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La tierra de nadie en la que los niños son el problema de otro

Por Sarah Crowe, especialista de comunicación de UNICEF, desde Níger.

Agadez, Níger. Nada podría estar más lejos de las puertas del paraíso que este desierto abrasador que se extiende mucho más allá de lo que la vista puede abarcar.

Y, sin embargo, es esto. Escondidos en los guetos, distribuidos entre los alrededores de esta antigua ciudad de color dorado y paseando en los centros, hay cientos de migrantes. Están abandonados, con deseos truncados y sueños incumplidos. Están en camino hacia o desde los países vecinos, o más allá. Algunos –sorprendentemente, no la mayoría- tienen como último objetivo atravesar las ardientes arenas del Sáhara hacia lo que se está convirtiendo rápidamente en el escurridizo Eldorado: Europa. Muchos niños viajando solos, madres lactantes, recién nacidos, y multitud de hombres jóvenes y enfadados porque su búsqueda ha sido interrumpida.

Agadez (Níger) fue una vez la capital africana de la migración, un cruce de caminos para la gente en tránsito, un bullicioso centro para los traficantes y para quienes vendían al borde de la carretera máscaras y mascarillas para el sobrecogedor viaje. Traficantes esperando su mercancía humana. Las autoridades cerraron los ojos entonces. Ahora, a medida que Europa y el norte de África –en una restricción generalizada de la migración– endurecen sus fronteras y cierran sus puertos, generando un drama en alta mar, este remoto centro se ha convertido efectivamente en la nueva frontera de Europa. Las llegadas a Italia entre enero y principios de junio se redujeron en dos tercios, en comparación con el mismo periodo del año pasado, cuando 60.000 personas cruzaron desde África del Norte.

La tierra de nadie en la que los niños son el problema de otro

Centro para migrantes en Agadez, Níger / © UNICEF/UN0209686/Gilbertson VII Photo

Desde noviembre del año pasado, más de 8.000 personas de África Occidental, incluidos 2.000 niños, han vuelto a Níger desde Argelia. Otros 900 refugiados y solicitantes de asilo del este de África, trasladados desde Libia, esperan los lentos y complejos reasentamientos o reunificaciones familiares que determinen su futuro.

Níger es uno de los países más pobres del mundo y todavía soporta las peores consecuencias de las políticas de los países ricos de “fuera de la vista, fuera de la mente”.

Los apresurados acuerdos entre un país y el siguiente (UE-Turquía, UE-Libia, Francia-Níger, Argelia-Níger) están haciendo de la migración el problema de “otro”, empujando a las personas migrantes como una “patata caliente” hacia el sur. Los niños pagan el precio más alto, con pocas estructuras que les mantengan seguros.

Estos rechazos han provocado que las apuestas sean más altas y las rutas más arriesgadas.

En medio de una tormenta de polvo, con un calor abrasador, conocemos a un joven guineano furioso por haber sido expulsado en la frontera desde Algeria, donde huía de una vida en las calles haciendo trabajos esporádicos. Comenzó una arenga gesticulando ferozmente, pero sus palabras eran tan acertadas como angustiosas: “El desierto se ha convertido en un cementerio para nuestros hermanos africanos, y a nadie le importa”.

Él es uno de los que fueron devueltos desde Argelia, abandonados en una tierra de nadie en el desierto, a temperaturas de 48º, a kilómetros de la frontera con Níger, obligados a caminar hasta que pudieran encontrar transporte y refugio. Muchos procedían de Zinder, Níger, una empobrecida ciudad que depende de las ayudas desde hace mucho tiempo.

Irónicamente, cuando los migrantes son llevados a Agadez, a un llano totalmente seco con apenas unas tiendas de campaña desgastadas, los niños de la zona les rodean con boles de plástico, pidiendo una limosna a quienes la pedían antes que ellos.

Es un grupo variopinto, algunos podrían ser clasificados como refugiados. Conozco a liberianos que dejaron su país durante la crisis del ébola, a guineanos que huyen de tiempos difíciles, a nigerianos que escaparon de Boko Haram, y a otras personas que huyeron de la tortura y los sufrimientos en Libia. Tres naciones de la ONU –ACNUR, la OIM y UNICEF- han aumentado la respuesta en Níger.

“El cumplimiento de las leyes anti migratorias ha cambiado las dinámicas del país. Estamos viendo un aumento de los niños no acompañados, y una utilización de rutas en las que no pueden ser rastreados, lo cual las hace más peligrosas”, explica Dan Rono, oficial de protección infantil de UNICEF. “Es un viaje duro para un adulto, así que imagínate para un niño de 11 años. Es casi imposible para él”.

