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En busca de la seguridad perdida

Por Clara Tarrero, responsable de comunicación de MSF para Sudán del Sur.

Campo de desplazados Tongping, en Juba. © Jake Simkin/MSF

Campo de desplazados Tongping, en Juba. © Jake Simkin/MSF

Para llegar desde nuestras oficinas hasta la base que la Misión de la ONU tiene al lado del aeropuerto de Juba, en Sudán del Sur, hay que atravesar unas cuantas de las polvorientas y agujereadas calles de la capital. Las instalaciones son como una pequeña ciudad y en su interior hay mucho tráfico de coches de organizaciones internacionales que suben y bajan personal. A los lados están las barracas en las que viven los militares y donde se apilan containers llenos de arena sucia. Una vez dentro, llegamos hasta una valla junto a la que se encuentran apostados varios oficiales y que sirve de puerta de entrada al improvisado campo que todo el mundo conoce como «Tongping camp». La gente empezó a llegar a este lugar a partir del 15 de diciembre, cuando se iniciaron los enfrentamientos en Juba entre los partidarios del presidente Salva Kirr y los del ex vicepresidente Rier Machar.

Más de 35,000 personas, según estimaciones de la ONU, se agolpan en este parking buscando la protección que les han robado. El sol abrasa, y a falta de un techo o un árbol donde refugiarse, todas estas personas, que han huido con lo puesto, han clavado cuatro palos y se han hecho un cobijo a base de telas. Los más afortunados tienen una sombrilla. Los hombres se sientan alrededor de la chicha, una pipa grande y metálica que comparten, y ven pasar las horas entre conversación y conversación. El olor perfumado de este tabaco se mezcla con un hedor bastante insoportable que proviene del camión cisterna que vacía las pocas letrinas que hay. Los niños merodean y juegan ajenos a la gravedad de su situación mientras sus madres preparan algo para comer o cuelgan la colada en la verja que separa este descampado del mundo exterior.  Desde fuera, la vida en el campo parece replicar  la de un pueblo, se siente una aparente normalidad: ya se han montado pequeñas tiendas donde se venden tarjetas para recargar el teléfono, azúcar, jabón para limpiar e incluso hay un pequeño mercado donde comprar comida. Los habitantes de este campo son Nuer, la segunda etnia más numerosa del país, y a la que pertenece ex vicepresidente Machar.  Se sienten amenazados por la etnia Dinka, a la que pertenece el presidente y que es la mayoritaria en Sudán del Sur. Y es que, lo que empezó como un conflicto político, ha ido tomando cada vez más una dimensión étnica.

Caminar por estas calles mirando lo que ocurre alrededor me hace sentir extraña, incluso incómoda, pues al fin y al cabo esto no es un espectáculo que admirar y esta gente sufre demasiado. Pero cuando preguntas si hay algún voluntario que quiera contar su  historia muchos están dispuestos,  seguramente con la esperanza de que sirva para que alguien les ayude.  Es el caso de  Nefisa John, originaria de Bentiu, capital del Estado septentrional de Unidad, a la que la crisis le pilló en Juba. Vino aquí hace un mes con su madre, su tía y sus tres hijos. El cuarto nació hace unas semanas en el campo. Su marido está en Wau, en el estado de Western Bahr el Ghazal, luchando junto a la oposición. Nefisa está sentada en la zona de espera de la clínica de MSF esperando a ver a un médico, no se encuentra bien y su bebe tiene fiebre. “Somos demasiada gente, muchos nos estamos poniendo enfermos y es difícil conseguir comida”, me cuenta. Para tener algo que comer vende una verdura que se llama kisra en el mercado del campo y a cambio recibe porridge (avena hervida), que reparte entre sus niños. Ha recibido una sartén, platos, cucharas, vasos, una esterilla para dormir y  una manta para toda la familia. “Por la noche hace frío”, me dice. “Y una manta no es suficiente para todos”. “Tuvimos que salir corriendo de nuestra casa. Volvimos hace unos días a ver si podíamos recuperar algunas cosas, pero nos lo han robado todo”, prosigue. “Al igual que nosotros, muchas otras personas están también sufriendo. Son muchos los que están muriendo. Me gustaría que me llevaran a algún lugar donde sentirnos seguros. Si volvemos a nuestra casa, tengo claro que nos matarán”.

Nefisa John con su bebé de pocas semanas. © Jake Simkin/MSF

Nefisa John con su bebé de pocas semanas. © Jake Simkin/MSF

Nefisa espera su turno en la clínica de MSF en el campo, donde un médico noruego me cuenta que además de casos de sarampión, malaria e infecciones respiratorias,  reciben muchos heridos por quemaduras domésticas e incluso por peleas. La escasez de comida y el hacinamiento están provocando algunos altercados en el campo. Recibo una llamada de nuestra coordinadora de emergencias, que me dice que han entrado en nuestra casa en Malakal, en el estado del Alto Nilo. Cada día la crisis de Sudán del Sur nos depara una nueva sorpresa no muy alentadora: nuevos enfrentamientos, nuevos desplazados, nuevos casos de sarampión, nuevos heridos de guerra y miles de personas sin asistencia por la falta de personal sanitario y de hospitales que estén operativos.

Antes de esta crisis, el 80% de la asistencia médica y los servicios básicos ya los proporcionaban las organizaciones no gubernamentales. Y ahora, con la retirada de muchas organizaciones, la situación no ha hecho más que empeorar. Las medicinas no llegan hasta las clínicas rurales, no hay gasolina para que el generador funcione y los pocos sanitarios que había han huido. Para ilustrar esta situación me cuentan la historia de un bebe de dos meses a quien su padre llevó a una de estas clínicas. No había nadie para atenderle y le mandaron a una clínica privada donde le hicieron un mal diagnóstico, y le dieron la medicación equivocada. El niño empeoraba y el padre desesperado se desplazó al hospital de la zona. Cuando llegaron, el bebe ya había muerto.

Por suerte,  no todo son malas noticias, también hay motivos por los que alegrarse: nacen niños sanos en nuestras clínicas y cada día podemos operar a los heridos de guerra que llegan a nuestros hospitales. Ya de vuelta en Barcelona, me llega la noticia de que nuestro equipo evacuado hace unas semanas por la violencia en Malakal ha podido volver al hospital y seguir trabajando. Varios informes afirman que hay cerca de 50.000 personas desplazadas en varios puntos de la ciudad y Carlos, el coordinador del proyecto de MSF, me comenta que hay gente instalada incluso dentro del propio hospital. Aprovechando su regreso, le he pedido que nos cuente sus impresiones, que nos explique cuáles son las principales preocupaciones de las personas a las que atendemos, y que nos dé una pincelada de la situación que están pasando en aquel rincón del país miles de personas que, como Nefisa, viven con el miedo en el cuerpo mientras buscan desesperadamente la seguridad que han perdido.

2 comentarios

  1. Dice ser toni

    Cuanta más abundancia menos hijos se tienen y viceversa.

    04 febrero 2014 | 13:35

  2. Dice ser Alfonso Alzamora

    Impresionante, Clara. Mientras por aquí debatimos sobre lo felices o desdichados que seremos cuando seamos independientes, y mientras estos mismos medios de comunicación se llenan la boca con la palabra Urdangarín, el árbol que tapa el bosque de la corrupción nacional, Nefisa John, de Bentiu, lucha desesperadamente por salvar la vida de los suyos …
    Gracias por estar ahí, y por contarlo. Por recordarnos que un mundo mejor sería posible si no fuéramos tan estúpidos.
    Un fuerte abrazo,
    Alfonso

    15 febrero 2014 | 17:13

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