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Por aquí han pasado cooperantes de Ayuda en Acción, Cruz Roja, Ingeniería Sin Fronteras, Unicef, Médicos del Mundo, HelpAge, Fundación Vicente Ferrer, Médicos Sin Fronteras, PLAN
Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Archivo de enero, 2017

No habrá paz sin desarrollo

Moncho Ferrer, director de programas de la Fundación Vicente Ferrer.

Que una mujer india encabece una manifestación o que un joven dalit se licencie en una universidad está directamente relacionado con la paz y la justicia. Podemos considerarlos hitos en una sociedad patriarcal y desigual como la de la India rural. Hechos como estos son resultado del desarrollo de los pueblos, el desafío con el que nos encontramos día a día.

(@PAUL FREIMANIS)

Cuando hablamos de paz lo atribuimos inmediatamente a la ausencia de guerra. Y es cierto que los conflictos armados son una de las mayores amenazas para la estabilidad y la convivencia en el mundo. Pero si vamos a la raíz del tema, llegamos a la conclusión que para alcanzar un estado de paz social y de bienestar primero tienen que estar cubiertas las necesidades más básicas de las personas, y no solo en momentos puntuales. Para conseguir comunidades fuertes, autosuficientes y empoderadas no hay más camino que el desarrollo. Mi padre siempre afirmaba que “La paz no es sólo la ausencia de conflicto, sino también la lucha contra la discriminación, el sufrimiento y la pobreza”. No hay verdadera paz si no está acompañada de justicia y solidaridad.

Más allá de la obvia necesidad de intervenir en desastres naturales para paliar sus consecuencias o en zonas de conflictos armados, en la Fundación Vicente Ferrer tuvimos claro desde el principio que el desarrollo de las comunidades era la clave para alcanzar un estado de bienestar basado en unas relaciones justas entre los pueblos.

Uno de los pilares fundamentales del trabajo de la Fundación ha sido el respeto por todas las personas, el hecho de implicarlas en todo, en su propio cambio, en el individual y en el colectivo. Con los años hemos conseguido un proyecto de desarrollo eficaz trabajando con ellas y para ellas. Es así como la pobreza deja de ser un concepto abstracto para pasar a poner nombre y rostro a quien la padece y asumir que tienen la capacidad de transformar su vida.

Es muy fácil sumar adeptos a grupos violentos en los lugares donde los derechos humanos y las necesidades más básicas son pisoteadas. Así se forja el caldo de cultivo para la violencia. En cambio, una comunidad próspera y que participa de un desarrollo sostenible es menos vulnerable a entrar en las espirales de conflictos y violencia.

En Andhra Pradesh se ha fortalecido a la comunidad mediante un proyecto de desarrollo que tiene en cuenta todos los aspectos para una transformación social integral. Siempre hemos considerado la educación como la base de nuestro programa, además de proporcionar una sanidad de calidad y una vivienda segura. Por otro lado, hemos ideado proyectos para la mejora del medio ambiente y hemos trabajado con los colectivos más desfavorecidos, las  castas marginadas, las personas con discapacidad y las mujeres.

Es así como entendemos el camino de la paz social, como el camino de la erradicación de la pobreza y de las desigualdades.

(@RAMÓN SERRANO)

Las personas mayores piden ayuda, ¿serán escuchadas?

Por Diprendra Sharma, Responsable del Programa de Recuperación de HelpAge International.

La casa de Kanchi fue totalmente destruida por el terremoto; desde HelpAge la hemos ayudado con los materiales necesarios para construir un refugio temporal © Judith Escribano/Age International

 

En Nepal, HelpAge International y sus colaboradores siguen respondiendo a las necesidades de las personas en situaciones de emergencia, consecuencia del terremoto que afectó al país entero en abril, 2015.

Estamos trabajando en 25 pueblos de 5 distritos en todo el país, ayudando a 10.000 personas mayores a reconstruir sus vidas después de un desastre que dejó 9.000 víctimas mortales y 22.000 heridos.

El reto de la reconstrucción

A los ocho meses aproximadamente después del terremoto, realizamos una encuesta a 1.500 personas en colaboración con el gobierno de Nepal. Los resultados fueron alarmantes, sobre todo en cuanto al impacto en la salud mental y el bienestar psicosocial.