La tierra de nadie en la que los niños son el problema de otro

Un grupo de migrantes sudaneses juega al fútbol en un refugio en Agadez, Níger / © UNICEF/UN0209677/Gilbertson VII Photo

Solo en abril se produjo un incremento del 14% respecto a los meses anteriores de gente moviéndose por Níger; un tercio de ellos eran niños, exhaustos y traumatizados. La cifra real podrías ser mucho más alta, ya que muchos niños están escondidos o no se les ha detectado.

Omar, un niño de 14 años de Sierra Leona, pertenece a una de esas estadísticas ocultas. Desgarbado y de movimientos torpes, lleva una gorra de los yankees, una camiseta sin mangas, pantalones holgados y chanclas, prácticamente son todas sus pertenencias. Está censado en un lugar llamado “Gueto”, a las afueras de Agadez, esperando la oportunidad de cruzar. Dejó su casa porque su padre no pagaba la matrícula de la escuela.

“Decidí ir a Libia, o a Europa para tener una buena vida. No volveré a casa hasta lograrlo, hasta llegar a ser un buen chico para ayudar a la familia que ha quedado atrás”, me cuenta. “Si me quedo en casa seré un mal chico. Beberé, fumaré…pero no quiero esa vida. No quiero ser un mal chico. Si voy a Europa podré ir a la escuela. Seguiré jugando al fútbol”.

Según estudios de UNICEF, aunque la mayoría de los niños migrantes se quedan en África y no desean ir a Europa, un tercio de los que sí quieren llegar, como Omar, dicen que es por su educación.

Un antiguo traficante, Dan Ader, cuyo lucrativo negocio se desmoronó cuando se produjeron las restricciones, nos explica: “Hay muchos muertos porque hay miles de rutas. Si tu GPS tiene un pequeño fallo estás perdido. Nunca encontrarás tu camino de nuevo”.

UNICEF estima que. entre enero y mayo, unos 120 niños se ahogaron en el mar. Al menos en el mar hay guardacostas. Pero nadie patrulla el vasto y letal mar de arena.

Eso no les disuadirá de seguir intentándolo.

La desesperación y los sueños les convierten en filósofos y poetas. Las inscripciones en las celdas y los grafitis en los sombríos muros de los guetos cuentas sus historias, garabateadas con carbón:

“Europa o nada. Dios está allí”. “Es mejor morir en el mar que morir delante de tu madre sin nada”.

La tierra de nadie en la que los niños son el problema de otro

Transporte de migrantes y refugiados en Zinder, Níger / © UNICEF/UN0209720/Gilbertson VII Photo

La migración es tan antigua como la propia humanidad. Para muchos, un rito de iniciación a la edad adulta, o sencillamente una manera de buscar una vida mejor. Y no parece que el cierre de puertas y fronteras vaya a detenerla. África tiene la población más joven y que crece más rápidamente. Hay un dicho que cuenta que “África está sentada con sus bolsas preparadas”. Una de las pintadas de Agadez es un crudo recordatorio de una de las razones: “África es rica, pero sus niños la abandonan por sus malos gobiernos”.

Pero solo un 15% de quienes están migrando en África muestran interés por llegar a Europa.

Así que gestionar la migración es algo global, y ahora que los Pactos Mundiales sobre Refugiados y Migraciones se están finalizando, la UE y otros actores necesitan realmente aprovechar este momento para poner las necesidades de los niños desarraigados por encima de los intereses nacionales. También hay que mantener a las familias juntas y a los niños seguros, e invertir en países como Níger y otros del sur, que reciben a más migrantes y refugiados en un mes que todos los países del norte en un año.

Para muchos de ellos, el verdadero paraíso perdido es el ser desarraigado de su hogar y de sus seres queridos, sobre todo para los niños solos. Ahora miran a los estados más poderosos, a la UE y a la Unión Africana para que establezcan un sistema migratorio adecuado que no les deseche como el viento que les llevó a orillas extranjeras.

Arena roja y silencio

Por Tareck Daher (Médicos Sin Fronteras, Níger)

Durante horas, el viaje sigue tranquilamente. Paisajes idénticos desfilan ante nuestros ojos y no es un paisaje muy verde que digamos.

