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Empleo para los supervivientes del tifón Yolanda en Filipinas

Miguel Domingo García, delegado de la Unidad de Comunicación en Emergencias (UCE) de Cruz Roja en Filipinas.

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A sus 17 años, Shanderlyn Nadate, terminó sus estudios en el instituto de Madalag en la provincia de Aklan, y comenzó a buscar trabajo para llevar algo de dinero a su familia. Quería seguir estudiando, pero la economía de sus padres no se lo permitía, sobre todo, después de que en noviembre de 2013, el tifón Haiyan se lo arrebatara prácticamente todo. El ciclón, conocido como Yolanda en Filipinas, está considerado el más devastador de la historia del país, causante de más de 6.000 muertos y la ruina de más de un millón de viviendas, entre ellas, la casa de la familia Nadate, en Dit-Ana, una aldea al oeste del país, en la que se perdieron cultivos de arroz de la zona, plantaciones de abacá y cuanto se encontraba en su camino. Las pérdidas fueron millonarias.

En la familia de Shanderlyn todos los miembros sobrevivieron al desastre, pero se vieron gravemente afectados: la vivienda quedó arruinada, así como los cultivos de los que se nutre económicamente toda la aldea.

Cuando se cumplen dos años de aquel desastre, la vida de la familia Nadate ha cambiado por completo, gracias al programa de Recuperación Temprana que Cruz Roja Filipinas ha llevado a cabo en la provincia de Aklan, con el apoyo de Cruz Roja Española y Cruz Roja Canadiense. Una nueva casa de bambú y madera, resistente y con fuertes cimientos de hormigón, construida por Cruz Roja, se levanta junto a la que era su antigua vivienda, que la familia ha convertido en una tienda “sari-sari”, una especie de kiosko en el que se puede comprar desde café hasta refrescos y dulces, que también ha sido posible gracias a una subvención de 10.000 pesos filipinos, con la que la Institución facilita la recuperación económica de la zona.

La madre de Shanderlyn Nadate.

La madre de Shanderlyn Nadate en su nueva casa de bambú y madera.

Este año, esta ayuda se ha completado con una beca que ha recibido Shanderlyn para realizar un curso oficial de formación profesional, con el que además de un título oficial, hará prácticas en una empresa. La joven eligió formarse en el sector de la hostelería, y desde hace un mes, ejerce de camarera y recepcionista en un elegante hotel de Boracay, la isla más turística de Filipinas. “Creo que tengo ya capacidad para trabajar, después de la formación y las practicas”, asegura Shanderlyn, que después de acabar el instituto había trabajado en empleos no capacitados, como asistente en una casa durante seis meses en Kalibo, y ayudando en una panadería durante tres meses en Libacao, una ciudad cercana de su localidad. “Esta formación es mi oportunidad de encontrar un trabajo diferente y mejor que los que había tenido hasta ahora”, espera Shanderlyn.

“Mi familia no podría haber asumido los gastos, así que esta es la única oportunidad que he tenido para ir a la escuela”, explica Shanderlyn. “Mi plan cuando termine, es quedarme en este hotel de Boracay o seguir trabajando en la isla”, afirma confiada en su preparación.

Como ella, otros 87 jóvenes han participado en este programa, conocido como STED (Formación en Capacidades y Desarrollo de Empresas, en sus siglas en inglés), con el apoyo de Cruz Roja Española, y bajo la coordinación de Cruz Roja Filipinas. Todos los jóvenes pertenecen a familias afectadas por el ciclón, a cuya recuperación ha contribuido la Institución de una manera integral. Los jóvenes se han formado en soldadura, preparación de alimentos, servicio de hoteles y restaurantes, limpieza de establecimientos, peluquería, mantenimiento de aires acondicionados, electrónica, mecánica, y costura. Todos ellos, con certificado profesional, exigido en muchos casos para encontrar trabajo y para emigrar.

Es la primera vez que Cruz Roja Filipinas pone en marcha este tipo de proyectos, de mejora de la empleabilidad, que bebe en gran medida del Plan de Empleo que Cruz Roja Española ya lleva a cabo en España con colectivos vulnerables afectados por la crisis, como los jóvenes menores de 30 años con poca experiencia laboral. Estos proyectos han servido de base para el que ahora se lleva a cabo con las víctimas del tifón Haiyan.

Cruz Roja Española, presente en Filipinas desde 1998, está apoyando a la Sociedad Nacional de Cruz Roja Filipinas desde hace dos años en la recuperación y el desarrollo de más de 7.000 familias afectadas por el tifón Yolanda. La Institución está presente en algunas de las zonas más afectadas por el superciclón, como Samar o Leyte, así como en la provincia de Aklan, donde Cruz Roja es una de las pocas organizaciones presentes atendiendo a los supervivientes de aquel desastre.

“Hemos querido llevar a cabo un programa integrado, que dé una respuesta total a las familias afectadas por el tifón, no solo una asistencia puntual, como la construcción de un refugio o una ayuda económica: la intervención ha incluido además formación en nuevas fuentes productivas, o campañas de promoción de la higiene”, explica Luis Carrasco, delegado de Cruz Roja Española en la provincia de Aklan que han trabajado en Filipinas durante estos dos años para contribuir a la recuperación de la población.

El delegado de Cruz Roja Miguel Domingo.

El delegado de Cruz Roja Miguel Domingo.

Haiyan dos años después, el reencuentro con la sonrisa de Acila y la familia Francisco

Por Miguel Domingo García, delegado de @CRE_Emergencias en Filipinas.

