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Archivo de la categoría ‘Haití’

Huracán Matthew: un mes después en Haití

Por UNICEF Comité Español, que lanza su Campaña centrada en niños en emergencias, como la de Haití

© UNICEF/UN035940/LeMoyne and © UNICEF/UN034856/Abassi, UN-MINUSTAH

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Durante todo el año pasado, 98 millones de personas, más de 2 veces la población de España, sufrieron las consecuencias de graves desastres naturales. Una gran parte de todas estas personas eran niños. Durante el pasado 2015 UNICEF respondió a 310 emergencias humanitarias, una cifra que se eleva muy por encima de la media de las últimas décadas.

En Haití, un país que ya sufrió las consecuencias de un terremoto terrible en el año 2010, más de 2 millones de personas a día de hoy siguen afectadas por el Huracán Matthew. De ellas 900.000 son niños, de los cuales 600.000 necesitan ayuda inmediata.

© UNICEF/UN035940/LeMoyne and © UNICEF/UN034856/Abassi, UN-MINUSTAH

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Unos 500.000 niños viven en los departamentos Sur y Grande Ansa de Haití, las zonas más afectadas por la peor ráfaga del huracán Matthew, de categoría cuatro. (Izquierda) Un cuenco de habichuelas recogidas de un cultivo devastado de Júreme. (Derecha) Vista aérea del sur de Haití.

Las ciudades costeras quedaron gravemente dañadas, al igual que numerosas viviendas de regiones montañosas remotas. Muchas personas están viviendo en refugios temporales. (Izquierda) Preparación de comida frente a una iglesia de Jeremie que acoge a desplazados por el huracán.

© UNICEF/UN035881/LeMoyne and © UNICEF/UN035886/LeMoyne

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Los casos crecientes de diarrea y de posible cólera son preocupantes, pues sus consecuencias pueden ser mortales en los niños. Antes del huracán, uno de cada cinco niños ya sufría desnutrición crónica. (Izquierda) En una escuela de Les Cayes, una niña sostiene un cuenco vacío. (Derecha) Unas niñas en una iglesia de Jeremie.

© UNICEF/UN035881/LeMoyne and © UNICEF/UN035886/LeMoyne

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“La destrucción masiva de campos de cultivo, ganado y otras formas de sustento está poniendo aún más vidas en peligro”, asegura Marc Vincent, Representante de UNICEF en Haití.

(Izquierda) Preparación de comida junto a una iglesia de Jeremie mientras (derecha) una niña prepara arroz dentro”.

© UNICEF/UN035147/LeMoyne and © UNICEF/UN035942/LeMoyne

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Hasta un 90% de los cultivos se han perdido con el paso devastador de Matthew, y 800.000 personas necesitan ayuda urgente para comer. (Izquierda) Una olla con maíz en la escuela de Catiche. (Derecha) Una mujer rodeada de aguacates podridos y un árbol caído al exterior de su casa, en Duchity.

 

Haití y el Huracán Mathew: le dijo Peter Pan a Campanilla…

Por Sara Escudero, delegada de Cruz Roja Española.

Atravesamos las carreteras de norte a sur, la calle Isabel la Católica, La calle de las Damas, la 19 de marzo, la 27 y por fin la calle de la Cruz Roja. Aquí entre caja y caja, entre compra y arreglo comparto mi día a día con Enrique, Antonio y nuestros nuevos compañeros de la Cruz Roja Dominicana. Me encanta no sentirme sola y saber que todos remamos en una misma dirección. Me encanta la sensación de sentirme equipo, de tener una red por si nos precipitamos al vacío. Me encanta saber que estamos de nuevo siendo una pieza de un puzle más que complejo, donde “si crees en los sueños, ellos se crearán”

Empezamos el puzle por las equinas, los bordes, las piezas fáciles para construir un marco, las lisas sin forma. Así se empiezan todos los puzles ¿verdad? Coger las piezas del borde para empezar, poco a poco, a estar preparados, y en este punto de partida nos encontramos. Preparando, arreglando, rematando, creando un marco de inicio para este puzle. Me ha dado mucho para reflexionar esta misión, porque trabajar a ciegas es difícil y no ver el escenario es como ver las piezas y que todas sean en blanco y negro. Barreras que nos pone el destino. Pero ahí estamos, dando forma a una nueva actuación. Y ahora empieza el engranaje de las figuras y los colores.

Este puzle se llama huracán Matthew, que no ha arrollado un territorio por explorar sino que ha cogido un camino muy conocido, el país de Nunca Jamás, y vuelve a pasar por los lugares que ya han sido destruidos por inundaciones, terremotos, huracanes… y no sé si queda algo más. ¡En realidad no sé si puede ocurrirle algo más al pueblo haitiano!. Posiblemente no. Porque hoy tenemos la vista puesta en el lugar donde se mueren los sueños, donde las personas no tienen ilusiones, donde acaba el futuro en el mismo momento que empieza el presente, y “vivir no es una fantástica aventura”. Porque sí existe el país de Nunca Jamás, donde los niños y las niñas no quieren crecer, como Peter Pan, porque no piensan en cosas felices para poder volar. Porque la dignidad de una persona jamás se podrá medir por el cuanto tienes, sino por la humanidad que dejamos a nuestro paso “volando hasta lo más alto del cielo, girando en la segunda estrella a la derecha, y todo recto hasta el amanecer”

Y así, seguimos construyendo, dejando paso ahora otros compañeros que pondrán las piezas del medio, las de otros bordes, que unirán todas las de un mismo color, las de las mismas formas y que al final harán un cuadro perfecto, que solo desde la distancia, se puede ver completo desde el país de Neverland.

