocan contracciones en el útero.

 Cruzamos un puente…

(Continuará)

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Foto: Paul Sefoi, conductor de ambulancias de MSF (© Niklas Bergstrand)

 

De “a tiempo” o “demasiado tarde”

Por Patricia Lledó (ginecóloga de Médicos Sin Fronteras, Sierra Leona)

El sistema de clínicas, criterios de complicación y traslados a tiempo con ambulancia al hospital ha logrado disminuir la mortalidad materna en este distrito de Sierra Leona en el que trabajamos. Es increíble lo que pueden hacer un “a tiempo” y un “demasiado tarde”… Pese a todo, aún recibimos  muchos “demasiado-tardes”, porque las pacientes tardan en tomar la decisión de acudir a la clínica y/o paren en casa, y a veces no viven cerca de la clínica o carecen de transporte.

Entra una paciente con parto obstruido. Lleva empujando desde la noche anterior y el bebé no sale. La examino a ella y escucho el latido del feto, muy lento. Decido hacer un parto instrumental con ventosa (por supuesto aquí sin esas cosas como anestesia epidural), y saco al bebé volando y llamo al pediatra para que me eche una mano con la resucitación del recién nacido. 20 minutos más tarde tenemos que admitir que ha sido un “demasiado tarde” para el bebé. Lo arropamos en un refajo de telas de colores.

Pero la madre está bien, un “a tiempo” para ella, teniendo en cuenta que el parto obstruido mata a entre un 10 y un 20% de las 1.000 mujeres que mueren cada día en el mundo por causas relacionadas con el embarazo y el posparto. Por no hablar de que puede causar fístulas de difícil arreglo en la madre, abocándola a perder orina el resto de su vida sin control.

Salgo a tomar un poco el aire (¡qué calor, no hay forma de encontrar una sombra para fumar un cigarillo tranquila!) justo para ver llegar la siguiente ambulancia. Hemorragia posparto. Hala, a correr todos. Sangre, vías intravenosas, mucha más sangre, drogas para contraer el útero, algún que otro trocito de placenta que hay que sacar y… ufff, «un a tiempo». La hemorragia es la principal causa de mortalidad materna en estos países. ¡Ya llevamos dos puntos contra las estadísticas hoy!

Reviso a unos gemelitos, cuya madre murió hace cuatro días de una complicación relacionada con la hipertensión del embarazo llamada eclampsia. Llegó inconsciente, logró dar a luz a los gemelos y, pese a todas las drogas posibles, nunca despertó para verlos. Van ganando peso, estamos enseñando a la abuela cómo preparar la fórmula de leche artificial para recién nacidos. Ya queda poco y podrán irse a casa, a la casa sin madre… un “demasiado tarde”.

Así pasa el día, mezclando “demasiado tarde” con “a tiempo”, siempre salpicado por algún llanto o grito de dolor de las madres de las otras 150 camas pediátricas que tiene el hospital. Pero sazonado con alguna risa y mirada picarona de los niños que no están tan graves y pululan por el hospital.

Hoy no ha habido ningún “demasiado tarde” para ninguna madre, un buen día sin duda. Ya se ha hecho de noche y huele distinto, igual llueve pronto.

Hago la última ronda antes de intentar “estirar la variz”, como decían mis compañeros en el hospital en el que trabajaba en Madrid antes de esta vida loca. Y además tengo hambre. Si es que las necesidades básicas son las mismas en todas partes del mundo, ya lo decía mi abuela…

Miro la sala llena de mosquiteras a media luz. Todas las pacientes parecen ir bien, algunas sonríen (pensarán “qué hace la blanca esta despierta”). Pues a ver qué trae el resto de la noche. Nuevas miradas seguro, y esperemos que ningún “demasiado tarde” y muchos “a tiempo”.

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Foto: Sala de Urgencias del Hospital de Refencia de Gondama, Sierra Leona (© Niklas Bergstrand/MSF)