A punto de cumplirse dos años del tifón Haiyan, nombrado Yolanda en Filipinas, el próximo mes de noviembre, cabe preguntarse, ¿cómo ha sido la recuperación de la población? ¿qué se ha hecho hasta ahora? ¿cuál ha sido el resultado de tanta solidaridad demostrada durante aquel año 2013, cuando supimos que Filipinas parecía un campo de batalla: más de 6.000 muertos, miles de heridos y desaparecidos y más de un millón de viviendas destruidas o gravemente afectadas?

geraldine 9Muchas organizaciones humanitarias llegaron al país. Cruz Roja Filipinas, que cuenta con una extensa red de voluntarios y una gran experiencia en la respuesta a emergencias, se vio además reforzada por el apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja, la Federación de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, y el de hasta 16 Sociedades Nacionales de todo el mundo, entre ellas, Cruz Roja Española, que ya contaba con una larga trayectoria de Cooperación Internacional en el país filipino, desde 1998.

El primer año tras el tifón, por supuesto, fue fundamental. 2014 fue el año de la recuperación temprana, en el que se levantaron las primeras casas para aquellas personas que las perdieron, y se pusieron los primeros cimientos, tanto físicos como simbólicos, para devolver a la población más vulnerable a una situación normalizada. No solo se buscaba volver a la situación que ya tenían antes del tifón, que para muchas familias era muy precaria, sino mejorada, reforzada, de manera que estuvieran más preparados y resilientes ante futuros desastres naturales.

No hubo que esperar mucho para la llegada de una nueva amenaza, y en diciembre de 2014, otro supertifón llamado “Hagupit” (una palabra filipina, que significa “latigazo”) “eligió” el mismo camino que Yolanda y las mismas poblaciones aún no recuperadas del todo. Pero esta vez, la gente estaba más preparada y, aunque hubo que lamentar pérdidas humanas (18 personas) y por supuesto, materiales, la respuesta permitió que no se repitiera un nuevo desastre. Hubo más y mejores evacuaciones, y muchas de las nuevas viviendas construidas por Cruz Roja, demostraron su resistencia.

2015 ha sido otro año esencial en la recuperación de la población, pues se están terminando algunos de los proyectos que ya se habían iniciado, y se han consolidados otros a medio plazo, dirigidos fundamentalmente a la mejora de los medios de vida, es decir, de las actividades productivas y fuentes de ingresos de la población que sobrevivió al tifón. No hay que olvidar que se perdieron negocios y sobre todo, miles de cultivos, de los que depende la economía de las poblaciones más vulnerables.

Recorro estos días, antes de que se cumplan dos años, algunos de estos lugares, donde el pasado año ya tuve la oportunidad de entrevistar a los supervivientes, y conocer de qué manera, la intervención de Cruz Roja ha mejorado su calidad de vida. Me he reencontrado con aquellas personas, que siguen en el camino de la recuperación, y he conocido a otras nuevas, que comparten una misma característica; quizá lo que más sorprende de la población filipina: que a pesar de ser un país azotado por los desastres naturales, o quizá por eso mismo, tiene una gran capacidad de levantarse tras caer. No se trata de que oculten sus sentimientos tras las enormes sonrisas que prodigan, pues ante mi he visto llorar a muchas de las personas con las que he hablado, al recordar aquel 8 de noviembre de 2013, pero se muestran agradecidos, ilusionados, con ánimo de salir adelante.

Estos son algunos reencuentros en la provincia de Aklan:

Acila se echa a llorar al volvernos a ver. No cabe sino emocionarse. Se cumplen casi dos años desde que el tifón Yolanda echara abajo su casa de bambú, en el “barangay” o aldea de Alaminos, en la isla de Panay, una de las afectadas por el devastador huracán. Un año después, poco antes del primer aniversario del desastre, tuve la oportunidad de entrevistarla y de fotografiarla junto a los cimientos de hormigón de la que sería su nueva casa, también de bambú y madera, pero a diferencia de la anterior, levantada con criterios seguros.

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En aquellas fotografías se aprecia un incipiente armazón de madera de coco, anclado al suelo por sólidos bloques de hormigón armado, y el reluciente techo de zinc, que compró con la ayuda económica entregada por el programa de Reparación de Refugios impulsado en Aklan por Cruz Roja Filipinas, con el apoyo de Cruz Roja Española y Cruz Roja Canadiense. Acila recibió 10.000 pesos filipinos con los que pudo comprar los materiales y herramientas, y los vecinos le ayudaron a construirla. Más de 2.759 familias de 33 barangays de la provincia de Aklan recibieron en 2014 este tipo de ayudas, superándose incluso el objetivo que se había marcado de reparar 2.500 viviendas.

Me sorprendo al ver que Acila viste la misma bata y las mismas chanclas que en aquellas fotos. Es difícil decir si el último año le ha dibujado más arrugas, o si ha mermado su salud. Parece la misma, aunque ella dice que se siente “algo más débil”. Pero a sus 80 años, es aún lo suficientemente ágil para vivir sola en una aldea montañosa. La casa sí ha cambiado mucho: se alza con paredes de bambú, siguiendo el estilo tradicional de los “buhay cubo” o viviendas típicas de Filipinas (tradición que se mantiene por quienes no pueden costearse levantar una de hormigón, claro, como le ocurre a gran parte de la población rural de Aklan), aunque el techo es metálico en lugar de usar nipa, y se nota más resistente.