Pero esta reflexión también me da un aprendizaje que me llevo como tarea pendiente: aprender sobre la importancia de cada pieza, sin importar si te toca ser esquina o centro, porque el puzle nunca se termina si falta una pieza. Aprender sobre lo importante que es humanizar los dramas tras una catástrofe. Aprender sobre el levantarse, respirar hondo, mirar de frente a los problemas y luchar por nuestros objetivos: las personas. Aprender cada día sobre la máxima expresión que es ser un equipo. Aprender a echar de menos, a llorar y el reír al mismo tiempo.

Aprender sobre la vida y repetir las palabras de Peter Pan a Campanilla “como cada día a esta hora… lo mejor está por llegar”.

Sara Escudero, preparando el despliegue de plantas potabilizadoras desde República Dominicana a Haití.

Sara Escudero, preparando el despliegue de plantas potabilizadoras desde República Dominicana a Haití.

¡Pide refuerzos! Crónica de una urgencia en Haití

Ahmed Fadel, coordinador del proyecto de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el hospital de Chatuley, en Leogane, Haití.

 

Son más de las diez de la noche en el hospital Chatuley. Un niño de dos años está recibiendo oxígeno. Se encuentra en un coma profundo después de recibir un fuerte golpe en la cabeza. Está a punto de dejarnos. El pediatra y las dos enfermeras hacen todo lo que está en sus manos, pero saben que no saldrá adelante. Otra enfermera lo acaricia tiernamente y lo calma durante sus últimos momentos.

La jefa de enfermeras, con lágrimas en los ojos, lo abraza y se lo lleva a su madre, que también está recibiendo atención médica. Hicimos todo lo posible para salvarlo, pero finalmente se ha ido. No se oye nada. Debido al estado de shock en el que se encuentra, la enfermera se tiene que tomar un momento para explicarle lo que ha sucedido. Cuando finalmente la madre logra comprenderlo, comienza a llorar desconsoladamente.

Todo el personal del hospital guarda un respetuoso silencio mientras trata de arroparla y de acompañarla en ese duro momento. Sentimos como si el mundo hubiera dejado de girar y todo a nuestro alrededor se detiene, a excepción de las lágrimas que ruedan por nuestras mejillas.

A principios de ese día…

Es una hermosa y soleada mañana de martes en Léogâne. Por delante tengo un día completo y lleno de trabajo: largas reuniones con los equipos para debatir sobre nuestras metas y los objetivos alcanzados hasta el momento, la organización de tareas para el mes siguiente y las estrategias claves para el próximo año; un día rutinario.

Cuando acaba la jornada, cogemos un atajo en nuestro camino de regreso hacia la base. Pasamos junto a una familia que vive en un refugio improvisado y un hombre nos pide que paremos el coche. Doy por hecho que nos va a pedir ayuda médica, pero me siento aliviado porque justo en este momento me acompaña un médico (yo soy coordinador de proyecto y no tengo un perfil sanitario). Sin embargo, no es eso lo que quiere. Sólo pretende mostrarnos su gratitud por el trabajo que hacemos y ofrecernos unas frutas de regalo.

Regresamos a la base contentos por este pequeño pero conmovedor gesto y compartimos la fruta con el equipo. Parece que será una tarde agradable…

A las 7:45PM escucho unas sirenas a lo lejos. Antes de tener la oportunidad de preguntar qué es lo que está pasando, un guardia se apresura y nos informa de que nos han enviado un mensaje por radio desde el hospital: ha habido un accidente de tráfico y hay un número importante de heridos con lesiones leves.

El equipo del hospital debería ser capaz de manejar esta situación, así que no perdemos la calma. Pocos minutos después, a las 8:00PM, dos cirujanos, una enfermera y el anestesista entran en la sala de operaciones

A las 8:25M me informan de que el número de heridos podría ser mayor de lo que pensamos.

Llego al hospital a las 8:33PM. En las puertas de la sala de urgencias hay filas de camiones y ambulancias pertenecientes al servicio de salud del Gobierno y de la Cruz Roja de Haití. Todos ellos están llenos de heridos. Los camilleros se sienten abrumados. Más de 30 heridos acaban de llegar y hay más ambulancias en camino.

Urgencias. Hospital de Médicos Sin Fronteras en Leogane. Haití.

Urgencias. Hospital de Médicos Sin Fronteras en Leogane. Haití.

¡Pide refuerzos!

Rápidamente, me pongo a trabajar. Empiezo por ordenar los vehículos con el objetivo de hacer hueco para los demás y luego me hago cargo de la dirección de la sala de urgencias.

En todas partes hay personas con lesiones a la espera de ser atendidas. El cirujano me dice que necesitan más ayuda para recibir a los heridos, que van a llegar en cualquier momento. Cojo el móvil para marcar el número de la base y veo decenas de mensajes enviados por el equipo preguntando si nos pueden ayudar.

Les respondo a todos: «¡Emergencia” Muchos heridos graves. Apoyo necesario. Todas las manos son bienvenidas«. La respuesta: «Mensaje recibido, todo el equipo está en camino».

Vuelvo a la sala de urgencias y me encuentro con un compañero de otra organización que me comenta lo que ha sucedido. Dos grandes camiones han chocado. Iban llenos de pasajeros, hacinados unos encima de otros. Es posible que el número de heridos supere los 50.

El accidente ha ocurrido cerca de Gressier, en la carretera principal entre Puerto Príncipe y Léogâne. La circulación se ha cortado para permitir que todos los heridos sean evacuados y poder mover los camiones. Esto significa que Chatuley, nuestro hospital, es el único centro de salud accesible en estos momentos.

