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Archivo de marzo, 2016

“El 90% de nuestros pacientes son heridos de guerra a causa de bombardeos y ataques aéreos”

La doctora Mariela Carrara atendiendo a un paciente de urgencias en Saada (Yemen).

La doctora Mariela Carrara atendiendo a un paciente de urgencias en Saada (Yemen).

Por Mariela Carrara, doctora de urgencias Médicos Sin Fronteras (MSF) en Saada, Yemen.

Cuando llegué por primera vez a Saada en mayo, la ciudad era objeto de ataques aéreos todos los días. Los bombardeos, que caían muy cerca del hospital, nos obligaban a vivir en el sótano del centro hospitalario. Con cada estallido, se podía sentir cómo temblaban las ventanas y puertas. Dos meses más tarde, la ciudad había sido destruida casi por completo y apenas quedaban habitantes.

Ahora, los bombardeos aéreos tienen lugar a más de 20 kilómetros de distancia, hacia la frontera con Arabia Saudí. Nuestro equipo ya no vive en el sótano del hospital y se aloja en una vivienda cercana. La gente ha vuelto a la ciudad y habitan los edificios que aún quedan en pie. Algunas tiendas están abiertas y se puede comprar fruta y ropa en el mercado.

Pero más allá de la ciudad, en las zonas en las que muchas personas desplazadas buscan refugio, las condiciones son realmente precarias. Las familias que han tenido que abandonar sus hogares están viviendo en pequeñas tiendas de campaña y tienen muchas dificultades para conseguir agua y recibir atención sanitaria. Hace diez días distribuimos artículos de primera necesidad para algunos de los desplazados.

El hospital ha cambiado mucho desde que estoy aquí. Debido a las necesidades médicas urgentes de los pacientes, el número de camas ha aumentado de 30 a 94, y la unidad de cuidados intensivos se ha ampliado de 7 a 16 camas. Como médico de urgencias especializada en medicina interna, paso la mayor parte de mi tiempo entre la sala de urgencias y el departamento de pacientes ingresados.

On october 26th, the Haydan hospital we support in northern Yemen has been hit by several air strikes. The first bombing took place at 22:30 local time and last midnight. Miriam, project coordinator in Saada, went this morning Haydan, but could not enter the building because there were still bombs that had not exploded. The hospital is completely destroyed: the emergency room, OPD, IPD, the laboratory, motherhood and the block. But the bombing did not cause any casualties. Only one person was slightly injured. Staff and two hospitalized patients could leave the building after the first strike. This hospital was still functional only for the whole Haydan region which has a population of about 200,000 inhabitants. On average 150 patients had received emergency a week by personnel from the Department of Health that is supported with incentives. The Haydan region bordering Saudi Arabia is in Sa'ada governorate, which is controlled by the Houthis. It is bombarded every day by the coalition led by Saudi Arabia.

Hospital de Haydan, en el norte de Yemen, tras el bombardeo de la coalición liderada por Arabia Saudí el 26 de Octubre de 2015. Foto: MSF.

La mayoría de nuestros pacientes – más del 90 por ciento – presentan heridas de guerra causadas por los bombardeos y los ataques aéreos. El 21 de enero, un ataque aéreo en la ciudad de Dayan, a unos 22 km al noroeste de aquí, causó numerosos muertos y heridos. Cuando comenzó la operación de rescate y llegaron las ambulancias la zona fue bombardeada por segunda vez causando más víctimas. El conductor de una ambulancia de un hospital apoyado por MSF y cuatro de los cinco pacientes que transportaba el vehículo sanitario murieron en el ataque.

Recibimos a los primeros pacientes a las tres de la tarde. Los traían los propios vecinos en sus coches particulares. Nos dijeron que más heridos estaban en camino. Los seis heridos llegaron graves y algunos requirieron maniobras de reanimación.