Una pequeña choza de cuatro metros cuadrados, aneja a la casa, le sirve de cocina. Es el refugio que los vecinos y familiares le construyeron después del tifón. En él apenas cabía un “catre”, como también se llama en filipino a unas camas sin colchón. Con la ayuda de Cruz Roja, amplió aquella choza y se construyó un “buhay” que le garantiza un lugar seguro donde refugiarse de tormentas. “Vivo bien. En buenas condiciones, y estoy muy agradecida a Cruz Roja Española por haberme ayudado”, dice Acila con la particular sonrisa que la caracteriza.

La familia Francisco

Por el camino desde Alaminos hasta Kalibo, capital de la provincia, pasamos por Logohom, otro “barangay” rural situado en las márgenes del río Aklan. La carretera está salpicada de tejados rojos de zinc, característicos de las casas levantadas por Cruz Roja. Hay muchas más que hace un año y cada pocos cientos de metros, aparece un fogonazo rojo entre el verde de la vegetación que lo ocupa todo. El objetivo de Cruz Roja Española era construir 1.250 viviendas en la provincia de Aklan, y para el segundo aniversario ya se habrá completado el 90%, lo que en una región montañosa como esta, con carreteras imposibles, y con aldeas a las que solo se puede llegar con balsas de bambú vadeando ríos, se trata de una proeza.

Entre los tejados, reconozco uno: el de la vivienda de la familia Francisco. La casa está sobre una ladera y tiene una estupenda panorámica sobre un valle de cultivos de arroz. También pude entrevistar hace un año a Geraldine Relado Fancisco, la madre de una familia de seis hijos, que perdió su casa en lo alto de la montaña debido al “bagio” Yolanda (la palabra en tagalo para tifón). En su caso, no hubo nada que reparar. Tuvieron que marcharse de allí. Unos familiares les cedieron un terreno en un lugar más seguro y cercano a la escuela, donde Cruz Roja levantó una nueva vivienda hecha de madera, bambú y tejados de zinc pintados de rojo. En la Institución las llaman “core shelter”, es decir, refugios en inglés, diseñados para sustituir las chozas de construcción ruinosa, hechas con desechos y sin cimientos, que los supervivientes hicieron como pudieron tras el desastre, para refugiarse de la intemperie. Chabolas incapaces de soportar la más pequeña tormenta. Los “shelters”, en cambio, cuentan con armazones de madera reforzados, con cimientos de hormigón anclados al suelo y paredes de bambú elaboradas con productos locales, fáciles y baratas de sustituir en caso de un nuevo supertifón.

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La vivienda de la familia Francisco permanece tan firme como hace un año, cuando se construyó. El tifón Hagupit no llegó finalmente a esta zona, aunque estaba en su trayectoria. En todo caso, la población se previno con nuevos conocimientos: “Fuimos alertados a tiempo, así que atamos la vivienda con cuerdas nos dieron, reforzamos las ventanas, la puerta… todo, y preparamos algo de comida y medicinas por si el tifón nos golpeaba”, explica Geraldine al recordarlo.

En este último año la casa de la familia Francisco sí ha sufrido cambios. Pero para mejorar: Cruz Roja ha completado el refugio con una letrina situada en un lateral, con la que también se promociona la correcta salubridad a los beneficiarios. El objetivo es proporcionar letrinas a 1.890 familias que recibieron las viviendas, y reparar 102 en los “barangays” en los que está presente Cruz Roja Española. Además, se han entregado ayudas económicas a la familia para que hagan mejoras en el entorno de la casa.

En Aklan, Cruz Roja Española desarrolla proyectos en colaboración con Cruz Roja Filipinas, y con el apoyo de Cruz Roja Canadiense en 33 “barangays” o aldeas, para llegar a un colectivo de beneficiarios de más de 4.000 personas especialmente vulnerables. En esta provincia, se ha llevado a cabo una intervención con la que se ha buscado que las familias beneficiadas puedan tener una recuperación completa e integral, y que ésta repercuta además en el resto de la comunidad: de esta manera, aparte de apoyarles en la edificación de viviendas, se les ha ayudado para la mejora y diversificación de las fuentes de ingresos, se ha trabajado con ellas en la promoción de hábitos saludables y de higiene, y se les ha hecho partícipe en la mejora de infraestructuras comunitarias para las aldeas.

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* Fotos: Cruz Roja

Tifón Hagupit: 24 horas en el centro de evacuación de Quezon

Por Andy Brown, especialista regional de Comunicación de UNICEF en Asia oriental y el Pacífico

El tifón Hagupit, conocido en Filipinas como Ruby, pasó al sur de Manila durante la noche del lunes 8 de diciembre. El ojo de la tormenta obvió la ciudad, pero la lluvia y el viento que rodearon al tifón, venían acompañados de graves riesgos de inundación, y asustaron sobre todo a las comunidades de los barrios más marginales y cercanos al río. El trauma del tifón Yolanda/Haiyán aún estaba demasiado fresco en sus memorias.

Los vecinos de Barangay Bagong Silangan, Quezon City, dentro de Manila, crearon un centro de evacuación en un espacio deportivo cubierto en la ladera del barrio. Sobre esa llanura esperaban sortear los peligros de las inundaciones. A las cuatro de la tarde, ya estaba empezando a llenarse de mujeres y niños que llegaron temprano con algunas pertenencias para reservar un espacio entre las esteras que se repartieron en el centro de la cancha. Personas voluntarias empezaron a preparar la comida para los evacuados y el Departamento de Salud montó una pequeña clínica para hacer chequeos médicos.