A las 8:38PM el camión de MSF llega con nuestros refuerzos: médicos, enfermeras, matronas y especialistas en logística. Todo el equipo está ahí. «¡Infórmanos sobre la situación y dinos lo que tenemos que hacer!».

Se lo resumo rápidamente: «Hay gente con todo tipo de lesiones. Unas 30 personas más están en camino. El médico de urgencias y los cirujanos serán vuestra principal referencia, seguid sus instrucciones. Los logistas venid conmigo».

Apenas he acabado de hablar cuando veo que llega más gente: nuestro personal de salud haitiano. Estaban descansando en sus casas, pero han lo dejado todo y han venido hasta aquí en cuanto han oído la noticia. Están esperando mis instrucciones y no he tenido ni siquiera que avisarles.

A partir de entonces comienza la actividad: sin estrés y sin pánico, pero sin descanso. Todo el mundo sabe cuál es su papel y su lugar. No hay gritos, ni prisas, sólo acción.

Tratamos de calmar a los heridos y a sus familiares, que tienen que esperar fuera y están muy preocupados. Pero me reconforta ver que la gente confía en nosotros.

 

Por un momento el mundo se para

A las 10:30PM una nueva oleada de heridos llega. Vamos tomando decisiones y trabajamos con determinación. Alrededor de las 11:00PM perdemos los casos más graves, un total de cuatro personas hasta ese momento. No podemos dejar que eso nos derrumbe, así que seguimos trabajando.

A las 11.15PM el niño de dos años muere mientras es acariciado por una enfermera. Silencio. Veo las lágrimas de la enfermera mientras se lo lleva a su madre para que ella lo pueda abrazar por última vez.

A las 11.30PM el médico de urgencias nos tranquiliza: «Los pacientes están estables y listos para ser transferidos a las salas de observación». Todo el mundo se pone de nuevo manos a la obra. No importa si uno es camillero, cirujano, médico o incluso un miembro del personal no médico: todos ayudamos a trasladar las camillas.

 

Sala de espera del centro quirúrgico de Médicos Sin Fronteras en Tabarre, al este de Puerto Príncipe. En este centro se proporciona asistencia en traumatología de emergencia, cirugía ortopédica y abdominal para las víctimas de atracos, violencia de género y se atiende a las personas heridas en accidentes de tráfico.

Sala de espera del centro quirúrgico de Médicos Sin Fronteras en Tabarre, al este de Puerto Príncipe. En este centro se proporciona asistencia en traumatología de emergencia, cirugía ortopédica y abdominal para las víctimas de atracos, violencia de género y se atiende a las personas heridas en accidentes de tráfico.

La recta final de un largo día

Son más de las 12 de la noche y ponemos todo en orden antes de regresar a la base. En el coche, todo el equipo va en silencio y apesadumbrado. Intercambiamos miradas. De repente, uno de los compañeros levanta la voz para tratar de levantarnos el ánimo: «¡Amigos! Había 43 heridos, la mitad de ellos graves y en riesgo de morir, y los hemos salvado a casi todos. Tenemos que estar contentos con el trabajo realizado». «¡Sí, es cierto, tenemos que quedarnos con eso!», responde otro.

Mañana será otro día complicado: vamos a tener que hacernos cargo del seguimiento de las personas heridas y de las transferencias a otros hospitales de MSF en Puerto Príncipe. También tendremos que pasar por el proceso de identificar a los fallecidos con el Juez de Paz y encargarnos de la recepción y del apoyo a sus familias. Todo esto sin que el hospital deje de funcionar.

Desde 2010, MSF dirige el hospital de Chatuley en Léogâne, a unos 30 km de la capital de Haití, Puerto Príncipe. El hospital ofrece atención médica gratuita las 24 horas al día.

Haití: toda una comunidad construyendo una escuela, codo con codo, piedra a piedra

Por Lourdes Álvarez, delegada de Cruz Roja Española en Haití.

 

Son las ocho y media de la mañana y los habitantes de Tavette y alrededores se reúnen para empezar a trabajar. Hoy toca “jornada comunitaria”. Y es que es la propia comunidad la que está trabajando codo con codo para construir la que será la nueva escuela de primaria del municipio, y que contará con ocho aulas y una capacidad para unos 300 alumnos, gracias a la financiación de Cruz Roja Española.

En torno a unas doscientas personas se dan cita uno o dos sábados al mes. Cruz Roja Española pone el camión que servirá para la carga y descarga de material y la comida de ese día, mientras que durante más de cinco horas, hombres y mujeres de la zona, incluidos los niños, van a buscar agua, grava, arena y rocas. Se trata de un material de relleno, una mezcla de piedra y tierra que posteriormente se pondrá debajo del pavimento a fin de nivelar el terreno que está irregular y conseguir una base sólida y plana. Las rocas, por su parte, servirán para el cerramiento de la estructura (mampostería). Unos cargan abajo, mientras que otro grupo espera arriba para descargar. Ambos tienen que soportar un sol de justicia y mucha humedad.

Crónica2_2La Comunidad ha sido avisada previamente del desarrollo de esta “jornada” por el Comité de Pilotaje, del que forman parte un representante de la alcaldía, representante de padres, profesores y alumnos y el director del colegio, así como personas notables e influyentes de la localidad. De este modo, el Comité de Pilotaje se encarga de convocar a la gente y hacer la distribución de las distintas tareas a realizar ese día, actuando así de interlocutor entre la labor de la ONG y los miembros de la comunidad.

