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Las escuelas que atesoran el futuro de Burundi

Por Ana Muñoz, UNICEF en Burundi

Cristiano Ronaldo, Messi, Neymar. Nombres de futbolistas que decoran las deterioradas paredes de esta aula de la escuela de Busebwa, a unos 100 kilómetros de Bujumbura, la capital de Burundi. Muros entre los que se condensa un tremendo calor, cosidos de agujeros por los que se filtra el agua cuando llueve para caer sobre un suelo plagado de socavones. “Bonjour, madame”, saludan, puestos en pie, los pequeños. Uno de ellos, el designado por el maestro, busca un hueco entre los boquetes de la pizarra en el que poder escribir sus cuentas. No es fácil.

Cada una de estas clases alberga una media de 84 alumnos, hasta cinco niños por cada pupitre pensado para dos. Otros, sencillamente, no caben y se sientan en el suelo. Y eso que en Burundi hay dos turnos de clases, de mañana y de tarde. La explicación a por qué esta y otras escuelas están tan masificadas no se encuentra solo en el hecho de que cada mujer en Burundi tenga una media de seis hijos, sino también en el retorno de muchos ciudadanos refugiados hasta hace poco tiempo en Tanzania.

Las escuelas que atesoran el futuro de Burundi

Los alumnos dela escuela de Busebwa celebran el anuncio de que pronto llegarán los nuevos kits de material escolar /© UNICEF/Burundi/2016/Ana Muñoz

El abandono y deterioro de la infraestructura educativa responde a la incapacidad de las arcas burundesas para sostener el sistema. En 2015, la grave crisis política y la inestabilidad a la que dio paso llevaron a no pocos países a congelar sus donaciones a Burundi. Por aquel entonces la mitad del presupuesto anual del país dependía de la ayuda exterior. Ahora, la situación dramática de la economía afecta de manera desproporcionada a los niños, que son aproximadamente la mitad de la población.

En este escenario, ¿qué motiva a un joven director de escuela para levantarse temprano cada día y venir a trabajar? Jean Claude Nduwayo fija la mirada en el vacío, en algún punto entre nosotros y la puerta al final del pasillo, y piensa su respuesta. “Soy cristiano y creo que éste es mi deber en la tierra, hacer todo lo posible como director para estos chicos”. Tiene 38 años y dirige la escuela de Busebwa. Nos recibe en su despacho, vestido con una camiseta del Real Madrid. Como en el resto del centro, aquí tampoco hay electricidad. Montones de papeles se apilan caóticamente en los estantes. De las paredes cuelgan cuadrantes hechos a mano y listas de calificaciones. Nduwayo señala una caja de tizas: “Son las que tenemos hasta que acabe el curso”.

Esta escuela no es una excepción. Por eso UNICEF apoya al gobierno burundés para garantizar que todos y cada uno de los niños de Burundi tengan acceso a una educación de calidad. Solo durante el año pasado, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia formó allí a 32.000 profesores y entregó material escolar básico a 2,6 millones de niños. Cuando visitamos la escuela de Busebwa, quedan solo unos días para que lleguen los nuevos kits, cada uno de ellos con dos cuadernos, un lapicero, un bolígrafo, una goma de borrar, una regla y una bolsa en la que guardarlo todo. Con solo mencionarlo, estallan las carcajadas y los aplausos entre los alumnos.

Dormidos de debilidad

Desde que el gobierno de Burundi decretó en 2005 la gratuidad de la educación primaria, el número de niños que va a la escuela ha crecido considerablemente, pasando de un 59% en 2004 a casi un 94% en 2015. Sin embargo, ese cambio no ha ido acompañado de una mejora en la calidad de la misma. La carencia de profesores, de infraestructuras adecuadas y de material escolar son problemas que, lejos de desaparecer, no han hecho sino agravarse. Las niñas siguen siendo difíciles de retener en la escuela, pues abandonan los estudios al quedarse embarazadas. Por otro lado, el cansancio y el hambre hacen que la mayoría de estos niños apenas pueda seguir las clases. “Se quedan dormiditos de pura debilidad”, explica Celine Lafoucriere, responsable de Educación en UNICEF Burundi. El director lo corrobora: “No pueden concentrarse porque tienen hambre”.

El trauma también es un obstáculo para la vida en general y para el aprendizaje en particular. Los episodios violentos que siguieron a las protestas de 2015 pusieron a muchos de estos chavales ante escenas y situaciones que un niño jamás debería presenciar. Las pesadillas y el fantasma de los recuerdos forman parte de sus vidas y las condicionan.