Más de un cuarto de las personas mayores dijeron que estaban traumatizados y el 47% indicaron que se sentían ansiosos, mientras que el 6% confesaron que estaban en depresión.

De manera significativa, aunque no nos puede sorprender teniendo en cuenta la vulnerabilidad adicional, las personas mayores con discapacidad experimentaron más traumas, ansiedad y depresión que los mayores sin discapacidad. Un tercio afirmó que se sentían traumatizados, casi la mitad que se sentían ansiosos y el 9% que estaban deprimidos.

Entre los encuestados, la gran mayoría (95%) perdieron sus propiedades, la mitad perdieron el ganado y el 3% confesó que perdió un miembro de la familia o más.

«Cuando se produjo el terremoto, yo estaba sentada en la puerta de mi casa, al cuidado de los pollos. Me levanté y vi como mi casa se caía. Todo lo que tenía fue enterrado entre los escombros de mi casa», cuenta Kanchi.

HelpAge entregó a Kanchi un kit de refugio que contenía 12 hojas de hierro corrugado, alambre, clavos, un martillo y una sierra.

Para mantener la estructura en pie, le dimos 15.000 rupias nepalíes (141 $), que utilizó en una puerta y cerradura, soportes de bambú, un suministro de electricidad y para pagar a alguien que le ayudara a construirlo.

La encuesta sugería que las agencias humanitarias deberían concentrar sus esfuerzos en reconstruir estas vidas. Tener un medio de ingreso seguro es una de las claves en las crisis humanitarias; para esto, entre las primeras medidas que se tomaron fue la distribución de pequeñas subvenciones para apoyar pequeños negocios y poner de pie a las personas mayores y otros grupos vulnerables. Pero hacer que este programa funcione y tenga éxito no ha sido fácil. Como todas agencias humanitarias, hemos tenido que obtener el permiso del gobierno para hacer nuestro trabajo en terreno, y este ha sido un proceso muy lento. Y aún peor, Nepal fue paralizado por un bloqueo económico que hizo muy difícil que los suministros básicos llegaran a los más necesitados. Nuestro trabajo empezó apenas en febrero de 2016.

¿Qué ha cambiado en los últimos 10 meses?

Después de trabajar en la reconstrucción post-terremoto de Nepal durante meses, tanto yo como muchos de mis compañeros, percibimos cambios significativos en nuestras comunidades.

Las asociaciones de personas mayores hicieron un trabajo excelente en ayudar a los mayores que expresen sus necesidades específicas y en ofrecerles mejor acceso a recursos básicos para la supervivencia.

Hay cada vez más personas mayores que tienen ingresos seguros gracias al apoyo que les hemos dado para gestionar un pequeño negocio propio, incluyendo tiendas, actividades ligadas a la apicultura o a la agricultura. De esta manera, ha podido recobrar la autonomía.

Hombres y mujeres mayores se implican gradualmente en aprender a gestionar los riesgos de desastres en diferentes oficinas, impartiendo sesiones de capacitación y vulnerabilidad en sus comunidades locales; esta es la prueba de nuestro reconocimiento de las habilidades y la experiencia del colectivo mayor. Ellos se implican en crear planes para respuestas locales ante el desastre y reciben formación para aprender las técnicas de primer auxilio y ser capaces de ayudar directamente a personas necesitadas en caso de emergencia. Con esto tenemos aún más evidencia de la inclusión social y la participación activa de las personas mayores. Estos cambios han tardado bastante en llegar y la participación de las personas mayores en los aspectos cívicos de la sociedad nepalí sigue siendo una práctica incipiente.

El equipo de HelpAge junto con los colaboradores en terreno trabaja y apoya a las personas mayores y poco a poco vemos los resultados. Hemos garantizado la participación de los mayores en los proyectos y hemos visto que sus contribuciones son muy valiosas.

Las personas mayores, ese colectivo caído en el olvido y callado, encuentran su propia voz porque esta vez son escuchados. La pregunta es si las agencias estatales, las ONG y los donantes les escucharán.

Las escuelas que atesoran el futuro de Burundi

Por Ana Muñoz, UNICEF en Burundi

Cristiano Ronaldo, Messi, Neymar. Nombres de futbolistas que decoran las deterioradas paredes de esta aula de la escuela de Busebwa, a unos 100 kilómetros de Bujumbura, la capital de Burundi. Muros entre los que se condensa un tremendo calor, cosidos de agujeros por los que se filtra el agua cuando llueve para caer sobre un suelo plagado de socavones. “Bonjour, madame”, saludan, puestos en pie, los pequeños. Uno de ellos, el designado por el maestro, busca un hueco entre los boquetes de la pizarra en el que poder escribir sus cuentas. No es fácil.