Matorrales por aquí y por allá, árboles por aquí y por allá a lo largo de la carreteras, seguramente cinamomos, y pequeñas colinas salpicando a lo lejos el paisaje saheliano de esta parte de Níger. Arena y siempre más arena, una tierra que parece árida y que los hombres trabajan con dificultad.

El vehículo sigue su ruta, sin incidentes; nos vamos acercando a Madaua, nuestra primera escala. Media hora de descanso y un tercer cambio de vehículo: esta vez es Bouza quien envía el coche que nos espera en nuestro destino final.

Entre Bouza y Madaua el paisaje es idéntico. Si por casualidad nos colocamos detrás de algún vehículo, nos envuelve una polvareda de color ocre que se nos mete en la garganta hasta que por fin podemos adelantarlo. El sol ya no quema tanto como al principio del día. Las mujeres en las carreteras vuelven a sus hogares, con su cargamento de leña o de agua encima de la cabeza. Por la tarde, todavía les queda por preparar la comida y bañar a los niños, y todo esto después de un duro día de trabajo en el campo. Por la noche, en los pueblos, los niños rendidos de cansancio cenan y se van a la cama.

Por fin llegamos a Bouza. Tras 10 horas de ruta, aparece tras una curva un pueblo donde hemos asumido la gestión de toda una estructura hospitalaria para poder atender a los niños desnutridos. Una última curva y aparece nuestro destino final; un toque de claxon, el portal se abre… y nos recibe la nada. Todo el mundo está en el hospital, así que nos atiende el jefe de proyecto que está solo, esperándonos.

Estoy impaciente; como los demás, quiero visitar la estructura y ver cómo se atiende a estos niños. Me han hablado mucho de esta emergencia y quiero ver cómo estamos respondiendo.

Nos entretenemos el tiempo justo para beber un vaso de agua y lavarnos la cara para asearnos un poco, y ya estamos de nuevo en el coche camino del hospital. Al llegar allí, casi no se oye sonido alguno dentro del recinto, todo un contraste con el exterior. Al fondo, pueden verse unas tiendas blancas teñidas de rojo por culpa de la famosa arena de Níger, y todo está envuelto por un silencio denso en el que no se filtra nada. El vehículo se detiene. Bajamos y nos dirigimos hacia la entrada de este centro nutricional levantado

Centro nutricional de Médicos Sin Fronteras en Bouza, Níger (© Tareck Daher)

Centro nutricional de Médicos Sin Fronteras en Bouza, Níger (© Tareck Daher)

para acoger a niños enfermos.

A nuestra izquierda, en el suelo mondo, vemos unas mujeres envueltas en sus paños de colores cálidos; a su lado, niños tumbados en un silencio casi total, descarnados; de sus cuerpos no sobresalen más que los huesos, tan delgados que no podemos determinar su edad.

Bienvenidos al centro nutricional de Bouza donde la muerte te recibe en frío. Bienvenidos al mundo de lo absurdo, bienvenidos a este mundo donde la dignidad humana se perdió para siempre jamás, donde los niños mueren en silencio. En este mundo de brutos, no hay sito para los débiles.

Hay tiendas montadas por todas partes y en el interior de cada una de ellas hay más niños, habitualmente con sus madres. Se ha establecido un circuito: los que están peor se encuentran en primera línea. Intentamos recuperarlos, reanimarlos, que sigan viviendo. Son los que están peor: tienen la mirada apagada, sin apenas ya señal de vida. Se diría que han entendido que su lucha es como una carrera de obstáculos. Y ya no luchan, parece que han aprendido a rendirse.

Y sin embargo, en este centro nutricional a veces aparece un rayo de esperanza: cuando se ha podido salvar a un niño, cuando se puede ver una sonrisa dibujarse en un rostro, cuando se ha gana el combate y el niño se salva. Entonces piensas que hay que seguir adelante porque merece la pena hacerlo.

A vosotros, pequeños que sobreviviréis, quiero deciros que espero que seáis personas justas.

 

En ruta hacia Bouza

Por Tareck Daher (Médicos Sin Fronteras, Níger)

El despertador suena a las 5 de la mañana. Dentro de nada salimos para los proyectos. El coche debería llegar a las seis y media, y tenemos por delante de 9 a 10 horas de trayecto. Me han dicho que en principio la ruta está asfaltada hasta Madaua (nuestra primera escala), para partir enseguida rumbo a Bouza (donde se encuentra el segundo proyecto).