Activamos inmediatamente nuestro plan para la atención a víctimas múltiples. Se incorporó más personal y se trajeron nuevos suministros médicos, instalamos tiendas de campaña fuera del hospital para el triaje de los pacientes y para los heridos que llegaran en un estado más estable, trasladamos a pacientes de la sala de hospitalización para liberar más camas y abrimos un tercer quirófano.

Cuando llegó el siguiente grupo de heridos minutos más tarde, todo estaba en su lugar. Fue un muy buen trabajo en equipo. Tenemos tanta experiencia en la atención a víctimas en masa a estas alturas que nuestro personal sabe perfectamente cuál es su papel.

Muchos de los pacientes requerían entrar en quirófano tal y como llegaban. Tenemos cuatro cirujanos – dos generales y dos ortopédicos – y son increíbles. Fue un trabajo duro. A las siete de la tarde habíamos recibido 41 heridos.

El conductor de la ambulancia fallecido en el ataque había trabajado en el hospital mucho tiempo y todo el mundo le conocía. Cuando llegaron noticias del ataque aéreo en Dayan fue el primero en salir para rescatar a los heridos. Así es como era, un hombre muy amable y comprometido que siempre estaba ayudando a la gente. Todo el mundo estaba muy triste por su muerte.

MSF159777 Shiara hospital destroied Perspective

Hospital de Shiara tras el bombardeo. Foto: MSF.

Tras los ataques a los hospitales de Haydan en octubre y al de Shiara en enero, el número de pacientes se redujo: la población tenía miedo y no se sentía segura en unos hospitales que estaban resultando objeto de ataques. Sin embargo, después de unas semanas, los pacientes han comenzado a regresar. Además de los heridos de guerra, estamos viendo, cada vez más, a yemeníes con enfermedades crónicas, atendemos más partos en la maternidad y más mujeres acuden para atención prenatal y planificación familiar por lo que hemos aumentado el número de matronas.

A pesar de que las condiciones no son fáciles, y el trabajo es, en muchas ocasiones, todo un reto, me alegro de estar trabajando aquí. Los yemeníes son extremadamente agradables y están muy agradecidos por la ayuda que reciben. A cambio, estamos tratando de hacer todo lo que podemos por ellos.

“Mi historia podría ser el guión de una película”

Suar huyó del servicio militar en Siria y tomó la arriesgada ruta hacia el Kurdistán iraquí a manos de una red de traficantes de personas. Cruzó campos minados y durante el trayecto perdió sus posesiones más preciadas. Después se instaló en el campamento de Domeez, donde actualmente trabaja para Médicos Sin Fronteras (MSF) como enfermero.

Suar absconded from military service in Syria and made a run for Iraqi Kurdistan, a journey that involved people smugglers, minefields and the loss of his most precious possessions.

La situación en Daraa se estaba poniendo difícil y no me gustaba el cariz que estaban tomando las cosas. A medida que los grupos rebeldes comenzaron a multiplicarse, cada vez se iban desplegando más soldados en los puestos de control y otros efectivos militares eran enviados a las casas de quienes ellos consideraban sospechosos, rompiendo las puertas en mitad de la noche, sin importar si había o no mujeres y niños en el interior. Aquellos soldados cometían actos vergonzosos, tales como robos y saqueos, y acosaban a todo el mundo. Yo no quería formar parte de aquello. Agarré mi documento de identificación militar y, a pesar de que no tenía documentos de identidad civil, me puse de camino a Damasco.

Sentía pavor a ser detenido por un grupo rebelde en uno de los muchos puestos de control que había a lo largo del camino y de ser reconocido como un soldado. Mi única esperanza era que no me pidieran en ningún momento mis documentos. Así que tomé un autobús que estaba repleto de pasajeros y recé porque me dieran un asiento al lado del conductor. Mi deseo se hizo realidad. Los oficiales de seguridad que comprueban los documentos asumieron que yo era el ayudante del conductor y pasaron de largo.