Otra escuela es posible

A unos pocos minutos en coche por carreteras que en realidad son caminos de arena, hay otra escuela que más bien parece otro mundo. Se trata de la escuela piloto de Busebwa, apoyada por UNICEF y construida en base a principios de sostenibilidad ecológica y económica con materiales de la zona. Un sitio seguro para los niños, con vistas a la naturaleza, con letrinas diferenciadas para profesores y alumnos y separadas por género, con pistas deportivas, sala de profesores e incluso un aula informática. Una prueba de que las cosas pueden hacerse de otra manera con los medios al alcance y una manera de establecer un modelo a seguir. Pero el reto no es tanto construir escuelas así, como conseguir que el sistema burundés sea capaz de garantizar su continuidad, y en eso trabaja también UNICEF.

Cuando preguntamos a los chavales qué quieren ser de mayores, médico y profesor son las respuestas más repetidas. Los kilómetros que muchos de ellos recorren cada día para llegar a la escuela desde sus pueblos remotos ya demuestran su voluntad de conseguirlo. Solo les falta una cosa: la oportunidad que merecen. Y solo en la medida en que, entre todos, podamos dársela, un país como Burundi podrá construir su futuro.

Un futuro incierto para los niños y niñas huérfanos de Burundi

* Por Alice Rwema, Plan Internacional Ruanda

Beza, niña nuérfana de Burundi, en el campo de refugiados de Mahama en Ruanda.

Beza, niña nuérfana de Burundi, en el campo de refugiados de Mahama en Ruanda.

Quiero ser enfermera, dice con una voz insegura, inclinando la cabeza. Con lágrimas en los ojos, mira hacia arriba y añade: “pero primero quiero que todos mis hermanos vayan al colegio”.

Beza, de 15 años, es una joven huérfana que abandonó Burundi hace dos meses por el estallido de violencia que comenzó hace semanas en el país al acercarse las elecciones. Estaba en primero de educación secundaria cuando huyó de su país y ahora vive en el campo de refugiados de Mahama, cuidando de sus dos hermanos pequeños.

Caminamos durante 12 horas cuando cruzamos Ruanda.  A mi hermano pequeño se le hincharon las piernas y eso nos hizo ir más despacio. Hacíamos turnos para llevarlo a nuestra espalda. Sólo teníamos 2.000 francos burundeses (1,5 dólares)”, explica.

La vida no fue fácil cuando llegamos al centro de recepción de refugiados de Bugesera y era muy complicado conseguir comida. Les realojaron en el campo de refugiados de Mahama una semana después, donde ahora viven más de 26.000 refugiados burundeses, de los más de 31.000 que hay en Ruanda.

Aquí la vida es más fácil porque podemos conseguir comida con más facilidad. Hay agua cerca y podemos coger leña, aunque yo no puedo cortarla. Me ayudan mis vecinos y mis hermanos”, añade Beza.

La organización de defensa de los derechos de la infancia Plan Internacional organiza actividades de ocio y juego para ayudar a los niños y niñas refugiados a relacionarse y aprender juntos, aunque Beza nunca puede ir a estas actividades porque tiene mucho trabajo. 

Por la mañana me levanto y barro, limpio la tienda, preparo gachas, cocino la comida y después me doy un baño y sirvo la comida a mis hermanos. A veces me ayudan a ir a por agua. Me gustaría ir a jugar, pero es que no tengo tiempo. Mis hermanos a veces van”, dice.

Plan Internacional trabaja con ACNUR identificando a los niños y niñas que llegan sin acompañantes o son separados de sus padres. Ya se han identificado 1.195 en el campo de Mahama y los centros de recepción de Bugesera y Nyanza. Al menos 258 se han reunificado con sus padres, cuidadores temporales o  familiares.

Encontrar cuidadores temporales es todavía un reto en el campo de refugiaos de Mahama, aunque Beza y sus hermanos sí que han encontrado uno.

Nos ayuda un montón, nos da de su leña cuando se nos acaba la nuestra, nos da otro tipo de comida cuando nos cansamos de comer maíz y judías. Casi siempre me ayuda con las tareas de la casa. Estoy contenta”.