Elna Cirilo con Nicole, de 6 años, y Cyrus, de 5, en el centro de evacuación Barangay Bagong Silangan © UNICEF Filipinas / 2014 / Andy Brown

Elna Cirilo con Nicole, de 6 años, y Cyrus, de 5, en el centro de evacuación Barangay Bagong Silangan
© UNICEF Filipinas / 2014 / Andy Brown

Elna Cirilo, de 31 años, acababa de llegar con sus dos hijos Nicole, de 6, y Cyrus, de 5. Está embarazada de ocho meses de su tercer hijo. «Hemos venido aquí para escapar del peligro y estar seguros», nos explicó. «Mi marido se quedó para cuidar la casa, pero si las aguas se elevan, ha dicho que vendrá enseguida para estar con nosotros.»

Elna y su esposo cultivan y venden verduras para ganarse la vida, ganan alrededor de 100 pesos al día (1,8 euros). No pagan el alquiler de su casa de este barrio marginal, porque todavía están luchando para salir adelante tras el tifón Yolanda del pasado año y, a veces no pueden permitirse el lujo de enviar a sus hijos a la escuela. «Nuestra casa ya se ha inundado tres veces «, nos contaba Elna. «Estoy muy preocupada, pero no hay nada que pueda hacer.»

Nicole es demasiado tímido y no quiso hablar con nosotros, pero el pequeño Ciro sí que nos contó cómo vivía la situación. «Me estoy portando bien”, nos explicaba. «Me da miedo la tormenta, pero estoy contento porque al menos mis amigos están aquí y vamos a tener algo que comer.»

Justo después de las 5 de la tarde, los voluntarios actualizaban una pizarra informativa para mostrar que ya había 77 familias y 370 personas en el centro de evacuación. En el exterior, la tarde se oscurecía y la lluvia era cada vez más pesada. Si te asomabas, podías ver a la gente caminando por la carretera luchando contra la lluvia bajo sus paraguas y cargando sus pocos objetos de valor hacia el centro de evacuación.

Conocer a Elna y su familia resguardándose en el centro de la llegada de la tormenta fue, en gran medida, un ejemplo de cómo los planes de reducción de riesgos y de preparación de desastres funcionan. Aprendidas las lecciones del tifón Haiyan, el año pasado, los preparativos, la evacuación y la respuesta humanitaria para este tifón que ha atravesado Filipinas han sido ejemplares.

Aldrin Cuna (a la derecha) en el centro de control de tifón del ayuntamiento de Quezon, Manila © UNICEF Filipinas / 2014 / Andy Brown

Aldrin Cuna (a la derecha) en el centro de control de tifón del ayuntamiento de Quezon, Manila © UNICEF Filipinas / 2014 / Andy Brown

Los trabajadores encargados de la emergencia apenas han dormido en las últimas semanas preparándolo todo. En un visita temprana a la sala de control del Ayuntamiento, nos encontramos a los trabajadores de emergencia tratando de vencer al sueño acumulado. «Llevamos esperando al Ruby desde hace días «, nos explica Aldrin, uno de los trabajadores con una sonrisa. «Hemos desplegado la mayor parte de nuestros barcos y vehículos para que estuvieran preparados y el personal de emergencia estaba listo para cualquier salida.»

Finalmente, la tormenta pasó por Quezon causando un daño mínimo. Hubo algunas inundaciones durante la noche en casas cerca del río, pero a media tarde la mayoría de las familias habían abandonado el centro de evacuación, y el resto recogían sus pertenencias y se preparaban para irse. En comparación con la noche anterior, había una sensación de alivio visible en los rostros de las personas.

El médico del centro de evacuación, Joselito Paulina, se mostraba satisfecho de cómo habían ido las cosas. «Hemos dado comida a la gente y hemos aprovechado para hacer chequeos y repartir medicación. He podido ver a 98 pacientes durante la tormenta. La mayoría de ellos tenían infecciones agudas del tracto respiratorio. Con el mal tiempo empeoran. Vamos a intentar verlos de nuevo dentro de tres días».

Elna y sus hijos estaban cansados pero felices de regresar a casa. «Estoy contenta porque la tormenta ha pasado, estamos bien y ya podemos volver a casa», explicaba Elna. «He podido hablar con mi marido y me ha dicho que el agua llegó a la altura de la rodilla en mitad de la noche, pero que ya se está retirando. Ha estado bien poder refugiarnos aquí. Me daba seguridad para los niños, pero también es verdad que hacía mucho calor y estaba tan lleno de gente que apenas hemos podido dormir «.

Los niños también estaban ansiosos por volver a casa. «Quiero leer un libro cuando lleguemos”, decía Cyrus mientras se aleja del centro. «No me importa qué libro, cualquiera.»

El doctor Paulina hace a Elna y a sus hijos un chequeo médico en el centro de evacuación © UNICEF Filipinas / 2014 / Andy Brown

El doctor Paulina hace a Elna y a sus hijos un chequeo médico en el centro de evacuación
© UNICEF Filipinas / 2014 / Andy Brown

Promoviendo el cambio en Filipinas, garantizando la igualdad

Por Katie Tong, especialista en niñas y adolescentes en situaciones de emergencia de Plan Internacional

Este sábado 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, conmemoración dedicada a aquellas personas que trabajan para promover el cambio y la igualdad entre hombres y mujeres.

Recientemente he vuelto de Filipinas, donde he estado trabajando con Plan Internacional en la respuesta de emergencia tras el tifón Haiyan, una tormenta de proporciones épicas que azotó el país el pasado 8 de noviembre de 2013, arrasando todo a su paso. Produjo una devastación absoluta.
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Haber estado allí desde el principio de la catástrofe, me ha permitido ver muchos cambios reveladores durante la respuesta a la emergencia. Para mí, Filipinas es un país que ha sido fuente de inspiración de cambio durante algún tiempo, sobre todo en materia de igualdad de género.