Hablamos con Avrius Chévry, representante de los Padres y miembro del Comité de Pilotaje. Hace años que sus hijos terminaron el colegio, pero a lo largo de su vida se ha ganado el respeto y la admiración de toda la comunidad, por su capacidad de trabajo y por ser, sin lugar a dudas, un trabajador nato. No le pesan los años, y pico y pala en mano, cava la tierra como el primero y carga piedras y troncos muy pesados, siempre provisto de su casco. Nos encontramos en una zona montañosa rodeada de vegetación y fauna y bordeada por un río, cuyo caudal crece mucho con las fuertes lluvias y al que la población acude diariamente para asearse y lavar la ropa. El camino no está del todo señalizado y en ocasiones resulta muy difícil acceder, pero sorprendentemente, la mayoría de los alumnos llegan hasta aquí a pie después de descalzarse y remangarse el pantalón.

Durante nuestra charla, Avrius nos confiesa que “entre la comunidad se respira muy buen ambiente”. Todos los habitantes son conscientes de los beneficios que esta escuela reportará a la población, por eso “colaboran unos con otros y trabajan mano a mano cada día para que la obra avance” pues “construir una escuela no es tarea fácil y hay que organizar a los trabajadores y la recogida de material, así como distribuir las tareas, entre otras muchas cosas”, nos explica. La comunidad se siente muy orgullosa de que su participación haga posible la reconstrucción de este centro y se alegra enormemente, pues “somos nosotros mismo los beneficiarios”, subraya Avrius.

Gracias a las palabras de Avrius, conocemos que muchos de los que acuden hoy a la jornada comunitaria son padres y madres de alumnos, e incluso obreros que trabajan diariamente en la reconstrucción. Para mi sorpresa, no hay distinción de género, y “hombres y mujeres desempeñan las mismas tareas, ambos transportan material, a excepción de coger una pala y trabajar con la hormigonera, en cuyo caso, son los hombres los responsables”, nos dice Avrius. Y es que la futura nueva escuela de Tavette es un trabajo de toda la comunidad en su conjunto. Mientras tanto, los alumnos, unos 150, aunque hoy no están todos, “porque ayer llovió mucho y hoy no han podido asistir al colegio al tener la ropa mojada”, dan clase en una escuela provisional con una estructura al aire libre, sin cerramiento. Bancos de madera y palos de madera que sirven de soporte para una cubierta muy precaria.

Avrius se muestra entusiasmado cuando le preguntamos por la finalización del proyecto, prevista para dentro de un año, y su posterior inauguración. Para él y toda la comunidad, “esta nueva escuela va a suponer un antes y un después para todos los habitantes de la zona, ya que muchas comunidades vecinas querrán llevar a sus hijos a estudiar allí”. Con esto puede que “la escuela llegue a saturarse”, nos confiesa entre risas, a pesar de ser mucho más grande que la actual, porque “son muchos los padres que ahora llevan a sus hijos a colegios de alrededor”. Avrius considera que “los vecinos de Tavette van a ser la envidia de comunidades vecinas y que con total seguridad, celebrarán la finalización de la obra con una gran fiesta”.

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* Fotos: Cruz Roja Española

Haití, regresando al punto de partida, una y otra vez

Por Mikel Larraza, Delegado de reconstrucción de infraestructuras sociales de Cruz Roja Española. Jacmel. Haití.

Hace año y medio que llegué a Haití, vivo en Jacmel, una ciudad en el Sudeste del país, un precioso lugar de la costa caribeña. Trabajo en la reconstrucción de escuelas que fueron destruídas por el terremoto de 2010. Durante este tiempo, han pasado varios huracanes con sus consecuentes inundaciones, también sequías… y si una cosa tengo clara es la capacidad que tienen los haitianos de volver al punto de partida una y otra vez, después de haber sido continuamente golpeados. Ahí está su fortaleza, vivir al ras de la vida. Al límite de la supervivencia.

Hoy toca hablar de Sandy, que pasó por el Sudeste dejando muchas lluvias, casi sin interrupción, del miércoles 24 de octubre al sábado 28. Después, lodo, agua por todas partes. Hemos sido testigos de unas inundaciones muy graves, mayores que las producidas por el Huracán Isaac, en agosto de este año. Si bien no se ha producido tanta destrucción de viviendas y la destrucción de letrinas no ha sido tan brutal, porque no hubo tanto viento, ha llovido mucho más que en otras ocasiones.

Las familias haitianas, al límite

De 10 comunas que hay en el Departamento del Sudeste, siete de ellas quedaron aisladas. Hoy mismo seguimos sin acceso a algunas zonas, a otras hemos tenido que entrar por mar. Todo esto hace muy difícil evaluar y llevar cualquier tipo de ayuda a lugares que sabemos que han sido afectados, y que solamente hemos podido ver sobrevolando la zona con un helicóptero.

Según información de Naciones Unidas, más de un 1,8 millones de personas en Haití han sido afectadas por el Huracán Sandy. Pero, como digo, la historia se repite, este país es extremadamente vulnerable. Con un mes de diferencia, hemos tenido dos ciclones. La sensación que tenemos es de que la gente no se ha recuperado del primero (Isaac), en cuanto a agricultura, sobre todo. Y lo poco que quedaba ha vuelto a ser tocado por otro ciclón. Está siendo demoledor, además, es el momento de mayor gasto familiar del año por el comienzo del curso escolar y la necesidad de pagar la matrícula de los niños. Esto va a afectar muchísimo a la vida de las familias en Haití.

Concretando sobre nuestro trabajo, Cruz Roja Española está apoyando a la Cruz Roja Haitiana, en el Departamento del Sudeste haciendo un censo de los daños y familias damnificadas por el ciclón, centrado en viviendas, agua y saneamiento. Hemos estado trabajando y coordinando las acciones con la Dirección de Protección Civil, Delegación de Gobierno y otras organizaciones internacionales. Al final, nos damos cuenta de que quien realmente tiene medios son las organizaciones internacionales y no el Gobierno.