El desayuno consiste principalmente en sandía y un poco de agua. Miro por última vez mi email. Nuestro chófer, Ousmane, llega puntualmente con el coche. Pero nos falta alguien: parece ser que uno de los expatriados se ha dormido. Quizá olvidó poner el despertador. Llamo a su puerta varias veces, y por fin abre la puerta con los ojos todavía medio cerrados: no ha oído el despertador.

Quince minutos después nos ponemos todos en marcha; viajamos en minibús con los bártulos detrás y hay espacio suficiente para todos. Unos duermen, otros tendidos en los asientos intentan pasar el tiempo y yo, sentado delante, miro a mi alrededor este paisaje saheliano.

Paisaje de camino a Bouza (© Tareck Daher)

Paisaje de camino a Bouza (© Tareck Daher)

Escruto todo lo que me rodea a lo largo del camino. Veo cómo aparecen y desaparecen poblados bordeados de chozas con tejados de paja, quemados por el sol durante todo el año. Las paredes de adobe dan la impresión de que todo está a punto de caerse, y sin embargo estas casitas sencillas y modestas siguen en pie. Estas casas cobijan a menudo familias enteras, todos viviendo en la misma habitación.

A la vuelta del camino, por aquí y por allá, se puede ver el ganado que cuidan unos niños que no levantan un palmo del suelo. Conducen el rebaño hacia los campos para que puedan pastar. Viendo estos rebaños de cebúes y cómo esos niños hacen frente a estos animales que les obedecen sin rechistar, pienso en las tremendas responsabilidades que tienen que asumir desde muy temprana edad estos chicos tan pequeños.

Estos animales me parecen inmensos en comparación con los seres frágiles que los llevan a punta de bastón; un simple gesto un poco brusco podría acabar en drama. Y sin embargo, a lo largo del camino, es lo que vemos: niños pequeños (niños en su mayoría, más que niñas) que conducen orgullosamente sus animales, con un aire de dignidad impreso en la mirada.

Cuánta simplicidad podemos contemplar a lo largo de este camino, como a menudo ocurre en África. Ves gente vestida con sencillez yendo a pie de un lugar a otro, y no ves esa obesidad que a menudo constatamos en los países occidentales. Aquí, las personas son esbeltas, con aspecto distinguido, los rostros bien dibujados, con los trazos angulosos, la cabeza erguida con un porte digno… Rara vez se puede ver gente en la carretera haciendo autostop para que pare un vehículo: simplemente caminan hasta llegar a su destino.

DÍA DE MERCADO

A mitad de camino a Madaoua, después de 3 horas y media de carretera, llegamos a la gran aldea de Doutchi, lugar donde nos espera el vehículo “kiss”: es otro vehículo que viene a recogernos del proyecto de destino y que nos llevará hasta allí, mientras el vehículo en el que hemos venido regresa a la base.

Doutchi es una aldea rica en color, con todos estos colores de los variopintos bubúes1, las mujeres gritando por aquí y por allá intentando vender sus productos a los clientes del día. Es día de mercado en Doutchi. Aquí se dan cita todos los pueblos de los alrededores, vendedores diversos por todas partes intentando vender sus productos. Desde vendedores de ganado hasta vendedores de clavos, pasando por un carburador de moto… se encuentra de todo aquí. Es la cueva de Alí Babá: todo se regatea, desde un neumático usado pero todavía en buen estado según las normas locales, hasta una flamante moto nueva.

Aquí en Doutchi, como en muchos pueblos, los días de mercado son también días en los que la gente se reencuentra después de muchos meses de no verse así que es un día de risas y de palmadas cariñosas en el hombro entre amigos, mientras que otros discuten con vehemencia las últimas noticias de un pueblo o de otro. Bienvenidos a esta África, acogedora y resplandeciente. Bienvenidos a esta África donde las risas, los gritos estallan por doquier y donde el buen humor es lo que se lleva.

Estamos todos sentados alrededor de una mesa. Converso con los que van en sentido contrario, hacia la capital. Alguien me interpela para preguntarme si quiero beber algo, asiento y sigo con mi discusión en este caos donde todo el mundo se reúne. Todavía quedan unos minutos antes de reanudar una ruta que nos llevará aún varias horas. Tengo mucha suerte: voy sentado delante, al lado del conductor, el sitio ideal. Cada uno se desentumece las piernas como puede antes de volver al coche. Tenemos que llegar a Bouza antes de las 6 de la tarde.