En Damasco encontré una compañía de autobuses que se encargaba de organizar trayectos al Kurdistán sirio. Les expliqué mi situación y el gerente lo arregló todo para que viajara con otros kurdos en un autobús que iba por caminos secundarios. Estuvimos 24 horas en la carretera. Los conductores del autobús usaban teléfonos móviles para mantenerse informados entre sí acerca de los peligros que se encontraban a lo largo del camino y para sugerirse rutas alternativas. Había una especie de compartimento secreto en la cual me podría haber escondido en caso de emergencia, pero tuvimos suerte y llegamos sin incidentes.

Pocos días después de llegar al kurdistán sirio, recibí una llamada de la base militar en la que me decían que el depósito había sido forzado, las armas robadas y que algunos soldados se habían unido a los rebeldes. Esa fue la gota que colmó el vaso. No tenía interés alguno de enfrentarme a la inevitable investigación, así que decidí tomar el riesgo y escapar de nuevo.

Un tipo que conocí me puso en contacto con unos traficantes de personas. El día en que iba a salir, hubo un incidente y de repente se incrementaron los controles de seguridad en ambos lados de la frontera. Me escondí junto a otras seis personas en una casa durante días, esperando que la situación se calmara. En lo que concierne a todas las partes enfrentadas, nosotros éramos combatientes en edad de servicio evadiendo nuestro deber. Desertores.

De repente un día, nos dijeron que nos íbamos. Primero fuimos a un pueblo y luego a otro. Pagamos el equivalente a 500 dólares y fuimos escoltados a través de tres puestos de control. Luego nos pidieron que caminásemos el último kilómetro y medio solos en la oscuridad. Comenzamos a andar y al poco tiempo fuimos descubiertos por tres hombres armados que iban en moto. Nos dijeron que nos detuviéramos y luego comenzaron a disparar. Me tiré al suelo, como me habían enseñado en el ejército, y esperé. Mis amigos siguieron corriendo y casi los mataron. Cuando los disparos terminaron, me puse de pie y eché a correr, pero olvidé recoger el bolso en donde tenía todas mis posesiones más valiosas: mis títulos de estudiante, una muda de ropa y un teléfono móvil.

Llegamos a un puesto de control iraquí. Los funcionarios nos interrogaron, tomaron nuestros datos y nos pidieron que esperásemos mientras comprobaban la información en su sede de Bagdad. Un amable oficial se acercó y nos advirtió de que corríamos el riesgo de ser deportados a Siria. Nos aconsejó que corriéramos hacia el puesto que se encontraba más adelante. Fue entonces cuando recordé mi bolso. Mi futuro dependía de los documentos que tenía en él y no podía irme sin ellos. Mi amigo se ofreció a ir a buscar el bolso y se puso en marcha hacia el lugar que habíamos dejado atrás. De repente, alguien nos alertó de que tuviéramos cuidado, que aquel campo por el que habíamos pasado poco antes era un campo minado. Ahí fue cuando me di cuenta de lo cerca que habíamos estado de la muerte. Tuvimos que llamar al amable oficial nuevamente, que aparentemente sabía dónde estaban las minas, para que nos dijera cómo podíamos recuperar mis pertenencias. Nos pidió que de momento fuéramos al registro y nos dijo que ellos ya lo arreglarían.

Comenzamos el proceso de registro y por fin alguien contactó con otra persona para que fuera a rescatar el bolso; estaba claro que el precio a pagar sería alto. Tuve que negociar duro, pero al final obtuve de vuelta mis valiosas y escasas pertenencias.

Poco más tarde, estaba por fin en el Kurdistán iraquí. Mi ropa estaba hecha harapos y los cortes y las heridas que había sufrido tardaron dos meses en sanar, pero estaba a salvo y vivo.

Cuando llegué por primera vez al campamento de Domeez, había menos de 100 tiendas de campaña. Para entonces mi familia también se había reunido conmigo y Domeez era el lugar lógico para solicitar la condición de refugiado. Empecé a preguntar por trabajo y, por casualidad, tres semanas más tarde, me encontré con un miembro del equipo internacional de MSF que hablaba árabe. Llevé mis documentos a la entrevista y me contrató en el acto gracias a mi formación médica.