Mucho por hacer

Como necesidades a corto plazo en las que vamos a tener que trabajar después del paso de Sandy, tenemos: incidir en el problema de inseguridad alimentaria que está por venir, este es el punto clave. Después, salud, agua y saneamiento y promoción de higiene. Tenemos que incidir en trabajar por la calidad del agua, redes de abastecimiento, etc. Hay muchos problemas de fondo y este tipo de desastres pone de manifiesto esta situación. Entonces, ves que de 10 ciudades en el departamento, cinco se quedan sin acceso al agua potable, es una proporción enorme porque las redes de abastecimiento de agua son muy frágiles. Cuando hay inundación, lo primero que se desborda son las letrinas, por lo que hay grandes riesgos de que se produzcan enfermedades. En el futuro inmediato, nos podríamos encontrar con un gran problema de cólera, porque se han destruido muchos UTC (Unidades de Tratamiento del cólera). El problema, otra vez, consiste en rehacer las cosas, es volver a rehacer y reinventar continuamente.

Notamos la indefensión que siente la gente, la dependencia absoluta de los organismos internacionales y una responsabilidad compartida muy fuerte. Nuestra capacidad está en parte sobrevalorada por parte de los beneficiarios, no nos eximimos de ninguna culpa ya que nosotros mismos hemos generado esa dinámica. Yo creo que hemos adquirido unas responsabilidades demasiado elevadas y por eso es fundamental capacitar al Gobierno, para que tomen el relevo de esas responsabilidades. En este sentido, se está haciendo un gran trabajo en preparación para desastres y gestión de riesgos que hay que intensificar, sobre todo en el desarrollo de capacidades dentro del Estado.

En este país hay que generar herramientas que sean perdurables, para que Haití deje de ser tan vulnerable, herramientas que no sean destruidas por futuros ciclones. Además, creo que hay que ir más allá en la sostenibilidad de lo que hacemos, y es donde solemos ser más débiles, nos olvidamos de crear estructuras que aguanten. En Jacmel, por poner un ejemplo de lo que ocurre en todo el país, 20.000 personas no tienen acceso al agua regularmente. Al pasar la emergencia, las personas volverán a la misma situación.

Debemos vincular la seguridad alimentaria a la preparación para desastres, que la gente no lo pierda todo en el campo, que sepan dónde guardar semillas, que se puedan preparar ante la llegada de un ciclón. Que se mejoren las estructuras de agua, que se mejore el saneamiento y cómo hacer mejores letrinas, en lugares más seguros. Muchas viviendas están en zonas inundables, también centros de salud, escuelas. Esto hay que evitarlo a toda costa. Son necesarios planes urbanos en los que se tengan en cuenta crecidas, zonas de amortiguamiento.

Hay que evitar la deforestación para evitar a su vez, estos enormes problemas y vincular todo a la gestión de riesgo. Identificar las zonas de riesgo, regularlo y poder gestionarlo. Eso es desarrollo. La respuesta a una emergencia debe ser mucho más profunda. Lo que Cruz Roja Haitiana hace cuando se presenta algún riesgo, es evacuar a la gente de las zonas peligrosas, y está bien, claro, que está bien, pero esto no tendría que ser necesario.

Luchando contra el cólera en Haití y Somalia

Con el comienzo de las lluvias la mala situación higiénico sanitaria de los campos de refugiados se puede agudizar de Somalia, ya hay casos de cólera y puede convertirse en una epidemia. Por eso UNICEF y sus aliados realizan campañas de formación en nuevos avances a enfermeros especializados de distintas zonas para que a su vez formen a nuevo personal.

El terremoto, las lluvias posteriores, el hacinamiento en campos de refugiados, la mala salubridad, todos estos factores contribuyeron a desatar una epidemia de cólera en la la isla. Haití, debido a su mala situación tras el terremoto se vio más afectado. UNICEF y sus aliados utilizan cualquier medio para extender información y formación a toda la población, desde los púlpitos hasta los colegios….

Haití, quince meses después: de vudú, ouganes y peristilos

Por Segimon García-Prades Querol (Médicos Sin Fronteras, Haití)

Aunque casi el 50% de los haitianos residen en Puerto Príncipe, el resto viven en el campo, subsistiendo de la agricultura y a menudo realmente aislados, incluso teniendo que andar varias horas hasta la carretera más cercana. En estos sitios aislados es donde también son muy relevantes las acciones de información y promoción de la salud.

La importancia —básica— de la rehidratación precoz del enfermo de cólera marca en muchos casos la diferencia entre la vida y la muerte. Sin una rehidratación oral correcta, muchos de estos enfermos no llegarían a los centros de tratamiento. Es por eso que la información y la donación de dosis de sales de rehidratación oral son cruciales. Y es a través de los líderes locales y religiosos que esa información llega a la población más aislada.

A menudo les convocamos a reuniones multitudinarias donde se explica cómo se transmite la enfermedad y cómo administrar el tratamiento precoz con suero oral. Naturalmente surgen dudas, preguntas y diálogo. Y es eso lo que nos permite saber cuáles deben ser las respuestas y las formas correctas de propagar el mensaje para que sea comprensible para la población.

El vudú es una creencia largamente extendida en Haití, especialmente en los medios rurales. Lejos de la imagen estereotipada de gallinas negras decapitadas, mujeres en trance, muñequitos con agujas y zombies insomnes, el vudú tiene una gran implantación entrelazada con la cooperación social y la colaboración comunitaria.