Nos ponemos en marcha. Este coche es un todoterreno y es menos cómodo para los que van sentados atrás. Rebaños de camellos recorren la región, ganado por aquí y por allá, como si la desnutrición en este país no pudiese existir. Y sin embargo, todos los indicadores en las zonas de intervención están en rojo, hay niños que se mueren de hambre, niños que están desnutridos.

Los niños fotografiados a medio camino (© Tareck Daher).

Los niños fotografiados a medio camino (© Tareck Daher).

Pasada una hora de carretera desde que salimos de Doutchi, tenemos que parar para hacer nuestras necesidades, así que buscamos un lugar discreto donde de paso podamos descansar unos minutos. Unos niños vienen a nuestro encuentro, un grupo de niñas y niños pequeños. El mayor no tendrá más de 10 años y lleva en brazo a un niñito que está a su cuidado.

Les pregunto si me permiten hacerles una foto, y me contestan que sí con una gran sonrisa. Es fantástico. Tomo las fotos y se las enseño: estallan en risas, hablan deprisa; creo que comentan la foto.

Volvemos a subirnos al vehículo, los niños agitan sus delgadas manos para desearnos un buen viaje. Maravillosa África.

(Continuará)

 

1. El bubú o ‘boubou’ es una prenda de vestir típica del África Occidental, que consiste en varias piezas: un pantalón, una camisa larga y una túnica ancha sin mangas. Es un traje típicamente masculino aunque también es usado por las mujeres en algunos países.

 

Sólo he visto dos tractores

por Esperanza Santos (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Níger)

No sé si os he contado que estamos en la época de lluvias, así que ha habido unos cuantos tormentones; sobre todo son de madrugada o a primera hora de la mañana. Es muy curioso ver toda esta zona, que ya la había visto en el 2010 pero en otros meses, en octubre y noviembre y ahora está completamente cambiada. Las fotos que tenía de la otra vez, en 2010 eran paisajes con mucha arena, pueblitos de barro, todas las casas de adobe con su granero de adobe también al lado y ahora nada que ver, ¡¡ahora todo está verde!! Bueno, no os vayáis a pensar que es el bosque tropical, pero ahora encima de la arena hay matorrales verdes y los cultivos están creciendo.

En octubre recogen el cultivo y secan el grano para hacer la harina. Por eso precisamente, esta es la peor época del año para la desnutrición; la colecta del año pasado ya se les ha acabado, les quedan unos meses para poder recoger la nueva y ahora tienen que comprar la harina en el mercado. Si a esto sumamos la subida de los precios del mercado gracias a nuestra estupenda crisis internacional y la especulación sobre los precios del cereal, volvemos siempre a lo mismo, siempre son los mismos los que se llevan la peor parte.

También debe ser la temporada de la colecta de las cebollas, ¡madre mía!, ¡qué cantidad! La verdad es que no se ve mucha más variedad de productos, pero eso sí, cebolla hay para parar un tren. Además ponen los puestos de venta a los lados de la carretera (es lo normal, para vender a los que pasan), así que hay veces que cuando voy con el coche a algún centro de salud, paso por un pueblo que huele todo a cebolla, no os lo podéis imaginar…

A un lado y a otro de la carretera sólo ves sacos y sacos preparados para que alguien los compre, si se pudiese subsistir a base de cebolla, seguro que no teníamos tanto desnutrido en el programa.

La verdad es que es muy bonito ver a la gente preparando su cosecha, labrando la tierra, recogiendo hierbas para alimentar al ganado pero te paras a pensar y te das cuenta de que esto tan bonito y bucólico tiene un trasfondo bastante menos poético y más real.

Supongo que una de las causas por las que Niger ocupa el puesto 172-173 en el ranking mundial (de un total d 176 países) tiene que ver con que desde que vine a Níger sólo he visto 2 tractores y fue en el camino de Niamey a Madaoua (9 horas de coche atravesando buena parte del país, una de las más fértiles por cierto) y porque la gente trabaja la tierra con un palo de madera con un trozo de metal atado con una cuerda en el extremo, secan el grano al sol y las mujeres lo muelen para hacer la harina machacando el grano en una especie de mortero grande de madera.

