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No hay edad para ir al colegio

En Chad, el campo de refugiados de Daresalam hospeda a más de 5.000 refugiados provenientes de Nigeria y Níger. Todos han huido de las atrocidades y violencia que asolan sus países. El colegio del campo es el único sitio donde Yande Tchari, de 17 años y en primer curso, se siente segura. “Sólo en clase consigo quitarme las preocupaciones de la cabeza. El colegio me da la oportunidad de aprender cosas nuevas todos los días”, dice.

UNICEF Chad/2016/Bahaji . Yande y Alhadj juntas en el colegio.

UNICEF Chad/2016/Bahaji . Yande y Alhadj juntas en el colegio.

Yande llevaba a su bebé en brazos. Su bufanda blanca con cuadros morados cubría totalmente su cabeza, pero deja ver una cara muy bella marcada por las dificultades de su vida. Sentada en el suelo frente a su amiga Yekaka Mahamadu y su bebé Mariam, las dos compañeras de clase y madres parecían mucho mayores que las demás.

Durante el recreo, me acerqué a las jóvenes madres para conocerlas. Yande vivía en Lelewa, una isla del Lago Chad en territorio de Níger. En su pueblo consideraban que, al tener 15 años, ya estaba preparada para casarse. “Una noche vinieron mis padres a decirme que me iban a dar en matrimonio a un pescador llamado Kando. Nunca le había visto o conocido, pero por respeto a mis padres no dije nada”. Le pregunté si fue feliz el día de su boda y me contestó inmediatamente, “Mis padres estaban contentos, era lo importante”.

Yande se quedó embarazada después de la boda y su bebé Alhadj nació unos meses después. “Justo después de nacer, Kando fue detenido y asesinado por Boko Haram por negarse a dejar sus pertenencias, su bote, algo de dinero y todo por lo que había trabajado. Ahora mi hijo nunca conocerá a su padre” me contó con amargura.

“Unos pocos días después, unos soldados nos ordenaron dejar el pueblo porque Boko Haram llegaba para matarnos. Acababa de perder a mi marido y tenía a mi bebé en mis brazos. Éramos muchos. Los niños lloraban, algunas de las madres también. Afortunadamente algunos soldados nos vieron y nos llevaron hasta el campo de refugiados de Daresalam”.

En el campo Yande se reunió con Yekaka, su amiga de la infancia del pueblo. “Mi marido también fue asesinado por Boko Haram. Nuestro sufrimiento nos ha unido y ahora nos ayudamos la una a la otra”.

La curiosidad llevó a Yande a entrar en el colegio por primera vez. “Teniendo a mi bebé dudé si ir o no al colegio, pero el director me dijo que podría acudir con él a clase. La primera frase que aprendí en francés fue Comment tu t’appelles?” (¿Cómo te llamas?)”, cuenta contenta Yande.

El recreo terminó y los niños volvieron agitados a clase. Los profesores enfrentan muchos desafíos en estas condiciones: las clases están masificadas, faltan materiales educativos, y para la mayoría de estos niños, es la primera vez que tienen la oportunidad de ir a la escuela.

Después de clase, me encontré de nuevo con Yande y le pregunté sobre sus motivaciones para ir al colegio. “Creo que este colegio puede ayudar a las mujeres a ser autosuficientes. Si no hubiéramos ido al colegio, no estarías aquí haciéndonos preguntas ¿no? Si hubiera tenido la oportunidad de haber ido al colegio, no me habría casado tan joven. Habría ayudado a mi familia y mi madre habría estado orgullosa de mí. Hoy en día el colegio es lo que me ayuda a olvidar mis preocupaciones”.

Mientras tomaba mis notas, Yande cogió un pedazo de papel y un bolígrafo y escribió su nombre y apellido, y ayudó a Yekaka a hacer lo mismo. “Creo que el francés es un idioma muy bonito. Puedes aprender mucho divirtiéndote. Mi hijo Alhadj crecerá para ser un gran escritor. Le voy a enseñar a leer y escribir insh’Allah (si dios quiere)”.

Pude hablar mucho y de muchas cosas con las dos jóvenes: matrimonio, colegio y sus planes de futuro. Al terminar Yande me dijo “Algunas personas se ríen de mi cuando les digo que quiero seguir yendo al colegio, pero en mi opinión, no hay edad para ir al colegio; lo que importa es la voluntad”.

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