En 2013, el país ocupaba el puesto número 5 en el ranking del Foro Económico Mundial sobre la Brecha Global de Género. Echando la vista atrás, durante los últimos 20 años Filipinas ha recorrido un largo camino, actualmente posee índices de alfabetización femenina más altos que los que se registran para los hombres; también figura un alto registro de mujeres líderes a nivel gubernamental y administrativo.

A pesar de estos avances y del compromiso del gobierno de Filipinas para erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas, 1 de cada 5 mujeres ha sufrido violencia física y 1 de cada 10 ha sido víctima de violencia sexual. Mientras que el cambio se produce poco a poco, en lo que respecta a las estadísticas, parece que todavía hay mucho que hacer para asegurar que todos los niños y niñas puedan optar a una vida mejor y vivirla sin miedo, especialmente en situación de desastre y emergencia, cuando las niñas son más vulnerables a la violencia, las violaciones y el contagio del VIH .

El pasado mes de octubre, Plan Internacional dio a conocer su informe anual «Por ser Niña. En doble riesgo: las adolescentes y los desastres». El informe revela las diversas formas en que podríamos mejorar la respuesta humanitaria para garantizar la participación significativa de las niñas en el período inmediatamente posterior al desastre, pudiendo así garantizar su protección y buscar alternativas para ayudar a las comunidades afectadas a reconstruirse de forma más segura, más equitativa y más inclusiva, en definitiva, ayudar a “construir mejor”.

Desde el mes de noviembre, Plan Internacional ha estado trabajando con muchas comunidades en las zonas afectadas de Filipinas dando soporte a las necesidades de emergencia más básicas, tales como la repartición de alimentos, reconstrucción del sistema de agua y saneamiento y refugio. También se ha puesto en marcha la provisión de servicios de emergencia tales como la protección de la infancia, prevención y respuesta a la violencia contra las mujeres y los menores, así como la promoción de los derechos materno-infantiles referentes a la salud.

El enfoque integral con el que trabajamos garantiza que hombres, mujeres, niños y niñas puedan participar de forma igualitaria en nuestros programas, asegurándonos así de que la población en general es consciente de los servicios de protección que se ofrece a las comunidades para iniciar la reconstrucción de una sociedad más equitativa, inclusiva y protectora con todos su miembros generando así un cambio realmente inspirador.

Filipinas: Lo perdieron todo, solo les quedaron graves problemas sociales y psicológicos

Por Frederique Drogoul, psiquiatra de Médicos Sin Fronteras

Dos niños observan la destrucción causada por el tifón en uno de los suburbios de Tacloban. © Sophie-Jane Madden/MSF

Dos niños observan la destrucción causada por el tifón en uno de los suburbios de Tacloban. © Sophie-Jane Madden/MSF

En el entorno de Tacloban, el tifón fue muy fuerte. Una ola se elevó e inundó, como un tsunami, los edificios de piedra donde se refugiaban las personas que huían del tifón. Muchas de ellas ahogadas. La gente perdió a miembros de su familia, especialmente niños, porque no pudieron  mantenerse aferrados  a sus familiares cuando la ola les golpeó. También perdieron sus casas y sus medios para ganarse la vida. Así, los pescadores se quedaron sin sus embarcaciones y los agricultores sin sus cocoteros. Todas las comunidades costeras quedaron destruidas y las personas que sobrevivieron lo perdieron todo y sólo les quedaron los problemas sociales y psicológicos que dejó el tifón.

Eventos de esta magnitud afectan a todos. Por ello, se dieron gran cantidad de trastornos psicológicos producto de cómo la población afrontaba la pérdida y el duelo. Durante los primeros días, las personas afectadas se encontraban conmocionadas. En las siguientes semanas, muchos llegaban a los centros de salud con síntomas físicos inexplicables, incluyendo mareos, dolores de cabeza y trastornos del sueño, como resultado de su sufrimiento psicológico. Los consejeros les facilitaron ‘primeros auxilios psicológicos’, escuchándoles y transmitiéndoles el mensaje de que sus reacciones eran totalmente normales y disminuirían con el tiempo.

Después de un mes o dos, la mayoría comenzaron a recuperarse – a pesar de que todavía se sentían tristes. Sin embargo, entre el 5 y el 10 por ciento de las personas no se ha recuperado. Siguen sufriendo y presentando, en gran medida, estrés post-traumático, depresión severa y, en ocasiones, psicosis. Son éstas las personas a las que pretendemos llegar.

También tenemos que asegurarnos que los pacientes psiquiátricos, muy vulnerables, puedan continuar su tratamiento, ya que muchos no pueden pagar la medicación o, ni siquiera, llegar al centro de salud.

La prestación de apoyo en las escuelas es una parte importante de nuestro programa. Cuando la escuela de Palo reabrió después de que el tifón, faltaban 59 de sus 300 alumnos. Como parte de este programa, nuestros equipos van a realizar visitas semanales a los colegios y apoyar a los profesores para ayudarles con su propia ansiedad y facilitarles herramientas para tratar con el sufrimiento de los niños. Los profesores derivarán a los niños más afectados a nuestros equipos que les atenderán mediante sesiones grupales o individuales en la propia escuela.