Cada una de estas clases alberga una media de 84 alumnos, hasta cinco niños por cada pupitre pensado para dos. Otros, sencillamente, no caben y se sientan en el suelo. Y eso que en Burundi hay dos turnos de clases, de mañana y de tarde. La explicación a por qué esta y otras escuelas están tan masificadas no se encuentra solo en el hecho de que cada mujer en Burundi tenga una media de seis hijos, sino también en el retorno de muchos ciudadanos refugiados hasta hace poco tiempo en Tanzania.

Las escuelas que atesoran el futuro de Burundi

Los alumnos dela escuela de Busebwa celebran el anuncio de que pronto llegarán los nuevos kits de material escolar /© UNICEF/Burundi/2016/Ana Muñoz

El abandono y deterioro de la infraestructura educativa responde a la incapacidad de las arcas burundesas para sostener el sistema. En 2015, la grave crisis política y la inestabilidad a la que dio paso llevaron a no pocos países a congelar sus donaciones a Burundi. Por aquel entonces la mitad del presupuesto anual del país dependía de la ayuda exterior. Ahora, la situación dramática de la economía afecta de manera desproporcionada a los niños, que son aproximadamente la mitad de la población.

En este escenario, ¿qué motiva a un joven director de escuela para levantarse temprano cada día y venir a trabajar? Jean Claude Nduwayo fija la mirada en el vacío, en algún punto entre nosotros y la puerta al final del pasillo, y piensa su respuesta. “Soy cristiano y creo que éste es mi deber en la tierra, hacer todo lo posible como director para estos chicos”. Tiene 38 años y dirige la escuela de Busebwa. Nos recibe en su despacho, vestido con una camiseta del Real Madrid. Como en el resto del centro, aquí tampoco hay electricidad. Montones de papeles se apilan caóticamente en los estantes. De las paredes cuelgan cuadrantes hechos a mano y listas de calificaciones. Nduwayo señala una caja de tizas: “Son las que tenemos hasta que acabe el curso”.

Esta escuela no es una excepción. Por eso UNICEF apoya al gobierno burundés para garantizar que todos y cada uno de los niños de Burundi tengan acceso a una educación de calidad. Solo durante el año pasado, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia formó allí a 32.000 profesores y entregó material escolar básico a 2,6 millones de niños. Cuando visitamos la escuela de Busebwa, quedan solo unos días para que lleguen los nuevos kits, cada uno de ellos con dos cuadernos, un lapicero, un bolígrafo, una goma de borrar, una regla y una bolsa en la que guardarlo todo. Con solo mencionarlo, estallan las carcajadas y los aplausos entre los alumnos.

Dormidos de debilidad

Desde que el gobierno de Burundi decretó en 2005 la gratuidad de la educación primaria, el número de niños que va a la escuela ha crecido considerablemente, pasando de un 59% en 2004 a casi un 94% en 2015. Sin embargo, ese cambio no ha ido acompañado de una mejora en la calidad de la misma. La carencia de profesores, de infraestructuras adecuadas y de material escolar son problemas que, lejos de desaparecer, no han hecho sino agravarse. Las niñas siguen siendo difíciles de retener en la escuela, pues abandonan los estudios al quedarse embarazadas. Por otro lado, el cansancio y el hambre hacen que la mayoría de estos niños apenas pueda seguir las clases. “Se quedan dormiditos de pura debilidad”, explica Celine Lafoucriere, responsable de Educación en UNICEF Burundi. El director lo corrobora: “No pueden concentrarse porque tienen hambre”.

El trauma también es un obstáculo para la vida en general y para el aprendizaje en particular. Los episodios violentos que siguieron a las protestas de 2015 pusieron a muchos de estos chavales ante escenas y situaciones que un niño jamás debería presenciar. Las pesadillas y el fantasma de los recuerdos forman parte de sus vidas y las condicionan.