El problema del hambre y la desnutrición en este país es un problema estructural, no es una crisis puntual, es una emergencia crónica, continuada en el tiempo. Por eso, quizás, es más difícil de asumir y de afrontarlo (por lo menos para mí); porque cuando he visto niños desnutridos en otros contextos (en conflictos, campos de desplazados), creo que espontáneamente la mente hace una relación causa-efecto y te parece que es una cosa temporal, que si se resuelve el conflicto, también eso se resolverá. Aunque desgraciadamente no sea siempre así, pero aquí es complicado porque la causa es tan grande, hay que cambiar tantas cosas (tanto en el país, como en las leyes de comercio internacional, como en la especulación sobre materias primas…), que es más complicado ver la salida a esta situación eso es lo que agota a mi mente de vez en cuando. Pero no, hay que seguir luchando, cada pasito que se dé es importante

 

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Fotografía: Campos en la región Madaoua, dónde MSF gestiona un proyecto de nutrición para prevenir y tratar la desnutrición © Juan-Carlos Tomasi

¡Qué rápido pasa el tiempo!

Por Esperanza Santos (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Níger)

La cosa marcha. Como os contaba la semana pasada, estamos lanzando una estrategia de malaria para hacer frente al pico de la enfermedad en el que ya nos encontramos. Vamos a empezar bastante bien de tiempo. Hoy os quiero contar  un poco la estrategia, ya que vamos a trabajar en tres niveles.

Primero, por la periferia. En la zona sanitaria que vamos a cubrir (8 centros de salud) hay puestos de salud en 61 pueblos. Estos puestos tienen algo de medicación oral y un agente de salud con una mínima formación. Queremos formar a estos agentes de salud para que aprendan a hacer el test rápido de malaria y dar el tratamiento para los casos de malaria simple. También identificar los signos de malaria grave para darles los primeros auxilios y mandarlo al centro de salud.

Pero además, hemos identificado otros 14 pueblos que están lejos de cualquier puesto de salud o del centro de salud. En estos, estamos identificando alguna persona que sepa leer y escribir francés, para que sean los «agentes malaria» del pueblo y los alrededores.

Para supervisar el trabajo en estos 75 pueblos, hemos contratado a 7 enfermeros que se dedicarán a recorrerse cada semana los centros, formando, supervisando, distribuyendo test y medicamentos cuando falten.  La idea también es poder organizar con estos enfermeros mini campañas de vacunación de sarampión a todos los niños que les falte.

Y como os dije, hemos identificado en todos los pueblitos gente para que hagan sensibilización, el objetivo es que cuenten a la gente la prevención de la malaria, los signos de la enfermedad, y les insistan en que vayan al puesto de salud o a ver al «agente malaria».

Por otro lado, trabajamos en los centros de salud, que los llevan enfermeros, ellos pasan visita, prescriben medicamentos orales e inyectables. Vamos a reforzar la formación en el manejo de casos de malaria simple y grave. Vamos a distribuir tests y tratamientos también, porque no siempre tienen suficiente. Y vamos a tener un coche extra para que pueda traer los casos más graves al hospital.

Por último, concretamente en el hospital, aparte de contratar más personal para la sala de pediatría (el otro día os dije que había 260 niños ingresados y hoy ya tenemos 350) queremos reforzar la capacidad del laboratorio e intentar tener un mini banco de sangre, con un frigorífico en condiciones al menos. Una de las complicaciones de la malaria grave es la anemia hemolítica y los niños se quedan con 2-3 de Hb y hay que transfundirles. También estamos pensando en organizar una campaña de donación, en los pueblos más grandes, pero por supuesto que para eso tenemos que esperar a que termine el Ramadan, porque ahora  la gente no come ni bebe en todo el día, así que no les podemos pedir que donen sangre.  Además de a los niños, también vamos a distribuir para las mujeres embarazadas porque con la malaria grave hay mucho riesgo de aborto o parto prematuro (que en este contexto es casi lo mismo)

En el mismo recinto tenemos la casa y la oficina así que salimos poco, al hospital, a la farmacia-almacenes que están en otro sitio y poco más. No hay mucho que se pueda hacer en este pueblo. Bueno, miento, el domingo pasado por la tarde fuimos a una duna que hay a unos 10 minutos en coche y la verdad que el sitio era muy bonito, estuve un ratito tumbada en la arena y con los ojos cerradosy fue como si estuviera en la playita, ¡qué gusto!  ¡Qué evasión!

La verdad es que la semana pasada la pudimos definir como la de la productividad. Después de todo el trabajo,  pensando y preparando la estrategia  tocaba ya comenzar las formaciones y las distribuciones. Todo ha salido niquelado, la formación con los responsables de los centros de salud, 100% asistencia y buen rollo. De los 61 puestos de salud, ya hemos hecho formación al personal de 56 y les hemos distribuido los kits de test y medicamentos . Los 14 «agentes malaria» ya están también formados y con su mochila de material al hombro, la verdad es que no se le puede pedir más a la vida.