El dibujo es usado como parte de las terapias tanto en niños como en adultos.  © MSF

El dibujo es usado como parte de las terapias tanto en niños como en adultos. © MSF

Desde el tifón, muchos niños temen ser separados de sus padres y tienen problemas para ir a la escuela. Una vez allí, pueden presentar dificultades para concentrarse, estar muy nerviosos o bien excesivamente retraídos.

Los profesores nos ayudan a identificar a aquellos niños – y por extensión a sus familias – que necesitan atención psicológica específica, porque cuando los menores no pueden afrontarlo a menudo significa que toda la familia es incapaz de hacer frente al trauma.

Hace solamente diez días que empezamos, pero nuestros equipos de salud mental en las escuelas ya están trabajando al cien por cien. Estos equipos también están interviniendo en la maternidad del hospital atendiendo a jóvenes madres que no saben cómo hacer frente a su situación. Tener un recién nacido que cuidar puede ser muy estresante, especialmente si tu casa ha quedado destrozada y has perdido a otro hijo a causa del tifón.

Niños juegan con barcos de papel como parte de su terapia grupal. ©Ana Cecilia Weintraub/MSF

Niños juegan con barcos de papel como parte de su terapia grupal. ©Ana Cecilia Weintraub/MSF

La mayor parte de la población vive en pequeñas comunidades donde se conocen todos. Nadie ha quedado libre del daño provocado por el tifón, todos están en la misma situación así que existe un enorme sentido de la solidaridad. Todavía se muestran muy abiertos a recibir apoyo externo cuando es necesario; aunque aquellos que presentan problemas más graves son más reacios a recibir ayuda psicológica y son sus familias quienes vienen a buscar nuestro auxilio.

Los líderes comunitarios y los trabajadores de salud locales nos ayudan a identificar a las personas más afectadas – personas mayores aisladas,  pacientes previamente enfermos, familias que han perdido a muchos niños. Un hombre trajo a su esposa porque, desde que vio todos los cadáveres en las calles, no podía salir de casa. Otro joven nos llegó en estado de total delirio. Algunas personas necesitan tratamiento médico, pero la mayoría sólo necesitan apoyo psicológico y atención.

Sin MSF, no podrían obtener este tipo de cuidados especializados. Hay problemas sociales en todo el mundo pero, después de un desastre como este, resulta muy positivo ver que somos capaces de trabajar con estas personas durante seis o siete meses. Las consecuencias de este tipo de desastres perduran mucho tiempo porque las personas damnificadas han visto destruidas sus formas de vida.

Recordando un soplo de viento…

Por Miguel Vargas Corzantes

Niños frente a su casa. Baras, Filipinas (PLAN).

Niños frente a su casa. Baras, Filipinas (PLAN).

Ha pasado un mes desde que volví de Filipinas después de 3 semanas de trabajar con Plan Internacional en Manila y en el campo. Ahora, dentro de un avión y listo para viajar de nuevo a otro lugar, siento cómo el avión despega y recuerdo ese viaje inesperado y sorprendente, una experiencia de vida para mí… Recuerdo el peor tifón de todos.

Todo comenzó con un soplo de viento dentro de condiciones normales de la temporada de tifones del Pacífico, vigilado por varias agencias meteorológicas en la región. Favorecido por las condiciones climáticas, se convirtió en el peor tifón hasta ahora conocido por la humanidad y llamó la atención de todo el mundo.
Los países con oficinas de Plan en Asia están habituados a prepararse para un clima severo. Como cada año, todas las áreas y comunidades cubiertas por Plan estaban conscientes y preparadas para soportar la temporada de tifones en 2013. Los satélites meteorológicos registraron el sistema de baja presión a 700 km Este-sudeste de Micronesia el 2 de noviembre. Al día siguiente, evolucionó a depresión tropical. Luego, el 4 de noviembre se convirtió en tifón y fue nombrado Haiyan.

Tocó tierra seis veces en las Filipinas. El Centro Conjunto de Advertencia de Tifones (de las Naciones Unidas, la Fuerza Aérea y la Marina de Estados Unidos de América, ubicado en Pearl Harbor, Hawai) registró vientos que alcanzaron los 305 kilómetros por hora cuando aterrizó en Samar Oriental, golpeando violentamente las islas y provocando marejadas más devastadoras que los del tsunami del océano Índico de 2004. Murieron miles. Decenas de miles se quedaron sin nada en absoluto.

Recuerdo especialmente mi llegada a Taclobán, donde entendí qué significa en realidad la palabra ‘devastación’. Siempre llovió en toda mi estadía ahí. El día antes de Navidad fue uno de los más difíciles trabajando en el campo. Visité la comunidad de Baras, en Guiuan. El pueblo fue casi borrado de la faz de la tierra por las marejadas; sus edificios principales fueron demolidos. La escuela abandonada quedó destrozada e inundada. Los libros estaban todavía en sus estantes, pero empapados más allá de la recuperación. Los techos destruidos fueron cubiertos en un apuro por lonas. Varias escuelas en Samar oriental tienen ese mismo estado y los niños no tienen un lugar adecuado para estudiar, salvo los entornos seguros temporales que ha facilitado Plan. La tempestad se desató pero nunca dejé de fotografiar. Por la noche, celebré Navidad solo, comiendo un atún en lata, algunas galletas saladas, escuchando el sonido de la tormenta muy cerca del mar.

Un chico me dijo que el recuerdo del día cuando su familia perdió casi todo estaba aún fresco en su memoria; el temor de una nueva catástrofe le acometía con cada trueno. Pero el pueblo Pinoy (así se hacen llamar los filipinos) siempre sonríe sin importar cuán difícil es la situación. Tanto niños como ancianos, todo el mundo estaba optimista del futuro, confiando en que tienen la fuerza para superar este terrible suceso. Su espíritu es fuerte, como su voluntad para reconstruir su país. Ellos merecen toda la ayuda que podamos darles para lograrlo.