Y aunque algunas creencias pueden ser contrarias a nuestros conocimientos biocientíficos sobre el origen de la enfermedad, evitamos enfrentarnos a ellas de forma directa. Tampoco desautorizamos a sus líderes, puesto que lo que necesitamos son aliados y no más enemigos. El cólera ya es un enemigo lo bastante fuerte.

Las reuniones con “ouganes” (sacerdotes vudú) son realmente productivas puesto que ellos, como los pastores protestantes o los curas católicos, tienen una gran capacidad de ser escuchados por la comunidad en los “peristilos” (las ‘iglesias’ vudú), y así difundir los mensajes que pueden ayudar a prevenir la enfermedad o a tratarla con prontitud en los Centros de Tratamiento de Cólera (CTC).

La epidemia, afortunadamente, está perdiendo empuje. Sólo en el CTC del barrio de Bicentenaire, en Puerto Príncipe, han sido tratados más de 5.700 pacientes. Posiblemente la mitad hubieran perdido la vida si no hubieran sido tratados correctamente y a tiempo. Y el que sea “a tiempo” es en gran medida responsabilidad de una buena sensibilización, que permita a la gente saber que el cólera no es más que una enfermedad fácilmente tratable, que les permita saber que hacer y donde llevar a los enfermos.

No tenemos demasiados datos que nos indiquen cuál es el impacto de una buena sensibilización, pero sí que podemos decir que al principio de la epidemia mayormente acudían a nuestro centro sólo los casos mas graves, puesto que la gente sentía miedo y vergüenza: hasta que no veían la muerte muy de cerca, no iban al centro de tratamiento.

Afortunadamente para finales de febrero, muchos de los pacientes ya llegaban con una simple diarrea, y después de unas horas de observación regresaban de nuevo a sus casas. La población había perdido el miedo a la enfermedad. La sensibilización había ganado la batalla a la estigmatización. Y es que la lucha contra una enfermedad no se gana sólo en la sala de un hospital.

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Foto superior: Ruben, promotor de la salud de MSF, durante actividades de sensibilización e información para frenar la propagación del cólera, en el centro de salud de Barbe (región de Artibonite, donde se declaró la epidemia). (© Benoit Finck/MSF)

Foto inferior: Traslado de un paciente en estado severo desde la unidad de tratamiento en Martissant al Centro de Tratamiento del Cólera en Sarthe (© Aurélie Baumel/MSF)

La desinformación, enfrentada desde dentro

Por Segimon García-Prades Querol (Haití, Médicos Sin Fronteras)

En los primeros días de la epidemia de cólera, debido a los malentendidos, la respuesta de una parte de la sociedad haitiana estuvo repleta de incomprensión, y agresividad en algunos casos. A veces contra los enfermos. A veces contra los Centros de Tratamiento de Cólera. Las imágenes de cadáveres abandonados en la calle o turbas enfurecidas salpicaron los noticiarios europeos. Me pregunto qué ocurriría en Europa. Aunque de hecho esto ya ocurrió. Hasta en mi propia ciudad.

En 1853, una epidemia de cólera cayó sobre la ciudad de Barcelona. No era la primera, ni sería la última. Los ciudadanos que podían huían de la ciudad sin saber que tal vez, allá donde fueran, la epidemia causaba ya estragos o que ellos mismos eran portadores de la enfermedad.

Las autoridades, desconociendo el origen y transmisión de la enfermedad, decidieron alentar a los ciudadanos a encender hogueras en medio de la ciudad, donde quemaban alquitrán con el fin de aniquilar los gérmenes que se suponía se transmitían por el aire, con lo cual no sólo no evitaron la propagación de la enfermedad, sino que hicieron más irrespirable y dantesca la vida en Barcelona. La ciudad quedó abandonada, muchos comercios cerraron temporalmente.

El gobernador civil, Pascual Madoz, suplicó al gobierno de Madrid que le autorizara adelantar la ya prevista demolición de las murallas y empezar con las obras del “Eixample”. Su argumento era que estas atenazaban la ciudad, haciéndola insalubre, y que las obras, además, darían trabajo a los muchos hombres que se habían quedado en paro debido al éxodo de los pequeños comerciantes y propietarios de talleres.

Así pues, una epidemia de cólera sería el catalizador para el nacimiento de una nueva Barcelona. Finalmente, y según los registros oficiales, murieron 6.419 personas a causa de aquella epidemia.

Como a los ciudadanos y a las autoridades de Barcelona en 1853, el cólera pilló desprevenidos a los haitianos. Afortunadamente, el origen, transmisión y tratamiento de la enfermedad es sobradamente conocido. Médicos Sin Fronteras, por ejemplo, se ha enfrentado a ella en múltiples países en las últimas décadas.

Pero a pesar de todo, como en Barcelona en 1853, el cólera ha generado malentendidos y aquí, sobre todo, sospechas. Sospechas de quién o qué ha introducido en esta isla esta enfermedad de la cual no hay constancia de ningún caso desde principios del siglo XX.

Hace poco, durante una sesión de sensibilización sobre desinfección con cloro en uno de los campos de desplazados donde trabajamos, un grupo de forzudos obreros que estaban trabajando en el derribo manual –a pico, maza y pala– de un edificio venido abajo por el seísmo, dejaron su puesto entre los hierros retorcidos y los escombros para acercarse a nosotros. La curiosidad dio paso a la indignación de uno de ellos, que acusó a las ONG y otras agencias extranjeras de haber dispersado la enfermedad en el país.