Los cuidadores temporales hacen visitas periódicas a los niños y niñas no acompañados para evaluar su situación en informar a Plan Internacional. Muchas veces son los cuidadores quienes saben si los niños y niñas necesitan comida, atención sanitaria, ropa y a veces son capaces de resolver pequeños conflictos que surgen entre los niños y niñas que viven juntos en la misma tienda.

Para los que no tienen cuidadores temporales, Plan Internacional ha asignado movilizadores comunitarios de refugiados que los visitan regularmente para comprobar su estado.

Necesito crema para la piel y la ropa que traje no es suficiente. No tengo tiempo de jugar y conocer a otros niños y niñas. A veces me siento sola”, cuenta Beza, enumerando los retos a los que se enfrenta.

No estoy esperando a mis padres, soy huérfana y mi futuro aquí es incierto. No sé si podré volver al colegio alguna vez, tengo que cuidar de mis hermanos”.

Plan Internacional ayuda a los niños no acompañados y separados de sus padres asegurando que reciben los cuidados y la protección adecuada a sus necesidades específicas y que prima su interés superior. Esto se lleva a cabo a través de identificaciones, documentación, seguimiento y reunificación familiar, consiguiendo cuidados y apoyo interno o alternativo, manejando los casos de conflictos, haciendo visitas de seguimiento y dando apoyo psicosocial cuando es necesario. Plan Internacional también atiende a los niños y niñas no acompañados en el acceso a servicios básicos como el registro, la distribución de comida y otros materiales y atención sanitaria.

“Me gusta que el personal de Plan Internacional venga a visitarnos y cuando estoy triste voy a verlos para que me aconsejen”, dice Beza.

Desde el 31 de marzo de 2015, Plan Internacional Ruanda ha recibido un llegada masiva de refugiados burundeses que huyen de la violencia desatada en su país por las elecciones presidenciales y los conflictos provocados por un grupo armado que apoya al partido en el gobierno.

El Gobierno de Ruanda ha establecido tres centros de recepción de refugiados en Bugesera (provincia oriental), Nyanza (provincia meridional) y Rusizi (provincia occidental). El 22 de abril se abría un nuevo campo de refugiados en el distrito de Kirehe, provincia oriental, para dar alojamiento al creciente número de refugiados. De los más de 31.000 refugiados en Ruanda a 10 de junio de 2015, más de 15.700 son niños y niñas.

Día Mundial contra la Neumonía: Iridé, el niño milagro

Por Eliane Luthi, UNICEF, Burundi.

Iridé es el protagonista de nuestra campaña contra la mortalidad infantil Ahora NO podemos parar. Pero no es un actor, es un niño de 2 años y medio al que conocimos en un viaje a Burundi. Sufría una neumonía grave cuando lo encontramos. Hoy, Día Mundial contra la Neumonía, queremos recordar su historia. Nuestra compañera Eliane Luthi nos la cuenta desde allí:

 

Iridé, un "niño milagro" que llegó tras 17 años de matrimonio (UNICEF).

Iridé, un «niño milagro» que llegó tras 17 años de matrimonio (UNICEF).

Gitega es una ciudad en el centro de Burundi, a unas dos horas en coche de la capital del país, Bujumbura. Voy a Gitega regularmente porque es una provincia importante para el trabajo de UNICEF en Burundi, y se encuentra en una región en la que apoyamos varios proyectos en materia de salud, protección de la infanciaagua y saneamiento y educación.

En una reciente visita fui al hospital que apoyamos con materiales, capacitación para trabajadores de la salud, vacunas y tratamiento para la desnutrición, entre otras cosas. Allí conocí a Cesarie, una madre de 39 años de edad, cuyo hijo, Iridé, se encontraba en la sala de pediatría porque tenía una neumonía grave. Tenía fiebre alta y no paraba de sudar cuando me acerqué a él.

Me senté en la cama del niño para hablar con Cesarie sobre su hijo y tranquilizar sus nervios. Me explicó que llevaba casada 17 años, y que Iridé era su primer y esperado hijo. «Es un niño milagro», me contaba. «He esperado por él tanto tiempo…»

Pero Iridé se encontraba en un estado crítico. Las dos sabíamos lo que eso podría significar. En Burundi, uno de cada diez niños no llega a celebrar su quinto cumpleaños. La neumonía y otras infecciones respiratorias son la principal causa de la mortalidad infantil aquí.