Conversación en un hospital tras el paso del tifón

por Agus Morales, Médicos Sin Fronteras en Filipinas.

-Nuestra casa en Tacloban quedó totalmente inundada -dice Gilda.

-Desde la primera planta, vi llegar una gran ola -añade su tía Emma-. Luego todo flotaba a nuestro alrededor.

-Diez metros de agua.

-En total, tres grandes olas golpearon la casa. No me acuerdo de nada más, quedé inconsciente.

Son las 10 de la mañana. Gilda Calvara, de 52 años, y su tía Emma Calvara, de 73, se recuperan de sus heridas en el hospital de Burauen, una zona rural a la que llegaron pocos días después del paso del tifón Haiyan el pasado 8 de noviembre.

Las dos vivían en una casa de dos plantas ubicada más al norte, en la ciudad costera de Tacloban. La vivienda estaba preparada para fuertes rachas de viento, pero no para la especie de tsunami que se desencadenó en esta zona.

-Cuando llegó el agua pensé que íbamos a morir -recuerda Gilda-. Empezamos a rezar. Sufrimos heridas porque nos cortamos con cristales y con madera.

-Yo al principio ni siquiera me di cuenta de que tenía heridas. Pensaba que era el fin del mundo -dice Emma.

La casa verde de Gilda y Emma es una de las pocas que aún quedan en pie cerca de la costa, aunque tiene algunas paredes tiradas y severos daños estructurales. Hay álbumes de fotos, libros y adornos navideños desparramados por el suelo.

Durante aquellos primeros días de caos, ambas se refugiaron en la iglesia más cercana a su domicilio. Allí se alojaron también decenas de familias que se quedaron sin casa tras la tormenta. El edificio religioso se alza sobre la ciudad sin apenas rasguños, pero a tan solo unos centenares de metros, las viviendas con vistas al mar, sobre todo las más livianas, quedaron reducidas a escombros.

-No nos cambiamos de ropa durante tres días -recuerda Gilda-. No había comida ni agua. Nos pusieron una inyección para evitar el tétanos y algunas vendas en las heridas que teníamos en las piernas.

-No quiero recordarlo -dice Emma.

Tras estos primeros compases, un sobrino de Emmalas sacó de la iglesia y las trasladó a Burauen, al sur de Tacloban, donde sus heridas fueron tratadas en el principal hospital de la zona, apoyado por Médicos Sin Fronteras. Allí discuten sobre lo sucedido y esperan ansiosamente su alta médica con la idea de trasladarse a Manila, donde tienen familiares. De momento, regresar a Tacloban no parece una opción.

-La casa está en ruinas. Todo está en ruinas -cuenta Gilda.

-¿La casa? Ha quedado un esqueleto -dice Emma.

 

 

 

Las palmeras y los filipinos son una lección de cómo reaccionar tras un desastre

Luis Carrasco, delegado de Cruz Roja en Filipinas

Cruz Roja.

Cruz Roja.

Las palmeras de la isla de Leyte siguen inmóviles. Ancladas en el tiempo. Las que no quedaron descabezadas orientan aún sus pocas palmas al oeste, como si alguien las hubiera congelado mientras eran azotadas por los vientos del Yolanda. Un mes después, así siguen. Nada se mueve.

De troncos hacia abajo, el suelo que las une es una bandeja de contenido heterogéneo. Hay un enjambre de maderas, metales, ropas, juguetes, utensilios de cocina…; restos de lo que antes fueron hogares y los contenidos que en ellos se atesoraban. Es un amalgama difícil de describir pero fácil de imaginar si pensamos que tres olas barrieron todo este litoral recolocando a su antojo cada pertenencia.

A pesar de todo, cada día las cosas van volviendo poco a poco a su sitio. Lo irrecuperable se amontona esperando una tregua de las habituales lluvias para ser quemado. Algunas motosierras, afortunadas por haber logrado combustible, reconvierten troncos caídos en material que rehabilite las maltrechas casas. Y es todo fruto del tesón, del trabajo silencioso pero con coraje de los filipinos. Un pueblo que, lejos de regodearse en su mal, ha plantado cara al rastro del tifón y pisa adelante convencido de que es el único camino.

En Tolosa, una municipalidad de esta misma isla, Cruz Roja Española acompaña la vuelta a la normalidad produciendo y distribuyendo agua potable estos primeros meses, hasta que se restablezca el abastecimiento seguro en la zona. También aquí, en esta pequeña infraestructura móvil vemos ese talante. No ha pasado un mes y los voluntarios de la Cruz Roja Filipina que se han integrado en este proyecto ya dominan todas las fases del procesamiento. Los recursos traídos desde España vinieron para quedarse y ellos están decididos a tomar las riendas cuando la cooperación se retire. Pero, aún mejor, lo hacen convencidos de que se están fortaleciendo para poder actuar desde el minuto uno si algo así volviera a ocurrir.

Las palmeras y los filipinos son una lección de las dos maneras de reaccionar tras un desastre. Mientras las primeras se detuvieron mirando hacia ese oeste por el que marchó el tifón, los segundos prefirieron mirar a todos lados y pensar en su futuro. Por fortuna, aquí, en Tolosa, sólo las palmeras eligieron quedarse estancadas en el tiempo. Mientras tanto, la vida en Filipinas continúa.

