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Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Un mal sueño

Por José Luis Hitos Ortiz.
Delegado de la Unidad de Comunicación en Emergencias (UCE) de @CRE_Emergencias en Grecia.

La mujer que tiene a la izquierda de la imagen enseña Lengua en la Universidad. El hombre que la acompaña, su marido, está al frente de una empresa que da empleo a más de 30 personas. Tienen tres hijos y, como se puede intuir en la foto, un cuarto está en camino. Se puede decir –ellos lo afirman sin rubor- que la vida les sonríe.

En presente, sí. Les sonríe. Porque el escenario desde el que responden a esta entrevista, y todo lo que han padecido desde que comenzaron su huida de la muerte que los acechaba en su país detrás de cualquier esquina, forma parte de un mal sueño. Una pesadilla de la que, desgraciadamente, no logran despertarse.

La única pega que tiene su “envidiable” existencia es que ella no se llama Hanna Muller, Julie Clement ni María Domínguez; y él no responde al nombre de Markus Van Garde, Jonas Pedersen ni Renato Andreolli. En sus pasaportes se puede leer: Hanan Halawa y Yousef Hanash, nacidos hace 38 y 42 años respectivamente en Idlib, localidad cerca de Alepo, una de las zonas de Siria más castigadas por la cruenta guerra que desde 2013 está devastando el país de los Omeyas.

Caprichos del “destino”, ese pequeño lunar en su expediente vital es el que hoy los tiene sumidos en este mal sueño, en Ritsona, en un campo de refugiados al norte de Atenas, hacinados con otras 600 personas en un bosque en mitad de la nada. Un recóndito paraje donde organizaciones como Cruz Roja Española tratan de ofrecer algo de apoyo y consuelo entre tanto desconcierto y desesperación.

En cualquier caso, sus ojos delatan su incredulidad. “¡Qué no, qué no, esto no puede ser cierto!”, parecen gritar, mientras con sus palabras –potentes como el mejor gancho de izquierdas de Mike Tyson- recuerdan que su “sueño” nunca fue Europa. “Nos habría encantado seguir con la confortable y acomodada vida que teníamos en nuestro país; si salimos de allí, fue únicamente para salvar la vida de nuestros hijos”.

 Hartos de “pasar el tiempo solo viendo cómo las bombas y los misiles caían sobre nosotros”, decidieron abandonar su ciudad e iniciar la búsqueda de un lugar seguro. Una odisea que los tuvo tres años moviéndose por distintos puntos de Siria, antes de salir hacia Turquía, jugarse la vida en el mar –previo pago al traficante de turno- para alcanzar la isla griega de Chios y, desde allí, llegar a Atenas y a este campamento donde comparten letrina y baño con cientos de personas como ellas.

Personas inmersas desde hace meses, años en la mayoría de los casos, en un sueño macabro del que, pese a todo, confían despertar pronto.

cruz

  • Foto de Ovidio Vega.

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