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El optimismo de los yemeníes se ha convertido en desesperación y miedo

Por Tammam Aloudat, director médico adjunto de MSF

Cuando entramos en el área de nutrición del hospital, una mujer que está sentada al borde de una cama nos mira con recelo. Personas ajenas al hospital no suele acompañar al personal médico en este momento del día. Su bebé respira muy rápido y parece que sufre. Pido permiso a su madre para que me deje examinarlo. Le hablo en árabe y parece menos tensa. Le cuento que trabajo en Médicos Sin Fronteras (MSF) y que estamos aquí, en Ibb, para conocer la situación sanitaria y encontrar maneras de apoyar a los centros de salud que están sufriendo bajo el bloqueo, los ataques aéreos y la guerra.

: Desplazados en el asentamiento temporal de Al Manjoorah. Sus habitantes proceden de la provincia de Sa'bah y de la ciudad fronteriza de Haradh de las que tuvieron que huir a causa de los combates y bombardeos. Fotografía: Narciso Contreras/MSF

Desplazados en el asentamiento temporal de Al Manjoorah. Sus habitantes proceden de la provincia de Sa’bah y de la ciudad fronteriza de Haradh de las que tuvieron que huir a causa de los combates y bombardeos. Fotografía: Narciso Contreras/MSF

Mientras el director del hospital explica a mis compañeros las condiciones en las que trabajan, continúo hablando con la madre. Me dice que ha venido hasta aquí desde un pueblo que está a dos horas. Estaba preocupada porque su hijo sufría diarrea grave y vómitos. Mientras examino al bebé el pediatra me dice que el niño sufría de deshidratación, pero que está mejorando tras un día de tratamiento.

La madre sonríe cuando escucha las buenas noticias, pero enseguida su sonrisa se apaga. Cuando le pregunto el motivo me dice que su marido ha tenido que pagar 15.000 riales yemeníes (unos 60 euros) para pagar el transporte hasta el hospital y que tendrán que pagar otro tanto para regresar a casa. Esta cantidad está fuera del alcance para la mayoría de los yemeníes y, en el caso de esta familia, se ha visto obligada a contraer una deuda durante mucho tiempo.

Es mi segunda visita a Yemen. Algunas cosas no han cambiado desde mi primera visita en 2011, como la amabilidad y la hospitalidad de la gente. Tampoco han cambiado los cortes de luz, habituales y prolongados. Desgraciadamente, otras muchas cosas sin lo han hecho para peor. Largas colas de coches esperan ahora frente a las gasolineras y el número de puestos de control ha aumentado. Las noches en Yemen, antes tranquilas, ahora están marcadas por el ruido de los bombardeos y de la artillería antiaérea.

Sin embargo, para mí, la principal diferencia es que el general optimismo que caracterizaba a la gente de Yemen se ha convertido en desesperación y miedo ante el futuro. Resulta un temor justificado; los yemeníes están viviendo uno de los peores conflictos armados de los que MSF ha sido testigo.

Más tarde, durante un viaje a una de las escuelas de Ibb donde los desplazados han buscado refugio, nos encontramos con familias han llegado hasta la ciudad tras haber sido testigo de fuertes combates y bombardeos. Muchas han llegado desde Taiz y Al Dhale, mientras que otras han completado un largo viaje desde Sana e incluso Saada. Unos 20 hombres y un grupo de jóvenes curiosos se acercan. Muchos de los chicos se quedan al lado de su padre o de sus hermanos mayores. Un pequeño de cinco años es más atrevido y me tira de la camiseta para llamar mi atención.

Mientras les escucho, mi atención se fija en las condiciones inhumanas en que estos niños se ven obligados a vivir. Muchos de nosotros, en Occidente, podemos recibir apoyo psicosocial tras un acontecimiento dramático. Sin embargo, los menores yemeníes, testigos de una guerra horrible, obligados a abandonar sus casas y privados de sus necesidades más básicas, carecen de toda atención.Acaricio la cabeza del pequeño en un intento de mostrarle cariño: algo de que andan necesitados los niños de Yemen.

La voz de mi compañero me devuelve a la realidad. “Cuéntaselo al médico” le dice a un hombre alto, de sonrisa cansada que viste una vieja camisa y un futa, una falda tradicional yemení, que se acerca. Me explica que sufre una afección cardiaca y que desde que llegó a Ibb su salud ha empeorado. Le pregunto que por qué no ha ido antes al hospital y me dice que aunque la consulta sea gratuita no tiene dinero para comprar las medicinas.

De pronto, la conversación gira al tema de la escasez de alimentos. Durante el Ramadán, los vecinos entregarlo a las familias refugiadas en las escuelas, algo de comida para el Iftar (la cena que acaba con el ayuno diario).

Con el fin del Ramadán terminaron también las donaciones.

Las organizaciones internacionales de ayuda no proporcionan ayuda alimentaria a las personas que siguen viviendo en las escuelas y éstas no pueden comprar comida. Los niños yemeníes llevan décadas sufriendo desnutrición y sufrirán aún más si el mundo no les proporciona los alimentos y medicinas que necesitan. Sin embargo, los esfuerzos en este sentido están siendo obstaculizados por el bloqueo, los combates y los bombardeos constantes.

Yemen vive una guerra sin cuartel. Ojalá la próxima vez que visite el país, la guerra haya terminado.Hasta entonces, MSF continuará ayudando al pueblo yemení y será su altavoz ante el mundo para dar a conocer su realidad más allá de los titulares de prensa, titulares que hablan sólo de victorias, de retiradas y de negociaciones.

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