Esta es una parte difícil de nuestro trabajo puesto que MSF, siempre en la neutralidad política, trabaja en el ámbito de la salud, pero la salud pública tiene lazos directos con la política. Y la política, en un país desestabilizado como Haití, con los conflictos. Y estos, con la violencia.

Afortunadamente el sensibilizador comunitario de nuestro equipo, acostumbrado a estas lides, reaccionó hábilmente, invitando a otros asistentes a opinar sobre el comentario del obrero enfurecido. Y ahí surgió la respuesta, de una anciana, que dijo no saber si las ONG ganaban algo con eso, pero que ella tenía un familiar enfermo de coléra y que MSF le había tratado gratuitamente, incluida la manutención del acompañante, y que de no ser por el rápido tratamiento, su familiar habría muerto. Como un martillo que remacha el clavo, la cuestión estaba zanjada.

Y lo más importante era que una persona respetada por su propia comunidad acababa de darle una respuesta acertada y fundamentada a alguien mal informado.

Y eso es la parte más importante de nuestro trabajo, conseguir que la comunidad se apodere de la información y la haga fluir desde la base. Evitar a toda costa que el extranjero prepotente recién llegado les diga cómo deben actuar.

(Continuará)

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Foto superior: Manifestación en las calles de Puerto Príncipe, en diciembre de 2010 (© Aurelie Baumel / MSF)

Foto inferior: Personal nacional de MSF limpia con solución de cloro los zapatos de pacientes y sus familiares en un Centro de Tratamiento del Cólera en Tabarre (© Aurelie Baumel / MSF)

Haití, catorce meses después

Por Segimon García-Prades Querol (Haití, Médicos Sin Fronteras)

Salgo a la calle después de una sesión informativa sobre el cólera en una escuela de secundaria en Carrefour Feuille. El calor y el ardiente sol me recuerdan que estoy en el Caribe, pero en uno de los barrios más tocados por el terremoto del 2010 y también por el cólera. Estoy en Puerto Príncipe, capital de este país incombustible que es Haití.

Los alumnos y alumnas de 12 a 16 años han hecho un montón de preguntas en una sala con desconches y grietas que siguen recordándonos a todos el seísmo que sacudió la ciudad. El polvo, omnipresente e inevitable desde el temblor, lo sigue cubriendo de nuevo todo cada día, pese a los denodados esfuerzos de los haitianos por deshacerse de él.

Sin embargo, los alumnos, sentados en bancos de madera frente a una pizarra pintada en negro sobre la pared, lucen impolutos uniformes con camisa azul celeste y pantalón azul marino, los chicos, y blusa azul celeste y falda azul marino, las chicas. Cintas del mismo color adornan de una forma alegre y naíf los diferentes peinados y trenzas “afro” de las chicas.

Las preguntas, sobre el cólera, son discutidas y analizadas entre ellos y algunos que conocen la respuesta. Los profesores alientan el diálogo. También intervienen la pareja de sensibilizadores, especialmente aclarando dudas sobre la transmisión de la enfermedad. Todos hablan en criollo haitiano, que más o menos puedo seguir.

Hablan con confianza y seguridad, con el desparpajo y alegría natural de los haitianos. Y como siempre cuando se habla de caca, letrinas y hábitos de higiene, surgen ocurrencias y risas. Una vez terminado el debate, los más pequeños cantan una canción sobre las moscas y lo que hay que hacer al salir del “baño”.

Es muy importante que ellos sepan cómo se transmite el cólera.

Por muchas razones.

Porque ellos pueden ser posibles víctimas de la enfermedad si no se protegen.

Porque ellos pueden alentar a sus familias a seguir normas de higiene.

Porque ellos son casi todos y todas responsables de transportar el agua de consumo doméstico. Desde la fuente municipal, el depósito o el tanque, hasta su casa o lo que queda de ella. Veinticinco litros en equilibrio sobre sus cabezas sobre los bonitos trenzados del pelo. Deben saber de la importancia de beber el agua tratada y de mantener desinfectado el cubo para transportarla y guardarla en casa.

Y ese es nuestro trabajo en MSF en el ámbito de la promoción de la higiene y la salud. Comprender cuáles son las inquietudes y dudas de la población sobre la enfermedad del cólera, y ayudarles a entender cuáles son las mejores maneras -en el marco de sus posibilidades- , para protegerse contra ella, y cómo actuar en caso de caer enfermo.

Como en cualquier epidemia, especialmente si causa mortalidad, los rumores y falsas informaciones desatan una vorágine de malentendidos que no ayuda en nada, y lo único que consigue es aumentar la confusión y la propagación de la enfermedad y a estigmatizar a aquellos que caen enfermos. Recordemos por ejemplo la cantidad de prejuicios y malas informaciones que durante años han revoloteado, y revolotean, alrededor del sida.

El cólera tiene además una virulencia enorme y la falta de información puede provocar –y ha provocado- terribles efectos sobre la vida de las personas. Enfermas o no.

En próximos posts seguiré contándoos algunas experiencias que estoy viviendo en Puerto Príncipe en esta lucha contra el cólera que aún hoy continúa. ¿Alguien recuerda la epidemia de cólera en Barcelona de 1853? ¿Cuál es el papel de los sacerdotes de vudú? Continuará…

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Foto superior: Lavado de manos, una de las medidas preventivas para evitar la propagación del cólera, en el Centro de Tratamiento de MSF en Tabarre, Puerto Príncipe (© Aurélie Baumel/MSF).

Foto inferior: Personal de MSF lavando los recipientos utilizados en la atención a pacientes de cólera, en el Centro de Tratamiento de MSF en Sarthe, Puerto Príncipe (© Aurélie Baumel/MSF).