Otra escuela es posible

A unos pocos minutos en coche por carreteras que en realidad son caminos de arena, hay otra escuela que más bien parece otro mundo. Se trata de la escuela piloto de Busebwa, apoyada por UNICEF y construida en base a principios de sostenibilidad ecológica y económica con materiales de la zona. Un sitio seguro para los niños, con vistas a la naturaleza, con letrinas diferenciadas para profesores y alumnos y separadas por género, con pistas deportivas, sala de profesores e incluso un aula informática. Una prueba de que las cosas pueden hacerse de otra manera con los medios al alcance y una manera de establecer un modelo a seguir. Pero el reto no es tanto construir escuelas así, como conseguir que el sistema burundés sea capaz de garantizar su continuidad, y en eso trabaja también UNICEF.

Cuando preguntamos a los chavales qué quieren ser de mayores, médico y profesor son las respuestas más repetidas. Los kilómetros que muchos de ellos recorren cada día para llegar a la escuela desde sus pueblos remotos ya demuestran su voluntad de conseguirlo. Solo les falta una cosa: la oportunidad que merecen. Y solo en la medida en que, entre todos, podamos dársela, un país como Burundi podrá construir su futuro.

“Cuando volví a casa en Iraq me pareció el paraíso”

Chris Niles, consultor de comunicación en UNICEF Iraq

“Cuando volví a mi casa pensé que parecía el paraíso”, dice Tariq radiante de alegría al recordarlo. “Estaba muy feliz por volver”.

Este padre de diez hijos está en el patio delantero de su casa. La vivienda es espaciosa y está rodeada por un huerto. Lo normal sería que estuviera lleno de verduras, pero hoy las ovejas pastan en una hierba corta y escasa, y los pollos picotean un suelo desnudo.

La bomba de agua permanece inactiva. No hay electricidad o combustible para encenderla.

Tariq y su familia están entre los 1,3 millones de personas que desde 2014 se han visto desplazadas por la violencia en Iraq, y que han logrado volver a casa. Más de 3 millones permanecen desplazadas en todo el país.

Los niños echan carreras por el patio. Juegan, ríen y saltan en la rayuela que han pintado en el duro suelo. La mujer de Tariq y sus hijas hacen pan. Con actitud experta cogen discos de pasta, los amasan y los lanzan al aire hasta que son tan finos que casi son transparentes.

A pocos metros de la casa, bajando un camino sin asfaltar, hay un campo para desplazados. El sobrino de Tariq está ayudando allí a construir una escuela apoyada por UNICEF. Desde el tejado de la vivienda se ve el campo, así como los pozos de petróleo que el llamado Estado Islámico (ISIL, por sus siglas en inglés) quemó antes de retirarse en agosto. Llevan meses ardiendo y cubriendo todo de una capa negra, incluso las ovejas de Tariq.

“Cuando volví a casa en Iraq me pareció el paraíso”

Después de dos años, los hijos de Tariq pueden por fin volver a la escuela / © UNICEF Iraq/2016/Mackenzie

UNICEF proporciona agua potable para el campo, y ha enviado suministros para potabilizar el agua en la ciudad de Qayyarah durante tres meses. Además está preparando una inversión a largo plazo en las instalaciones de tratamiento del agua.

La familia de Tariq está agradecida por su relativa buena suerte, y hacen todo lo que pueden por los amigos que han tenido que huir del conflicto y no pueden volver a casa. “Dejamos a las familias del campo hacer pan en nuestro horno”, dice. “Queremos ayudar de la manera que podamos. Sabemos lo que significa estar desplazado. Hemos sentido lo mismo que ellos”.

Hace unos tres meses los combates obligaron a esta gran familia de 150 miembros a huir de sus casas. Buscaron la seguridad de un pueblo al otro lado del río Tigris. “Fue difícil”, recuerda Tariq. “Una vez estuvimos ocho días sin comida”.

Cuando pudieron volver les habían robado todo. “Teníamos 51 pavos”, cuenta. “Solo quedaban dos. Se llevaron nuestros muebles, nuestros coches, todo. El único coche que no se llevaron fue quemado y utilizado como plataforma para los francotiradores”.

Hoy los niños llevan uniforme y libros, y están nerviosos de poder volver a la escuela local tras dos años fuera de ella. “No les mandábamos cuando estaba el ISIL”, explica. “No nos gustaba el programa”.

La escuela es otro signo de que la vida de esta familia está volviendo a la normalidad, aunque como granjero, Tariq sabe que el camino a la prosperidad será muy largo.

