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Grecia, un miércoles cualquiera

José Luis Hitos. Delegado de la Unidad de Comunicación en Emergencias UCE
de Cruz Roja Española. Grecia.

cr3Aterrizas una tarde cualquiera de miércoles en el aeropuerto de Atenas y todo parece normal; coges el taxi rumbo al hotel y el viaje transcurre según los cauces esperados, a toda velocidad y con un tráfico abigarrado, nada inusual en el país heleno; llegas al alojamiento y lo mismo, te reciben con la hospitalidad y simpatía habituales en el Mediterráneo. Incluso al traspasar el umbral del hotel, las personas con las que te cruzas por la calle transmiten sensación de total cotidianidad, los más peques jugando en el parque o volviendo de sus actividades extraescolares, y los adultos –los más afortunados, al menos- apurando su jornada laboral o regresando ya al calor del hogar.

Nada hace pensar en el motivo de tu viaje, la crisis de los refugiados, esa que mantiene a miles de personas, de distintas partes del mundo, “atrapadas” en Grecia entre el futuro al que aspiran pero se les niega y el pasado del que huyen. Casi uno llega a preguntarse: ¿me habré equivocado de destino?

cr1Pero entonces te encuentras con compañeros que están allí para lo mismo que tú, aportar –a través de Cruz Roja– su granito de arena para aliviar el sufrimiento de esas personas, y ya todo cambia. Más cuando te empiezan a contar sus experiencias diarias en los campos, donde ya llevan un mes trabajando de forma ininterrumpida. Y más aun cuando te subes al coche camino de uno de los campamentos donde Cruz Roja tiene a sus equipos de Salud –el de Skaramagas- y en el trayecto tropiezas con las decenas de tiendas de campaña en el puerto del Pireo en las que, desde hace semanas, se hacinan varios miles de refugiados.

Parece que no, que al final no había ningún error en mi destino. Ojalá sí lo hubiera en el de esas decenas de miles de personas que abandonaron un buen día (si por bueno entiendes la obligación de huir de tus raíces para salvar la vida) su tierra natal en busca de un futuro mejor, y más seguro, y meses –o años- después se encuentran atrapados entre dos opciones, ninguna alentadora: renunciar a su sueño, cuya búsqueda tantas cicatrices ha dejado en su cuerpo y en su alma, y volver a su país y a las bombas de las que trataban de escapar; o bien, por el contrario, esperar, aguardar indefinidamente, en las condiciones que ofrecen los campos, a que surja esa posibilidad de continuar con su odisea y alcanzar su Ítaca particular, llámese este Noruega, Alemania, Francia, España, o cualquier otro país de la Unión Europea.

En cualquier caso, mientras su futuro se aclara, en campos como los de Skaramagas (2.000 personas y subiendo) o Ritsona (alrededor de 600 personas ahora, pero ha llegado a albergar casi un millar) hay cada día equipos de Cruz Roja Española ofreciendo una atención sanitaria básica, apoyo psicosocial y, ante todo, una mano amiga ante la adversidad.

Gente como Sami, Carmen, Merche, Aser, Marina, Pilar, Ade, Tirso, Raquel, Óscar, Alejandro, María, Esperanza, Rebeca, Vega, Ana, Fátima, Adriana y tantos otros que ya se fueron o que vendrán en las próximas semanas, un miércoles cualquiera, y descubrirán en la trastienda de esa Grecia de apariencia tan “normal” a unas 50.000 personas varadas en distintos rincones de un país que hoy es territorio refugiado.

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