Aún así, mis padres no estaban contentos conmigo. Continuaron molestándome para que me casara. En el pasado, siempre me había negado a hacerlo a causa de mis estudios. Y en aquel momento, estaba ocupado con el trabajo y en comenzar una nueva vida. No quería pensar en tener una esposa. Sin embargo, mis padres fueron implacables. Poco después de recibir mi última negativa, mi padre me anunció que me habían comprometido oficialmente con la hija de nuestros vecinos. Increíblemente, por raro que parezca, ahora puedo decir que aquello fue lo mejor que me ha pasado en la vida.

Suar absconded from military service in Syria and made a run for Iraqi Kurdistan, a journey that involved people smugglers, minefields and the loss of his most precious possessions.

Tenemos una niña y nos hemos mudado a nuestra propia tienda. La vida en el campo no siempre es fácil; hay cortes de energía seis horas al día y una gran cantidad de polvo. De todas maneras, estoy feliz porque tenemos trabajo dentro y fuera del campamento; tenemos dignidad.

Estoy agradecido por todo lo que me ha pasado, pero sobre todo, estoy agradecido porque me casé con una mujer buena y porque tengo un gran trabajo con el que ayudo a la gente.

Sin embargo, no todo iba a ser felicidad en esta historia; la vida del refugiado no siempre es fácil.

Mi hija Helma, que ahora tiene ocho meses, tiene problemas de salud. Soy enfermero especialista en reanimación, así que sé bien cuando las cosas van mal. La niña lleva varias semanas con convulsiones, pero no está claro por qué y ninguno de los tratamientos que le hemos dado ha funcionado. Como padre y enfermero que soy, siento que tengo que darle la mejor atención médica que haya. Esté donde esté.

Si tuviera pasaporte, saldría inmediatamente y la llevaría al mejor hospital de Alemania, donde sé que mi hija recibiría el tratamiento adecuado. Pero soy un refugiado, sin pasaporte. Estoy atrapado y no puedo ir a ninguna parte. Mi esposa tampoco tiene pasaporte -de hecho, al igual que muchos sirios kurdos, no tiene ni siquiera un documento de identificación sirio.

No quiero viajar ilegalmente con mi hija; sería demasiado peligroso para una niña que está tan enferma. Yo mismo lo he hecho y sé lo peligroso que puede ser cruzar las fronteras de forma ilegal. La única forma posible de salir de aquí es hacer una petición formal a través de la ONU para que mi hija reciba un tratamiento médico en el extranjero, pero se necesita tiempo y hay muchos otros refugiados en la misma situación que nosotros. Y lo cierto es que no sé si mi hija dispone de ese tiempo. La vida del refugiado no es ni mucho menos sencilla.

Los nombres han sido modificados.

Cómo la juventud triunfó en el desastre del ébola

Dos años después del brote de ébola en África Occidental, Kamanda Kamara, miembro del comité de asesores juveniles de Plan International Sierra Leona, publica en su blog sobre la participación de la gente en la batalla para contener el virus y cómo su trabajo ha contribuido al cambio en las comunidades. “Es importante seguir trabajando e invirtiendo fondos en reformas estructurales para fortalecer los sistemas de salud”, afirma Concha López, directora general de Plan International España.

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«Vivir huyendo se convirtió en nuestro día a día»

Arfa de 30 años, "vivir huyendo se ha convertido en nuestro día a día”

Arfa de 30 años, «vivir huyendo se ha convertido en nuestro día a día”

Sara Creta, periodista de Médicos Sin Fronteras (MSF).

Dejó Afganistán hace 4 meses junto a su marido y sus hijos porque ya no podían seguir viviendo allí. Los talibanes amenazaban a su marido constantemente por no respetar la voluntad del mullah y él estaba seguro de que un día acabarían por asesinarle. Por eso decidieron irse a Irán.

En Irán tampoco les acogieron bien. Arfa me decía que no paraban de hostigarles y de molestarles, así que, tras 5 días, emprendieron de nuevo la ruta y se dirigieron hacia Turquía.