Agua, garantía de empleo para los agricultores de la India

Nageswara Reedy, director de Ecología de la Fundación Vicente Ferrer.

Cuando comencé a trabajar con el equipo de ecología de la Fundación Vicente Ferrer la falta de agua aún amenazaba con convertir Anantapur, distrito localizado en el sureste de la India, en un desierto; una situación dramática en un territorio en el que el 70% de la población depende de la agricultura. En los años ochenta sufrimos tres sequías terribles en todo el distrito que propiciaron migraciones masivas a las ciudades, donde la vida es cara y la estabilidad económica difícil de alcanzar. Hidratar la tierra se convirtió en una tarea imprescindible para favorecer la vida de las familias en la India rural.

“Recuerdo el regreso de 30 familias que habían emigrado a Bangalore. Hoy viven y trabajan en su aldea natal gracias a sistemas de aprovechamiento del agua”.

Si hay agua, la actividad agrícola es posible y la emigración innecesaria. Por eso, desde los inicios consideramos prioritario crear estructuras hídricas que impidieran desperdiciar las lluvias monzónicas y permitieran optimizar este recurso escaso. A lo largo de los años hemos construido más de 2.000 estructuras, principalmente presas, embalses y muros de contención subterráneos, que retienen el agua y sus nutrientes. Todas ellas han hecho posible que muchos agricultores regresen a sus casas y puedan ganarse la vida. Uno de los ejemplos más significativos que recuerdo es el regreso de 30 familias de la aldea de Chennekothapalli que habían emigrado a la ciudad de Bangalore. Actualmente trabajan y viven en mejores condiciones en su localidad natal.

A partir de las reservas de agua construidas hemos conseguido dinamizar la actividad agrícola y gracias a los más de 23.000 sistemas de microirrigación con paneles solares que hemos implementado, los horticultores pueden extraer de forma sostenible el agua subterránea para humedecer los campos. Con el incremento del agua y su adecuada distribución, aumenta la prosperidad de la tierra y con ella la de los agricultores. Si instalamos un sistema de microirrigación a un horticultor, además de diversificar su cosecha, este crea a su vez entre 10 o 15 puestos de trabajo. Además, los programas de horticultura y la distribución de animales han sido factores determinantes para dinamizar la economía en el distrito.

La horticultura y la diversificación evitan la tradicional dependencia del monocultivo del cacahuete y la consecuente emigración de los campesinos. Recuerdo que cuando comenzamos el proyecto hace dieciséis años entregábamos sapotas y mangos. A día de hoy se han distribuido más de ocho millones de árboles frutales y las plantaciones son más heterogéneas e incluyen alimentos como grosellas, chirimoyas, tomates, berenjenas y patatas. Todos ellos garantizan el beneficio a lo largo del año, reduciendo la dependencia estacional de la cosechas.

“El fruto de nuestro trabajo ha sido el fin de la desertización de Anantapur y estar contribuyendo a una prosperidad no solo económica, sino también sostenible”

La distribución de animales es otro de los factores que reducen las migraciones al garantizar estabilidad económica de sus propietarios. Las vacas y las búfalas proporcionan ingresos regulares a las familias y les aseguran en torno a 15 litros de leche diaria para su comercialización. Además de proporcionar alimento y mejorar la economía, las reses generan abono y biogás para cocinar, evitando la tala de árboles y reduciendo la emisión de gases perjudiciales para el medio ambiente. Este programa se está convirtiendo en la principal fuente de ingresos de las zonas rurales en la actualidad.

El fruto que ha dado nuestro trabajo a lo largo de todos estos años ha sido el fin de la desertización en Anantapur y el incremento de la fertilidad de la tierra. Esta transformación ha creado empleo en el sector agrícola y ganadero y ha favorecido el desarrollo rural. Un desarrollo que, además de económico, es sostenible. Proteger el medio ambiente es la única manera de asegurar la permanencia de un ecosistema a largo plazo, por eso hemos priorizado el uso de energías renovables, el aprovechamiento de recursos y el incremento de las zonas verdes a través de la reforestación para atraer la lluvia. Hemos detenido el desierto y, poco a poco, estamos creando bosques para asegurar la riqueza de la tierra y el bienestar futuro de las familias.

 

  • Fotos: Juan Alonso.