Le pregunté cómo había notado los síntomas de la enfermedad de su hijo. Iridé llevaba más de dos meses tosiendo, me explicó. Primero lo llevó a un curandero tradicional cerca de su casa, pero la medicación que le dieron allí no parecía sanarle. Cuando los síntomas de Iridé empeoraron, supo que tenía que llevarlo al hospital.

Pero el hospital de Gitega está a casi 30 kilómetros de distancia de la casa de Cesarie, en un pueblo de casas de adobe rodeadas de plantaciones de banano. A muchas madres, la distancia y los costes que suponen llegar al hospital las disuaden. Lo que significa que pueden esperar un largo período de tiempo antes de tomar la decisión de ir. Acudir al hospital, además, implica toda una logística y riesgos, ya que tienen que dejar a sus otros niños con los vecinos o la familia y no pueden cultivar durante su estancia en el hospital acompañando a un hijo enfermo. También está la cuestión de la comida, ya que muchas madres no tienen acceso a los alimentos estando tan lejos de casa.

Al final, Cesarie tuvo que cargarse a Iridé a la espalda envuelto en una trozo de tela y pagar a un chico para que los llevara en bicicleta hasta el hospital. Cuando yo los encontré, Iridé llevaba en el hospital ya seis días, pero seguía tosiendo muy muy fuerte.

La neumonía está detrás de cerca del 19% de las muertes de niños menores de 5 años. (UNICEF)

La neumonía está detrás de cerca del 19% de las muertes de niños menores de 5 años. (UNICEF)

Gracias al trabajo de UNICEF y sus aliados, la asistencia sanitaria para los niños menores de 5 años recientemente se ha convertido en gratuita en Burundi, lo que es fantástico y fundamental para garantizar una nueva generación saludable para el país. Pero el retraso a la hora de buscar cuidados medicos, implica que cuando los niños llegan están en un estado muy crítico. La neumonía, en particular, es una enfermedad olvidada. No hay fondos para investigarla ni tratarla, no se suele detectar adecuadamente y se la confunde con otras enfermedades. Por todas estas razones, está detrás de cerca del 19% de las muertes de niños menores de 5 años.

Notaba que Iridé seguía sudando y sabía que su situación no estaba mejorando, así que me decidí a hablar directamente con el pediatra. Éste me explicó que si Cesarie hubiera podido acceder a un agente de salud comunitaria en cuanto empezó a notar los primeros síntomas de enfermedad en el niño, no hubiera tenido que desplazarse hasta el hospital y ahora no se temería por la vida de Iridé.

Fortalecer la red de los agentes de salud comunitarios es una prioridad clave del trabajo en Burundi. Los agentes de salud comunitarios no sólo pueden asesorar a las madres cuando notan síntomas como la tos de Iridé, sino que también juegan un papel decisivo en la promoción de prácticas sencillas que previenen las enfermedades comunes de la infancia – tales como el lavado de manos con jabón, la vacunación, la buena nutrición y la lactancia materna.

Burundi es uno de los países más pobres del mundo y la mayoría de su población son niños. Estos niños, como todos los niños de todo el mundo, tienen el derecho a la supervivencia, el desarrollo y el bienestar. Para poder cumplir con estos derechos, tenemos que seguir trabajando de manera sistemática para asegurarnos de que las familias y los niños más vulnerables puedan acceder a una asistencia sanitaria de calidad cerca de casa y gratuita. Esto significa asegurarnos de que los trabajadores de salud comunitarios cuentan con materiales básicos y pueden tratar las enfermedades comunes de la infancia en las comunidades. Para que los niños no tengan que llegar a situaciones críticas como la de Iridé cuando lo encontré.

El río que trae agua y vida, el mismo río que trae el cólera y la muerte

Miguel Ángel Rodríguez, Cruz Roja Española, Burundi.

Nyandki Fredianne ha superado muchas cosas: varias guerras, el hambre, la persecución y ser mujer. En sus 40 años de vida, siempre así.

Y sus seis hijos no pueden ser menos. Cinco de ellos han superado el cólera.

Pascal Nyandwi, doctor y voluntario de Cruz Roja en Burundi

Pascal Nyandwi, doctor y voluntario de Cruz Roja en Burundi

En Burundi, los ríos y lagos que dan vida, también brindan en bandeja la muerte, según nos explica el doctor y voluntario de la Cruz Roja Burundesa Pascal Nyandwi. “En la comunidad de Nyanza-Lac se registraron en 2013 al menos 28 casos de cólera, y es una muy buena noticia, porque lo habitual era enfrentar 200 o 500 casos anuales”, recalca el galeno.