En Turquía les obligaban a trabajar 12 horas al día si recibir apenas nada a cambio. Incluso ella, que por aquel entonces estaba embarazada de 9 meses, tenía que trabajar en las mismas condiciones lamentables que todos los demás. Apenas 10 días después de dar a luz, Arfa y su familia decidieron que había llegado el momento de intentar cruzar el Egeo. Como miles de personas más, se subieron a bordo de una lancha neumática atestada de gente y se lanzaron al mar. Eran conscientes de que podrían haber corrido la misma suerte que las 3.000 personas que murieron el año pasado haciendo ese mismo trayecto, pero afortunadamente los guardacostas griegos les rescataron y les salvaron la vida.

Después de embarcar en un ferry desde las islas griegas hasta Atenas, se pusieron en marcha hacia Macedonia. Pasaron sin demasiados problemas; por aquel entonces, los afganos sirios e iraquíes todavía estaban bien vistos en Europa y las autoridades les permitían cruzar las fronteras.

Después llegaron a Serbia, y una vez allí, se dirigieron a la frontera con Croacia. En aquella nueva frontera les informaron de que debían volver a Serbia. Se quedaron esperando a la intemperie en tierra de nadie durante un día y medio, pero nadie les informó de la situación legal en la que estaban ni de cuáles eran los motivos por los que no podían pasar.

En Serbia les dicen que vuelvan a Macedonia para que les expidan un nuevo permiso, pero Arfa y su familia no quieren regresar ni confían en que les vayan a dar ese permiso. En la frontera con Croacia, los funcionarios les dicen lo mismo: «o nos traes un visado sellado por Serbia o no podrás entrar en Croacia».

Arfa tiene niños, ha pasado mucho frío y se queja de que la policía croata no les ha ayudado en nada.  Es más, les culparon de su situación y les preguntaron que por qué no se habían quedado en su casa. El caso es que llevan tres meses esperando y no saben si podrán pasar en algún momento.

Me dice que han llorado mucho, que lo han pasado mal. Ahora llevan dos semanas en el campo de Sid, cerca de la frontera de Serbia con Croacia, donde han sido atendidos por Médicos Sin Fronteras. Cuando la conocí, no paraba de preguntarme si sabía por qué estaban cerradas las fronteras y si podía decirle qué podían hacer una vez llegados a ese punto. Me hubiera gustado poder ayudarle, pero lo cierto es que no tengo respuestas para esas preguntas.

Lo que más me marcó de Arfa fue la frase con la que se despidió de mí: «Si quieren que volvamos hasta Afganistán es mejor que nos maten. No tenemos nada, lo hemos perdido todo».

Crisis de Siria: un muro de esperanza protege a una escuela de los francotiradores

Por Basma Ourfali, UNICEF Siria.

En una de las ciudades más peligrosas del mundo, los niños de Siria que viven en Alepo están decididos a continuar con su educación pese a los riesgos que les rodean. El vecindario conocido como 1070, en oeste de Alepo, es el hogar de miles de familias desplazadas a causa del largo conflicto que se vive en Siria. Las escuelas se esfuerzan por acomodar a los niños desplazados.

La escuela local de niñas es la única de enseñanza media en el vecindario, y la mayoría de alumnos proceden de familias desplazadas. UNICEF ha instalado aulas prefabricadas para aumentar el espacio y proporcionar un entorno de aprendizaje mejor para los 670 estudiantes.

La representante de UNICEF en Siria, Hanaa Singer, visitó la escuela en febrero y estuvo con los profesores y alumnos. Ahlam, de 16 años, habló con Singer del miedo que tienen a los francotiradores de los edificios cercanos. “No podemos estar fuera de las aulas. El patio está expuesto a los francotiradores. Pasamos todos los recreos dentro”.

UNICEF reaccionó rápidamente y trabajó con la escuela para construir un muro protector de acero que impida la visión desde los edificios próximos.