Un día de cólera (2ª parte)

Por Xavi Casero (Haití, Médicos Sin Fronteras)

 Así es. No lo ven, no quieren verlo. No les dejan verlo. No les han dejado verlo, o a quien intentó verlo no le pudieron pagar las gafas graduadas para ver tal necesidad. Necesidad de simplemente dar un salto. Ellos quieren saltar, no de mierda en mierda, sino hacia una vida mejor. Pero no les dejan, no les dejamos.

Y me sigo preguntando si lo ven o no lo ven. Sigo sin obtener respuesta, mientras voy al centro del tratamiento del cólera en mi coche con todo tipo de radios para comunicarnos todos con todos, en una capital donde la comunicación es en criollo. Idioma que sólo ellos conocen.

Por fin llego a nuestro CTC. Bien vallado y aislado a simple vista de todo el desasosiego, inseguridad, barbarie, desaliento que nos rodea. Bien vallado para los que aquí venimos nos sintamos seguros y podamos trabajar, intentar pensar.

Nuestro trabajo consiste en salvar vidas de esas gentes que, viviendo en la porquería, bebiendo el agua que emana de semejante injusticia negra, en forma de fuentes de contagio de un cólera mortal, nos llegan medio moribundos en camilla.

Nos llegan en camilla, alguien los trae. Alguien los deja en la puerta. Si les ha dado tiempo a llegar, pues el cólera te mata en 12 o 24 horas si no sabes que tienes que beber tanta agua como diarreas tienes. Así que muchos no llegan y no vienen en camilla. Directamente otros los llevan quién sabe dónde y los entierran quién sabe dónde. Pero otros nos llegan, y nuestro trabajo es curarlos.

No es fácil ni difícil, curarlos es nuestro trabajo. Gracias a unos goteros maravillosos que vienen de la maravillosa Europa que todo lo puede, y después de cuatro o cinco o siete días, hemos curado a esa persona que llegó en camilla. No sabemos cómo ni de dónde. Le hemos curado el cólera, le hemos dado comida y plátanos.

Hasta un cursillo acelerado para que no vuelva a beber esa agua o liquido negro que rodea las alcantarillas de su casa. Si es que la tiene. La casa.

Pero no le damos dinero para comprar agua embotellada. Este no es nuestro papel, y en todo caso tampoco es la solución en un país que está, en tantos ámbitos, al borde de la quiebra.

Por suerte se habrá inmunizado del cólera y aunque vuelva a beber agua llena de bacterias malignas, ya no morirá de ello. Morirá de una malaria que nadie atendió, una tuberculosis que nadie trató, un sida que nadie diagnosticó, una neumonía o crisis asmática o infarto que ni el mismo notó… pero ya no morirá de cólera. Morirá de alguna otra cosa de las muchas que golpean a esta gente, de las muchas que pueden matarte cuando nunca vas al médico: llevamos 20 años trabajando en este país pero todo lo que hacemos nunca parece suficiente porque no podemos llegar a todos.

Pero nos sentimos bien. Porque esa persona ya no ha muerto de cólera, y puede volver a su basura, a su casa de plástico que una ONG le hizo, a su medio cuarto medio derruido que le queda después del terremoto. Puede volver a su casa sin familia que le espere. Puede volver a su casa sin hijos, ni perros, ni televisión ni vistas al mar. Porque el mar que divisa también es mugriento y lleno de plancton lleno de cólera. Un mar donde también flotan las bolsas de plástico como si fueran medusas artificiales, que tardarán años en descomponerse.

Y nos sentimos contentos porque hemos vencido un caso más de cólera. Y con el trabajo bien hecho nos volvemos a casa en nuestro coche. Con las ventanillas bien subidas, los pestillos bien cerrados para nuestra seguridad.

Y volvemos a casa volviendo a mirar por las ventanillas el mismo paisaje de diez horas atrás, que no ha cambiado. Todo sigue ahí: el río inundado de bolsas, plásticos, coches quemados, toneladas de basura que desbordan su negra agua, su hedor. Todo sigue igual. Y nosotros llegamos a casa, donde nos espera el reposo hasta el día siguiente.

Intentamos comer algo. Intentamos hablar algo. Intentamos olvidar tanto, mucho, todo lo visto ese día que os acabo de contar. Todo eso hay que hacerlo antes de que vuelva a sonar el despertador a las 5 o 6 de la mañana del día siguiente para ir a seguir salvando vidas.

Hay que aprovechar las pocas horas de calma y sosiego para no hacerte más preguntas, responderte a una o dos, las más sencillas. Pensar solo en lo bueno, bonito de cada día: la cara de ese niño sonriente que se fue de alta agradeciéndote que vuelve a correr. El espíritu de satisfacción de tantas miles de personas que desde que estamos aquí nos agradecen cada día nuestra presencia. Los cientos, miles, millones de sonrisas que nos dedican los habitantes de esta gran y negra urbe por intentar ayudarles a dar el salto.

Ese gran salto a la felicidad, que es sinónimo de igualdad de oportunidades. Para que, si yo puedo y quiero vivir, lo haga. Y para que si ellos quieren y pueden vivir, también lo hagan. Y que no venga una epidemia y se lo impida.

En eso pensamos, para poder conciliar el sueño… en que mañana, otros diez o veinte haitianos habrán encontrado una razón más para seguir adelante. Una razón muy poderosa que a todos nos mueve: la razón de un poco menos de sufrimiento en cada uno de nuestros días.

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Foto 1 y 3: Centro del Tratamiento del Cólera de MSF en Dessalines (© Amos Hercz)

Foto 2: Barricada en el barrio de Petionville, Puerto Príncipe, vista desde una ambulancia de MSF (© Aurélie Baumel)