“El problema, lógicamente, es la falta de agua potable y de saneamiento, lo que supone una bomba de relojería en la época de lluvias”, indica Pascal. La solución pasa, en este sentido, por la promoción de campañas de sensibilización, mayor cobertura de agua potable y la construcción y mantenimiento de infraestructuras de saneamiento adecuadas, como las letrinas.

En ello están, mano a mano, Cruz Roja y Unicef, que impulsan por todo el país sesiones prácticas sobre el correcto tratamiento del agua, fumigación de viviendas o la construcción de infraestructuras.

Todo vale en este frente. Incluso, mejor que otras armas, el teatro con cierta dosis de ironía.

Las voluntarias y voluntarios de Cruz Roja en Nyanza-Lac ocupan el verde que hay frente a su sede y disponen cazuelas y alimentos sobre el suelo. Limpian los alimentos con agua sucia y los comparten, ficticiamente. Una mujer se retuerce de dolor y unos camilleros se la llevan, dando consejos al resto de ‘vecinas’ sobre cómo evitar el cólera. Los cantos, cómo no, cierran la sesión, ahora multudinaria por el volumen y el ritmo de las danzas.

Pero, para luchar contra el cólera, hay que luchar también contra la pobreza de uno de los países más pobres del mundo, insiste el doctor Pascal. Habla en francés pero Fredianne, que únicamente habla el lenguaje de la vida como sus seis hijos, parece asentir mientras agrupa a sus vástagos.

Grupo de teatro de la Cruz Roja de Burundi realizando una representación teatral contra el cólera

Grupo de teatro de la Cruz Roja de Burundi realizando una representación teatral contra el cólera


Voluntario de la Cruz Roja de Burundi explica consejos de prevención del cólera a través de viñetas, tras una representación teatral.

Voluntario de la Cruz Roja de Burundi explica consejos de prevención del cólera a través de viñetas, tras una representación teatral.

Fotos: Miguel Ángel Rodríguez

Las campesinas burundesas toman las riendas

Miguel Ángel Rodríguez, Cruz Roja Española, Burundi.

Ndereyimana Agathe, de 53 años de edad y con nueve hijos a sus espaldas, tiene al menos dos cosas en común con muchas de sus vecinas de Makamba, en el sur de Burundi.

La primera es que tuvo que ocultarse, muchos días con sus largas noches, en alguna de las 2.638 colinas que jalonan el país. Para salvar la vida. Los machetes bailaron durante los interminables conflictos armados que sacudieron al país.

Fotos MA Rz Burundi 14 (14)

Ahora, sin embargo, ha cambiado las colinas por las marismas. Agathe es una de las beneficiarias de un proyecto de recuperación de tierras para el cultivo que ha puesto en marcha Cruz Roja Española, con la colaboración vital de la Cruz Roja Burundesa y el apoyo de la Unión Europea.

Tierras baldías en un país superpoblado, 10 millones de habitantes en apenas 28.000 kilómetros cuadrados. Y decenas de miles de personas que están regresando tras estar zurcidas en numerosos campos de refugiados en Tanzania y países vecinos. No podían desaprovecharse las escasas tierras, y en ello están Agathe y otras mujeres de las regiones de Makamba y Mabanda, en el sur del país.

Sí, mujeres, mayoritariamente, porque son ellas las que, además, se han ocupado de crear de la nada asociaciones de campesinos, comités de agua y todo tipo de agrupaciones para hacer valer los derechos de los más vulnerables.

– Agathe, ¿y ha cambiado algo tu vida al poder disponer de una tierra para cultivar arroz?

– Ahora tengo dinero para poder llevar a alguno de mis hijos al médico si se ponen enfermos, y pagar algún uniforme escolar para que alguno pueda estudiar.

La segunda cosa en común con muchas de sus vecinas es que Agathe, cómo no, prefiere doblarse la espalda en el arrozal a esconderse en las colinas.

Y, así, hasta que lleguen tiempos mejores o, en su defecto, el día siguiente.

Fotos MA Rz Burundi 14 (42)

Crédito fotos: Miguel Ángel Rodríguez.

Néstor, ni tutsi ni hutu

Miguel Ángel Rodríguez, Burundi, Cruz Roja Española.

Néstor, nombre ficticio, es ahora un pastor religioso en Burundi.