Crisis de Siria: un muro de esperanza protege a una escuela de los francotiradores

Las alumnas pintaron el muro levantado para proteger a la escuela de los francotiradores/ ©UNICEF

“Escuchaba a las niñas hablarme del francotirador cercano y no me lo podía creer”, dice Hanaa Singer. “Me sentí muy inspirada por ellas y su pasión por la educación. A pesar de ese peligro amenazador diario, a pesar de todas las dificultades que han afrontado con sus familias al verse desplazadas por la guerra, no dejan de perseguir su sueño de tener una educación. Una vez más me sentí abrumada por la resistencia de los niños de Siria”.

Los alumnos pudieron moverse libremente por el patio de la escuela cuando se levantó la pared. Al ver que era marrón, Ahlam tuvo una idea. “¿Por qué no la pintamos? Así parece muy aburrida”. Así que con una amiga hizo unos diseños y empezaron a trabajar.

“Estuve pintando todo el día, pero no me cansé nada. Cambió la escuela”, dice entre risas.

UNICEF apoya la educación de los niños de Siria de varias maneras. En 2015 ayudó a rehabilitar 327 colegios, y proporcionó aulas prefabricadas para 20.000 niños, especialmente para integrar a los niños desplazados en las escuelas de las comunidades de acogida. Con “Curriculum B” (una versión condensada de los libros de texto para acelerar el aprendizaje), UNICEF ayuda a los alumnos a recuperar su nivel, que pierden cuando huyen de la violencia o sus escuelas se ven obligadas a cerrar. Y los programas de auto aprendizaje ayudan a los 2 millones de niños que están fuera de la escuela a seguir aprendiendo y preparando sus exámenes en casa o en su comunidad, cuando no pueden ir al colegio debido al conflicto.

Los ataques contra estudiantes y escuelas deben parar. Por ahora, este muro es un pequeño paso para que la escuela sea más segura para 670 niñas. Las escuelas deben ser un lugar seguro para los niños, un lugar seguro en el que aprender”, afirma Singer.

Mis amigas y yo sabemos que si no vamos al colegio no tendremos un futuro”, le aseguró Ahlam a Hanaa Singer.

La importancia de la preparación ante terremotos en Nicaragua

Lourdes Álvarez Pérez, voluntaria Internacional de Cruz Roja Española en Nicaragua y El Salvador.

El área metropolitana de la ciudad de Managua está expuesta a una elevada amenaza sísmica y eso lo sabe perfectamente Wilfried Strauch, alemán de nacimiento, que lleva más de veinte años como Asesor Técnico en Ciencias de la Tierra del Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales (INETER), institución con la que Cruz Roja Española trabaja dentro del marco del programa de preparación a desastres de la Comisión Europea (DIPECHO IX) desde hace cuatro años.

Wilfried nos recibe en su oficina para relatarnos la particularidad del sistema que él gestiona y que puede llegar a detectar “entre 200 y 1.000 o 2.000 sismos al mes en el país, sismos, en su mayoría, muy pequeños”, como él mismo señala. Aunque la cantidad de sismos es muy variable. Wilfried puntualiza quecada año podemos llegar a tener un sismo grande de magnitud seis en toda Centroamérica y cada dos o tres años un sismo de magnitud siete. En 2012, no obstante, se dieron tres sismos de magnitud siete, uno de ellos también con un tsunami con olas de hasta cinco metros de altura.

Nicaragua es pionera en monitoreo de sismos en tiempo real. El sistema de monitoreo de vigilancia sísmica está indicado para vigilar los movimientos sísmicos. Y se trata de un sistema bastante fortalecido. Se ha llegado a acortar el tiempo de procesamiento sísmico y ahora está en 2/3 minutos: “la red sísmica es el complejo científico más grande del país, porque contiene una central de monitoreo y alerta”, nos señala Wilfried. Además, se ha implementado una metodología para la conducción de estudios de riesgo sísmico desde una perspectiva de trabajo multidisciplinar e interinstitucional, poniendo énfasis en la creación y fortalecimiento de capacidades técnicas institucionales y de las relaciones y coordinaciones interinstitucionales entre organizaciones humanitarias, universidades, instituciones científicas, ministerios, autoridades locales y la comunidad.