Bueno, en realidad, sí. Esperemos que ahora se demuestre lo aprendido en las formaciones y podamos tratar a muchos niños de malaria lo antes posible.

Ya vamos a empezar a movernos por todos lados, a seguir  formando, distribuyendo test, medicamentos y sensibilizando. Espero contaros en breve cómo van las cosas…

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Fotografía: Durante la estación de lluvias, el número de casos de malaria se dispara en Níger. La desnutrición y la malaria son enfermedades fatales para los niños más pequeños.  © Juan Carlos Tomasi

 

 

Ya está aquí la malaria

por Esperanza Santos (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Níger)

Ya estoy en Madaoua, que es donde está el proyecto de desnutrición y donde vamos a hacer la estrategia de respuesta a la malaria tal y como os contaba la semana pasada. La malaria también está aquí ya… bueno, está aquí durante todo el año, pero desde los meses de julio y agosto, y hasta octubre-noviembre, es la ‘temporada alta’.

Madaoua en particular, y Níger en general, son uno de esos sitios del mundo donde uno corrobora todas las estadísticas que ha oído y leído sobre el hambre y la pobreza en el mundo. Cuando escuchas eso de que “cada minuto mueren 10 niños de hambre en el mundo”, o eso otro de que “cada minuto muere un niño de malaria en el mundo”, no te haces una idea de lo que significa. Hasta que llegas a un sitio como Madaoua y lo ves con tus propios ojos.

Si en un sitio tan pequeño como el distrito de Madaoua (400.000 habitantes, de los cuales unos 90.000 niños menores de 5 años) se pueden morir unos cuantos cada día, y sabemos que desgraciadamente existen en el mundo muchos sitios como Madaoua, salen las cuentas… Es bastante duro de asumir, pero sí, no son sólo estadísticas.

Al llegar a Madaoua, me he encontrado con que la gente que está trabajando en el proyecto de desnutrición está haciendo ya frente al comienzo de la época de los picos de desnutrición y malaria. Como he dicho antes, no es que el resto del año no haya ni desnutrición ni malaria, pero durante este periodo se multiplican los casos. Es la época del año donde las reservas de grano de las cosechas del año anterior se están agotando y las nuevas cosechas aún no se han recogido: a este periodo se le conoce como “hunger gap” y dura hasta octubre-noviembre.

El año pasado, 20.000 niños menores de 5 años fueron admitidos en el programa nutricional de MSF en Madaoua. Casi todos ellos siguieron el tratamiento a nivel ambulatorio: van cada semana al centro de salud donde se controla el peso-talla de los niños, se les pasa consulta y recogen el alimento terapéutico para toda la semana. Este es un alimento que viene ya preparado para su consumo, no necesita agua y contiene todos los nutrientes de origen animal y vegetal que un niño desnutrido necesita para recuperarse. Es muy sencillo de administrar y por eso las madres o cuidadores de los niños pueden hacerlo en casa.

Cuando los niños están muy malitos y no toleran el alimento o tienen alguna otra enfermedad asociada, se les lleva al hospital y se les hace un tratamiento intensivo, que suele durar unas 2 semanas, y luego a seguir en casa el tratamiento en ambulatorio. En el hospital, también nos hacemos cargo de la parte de pediatría, en la que ingresan los niños que están malitos, pero no están desnutridos. Siempre que hablo de niños, me refiero a menores de 5 años. Es lo que tiene África, que una vez pasada esa barrera de edad se te considera casi casi adulto: ya tienes que encargarte de los más pequeños, ir a por agua, ayudar en casa…

Así que en este momento del año, como os digo, empiezan a multiplicarse las admisiones. Además de las salas habituales para los desnutridos y la pediatría, ya hay montadas cuatro tiendas de campaña grandes, y ya está todo lleno. La semana pasada, entre pediatría y desnutridos, había un total de 270 niños admitidos. Y siguen viniendo.

El día que llegué, dimos un paseo por el hospital. Es verdad que ya había estado aquí, y ya sé lo que hay, pero aún así, es duro verlo. Pero unos días más tarde pude pasar más tiempo, y aquello me ayudó bastante. Creo que el primer día, al dar sólo una pasada rápida, sólo me quedé con la imagen de los niños que estaban malitos malitos, niños que traían las madres a la admisión en muy malas condiciones, niños que estaban tan graves que algunos murieron en aquel mismo momento.