No prueba ni gota de alcohol, quizá porque ya se lo bebió todo.

Durante las interminables noches de los machetes, que sangraron Burundi y los Grandes Lagos en las últimas décadas, Néstor y otros cientos de miles de burundeses se escondían entre los maizales y, allí, acurrucaditos, en silencio, se bebían todo el alcohol que podían producir artesanalmente con el maíz. Como si fuera el último estertor, por eso.

Él prefiere no hablar de ello, es el pasado. Ahora trabaja activamente para una organización humanitaria, tratando de ayudar a las personas que, como él, perdieron todo lo que tenían, todo.

Cruz Roja.

Cruz Roja.

Tampoco, como casi nadie, se define como hutu o tutsi, las dos etnias que ‘saltaron’ a los medios de comunicación en 1994. Sí, allí se dio el titular de Genocidio, olvidando o silenciando los 300.000 muertos que empezaron a regar Burundi en 1972, años atrás.

Pero es el pasado, y todos navegan mejor en la ambivalencia de hacer creer que son familias mixtas. Por si acaso.

Y, por si acaso, los indicadores socioeconómicos del país también esperan tiempos mejores. Con un 74% de la población malnutrida; una tasa de mortalidad de los menores de 5 años del 14%; un 83% en situación de pobreza severa, y una esperanza de vida de 40 años, es decir, un descenso de 10 años desde 1993.

Y así prosigue Néstor su compromiso con los más vulnerables del país. Diseñando proyectos de agua y saneamiento, de seguridad alimentaria y, sobre todo, pensando en la infancia.

Porque, además, gran parte de la infancia de Burundi no ha podido siquiera nacer en su país, sino en campos de refugiados de Tanzania y de otros países vecinos, que ahora los expulsan.

Hacia éstos, los últimos, los más ninguneados, los apátridas a la fuerza, también está dedicado Néstor. Rezando y obrando, como mandan los cánones.

Salir de ‘El corazón de las tinieblas’

Miguel Ángel Rodríguez, Burundi, Cruz Roja Española.

Burundi ha conocido casi más años de guerra que días de paz.

Rugambo Claude, voluntario en la comunidad de Nyanza-Lac.

Rugambo Claude, voluntario en la comunidad de Nyanza-Lac.

Y es que, para llegar a Burundi, hay que atravesar las procelosas aguas del lago Tanganica y bucear por las páginas de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Porque, por desgracia, la historia de este país de los Grandes Lagos está preñada de guerras, de refugiados y de desplazados esparcidos como cenizas tras un funeral.

En occidente hablarán de abril de 1994, cuando los presidentes de Burundi y de Ruanda, Ntaryamira y Habyarimana, murieron al ser derribado por un misil el avión en el que regresaban de unas conversaciones de paz. Comenzaba así el mal llamado Genocidio, el tiempo de los machetes en los que todo olía a último, o a penúltimo.

Pero la guerra había empezado antes, mucho antes, cuando aún conocían a su país como Urundi-Ubrundi-Bruwanda. Y llegaron las Colonias occidentales.

Y la guerra eterna dejó sus daños colaterales: la esperanza de vida en Burundi es de 40 años –descendiendo-; el 85% de la población está en situación de pobreza severa; y un 73% se encuentra malnutrida.

Pero los burundeses prefieren cauterizar las heridas, profundas, olvidar las afrentas y hacer frente a una compleja situación que los sitúa entre los 5 países más pobres del mundo y uno de los más densamente poblados.

Y allí, al frente de una representación teatral de la Cruz Roja Burundesa sobre el cólera, se yergue Rugambo Claude, voluntario en la comunidad de Nyanza-Lac.  Sonríe mientras dirige al grupo de teatro saltando sobre su muleta. Ya nadie se extraña sobre la habilidad innata del hombre para transformar un arma de guerra en un báculo de paz.

Y allí anda, pese a todo, pese a las incontables bajas, la Cruz Roja Burundesa tratando de aliviar a las víctimas y ayudar a los vivos. Desde 1963.

Con el apoyo de algunos organismos, como la Unión Europea, Unicef o Cruz Roja Española, han pasado de la intervención humanitaria en situación de guerra a la puesta en marcha de proyectos de Seguridad Alimentaria, apoyo a las decenas de miles de personas retornadas (que escaparon del país y ahora vuelven) o programas de Agua y Saneamiento frente al cólera, otra de sus lacras.