El programa SELENA incorpora información de la amenaza sísmica, las propiedades dinámicas de los suelos, la vulnerabilidad sísmica de las viviendas, así como el inventario de edificaciones en el área de estudio. En ocasiones, se ha ido casa por casa para evaluar el riesgo. Se trata, por tanto, de un mapa de riesgo sísmico que ha ayudado a conocer cuáles son las condiciones óptimas para poder construir.

El proceso de sensibilización también ha sido muy importante, el cómo se ha trasladado la información científico-técnica a la población, a las comunidades y a los tomadores de decisiones, algo que en ocasiones resulta bastante difícil de vincular. Se han brindado charlas, capacitaciones y conferencias y se ha creado un entorno virtual de aprendizaje con el fin de educar a la niñez y la adolescencia en la materia.

De este modo, el trabajo conjunto del Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales y Cruz Roja Española ha sido de vital importancia porque ha involucrado a varios actores.

INETER trabaja en coordinación con otras agencias sísmicas de Centroamérica y de todo el mundo, aproximadamente alrededor de 400 estaciones, y lo hacen a través de internet: “los datos de esas estaciones, en torno a 600 o 700 en total, llegan en tiempo real a la central de monitoreo que es quién procesa la información día y noche; por eso, cuando detectan algo anormal, un sismo, tratan de calcular el epicentro del sismo, la profundidad y la magnitud”, nos explica Wilfried. Y “esto se puede hacer de manera muy rápida, con un sistema automático que hemos mejorado gracias a la ayuda del proyecto DIPECHO y de Cruz Roja Española”, subraya. El proceso es sencillo: “el sistema lo hace todo automáticamente en treinta segundos, por lo que en treinta segundos ya sabemos dónde ocurrió el sismo y qué magnitud tuvo y de manera automática el sistema envía la información por correo electrónico al Gobierno de Nicaragua, a la Protección Civil de Nicaragua y a los propios trabajadores y técnicos de INETER, ya que podemos estar fuera de la oficina o en casa y nos llega toda la información”, nos aclara el doctor Strauch.

La particularidad de este sistema es que es capaz de detectar en tan sólo treinta segundos un sismo que ocurra en Nicaragua, un minuto si el sismo ocurre en cualquier otra parte de Centroamérica y de cinco a diez minutos para el resto del mundo. Cada país centroamericano tiene más o menos un sistema de monitoreo similar al de Nicaragua, aunque digamos que el de Nicaragua es el más avanzado y desarrollado.

Desde el Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales también se concentran mucho en la alerta de tsunamis. Un terremoto muy fuerte en el océano puede causar un tsunami que afectaría a la playa. De hecho, en la historia reciente de Nicaragua, en el año 1992, hubo un tsunami grande en la costa del Pacífico, con olas de hasta diez metros de altura, que causaron muchísima destrucción, con un balance de 170 personas fallecidas. Wilfreid Strauch nos comenta que “de haber sido fin de semana o festivo, probablemente los daños hubiesen sido mucho mayores y habrían muerto miles de personas”. A pesar de que se trató de un gran terremoto y tsunami, durante mucho tiempo no existió sistema de alerta. Pero en Nicaragua aprendieron de esto y es por ello que idearon el sistema de alerta temprana: “durante mucho tiempo fuimos los primeros de toda Centroamérica en tener un sistema como éste, después vendría El Salvador que desarrolló un sistema similar, y hasta el momento, El Salvador y nosotros somos los dos únicos países en Centroamérica que lo tenemos”, puntualiza Wilfried.

Dada la experiencia que aglutina el Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales en este campo, ellos propusieron hace un tiempo ser el centro de alerta de tsunamis para toda América Central. Por ello, a finales del mes de noviembre van a enviar mensajes de información sísmica a los países de Centroamérica, a las instituciones científicas y a las instituciones de Protección Civil, y, “se tratará de una información rápida sobre cualquier sismo, y a partir del próximo año, enviaremos alertas de tsunamis que van a incluir informaciones sobre los posibles parámetros del tsunami, la hora de llegada de las olas o la altitud que alcanzan las olas y vamos a aminorar de esta forma la situación en la alerta de tsunamis en toda Centroamérica”, como nos adelanta el doctor Strauch.