Agua segura en Tacloban

Por Sonia Ruiz, delegada de la Unidad de Comunicación en Emergencias (UCE) de Cruz Roja Española en Filipinas.

Accediendo a agua potable (Cruz Roja).

Accediendo a agua potable (Cruz Roja).

Tacloban, tan mencionada, fotografiada y televisada durante los días posteriores al tifón Yolanda, es otra de las zonas en las que desde Cruz Roja nos encontramos trabajando en Filipinas.

El panorama impresiona desde el aire, mientras se observa por la ventana del avión. Y también, una vez en terreno. Porque desde el aire uno es un mero espectador lejano, pero una vez pisas tierra te conviertes en un actor más que interactúa con las consecuencias del desastre.

En Tacloban son difíciles aún las comunicaciones, el suministro de agua, luz y combustible, conseguir comida…, la situación de la región ha dejado de verse en las portadas de los periódicos pero sus habitantes aún continúan necesitando ayuda.

Una de las necesidades más urgentes es aportar agua segura a la población para prevenir posibles enfermedades o epidemias, por este motivo desde Cruz Roja Española enviamos siete plantas potabilizadoras que nos permiten suministrar agua a más de 15.000 personas al día durante un período de tres meses.

La explicación de cómo se llegan a instalar estas plantas puede ser tan compleja cómo tratar de contar su funcionamiento desde un punto de vista técnico. De nuevo, como todo envío de ayuda humanitaria requiere de un gran esfuerzo de coordinación, logística y diálogo con la comunidad beneficiaria.

Actualmente, se han instalado tres puntos de distribución de agua en Tolosa, Tacloban. Mientras tanto, se siguen visitando y analizando nuevos lugares de la región para instalar más puntos. Y lo interesante es que, no sólo llegamos y distribuimos, sino que hay una participación fundamental por parte de las personas que residen en las comunidades a las que llegamos.

Hablamos con ellas y con las autoridades locales, valoramos sus necesidades, consensuamos dónde poner el punto de distribución, y la comunidad se compromete al cuidado y conservación de las fuentes, para que el agua pueda llegar cada día. Se trata de un envío de ayuda humanitaria en el que tratamos que las personas beneficiarias sean las verdaderas protagonistas de su recuperación y también contar con su apoyo para ayudarles a conseguirlo.

Niños en Tacloban, Filipinas. (Cruz Roja).

Niños en Tacloban, Filipinas. (Cruz Roja).

Tanghas es uno de los lugares en los que estamos distribuyendo agua. Un pueblo más, devastado por el tifón, también entrañable por la hospitalidad de sus habitantes, al que se accede por una pequeña carretera. Pocas casas y edificios pueden verse en pie en este lugar, pero uno de ellos es su escuela.

Hablando con las profesoras nos cuentan que creen que hasta dentro de unos meses las clases no podrán retomarse, mientras tanto los niños y niñas de Tanghas revolotean por los alrededores. Las aulas conservan algunos de sus materiales: pizarra, sillas, pinturas, libros…, pero las paredes y los tejados están muy dañados.

Es en la explanada que hay frente a la escuela donde hemos instalado nuestro campamento base desde el que centraremos nuestra operación de ayuda humanitaria.

Es en Tanghas donde hemos encontrado un pozo con agua que reúne los mínimos necesarios para poder ser potabilizada correctamente, y por tanto convertirse en agua segura que ya está siendo distribuida.

Desde este momento, nos hemos convertido en sus vecinos durante los próximos meses.  Y esto sólo acaba de empezar. La recuperación de la población, sus hogares y sus pueblos tras un desastre se trata de un proceso a largo plazo en el que trataremos de estar presentes hasta que se nos necesite.

Filipinas,historias de vida en mitad de las cifras

Por Sonia Ruiz, delegada de la Unidad de Comunicación en Emergencias (UCE) de Cruz Roja Española en Filipinas.

(Cruz Roja)

(Cruz Roja)

Alrededor de 10 millones de personas afectadas, más de 600.000 personas en Centros de Evacuación, más de 15.000 casas completamente destruidas, millones de pérdidas en daños materiales…, detrás de todo este bombardeo de datos, que reflejan completamente las consecuencias del tifón Yolanda, se encuentran las historias de vida de las personas afectadas, cada una de ellas con semejanzas entre sí y cada una de ellas, única.

Es complicado imaginar la magnitud de un desastre y lo que ha dejado a su paso, a través de las cifras. Cierto es que son necesarias porque contextualizan y dan una visión global del asunto, pero a través de las pequeñas historias es como podemos de poner rostro a las consecuencias del tifón en Filipinas.

La historia de María podría ser parecida a la de otras muchas, aún así el tifón Yolanda ha dejado matices a su paso. María vive en Patain, distrito de Bantayan en el que Cruz Roja Española está distribuyendo ayuda. Tras el reparto de ésta, nos cuenta brevemente su historia.

 Su casa ha quedado totalmente destruida, y mientras hablamos con ella las ruinas de fondo son el escenario en el que transcurre la narración de su testimonio. También, ha perdido a su marido, y nos lo cuenta sin más detalle, simplemente porque no es necesario. Vive con sus dos hijos a los que podemos ver cerca de ella, sentados tímidamente sobre el tronco de un árbol. Y por último, da las gracias a Cruz Roja por la ayuda que le hemos ofrecido.

En esta historia también hay cifras que quizás impresionen más que los grandes números a los que nos estamos acostumbrando o tal vez no, sea como sea, estas son las cifras en la pequeña y gran historia de María.