Pero la segunda vez ya pude pasar visita y leerme las historias y comprobar que muchos de los que habían llegado muy muy enfermos el día anterior o dos días ya habían recibido las primeras dosis de tratamiento y estaban mucho mejor. También vi a los niños que ya habían pasado unos días en el hospital y a los que se les podía dar el alta. Creo que para poder estar aquí luchando cada día con la muerte de niños, con la impotencia que transmite el hambre y la injusticia, es necesario también ver cada día cómo el trabajo que estamos haciendo está salvando la vida de muchos de ellos.

Por eso es tan necesaria también la estrategia de malaria. Porque es necesario que el diagnóstico y el tratamiento lleguen lo más lejos posible, a cuantos más pueblos mejor, para que los niños tomen el tratamiento rápido y no se pongan malitos malitos…

De momento estamos buscando personal local, luego pasamos al momento de la formación y de preparación de todos los medicamentos y el material, y a ver si en pocos días ya podemos distribuir el tratamiento a todos los centros y pueblos elegidos -al final me han salido 70 para cubrir toda el área- y comenzar a movernos cual electrones para que todo el mundo tenga todo, sepa todo y no haya ningún problema.

También he estado visitando algunos centros de salud y a las autoridades locales de los pueblos y de las áreas de salud, explicando lo que vamos a hacer para que se empiece a difundir el mensaje por las comunidades. Asimismo, estamos identificando a gente de los distintos pueblos, les estamos formando en prevención, signos y síntomas de malaria, para que hagan sensibilización en sus comunidades sobre el uso de la mosquitera y la importancia de llevar al niño al centro de salud cuando tiene fiebre.

Tenemos que ser rápidos, que la malaria ya está aquí. De momento os dejo, espero seguir contándoos cómo van las cosas por aquí.

 

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Foto 1: Centro de Nutrición de MSF en el Hospital de Madaoua, en Níger, en julio de 2012. En este centro son ingresados los niños desnutridos que además sufren complicaciones por otra enfermedad (© Silvia Fernández/MSF).

 Foto 2: Jornada de sensibilización sobre la desnutrición y la malaria en una aldea cercana al pueblo de Madaoua, en Níger, en julio de 2012 (© Silvia Fernández/MSF).

¿No me preguntáis por el fútbol?

por Esperanza Santos (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Níger)

 

 

Las cosas de palacio van despacio, así que llegué a Níger unos días más tarde de lo previsto: se retrasó el visado, se retrasó FedEx con mi pasaporte… pero el vuelo no se retrasó, así que llegué a la hora prevista a Niamey (4:45 a.m.), y a la casa del equipo de MSF a las 6:40.

Algo empanada por las horas de vuelo y por llevar más de 24 horas en pie, me dí cuenta de que todos hablaban francés como lengua materna, alguno hablaba inglés también y ninguno hablaba español. Ni siquiera hicieron ningún comentario sobre Casillas o Xavi (que es muy típico cuando dices que eres español); debe de ser envidia cochina.

Así que con la mitad de las neuronas que me quedaban en pie, pasé todo el día en la oficina, enterándome de los proyectos que hay en Níger, las reglas de seguridad, discutiendo cómo vamos a organizar la misión exploratoria de Mali y dividiendo tareas. Lo que me toca a mí: organizar la estrategia para prevenir y combatir la malaria en uno de los proyectos que tenemos en Níger, el de Madaoua, en el sur, donde ya estuve en el 2010. Bien.

La idea es descentralizar diagnóstico y tratamiento de la malaria todo lo que se pueda para hacerlo más accesible a la población. En la zona rural hay un grave problema de acceso al sistema sanitario: en ocasiones, el centro de salud más cercano está a más de 10 e incluso 20 kilómetros de distancia, así que una madre (probablemente embarazada) caminando con un niño enfermo de malaria a cuestas es incapaz de llegar al centro para conseguir el tratamiento.

Vamos a formar a la red de trabajadores comunitarios para que puedan realizar el test, dar tratamiento e identificar los casos graves que hay que referir. También queremos, ya que estamos, realizar el “despistaje” nutricional (la detección de casos), para referir a los niños desnutridos al programa de tratamiento y vacunar de sarampión a los que no lo estén.

Esa es la idea… os cuento más en breve.

 

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Foto: Mujeres separando el grano de mijo, en un aldea cercana al pueblo de Madaoua, en Níger, en julio de 2012 (© Silvia Fernández/MSF).