Wilfried Strauch nos enseña cómo se detecta un tsunami

Wilfried enseña cómo se detecta un tsunami. (CRUZ ROJA)

Ciclón Winston: la maleta que salvó a su bebé

Por Joseph Hing, UNICEF en el Pacífico.

Conocí a una madre que sobrevivió a la tormenta junto a sus dos hijos, uno de ellos de tan solo un año de edad.

Cuando el viento empezó a soplar con fuerza supo que debía ponerlos a salvo. El viento era demasiado fuerte como para abandonar la casa, por lo que se acurrucaron en medio del salón esperando a que la tormenta pasara.

Sin embargo la tormenta seguía intensificándose, llevándose poco a poco trozos de la casa. El tejado fue lo primero. Después las paredes. La madre y sus niños quedaron sin nada para protegerse.

Fue entonces cuando encontró cerca de ella una maleta. Su bebé era lo suficientemente pequeño como para caber dentro. La madre lo metió en la maleta y puso su cuerpo encima como un escudo.

Le cayeron varias ramas y escombros encima de la espalda, pero estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario para proteger a su bebé.

Cuando el pueblo estaba justo debajo del ojo del ciclón, aprovecharon para correr hacia el centro de evacuación, a 200 metros de distancia. Solo tenían 30 segundos hasta que la tormenta volviera a hacerse fuerte. Los tres consiguieron llegar al centro a salvo. La maleta la dejaron en casa.

Cuando pasó la tormenta, me llevó a lo que quedaba de su casa. Me enseñó dónde se escondieron y la maleta que había salvado la vida de su bebé. No podía creerme que una maleta pudiera haberle dado refugio.

Ciclón Winston: la maleta que salvó a su bebé

Salome muestra la maleta en la que esondió a su bebé para protegerle del ciclón /© UNICEF/UN011244/Hing

En el primer pueblo que visité, como miembro de UNICEF para cubrir la emergencia, parecía que alguien había cogido una antorcha y  lo había quemado todo. La devastación era inimaginable, solo quedaban árboles rotos, montones de escombros. Todo había desaparecido.A medida que nos acercábamos a la costa, percibimos un horrible olor a ganado muerto. Fue entonces cuando supimos que la situación era peor de lo que nos imaginábamos.

Los niños corrieron hacia nosotros y nos ayudaron a amarrar los barcos. Sabían que habíamos traído provisiones. Me ayudó un niño, que tendría nueve o diez años. Al mirarme, se dio cuenta de que estaba en shock y habló por los dos: “no tiene buena pinta, ¿eh?”

Cuando todos creían que la peor parte de la tormenta había pasado, se produjo una marejada ciclónica. Los habitantes de Nasau lo describieron como si se tratara de un tsunami.

Los habitantes habían creado un camino que pasaba por una empinada colina hasta llegar a un terreno más alto. Se podían distinguir las marcas de uñas en el barro de aquellos que habían trepado hasta la cima. Una abuela y su nieto de cuatro años estaban escalando cuando les sorprendió la ola.

Les cogió por sorpresa. La ola arrancó al nieto de los brazos de su abuela. El niño estiró los brazos desesperadamente y pudo agarrarse a algo. El nieto no paraba de gritar y pedir auxilio mientras que las olas le arrastraban. El sonido de sus gritos atrajo al tío de la familia, que finalmente consiguió sacar al niño del agua.

Debió ser una situación aterradora para cualquiera, pero incluso más para un niño tan pequeño y para su abuela.

Cuando conocí a la abuela me comentó que simplemente estaba agradecida de que su familiar siguiera con vida. “Puedes perder todos los bienes materiales, pero lo más importante es la vida”.